ESPAÑA: Abrazo a las raíces
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Desde un balcón de la Rue Do Vilar lanzaron un puñado de claveles rojos. Fidel pasaba acompañado por el entonces presidente de la Xunta de Galicia, Manuel Fraga, en un paseo por el casco antiguo de Santiago de Compostela, rumbo a la catedral.
Pero la vieja costumbre gallega de entregar amores haciendo llover flores, no le bastó a la ciudad que el 27 de julio de 1992 recibía a tan ilustre visitante. Por eso, se organizó una gran concentración de pueblo en la Plaza Obradoiro, donde mensajes de “Cuba vai!”, “Rompamo eu bloqueo” y “Coa Revolución Cubana sempre”, estuvieron desplegados en varios carteles.
Nuevos agasajos ocurrieron en la industria de procesamiento de pescado de la localidad atlántica de Boiro. Fidel recibió además una réplica en cerámica de las carabelas de Cristóbal Colón. Pero un hecho muy conmovedor, por su esencia humana, fue que un padre de la región puso a su único hijo varón el nombre del líder de Cuba.
De varias maneras, los anfitriones mostraron el amor hacia aquel hombre con barba y vestido de verde olivo. Algunos recalcaban que no era no solamente por su relevancia política, sino también, por “descender de gallego”.
Apoyo en otras regiones
Dos días antes del viaje a Galicia, en el hotel Alfonso XIII, en Sevilla, arribaban los jefes de gobierno que asistieron a la II Cumbre Iberoamericana en Madrid, y a la inauguración de los XXV Juegos Olímpicos en Barcelona. En una de las puertas del enrejado circundante, una representación del pueblo sevillano y de otras regiones andaluzas daba vivas a Fidel, a toda voz.
Los presentes quedaron atónitos cuando, rompiendo toda etiqueta y las normas de seguridad, el Comandante en Jefe salió del carro que le trasladaba, torció el rumbo hacia la izquierda y llegó hasta la puerta donde se encontraban los amigos de Cuba, para saludarles.
Igual de cálidos fueron los recibimientos en su recorrido por la Expo’92 de Sevilla. La isla, inmersa ya en el período especial, asediada por el bloqueo norteamericano y las campañas mediáticas internacionales que auguraban el fin de la Revolución, sin embargo recibía en todas partes el apoyo de grupos españoles de solidaridad. Porque al cariño no se le puede bloquear.
Hacia la casa de lajas y adobe
Tras la visita a la ciudad gallega de Santiago de Compostela, el 28 de julio el Comandante en Jefe se dirigió a la provincia de Lugo, donde expresó que este era un gran día en su vida.
En la casa consistorial del municipio de Láncara, el presidente cubano escribió: “Con profunda e indescriptible emoción firmo este libro en la tierra donde nació mi padre, a la que tantas veces deseó volver sin poder hacerlo. Conmigo traigo el recuerdo de aquel hombre generoso y noble, gracias al cual puedo contar hoy con tan grande y querida familia en Láncara y en Galicia.” Allí, el visitante recibió el pergamino de Hijo Adoptivo de la municipalidad.
Láncara, es tierra de ganaderos y agricultores, está ligada al río Neira, torrente manso y limpio con una zona recreativa que lleva el nombre de Isla de Cuba. Los casi 400 periodistas que cubrían el recorrido del líder estaban esperando el momento trascendental del encuentro de Fidel con sus raíces gallegas.
En la casa de lajas y adobe, que fuera hogar de Ángel Castro Argiz, su padre, el líder cubano se mostró hondamente emocionado. Entró en la vivienda, casi tocando el techo por su imponente estatura, y luego midió con sus pasos el tamaño de la breve y humilde estancia. Afuera, se oían sonar las gaitas.
El niño que dibujó a Fidel
La mañana del 28 de julio amaneció muy fría en Láncara. Una romería popular cerraría aquel viaje en Armea de Arriba, cerca de donde viven las primas de Fidel. Allí habría un almuerzo de despedida, con platos tradicionales como empanada gallega, sardinas, pulpo, rosquillas y vino, además de una partida de dominó.
Casi al mediodía, el calor obligó a quitarse los abrigos a muchos en la comitiva de la prensa cubana, que se dirigían a un encuentro previo con los pobladores. Esta reportera de BOHEMIA pidió permiso a una familia de la localidad, para entrar en su vivienda y cambiarse de ropa. En el piso del garaje, hallé un dibujo de Fidel, hecho por un niño.
Esto puso a prueba mi perseverancia en la búsqueda noticiosa, pues tenía las señas generales del dibujante, Alvarito Ferreiro, de cinco años, pero identificarlo en la multitud resultaría como encontrar una aguja en un pajar. Cientos de entusiastas de Galicia y de Asturias, ya se concentraban en el sitio del acordado.
Entonces la suerte se inclinó a mi favor, y de inmediato tuve delante al niño. “¿Es tuyo este dibujo?”, le pregunté. El pequeño asintió con la cabeza mientras tomaba la hoja y se alegraba de tenerla de nuevo en sus manos. La madre me explicó que la noche anterior lo había hecho y se le había extraviado.
“¿Conoces a Fidel?”, interrogué. Álvaro contestó señalando con la mano, a la distancia: “Es ese señor alto, de las barbas”. ¿Y quién es él, por qué le has dibujado?”, le insistí. Entonces, como quien se incomoda ante lo evidente, explicó: “Porque sí, que es un presidente grande…”