Fidelísima Cuba
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Isabela Catalá apenas tiene 11 años y es posible que aún no haya vivido los momentos más extraordinarios de su vida, pero con la escasa experiencia de su edad sabe que fue testigo, el 25 de noviembre de 2016, de un hecho histórico.
Lo dice con los ojos, con su voz entrecortada por la emoción, y lo expresa con palabras: «Cuando descubrí que Fidel había muerto, sentí un vacío enorme y pensé que se me paralizaba el corazón; pero después supe que todo estaría bien».
Así describe esta niña, estudiante de sexto grado del seminternado Ronald Andalia, cómo fue el instante en que se dio cuenta de que el Comandante en Jefe, ese «hombre heroico que supo defender a Cuba con dignidad», ya no estaría más físicamente junto a la proa de Cuba.
No pocos narran sentimientos similares, porque el cubano, amante de la leyenda, creyó que Fidel podía conquistar cuanto imposible se cruzara a su paso y permanecer vivo por siempre. Lo confirma Yailén Ortiz, una muchacha de 34 años, madura y con los «pies en la tierra», pero que se atreve a admitir que jamás pensó «que iba a desaparecer, incluso con 90 años, tan pronto. Yo lo quería con nosotros mucho más».
Nombre de símbolo
Lo mataron tantas veces —en la prensa amarillista, en los secretos planes de la CIA, en el rumor cobarde de sus enemigos políticos— que cuando, por ley de la vida, Fidel dejó de estar físicamente, los cubanos —y específicamente los jóvenes— se resistieron a creerlo muerto y convirtieron su nombre en todo un símbolo.
A Lilianne Rodríguez (19 años), estudiante de Derecho, su ejemplo la guía en cada acción cotidiana porque significa «grandeza, inteligencia, una persona íntegra, casi perfecta».
Alexis Roche (34 años), licenciado en Laboratorio Clínico, lo asocia con un familiar bien cercano, porque «a muchos de nosotros nos guió con el cariño de un progenitor. Por eso perderlo fue como despedir a un padre».
La maestra Grettel Cobas (20 años), del seminternado Ronald Andalia, pronuncia su nombre lentamente y asegura que cuando piensa en él «viene a mi mente la palabra Patria. Recuerdo el concepto de Revolución que él construyó y lo veo como el grande de la historia, un hombre excepcional que defendió un solo concepto: liberar a Cuba».
Y Javier Sarmiento (21 años), un gestor postal que admira la obra y el pensamiento del Comandante, lo resume con pocas palabras: «Majestuosidad, sensibilidad, solidaridad».
Lo que contarías a tus nietos
«A mi hijo pequeño le he contado unas cuantas cosas que él ya puede entender», dice sonriente Legna González (28 años), contadora de una oficina comercial de la Empresa Eléctrica.
«Pero si lo que quieres saber es qué anécdota escogería para contarles a mis nietos, no dudaría: me gusta la del momento en que se le posa la paloma en el hombro durante un discurso. Ahora, hasta en el panteón donde descansan sus restos hay palomitas que no se quieren ir de allí. Ese es el pasaje que más me emociona de toda su vida», concluye la joven.
Yoisel Ricardo (29 años), estudiante de Medicina, aún no piensa en formar descendencia alguna, pero tiene claro que, cuando la cree, les hablará «de los momentos transcendentales y difíciles del país en los cuales Fidel siempre se encontraba al frente de su pueblo: durante la Crisis de Octubre, en el período especial, en medio de un ciclón… ahí estaba el Comandante. Ese es el paradigma que nosotros podemos legarle a nuestros hijos».
Simphiwe Howard (24 años) es un muchacho procedente de Lesotho que cursa el quinto año de Medicina en la universidad holguinera. Asegura que lo que nunca dejaría de contarles a sus nietos es cómo son Cuba y los cubanos gracias a Fidel:
«Estoy aquí debido a él. Vinimos por el programa de la Escuela Latinoamericana de Medicina, la cual ofrece plazas a países para que jóvenes como yo podamos estudiar. Por eso estoy tan agradecido».
