Cuando Fidel volvió a Bayamo
Data:
Fonte:
Autore:
A 93 años del nacimiento de uno de los más grandes hombres de la humanidad, su legado late en el palpitar de Cuba. El 26 de Julio en Bayamo fue una muestra
Acaso en un recuento premonitorio, aquella mañana de la Santa Ana del 2006 Fidel fue pródigo en halagos hacia Granma, provincia sede de las celebraciones centrales por el 26 de Julio, a la que llamó heroica desde el comienzo de su discurso. En ese territorio, recordaría, se habían inaugurado cuatro años atrás varios programas importantes de la Revolución, que luego marcarían pautas para el desarrollo. Y allí tuvieron lugar en diferentes épocas —significaría el líder eterno—, hechos que definieron el curso de la nación cubana.
Mencionaría, entusiasmado, la introducción de la Computación en la Enseñanza Primaria, el Programa Audiovisual en la educación, el Curso de Superación Integral para Jóvenes y el programa de Salas de Video. Y hablaría de mayor esperanza de vida al nacer, de pesquisa activa sobre discapacidades en Cuba, de áreas de Terapia Intensiva municipales, de la Revolución Energética, que en la tarde de esa propia jornada lo llevaría a Holguín.
Se recordó a sí mismo en el 2002 hablando, en Buey Arriba, de Céspedes y La Demajagua, de cómo comenzó nuestra primera guerra por la independencia. Evocó páginas “de las más gloriosas de la historia de nuestra Patria” escritas en Bayamo. El recuerdo de la primera carga al machete, dirigida por Máximo Gómez, contra las fuerzas coloniales que, procedentes de Santiago de Cuba salían de Baire en dirección a Bayamo, se instaló en su verbo por unos minutos. Y aludió a aquella arma número uno, en principio agrícola: el machete, a la que siguió la otra también de origen campestre: la caballería. “Machete y caballo fueron sus armas fundamentales”, definiría al hablar de cómo los mambises comenzaron a escribir la Historia.
Cayendo en Dos Ríos, el Apóstol de la independencia fue evocado por el conspirador principal de la Generación del Centenario, heredera directa de las ideas de José Martí. El propósito de la lucha, según él mismo lo definiría en el juicio del Moncada, era reivindicar los derechos del pueblo cubano, al que se le negaba en su propia tierra hasta la dignidad.
Por todas esas razones, Miguel Díaz-Canel Bermúdez sintió esta vez, en la misma fecha de este año y en el mismo escenario, una responsabilidad enorme, emanada de la continuidad que encabeza en una única Revolución cubana. Aquella había sido la última oportunidad en que una conmemoración por el Día de la Rebeldía Nacional era clausurada por Fidel, y esta, la primera en que las palabras centrales estaban a cargo de un mandatario no integrante de la Generación histórica. Ambas ocasiones, en la ciudad donde por primera vez se cantó el Himno Nacional y ondeó nuestra bandera, la ciudad que fue quemada y reducida a cenizas para que no cayera en manos del amo español.
El nuevo mandatario cubano habló, emocionado, en nombre “de los agradecidos, los que enfrentamos el desafío de empujar un país, como dice el poema de Miguel Barnet”. Y reparó en el tremendo peso de la historia, con todas sus coincidencias y significaciones. Del Oriente irredento evocó hechos y glorias. Otra vez Fidel, a través de sus palabras, hablaba del porqué se atacó el cuartel de Bayamo, hoy con el nombre de Ñico López, quien fuera uno de los jefes de aquella acción y, tal vez no por fortuna del azar, cayera asesinado luego del desembarco del Granma en tierras de la provincia que heredaría ese nombre.
Pero los homenajes no pueden quedarse en meros actos, versos o palabras. Por eso el seguidor de los pasos de Fidel aludió, como lo habría hecho él, a las grandes batallas que se imponen para que siempre sea “26”: la de la defensa y la de la economía. Sumó una arista que ha atravesado, como eje transversal, todas nuestras luchas; que hoy resulta esencial porque las circunstancias son otras y porque el enemigo, camaleónico, cambia de estrategia.
