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La primera vez que vi a Fidel (*)

Data: 

24/11/2017

Fonte: 

Revista Bohemia

Autore: 

La leyenda de los barbudos del Ejército Rebelde se conocía en Cuba y parte del mundo. Fidel Castro Ruz era el jefe de aquellos legendarios combatientes que se enfrentaban a los soldados asesinos y saqueadores del tirano Fulgencio Batista Zaldívar. Los campesinos eran los más sufridos por los atropellos, crímenes y desalojos por parte de los gobiernos capitalistas de turno y en especial, de la dictadura batistiana. Desde los primeros días del desembarco del yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, los campesinos ofrecieron su apoyo espontáneo a Fidel y sus hombres.
 
Mi casa campesina, situada en Las Estancitas, un pequeño barrio de unas seis casas, ubicado entre El Hombrito y La Estrella, en la Sierra Maestra, en la hoy provincia de Granma, se convirtió en un punto de contacto y ayuda a los mensajeros y combatientes rebeldes que cruzaban de un lado a otro de la Sierra Maestra. Mi padre fue soldado rebelde en la auditoría que dirigía el capitán Antonio Llibre Artigas, mi hermano Elgin Ramón se unió a la guerrilla y más tarde sería invasor con la columna 2 de al mando del comandante Camilo Cienfuegos. El resto de la familia colaboraba en diversas tareas. Mi madre y hermanas cocinaban y les ofrecían comida a los mensajeros y combatientes que pasaban por allí. Los varones más pequeños trasladábamos alimentos en grandes latas hasta un campamento cercano.
 
El 13 de abril de 1958 alguien llegó a nuestra casa, casi sin aliento para hablar, con una noticia extraordinaria en aquella zona: “¡Fidel está en la casa de Sergio Bacallao!”. Casi toda mi familia subió rápidamente el kilómetro que separaba las dos viviendas campesinas. Llegamos jadeantes y sudorosos al alto donde vivía la familia Bacallao. Según datos de algunos de ellos, Fidel había llegado desde Agualrevés, pasó por Caña Brava y subió por Platanito hasta su casa.
 
Nos acercamos sigilosos hasta la puerta principal donde estaba un grupo de familiares, vecinos y soldados rebeldes. Vi a Fidel de espaldas sentado en un taburete cercano a la mesa de madera situada hacia el fondo de la cocina-comedor, muy típica en el campo. Lo acompañaban: René Rodríguez Cruz, fallecido; Humberto Sorí Marín, traidor a la Revolución, y dos mujeres vestidas con uniforme verde olivo: Marta Uriarte y otra nombrada Margarita –según recuerda la familia Bacallao– y varias personas que integraban la comitiva guerrillera. Almorzaban un oloroso fricasé de guanajo que el propio Fidel le ayudó a cocinar a Rosa Vargas, una mujer vigorosa, de carácter fuerte que llevaba las riendas del hogar con autoridad y respeto. Era la esposa de Sergio Bacallao, el anfitrión de tan ilustres visitantes.
 
Encima de la mesa había una fuente de esmalte blanco llena de fricasé con aceitunas y los rojos pimientos que la adornaban, en otras vasijas estaban el arroz blanco y yuca hervida. Unas botellas de vino tinto y unas latas de pera formaban parte del menú en una ocasión tan importante y única para la historia familiar y de la zona. Fidel hablaba de la guerra y del fracaso de la huelga del 9 de abril. El dueño de la casa hizo un comentario malicioso del picante de la comida y la presencia de dos mujeres tan hermosas. Recuerdo a una de ellas, de pelo negro y largo, de piel blanca, ojos negros, nariz pequeña y cara ovalada. Una verdadera belleza exótica en aquellos parajes. Pero el comentario rebotó entre el grupo y Fidel prosiguió el hilo de la conversación, sin inmutarse ni dar tiempo a una respuesta.
 
Mis hermanos más pequeños guardaron una imagen de aquel momento, pues era la primera vez que veían comer a una persona con tenedor y cuchillo; sobre todo, la maestría de cómo Fidel manejaba los cubiertos. Mi hermana Nely, de 18 años, recordaría la gorra verde olivo en un taburete muy cerca del jefe guerrillero.
 
