Batalla de Santa Clara: La historia del Pelotón Suicida contada por un protagonista
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Roberto Eng Naranjo no parece un hombre curtido por las balas y el peligro. De estatura baja y andar despacio, aprendió desde muy joven a no llamar demasiado la atención y callar cuando otros hablan. Quizás por la modestia ganada en sus casi ocho décadas de vida, o tal vez porque aprendió que la sencillez muchas veces es el mejor argumento para quien tiene mucho por contar, prefiere asumir su historia desde la quietud y la admiración por los demás.
Con solo 17 años fue uno de los miembros fundadores del Pelotón Suicida dirigido por el Capitán Roberto Rodríguez, un joven que desde la Sierra Maestra perdió su nombre para convertirse en leyenda con el apodo de El Vaquerito. En diciembre de 1958 Roberto Eng llegó con los rebeldes a Santa Clara, la ciudad que lo vio nacer y que sería escenario de uno de los combates decisivos para el triunfo de la Revolución Cubana.
“En vez de un fusil, me dieron una caja con cocteles molotov”
Testigo de los últimos meses de lucha, Roberto recuerda cómo surgió el Pelotón Suicida. Según dice, en varias ocasiones el Vaquerito le propuso al Che la conformación de un escuadrón especial, una suerte de cuerpo de élite como el que se veían en muchas películas de aquellos tiempos. No obstante, la poca disponibilidad de armas y la necesidad de contar con soldados en otras misiones posponían la idea.
“Sin embargo, cuando el Che llegó al Escambray encontró más hombres dispuestos a combatir, pero sin fusiles. Entonces los mandó a todos para la escuela de Caballete de Casas, una de las zonas más intrincadas de aquel lomerío, para prepararlos política y militarmente mientras aparecían las armas. Y para allí me fui yo también”, rememora.
Apenas pasaron pocas semanas y el guerrillero argentino llegó hasta el campamento y formó las tropas. Como si fuera una premonición, Roberto enseguida supo que había llegado su momento. “Con todos los hombres en línea, el Che explicó que el nuevo grupo tendría la misión de entrar primero a las ciudades y acometer las tareas más difíciles. Dijo que nadie debía participar por obligación y que las misiones eran muy riesgosas”.
No obstante, cuando el jefe pidió que los voluntarios dieran un paso al frente, Roberto Eng estuvo entre las dos decenas de hombres que avanzaron hacia el Comandante Guevara. Había llegado al Escambray porque la seguridad en la ciudad ya era insostenible. Con un hermano Presidente de la Juventud Socialista en Santa Clara y él miembro del Movimiento 26 de Julio, las persecuciones y los registros en su casa ponían en riesgo la vida.
Como si no hubieran pasado 60 años, este hombre todavía sonríe cuando habla del primer combate del nuevo pelotón.
“Nuestro bautizo de fuego ocurrió en Fomento. Allí pensaba que me iban a dar un fusil, pero el Che se apareció con unas cajas de cocteles Molotov. Con eso tomamos la estación y solo entonces nos ganamos las primeras armas. Desde entonces esa fue siempre nuestra misión: tomar los edificios de la policía en cada pueblo”.
Luego de aquella acción, el Pelotón Suicida llegó hasta Cabaiguán, Placetas, Remedios y Caibarién. En cada uno de esos municipios tuvo historias y desafíos. Sin embargo, Roberto Eng no olvida las acciones en los dos últimos territorios, por lo compleja que fueron, pero también porque demostraron la audacia del Vaquerito como líder del pequeño grupo de hombres.
“En Remedios tuvimos que prenderle candela al edificio porque los soldados se negaban a rendirse. En Caibarién, mientras tanto, no existía jefatura de policía y todos los guardias se atrincheraron en el cuartel del pueblo y tampoco querían entregar las armas. Allí el Vaquerito tuvo una de sus acciones más temerarias”.
Según dice, en dos ocasiones el líder rebelde pidió una tregua para hablar con el jefe del cuartel y conminarlo a rendirse para no causar más daños entre la población. Cada uno de esos intentos resultó infructuoso y el combate se extendía más de lo previsto.
“A la tercera vez el Vaquerito entró y como el hombre seguía empecinado en no ceder, cogió y se acostó ahí mismo en un colchón del cuartel. Le dijo que él estaba cansado y que le avisara cuando se decidiera. Lo podían matar ahí mismo, durmiendo en medio del enemigo. Aquello desmoralizó a todos los casquitos y al poco rato sacaron la bandera blanca”.
