Fidel nos lanzó al combate
El 17 de noviembre del 2005 fue un día agitado en la Universidad de La Habana (UH). La celebración del Día Internacional del Estudiante, que esa vez recordaba el aniversario 60 de la entrada del Comandante en Jefe a esa casa de altos estudios, había atraído a la colina a miles de universitarios de todas partes de la ciudad, que aguardaban impacientes la llegada de Fidel.
Ese día cambió nuestras vidas para siempre, recuerda a Granma el Doctor en Ciencias Históricas Elier Ramírez Cañedo, quien siendo el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de la UH en ese momento, por poco no puede entrar. Aunque asegura que se creó tal clima de intimidad, que cada estudiante sintió que Fidel le hablaba a cada uno de ellos mirándole a los ojos.
Las primeras palabras no fueron otras que de agradecimiento hacia los jóvenes allí reunidos, y el esbozo de una disculpa.
«Ustedes han sido muy amables al recordar hoy un día muy especial: el 60 aniversario de mi tímido ingreso a esta universidad (…) El dolor más grande de mi vida habría sido no asistir, especialmente en este momento, a un acto en el Aula Magna, invitado por ustedes», dijo Fidel.
Este encuentro fue un regreso a la semilla, explica el joven historiador. Al lugar donde comenzó «la preocupación de esta isla, de esta pequeñita isla» a tiempos donde «no se hablaba todavía de globalización, no existía la televisión, no existía Internet, no existían las comunicaciones instantáneas de un extremo a otro del planeta, apenas existía el teléfono (…)», como explicó el líder de la Revolución a los jóvenes reunidos en aquella tarde de noviembre.
Que sus interlocutores fueran precisamente los jóvenes, tampoco fue casual. Según Elier Ramírez, «habló con los jóvenes universitarios en los que siempre había confiado, para decir algunas cosas que quizás en otro escenario no se hubiera sentido tan cómodo y motivado para plantearlas».
Este fue un discurso muy crítico. El Comandante en Jefe expuso aquel 17 de noviembre una idea que inevitablemente subyace en el entendimiento racional de cualquier proceso histórico: la latente reversibilidad de sus transformaciones.
Como cuando expresó que «entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo».
O al cuestionarse si las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o « ¿es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? (…) Esta Revolución puede destruirse… nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra».
Sin embargo, Fidel fue a la vez muy optimista, dice Ramírez. Confió en la capacidad del pueblo y en especial de los jóvenes a los que estaba convocando, para enfrentar los principales problemas internos de nuestro país, añade.
«(…) Si vamos a dar la batalla hay que usar proyectiles de más calibre, hay que ir a la crítica y autocrítica en el aula, en el núcleo y después fuera del núcleo, después en el municipio y después en el país», les dijo el Comandante en Jefe desde el podio del magnifico salón donde descansan, en una urna de mármol, los restos del filósofo y presbítero cubano Félix Varela.
Por eso, sus palabras marcaron «un antes y un después en el curso de la Revolución.
Puso el lente fundamental hacia los errores propios; esos que son más peligrosos que toda la maquinaria de nuestros poderosos enemigos. Pues sin la existencia de esas problemáticas que Fidel denunció, como el derroche, la corrupción, la burocracia y otros males, ningún enemigo, por muy poderoso que sea, pudiera avanzar en sus propósitos», explica el historiador.
Eso no significa que Cuba debe obviar las amenazas externas, «sino que a la vez prestemos más atención a aquellos males propios que pudieran destruir la Revolución», añade.
Fidel no pudo ser más explícito en su intervención: «Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos –se refiere a los imperialistas–; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra».
Lo que no significa que el enemigo externo haya dejado de representar una amenaza, reconoce Ramírez, sino que «llamó a que ampliáramos nuestra visión sobre ese enemigo, pues a lo interno es que teníamos peligrosos aliados del vecino del Norte, que le facilitaban el trabajo».
De este modo, «Fidel dejó al descubierto que la invulnerabilidad de la Revolución solo es posible alcanzarla a partir de la superación de esos males internos», agrega Elier que todavía se siente conmovido por aquella celebración fascinante y lúcida del Día Internacional del Estudiante en la Universidad de La Habana.
Las palabras de Fidel fueron mágicas, y «todos caímos rendidos ante esa capacidad especial que él tiene de movilizarnos. Fueron un grito de combate».