El vietnamita que hizo de traductor del Che
En guayabera y cafetera en mano. Así nos recibe en su cubanísima casa el hombre que tuvo en 1964 el privilegio de servir de traductor entre dos legendarios guerrilleros, el vietnamita Dinh Noup y el argentino-cubano Ernesto Che Guevara.
«Se vieron varias veces en La Habana, en todas yo fui el traductor y el tema que nunca faltó fue el de las guerrillas en Vietnam», recuerda «Augusto».
Aunque en realidad no se llama Augusto, sino Vu Van Au, ni su casa es «cubanísima» porque eche cimientos en un popular barrio de La Habana, sino por los muchos detalles alusivos a la Isla; a él no le molestan los cambios de nombre ni de dirección porque «Cuba es mi segunda patria».
Aclarado que Augusto es Au, y que no vive en Marianao, sino en una finca de la comuna Le Xa, distrito Tien Lu, en la norteña provincia vietnamita de Hung Yen, vamos directo a lo de Noup y Guevara.
—¿Cómo llegó usted a hacer de traductor entre el Héroe de la Montaña y el Che, quien ya también era un legendario guerrillero?
—Todo comenzó en 1960 por una idea de Fidel Castro (entonces Primer Ministro), cuando allá estuvo una delegación vietnamita invitada a los festejos por el Primero de Mayo.
A sus 86 años, Au lo tiene todo tan claro que lo cuenta como una película vista muchas veces.
«Al frente iba un ministro de Cultura, pero para que él y Fidel hablaran fueron necesarios dos traductores: uno del vietnamita al inglés, y otro del inglés al español. Y viceversa. Pero tú sabes, Fidel no era hombre de conformarse con lo menos y le dijo al ministro: “En América Latina tenemos 23 países que hablan español. Mándenme unos cuantos muchachos que nosotros vamos a enseñarles español”».
Augusto recuerda que por razones históricas, en ese tiempo mucha gente hablaba francés en Vietnam; inglés, pocos; y español ni se sabe.
«A su regreso a Vietnam, el ministro habló de la idea de Fidel y a todo el mundo le pareció formidable. Entonces, después de un proceso de selección, el Partido Comunista mandó a Cuba a 23 militantes con la misión de aprender español. Entre ellos estaba yo».
Au no lo dice así, con todas las letras, pero el grupo viajó a La Habana como en misión de guerra.
«Eran tiempos difíciles; estábamos tratando de echar a los americanos de nuestra tierra y muchos hermanos morían todos los días, así que en comparación, nuestro sacrificio era nada. Fuimos a aprender, sin importar las condiciones en Cuba, que ya también era víctima de ataques piratas de Estados Unidos y de los primeros embates del bloqueo».
Y lo dice en perfecto español, como quien cumplió al ciento por ciento aquella misión de paz en que los cubanos le alargaron el Au hasta convertirlo en Augusto.
«Terminamos los estudios en el 64 y poco después, el 11 de julio de ese año, llegó Noup al frente de una delegación invitada a los actos por el 26 de Julio. Nuestra embajada me dio la tarea de servirle de intérprete y ese mismo día por la noche él y el Che coincidieron en una recepción que se celebró en el Hotel Nacional por el Día Nacional de Mongolia».
Au parece como iluminado. Y no precisamente por ese sol que entra a raudales por la ventana de su cubanísima casa vietnamita.
«El Che, ministro de Industrias, era la persona más importante que estaba allí por Cuba, y en cuanto cumplió las formalidades del caso, agarró a Noup por un codo y se lo llevó para la recepción del hotel».
Ya no eran necesarios dos traductores, así que solo el pequeño Vu Van Au fue testigo y mediador del diálogo.
«Los dos intercambiaron ideas sobre la lucha guerrillera, pero a pedidos del Che, fue Noup el que más habló sobre sus experiencias en la altiplanicie occidental vietnamita durante la guerra contra los franceses entre 1946 y 1954. Hablaron como una hora y media, pero para mí fue toda una noche de recuerdos imborrables.
—¿Usted cree que…?
—Espera, tengo tu respuesta, pero te la digo en un par de minutos…
(¿Me la habrá adivinado de verdad? Este Augusto aprendió más en Cuba de lo que le enseñaron como Au en Vietnam.)