“Para entrar a la Jefatura de Policía había que jugársela”
Esa misma madrugada el Pelotón Suicida recibió la orden de marchar hacia Santa Clara para participar en la toma de la ciudad. Aun no salía el Sol cuando los primeros hombres llegaron a la comandancia rebelde, instalada en la Universidad Central “Marta Abreu” de las Villas.
Con una memoria enfrascada en no olvidar los pequeños detalles, Roberto Eng revive cómo el Che reunió a los jefes de pelotones y repartió las tareas. Como siempre, la de su grupo fue tomar la estación de policía.
Los casi diez kilómetros que separaban la comandancia rebelde del cuartel de los policías parecían menos ante la velocidad del avance del pequeño grupo. No obstante, fueron suficientes para probar una vez más la grandeza del Vaquerito.
“En Santa Clara pasamos a solo 50 metros de la casa de mi mamá. Llevaba meses sin verla y le dije al Vaquerito que llegaría un momento. Él enseguida me replicó «Si vas te llevo preso». Aquello me molestó mucho y estuve todo el día incómodo. Sin embargo, en la noche llegó y me dijo «¿Sabes por qué no te dejé ir? Porque en unas horas nosotros vamos a entrar en combate y cuando tu mamá escuche los tiros se va a morir del corazón pensando en ti». Cuando uno ve esas acciones se da cuenta del valor de aquel hombre”.
Quizás por ello a Roberto se le achican aun más los ojos cuando habla de la muerte de su jefe. A menos de 48 horas de la victoria definitiva, el Vaquerito cayó mientras su pelotón tomaba la estación de policías de Santa Clara.
“Él combatía de pie, pero su muerte fue casi una casualidad, digamos que un tiro perdido. Rompíamos paredes de las casas para acercarnos al lugar y cuando ya estaba a 50 metros recibió un impacto en la frente y enseguida cayó al suelo. El Che lo vio momentos después y solo pudo decir que le habían matado cien hombres. Imagina qué significaba el Vaquerito para que el Che dijera algo así”, rememora.
Casi como si los tuviera enfrente, Eng Naranjo habla de los seis francotiradores en la azotea de una iglesia muy cercana, del cura que salía a pedir tregua, de las ametralladoras ubicadas en el techo y en los portales de la estación, de los sacos de arena que servían de trinchera y de los más de 300 soldados parapetados en el edificio.
“Para entrar había que jugársela” —dice— y con esa única frase resume las sensaciones de la treintena de hombres que durante todo un día intentaron romper las defensas.
“Cuando entre los miembros del pelotón comenzó a correrse la noticia de la muerte del Vaquerito casi nos desplomamos. Pero Leonardo Tamayo, el segundo jefe del grupo, enseguida se dio cuenta de la situación y comenzó a hablarnos fuerte y arengarnos al combate. Así pudimos seguir y enfrentar aquello ahí”, agrega.
Mientras tanto, en otros puntos de la ciudad distintos pelotones combatían en el Cuartel de los Caballitos, el Escuadrón 31 de la Guardia Rural, la Audiencia o el Hotel Central. Sin embargo, el descarrilamiento de un tren blindado con tropas, armas y municiones, significó un golpe decisivo a favor de los rebeldes. Roberto explica cómo con algunos de los fusiles capturados el Che reforzó al pelotón y así lograron hacerse con el edificio.
Luego de aquella acción, todo estaba listo para concentrar las fuerzas rebeldes contra el Regimiento Leoncio Vidal, el tercero más importante del país. Entonces el Pelotón Suicida se incorporó al resto de los otros grupos y prácticamente sin resistencia todos entraron en la fortaleza. Fulgencio Batista había huido de Cuba y la guerra casi terminaba.
A 60 años de aquel día, Roberto Eng insiste en hablar sobre el apoyo del pueblo. Una y otra vez rememora las cajas con comida, el café y los consejos para guiar a muchos rebeldes por una ciudad que no conocían.
También cuenta sobre las barricadas y los grupos creados casi desde la espontaneidad para ayudar en la elaboración de cocteles molotov. “El pueblo nunca dejó de salir a las calles. A ellos le debemos el 50 por ciento de nuestra victoria”, confiesa.
Con 77 años cumplidos, dos decenas de condecoraciones y toda una vida dedicada a los servicios de Seguridad del Estado, Roberto mantiene una sencillez que asombra.
Protagonista de jornadas trascendentales para Cuba, este hombre no eleva la voz ni siquiera cuando se lamenta de las muertes más amargas o los momentos más tristes. Para él, integrar el Pelotón Suicida, conocer al Che o al Vaquerito, son puntos esenciales de una vida marcada por la lucha, el orgullo y la historia.