Años después, el compañero Pucho Bacallao Vargas recordaba que su cuñado Bascuín Pérez y su hermano Pepito eran miembros de una red clandestina del Movimiento 26 de Julio en la zona de Buey Arriba, y por tanto mantenían contacto con el comandante Ernesto Che Guevara, a quien habían invitado a un almuerzo en casa de sus suegros Sergio y Rosa. Todo estaba reservado para esa ocasión, pero ante la llegada de Fidel le ofrecieron lo mejor que tenían, ¿a quién mejor que a Fidel?, diría con orgullo.
 
Terminado el almuerzo, ya en horas de la tarde, Fidel y Sergio salieron para un extremo de la vivienda. Hacia el oeste se divisaban los barrios El Oro, La Estrella y el pico de Pan de Azúcar. El jefe de la Revolución no portaba armas, aunque un escolta rebelde no se separaba de su lado, llevaba una canana que le daba casi a las rodillas y el fusil con mira telescópica colgado sobre el hombro. Tiempos después conocí que era el hoy general de brigada ® Marcelo Verdecia Perdomo. Presumiblemente, el fusil y canana eran del Comandante en Jefe.
 
Fidel tomó el fusil y observó con la mirilla hacia las laderas que se veían hacia abajo. “Allá se ve una señora en el patio de la casa”. “Esa es mi mamá”, respondió mi hermano mayor.
 
“Cuando ganemos la guerra vamos a construir una carretera hasta esta zona”, comentó Fidel con una seguridad profética. Sergio Bacallao agregó que “el gobierno” tenía pensado hacer una carretera por el lado derecho del río Buey y Fidel le respondió: “Si Batista piensa hacer la carretera por ahí, nosotros la construiremos por otro lado”.
 
Años más tarde, la vía se construyó bordeando la margen izquierda del río por donde había previsto Fidel, porque la lógica constructiva indicaba que era la mejor opción para dejar a un lado los varios pasos del río y la construcción de grandes puentes.
 
Presencié cuando Fidel, su comitiva y algunos campesinos montaron en los caballos, que se encontraban escondidos en un cafetal cercano para evitar ser vistos por los aviones de guerra, y se pusieron en marcha para seguir camino hasta el alto de Pinar Quemado, continuar hasta El Hombrito, Alto de Conrado y finalmente a La Mesa donde estaba instalada la emisora Radio Rebelde, allí hablaría Fidel al día siguiente para explicar al pueblo el motivo del fracaso de la huelga del 9 de abril.
 
Observé detrás de unos plantones de hierba vetiver a un camarógrafo emboscado, quien con una pequeña cámara de cine había dejado atrapadas las imágenes de los jinetes que partieron de Las Estancitas. De un golpe de vista y de oídos grabé aquellas imágenes y diálogos de un acontecimiento sin precedentes en la memoria de un joven de apenas trece años.
 
El Comandante en Jefe le había enviado una nota al periodista argentino Jorge Ricardo Masetti para que lo esperara en la emisora Radio Rebelde en el campamento de La Mesa. (1)
 
 
“S. Maestra,
 
Abril 13 de 1958.
 
Masetti:
 
Haciendo un gran esfuerzo a pesar de sentirme algo mal, me encuentro ya a siete horas de la estación. Ya con la seguridad de que no haré quedar mal, prefiero hacer el trabajo mañana, pues voy a llegar agotado. Puede anunciar además la entrevista, un discurso al pueblo. Sé que usted también tuvo que hacer un viaje largo, pero ayer pudo dar los partes.
 
Son las 11 y 15 dentro de unos minutos voy a proseguir la marcha.
 
Saludos
 
Fidel Castro Ruz”
.
 
 
 
Según Gabino Bacallao, Fidel había dicho que regresaría por este mismo lugar, pero parecía poco probable porque el guerrillero no dice hacia dónde va. Gabino recordó que los guardias subieron hasta un lugar conocido por Los Doctores y él subió hasta La Mesa para informar sobre el movimiento de los mismos. Cuando llegó cerca del campamento de La Mesa estaban realizando unas prácticas de tiro. El recorrido de Las Estancitas a La Mesa se puede hacer en unas tres horas.
 

 
Nota: Este relato está basado en los testimonios de la familia Bacallao, el autor y sus hermanos.
 
La historia me deparó el gran privilegio de estar al lado del Comandante en Jefe por más de cincuenta años como escolta personal y como escritor de pequeñas historias.
 
(*) Tomado del libro en preparación Crónicas junto a Fidel
 

 
    Del libro Los que luchan y los que lloran”, de Jorge Ricardo Masetti, p. 111, edición cubana de 1959.