Sin contar el acto por el 26 de Julio, el Che invitó a Noup a otros tres encuentros: uno, en el Ministerio de Industrias, otro en un acto en la Central de Trabajadores de Cuba, y el tercero en Minas del Frío, en la Sierra Maestra, donde fundó la famosa Escuela de Reclutas, lugar que fue escenario importante de las acciones combativas del Ejército Rebelde. Y siempre compartieron ideas sobre la guerra de guerrillas.
—¿Y usted cree que…?
—Ahora sí te la respondo. ¡Pues claro que el Che quería aprovechar las experiencias de Noup para todo lo que ya tenía planeado hacer! Yo mismo no lo tenía claro entonces, pero más tarde, cuando se supo que se había ido a «guerrillear» en otras tierras del mundo, me di cuenta de porqué sus conversaciones con Noup sobre el tema. Che valoró muy alto las prácticas guerrilleras vietnamitas y en eso tuvo mucho que ver Noup».
—¿Recuerda dónde y cómo recibió la noticia?
—En La Habana y como si hubiese perdido a un miembro de la familia. Yo estaba allá como corresponsal de la Agencia Vietnamita de Noticias (VNA) y después también reporté la velada solemne en la Plaza de la Revolución con las mismas ganas de llorar que cualquier cubano…
—Claro, porque aparte de conocer al Che, usted tenía muchas razones para sentirse cubano. Digo, si me llevo por lo que veo en aquel cuadro…
—Ah, el diploma de Fundador de las Milicias… Me lo dieron porque, como otros estudiantes vietnamitas, yo hacía guardia en 12 y Malecón; porque cuando fui corresponsal me movilizaba hasta 20 días en una unidad militar para hacer un buen reporte a la VNA; así, por cosas como esas…
—Veo que el diploma está firmado por Fidel Castro.
—¡Firmado por Fidel y entregado por Raúl Castro! Mira, ahí está la fecha: 16 de abril de 1996, Día del Miliciano en Cuba.
—A lo largo de su carrera usted ha hecho de traductor y ha entrevistado y conocido a muchas personalidades. ¿Me menciona a cinco?
—Con tres basta: Che Guevara, Fidel Castro y Ho Chi Minh.
—Aparte de esos momentos, ¿alguna otra cosa que recuerde con especial afecto de su estancia en Cuba?
—La lista sería interminable, porque estuve allá del 61 al 64 para aprender español; en el 65 para una reunión de las agencias socialistas de noticias; en enero del 66 para la Conferencia Tricontinental; de noviembre del 66 al 71, como corresponsal de la VNA; y después, varias visitas… Una de las cosas que recuerdo es que Prensa Latina siempre era la primera en dar las noticias sobre la guerra en Vietnam. Mil aviones yanquis derribados ¡y ahí estaba enseguida la noticia! Mil quinientos para abajo, y enseguida Prensa Latina se lo informaba al mundo…
—¿Y cómo lo lograban?
—Es que desde La Habana yo escuchaba Radio Vietnam, me enteraba de las cosas y enseguida se lo decía a Prensa Latina. Trabajábamos muy coordinados. Y desde entonces somos agencias hermanas.
—Pero veo por ahí algunas otras señales de su amor por Cuba, le digo mientras miro con disimulo una canequita de ron Havana Club y una botella de licor cubano en el altar familiar.
—¡Ah, claro! Y allá afuera tengo algo que sí te va a sorprender…
Casi me arrastra de la mano hacia el patio con una viveza impensable a su edad. Pero lo que veo allí no me da ni frío ni calor.
—Esta es una mata de aguacate, me explica como si yo jamás hubiese visto una.
—Sí, sí, está bella… Pero usted quería mostrarme algo sorprendente.
—¡Es la mata! Vino directo de La Habana y espero vivir lo suficiente como para comerme algún día un aguacate cubano en Le Xa.
—Augusto, ¡a usted lo único que le falta es poner un CDR en su casa!
Se queda pensativo por un instante. ¿Estará tomando nota de la idea?
—Lo que sí hago todos los días al levantarme es leer el periódico Granma…
—No me irá a decir que también viene directo de La Habana…
—¡Nooo, ni falta que hace! Para eso tengo la tablet —y desliza con ligereza su dedo del medio sobre la pantalla del bendito aparatito.
—Usted medio que vive en La Habana, señor Vu…
—Dices bien. Aprender español y hacerme un profesional allá, conocer al Che Guevara y a Fidel Castro, tener tantas y tantas experiencias allá, hacen que yo viva parte de mi vida en Cuba. Porque el cuerpo puede estar aquí, pero los sentimientos no tienen fronteras.