A vivir, trabajar y andar con la luz de esos faros que fueron los hombres de la Generación del Centenario exhortó el Presidente cubano. ¿Quién, si no Fidel y sus hermanos de aquellas heroicas acciones, cultivó e inspira la espiritualidad, el civismo, la decencia, la solidaridad, la disciplina social y el sentido del servicio público, junto al criterio salvador de la unidad, que Díaz-Canel llamó a fortalecer? “Es que hay un punto en que al final el que decide es el hombre, no las armas (…). Eso es clave, la fortaleza espiritual de nuestro pueblo. Por eso es tan importante que cultivemos al máximo las virtudes morales, políticas e ideológicas (…)”, diría el hijo de Birán.
Cuando habló de “pensar como país, porque nadie va a pensar por nosotros”, Díaz-Canel era fiel a la advertencia tantas veces expuesta por el Comandante en Jefe, quien fue capaz de avizorar, antes de la desintegración de la URSS, la posibilidad de que Cuba se quedara sola, y de vaticinar que aun así seguiríamos luchando.
Con otro modo de decir, era el mismo mensaje, junto al llamado a estar siempre vigilantes. El hombre que burló tantas veces la muerte, consecuente hasta el último instante de su vida con aquella alerta del Che Guevara, acompañada de una gestualidad en extremo elocuente: “No se puede confiar en el imperialismo, pero ni tantito así, nada”, no depuso jamás las armas en la guerra que un día se juró, indignado por la crueldad de los bombardeos enemigos sobre los campesinos de la Sierra Maestra.
Conocedor de que lo único capaz de garantizar el triunfo de un ideal justo es la unidad, no cesó de reiterar que Cuba debía permanecer unida frente a cualquier embestida del adversario político. Clara fue su advertencia el 4 de abril de 1997, ante una multitud de jóvenes por los 35 años de la UJC: las leyes Torricelli y Helms-Burton buscan “agravar las dificultades del país para promover el descontento, para promover el desorden (…), y ha costado mucho esfuerzo, mucho trabajo y mucho sacrificio crear un país unido, crear un país ordenado, para que vengan estos bandidos imperialistas a explotar todas estas condiciones para dividir al pueblo, para reblandecerlo, para crear el descontento. Sobre todas estas cosas tenemos que estar muy conscientes”.
Este 26 de Julio del 2019 Fidel volvió a Bayamo. Estuvo, desde el comienzo mismo del acto, en la brisa que mecía la vegetación, en las nubes lejanas y en el alba de otra mañana única sobre la cálida villa colonial. Vi su dedo alzarse, amenazante, cuando una acotación afloró en las palabras de Díaz-Canel: “Me permito advertirles que los descendientes de aquella caballería mambisa y campesina que tomó la Plaza en 1959 para saludar a la Revolución victoriosa heredó la tierra y los machetes de sus antepasados y no dudarían en blandirlos bien afilados contra quienes intenten arrebatarles la tierra que esa Revolución les entregó”.
Recordé su épica Proclama de un adversario, leída públicamente el 14 de mayo del 2004, al escuchar en boca del Presidente cubano: “No, no nos entendemos ni nos entenderemos jamás con los que pretendan devolver a Cuba al estado de cosas que en 1953 llevó a lo mejor de la juventud cubana a asaltar dos cuarteles militares con más moral que armas”.
Y ante los nuevos argumentos que se exponían esta vez para ilustrar el asedio que sufren todas las operaciones comerciales y financieras cubanas, que últimamente ha escalado, diría Díaz-Canel, a niveles extraterritoriales, ilegales y criminales, vi otra vez a Fidel.
Quiero pensar al hombre que este 13 de agosto cumpliría 93 años como al eterno joven que fue, como al batallador paradigmático e incansable, capaz de prender la llama para resucitar una Revolución en pausa; como al amante de los niños y defensor del pueblo, como al amigo de todos, en las verdes y en las maduras.
Juro que lo vi sonreír en la Plaza de la Patria de Bayamo. Su vista, después de recorrer la multitud, buscaba el lomerío, allá donde sus botas y las de sus compañeros de lucha pisaron fuerte, donde sus órdenes de jefe guerrillero y su carisma de líder ejemplar reinan aún. Estaba, puedo también jurarlo, dispuesto a alzarse por otra victoria.