Para Alexis Roche, a quien se le escapó para siempre el abrazo que un día soñó con darle, el momento que no quisiera dejar de compartir con los que continuarán su apellido será el del día en que todo Holguín se volcó a las calles para saludar a su líder, en su paso a la inmortalidad.
«Yo estaba de guardia en el policlínico. Me faltaban cinco minutos para terminar la guardia, pero tenía que vivir ese momento y salí corriendo. Cuando vi el cortejo, hice lo que me nació: me paré en firme y lo saludé. Y los ojos se me llenaron de lágrimas», cuenta.
Yo soy Fidel
Se la pintaron en la frente, en las mejillas, en los brazos. Hubo hasta quien se tatuó su nombre en la muñeca. ¿Por qué tanta gente hizo suya esa frase reveladora de un sentimiento común? ¿De dónde le nació al pueblo el autodeclararse «Fidel»?
Isabela Catalá, con esa candidez y limpieza infantil, lo definió a la altura de la mejor de las filósofas: «Da orgullo pronunciarla porque estás diciendo: soy un hombre o una mujer o una niña digna, una cubana que ama a su patria».
Por su parte, Yailén Ortiz considera que es «una expresión en la cual se integran todos los principios de la humanidad, los valores más extraordinarios que poseía Fidel. Por eso las personas la tomaron como lema para exaltar esa figura, para llevarlo en el pensamiento, pero también en la acción. No es decir Yo soy Fidel como una simple consigna, sino para sentirnos comprometidos con todo lo que él quería que se hiciera».
Lilianne Rodríguez, orgullosa de estudiar la misma carrera que el Comandante, está segura de que «esa fue la forma espontánea que encontramos los cubanos para decir que llevaremos adelante sus ideas, sus enseñanzas, la Revolución que él fundó, aunque no esté físicamente entre nosotros».
¿Cuba sin Fidel?: Retos vs. Riesgos
«Cuba sin Fidel nunca va a estar. En todos los lugares donde se aprecia su obra se encuentra vivo. Por eso jamás existiremos sin su presencia, sin su ejemplo y guía», dice la maestra Grettel Cobas, cuando JR quiso saber su opinión acerca de la ausencia corpórea del líder revolucionario.
Pero no por esa total convicción la mayoría de los encuestados dejaron de reconocer que hoy, más que nunca, los retos de los jóvenes se acrecientan.
Alexis Roche, por ejemplo, cree que en medio de tanta guerra de ideas y de estímulo a la subversión lo fundamental es «inculcarles a las nuevas y futuras generaciones todos esos valores que nos enseñaron a nosotros».
Profundizar en la historia y mejorar la manera en que se cuenta y se enseña en las escuelas, fue un tema recurrente cuando estos muchachos hablaron de los retos que enfrenta la nación cubana para seguir construyendo el socialismo.
«No podemos conquistar el futuro sin conocer nuestro pasado. Por eso en el presente tenemos que hacer más atractivo el estudio de la historia nacional. Esa es una manera de lograr que la juventud de hoy y de mañana sea mucho más noble, más sencilla, más modesta, con mejores cualidades para llevar adelante el país», destacó Yailén Ortiz.
Legna González, en tanto, aseguró que el desafío está en «mantener nuestras convicciones, guiarnos por el concepto de Revolución e intentar parecernos al joven que fue Fidel».
Y como demostración de su facilidad para generar frases sentenciosas y oportunas, Javier Sarmiento resumió: «La base de todo es mantenernos unidos».
Después del Primero de Enero de 1959, Fidel comenzó la reconstrucción de un país que había sido explotado y maltratado durante los gobiernos anteriores.
A un año de su muerte, el desafío consiste en poner las piezas claves y apartar las que nos desvíen de la arquitectura de una nación más justa y equitativa, en función de continuar la construcción de una sociedad «con todos y para el bien de todos». Ese fue el sueño que aprendimos de Martí y comprendimos con la estratégica guía de Fidel.
Hoy de nosotros depende que Cuba supere las barreras económico-sociales a las que nos enfrentamos y continúe siendo faro y ejemplo para las naciones que aspiran a un futuro mejor.