Fidel volvió a la Asamblea General
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Hace 58 años, cuando Fidel inscribió en la historia de Naciones Unidas su famosa frase: “Cese la filosofía del despojo y cesará la filosofía de la guerra”, no habían cumplido el primer año de vida ni el actual Presidente cubano, Miguel Díaz-Canel, ni el líder boliviano Evo Morales. El primero estaba cumpliendo cinco meses en un hogar de sencillos trabajadores de la central ciudad de Santa Clara y Evo daba
sus primeros pasos en el seno de una familia aymara en una pequeña aldea rural del frio altiplano.
Casi seis décadas después, los dos líderes latinoamericanos, salidos de las humildes entrañas de sus respectivos pueblos, trajeron de vuelta el espíritu de aquel treintañero rebelde que cambió la historia americana y se saltó los rígidos protocolos del tiempo de los discursos para decir verdades que debieran inscribirse con letras doradas en el mármol verde de la vetusta sala donde fueron pronunciadas en 1960.
Casi simultáneamente, con pocos minutos de diferencia, sobre el mediodía de este 26 de septiembre, Evo y Díaz-Canel respondían a Donald Trump su ofensivo discurso de la víspera y la maniobra del gobierno estadounidense para aprovechar su período en la presidencia del Consejo de Seguridad, elevando el tono de las amenazas y sanciones contra Irán, Rusia y Siria.
A quienes cubrimos por vez primera vez un evento de esta naturaleza y envergadura, nos parecía un sinsentido que sesionaran al unísono la Asamblea y el Consejo. Y seguramente no éramos los únicos en pensar así, porque la mayoría de los oradores de la primera comenzaban sus discursos saludando a un Guterres (Secretario General), ausente de la gran sala por el reclamo del todavía más poderoso Consejo de Seguridad.
Y fue allí, en el órgano de decisiones de carácter vinculante (obligatorio) y a sólo dos personas de distancia de Trump, donde el presidente indio le cantó las verdades a los “matones con licencia” que ahora presiden el Consejo de Seguridad:
“A EE.UU. no le interesa la democracia, si así fuera, no habría financiado golpes de Estado y apoyado a dictadores”, dijo Evo con admirable energía, mirando a Trump y recordando las fechorías del imperio contra Irán entre 1953 y 1979 y las actuales “amenazas de intervenciones militares a gobiernos democráticamente electos, como lo hace contra Venezuela”.
En breves minutos, el líder boliviano desnudó la hipocresía de Estados Unidos, cuya administración “desprecia el multilateralismo” y usa y abusa de los mecanismos de Naciones Unidas para hacer valer la sinrazón del más fuerte, con el entusiasta apoyo de Gran Bretaña y Francia y el complaciente acompañamiento de las naciones que esperan pago o temen el castigo de los poderosos.
Al terminar Evo, el odio se podía ver en la mirada amenazante de Pompeo y en el desconcierto de Nikki Haley, su representante en ONU. Trump, por su parte, tuvo que escuchar algunas verdades más de representantes de naciones más respetuosas de Naciones Unidas, como Guinea Ecuatorial, cuyo presidente Obiang Nguema se declaró muy preocupado por la “puesta en escena, llena de falsedades, engaños, hipocresía e insolidaridad” de aquel debate orquestado dos días después de la Cumbre en homenaje a Mandela, donde todos se declararon a favor de rechazar todo tipo de confrontación y rencores.
Mientras esa batalla alcanzaba su clímax en el Consejo de Seguridad, en el podio de la Asamblea General ya estaba el Presidente cubano,
dispuesto a probar que el cambio generacional en la Revolución no es ruptura, es continuidad.
En respuesta directa a las groseras imputaciones de Trump el día anterior contra el sistema político cubano, Díaz Canel recordó que los
males de que la Humanidad viene a quejarse a la ONU: “no son fruto del socialismo, como el Presidente de los Estados Unidos afirmó ayer en
esta sala. Son consecuencia del capitalismo, especialmente del imperialismo y el neoliberalismo; del egoísmo y la exclusión que
acompaña a este sistema, y de un paradigma económico, político, social y cultural que privilegia la acumulación de riqueza en pocas manos a
costa de la explotación y miseria de las grandes mayorías.
El capitalismo afianzó el colonialismo. Con él nació el fascismo, el terrorismo y el apartheid, se extendieron las guerras y conflictos, los quebrantamientos de la soberanía y la libre determinación de los pueblos; la represión de los trabajadores, las minorías, los refugiados y los migrantes. Es opuesto a la solidaridad y a la participación democrática. Los patrones de producción y consumo que le caracterizan promueven el saqueo, el militarismo, amenazan a la paz; generan violaciones de los derechos humanos y constituyen el mayor peligro para el equilibrio ecológico del planeta y la sobrevivencia de los seres humanos.”
¿Quién se atrevería a afirmar que Fidel Castro no estuvo este 26 de septiembre en la sala de su legendario discurso de más de cuatro horas
en 1960? Seguramente nadie lo vio, pero todos lo sintieron.