Lluvia y abrazo de Santiago
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Al salir del aeropuerto, pronto avistamos las altas montañas y el verdor que circunda la ciudad y unos instantes después llovía a cántaros. Santiago de Cuba nos recibió así, con un golpe de agua sobre las empinadas callejuelas, los viejos tejados, las paredes altas como cuadros en exhibición, balcones y portales a los que se llega después de ascender estrechos y abruptos peldaños de mármol blanquecino, modesta argamasa de caliza y cemento, o quejumbrosos maderos. La gente precipitaba el paso al cruzar las calles o se cobijaba bajo las sombrillas coloridas o al pie de las ventanas. En los charcos chisporroteaba la luz que iba ya apagándose. Santiago se desbordaba como abrazo al final de la tarde.
La Plaza de Marte, engalanada para la inauguración de la Feria del Libro, quedó vacía por la pertinaz llovizna que sucedió al torrencial aguacero. Esa noche, en el sobrecogimiento del Iris Jazz Club, la poeta Teresa Melo, fiel al espíritu de su ciudad reconocía “en mi noche insular y en mis propios jardines invisibles, las palabras de José Martí, Lezama Lima, Ángel Escobar, Lina de Feria, Fina García Marruz y tantos otros escritores me guiaron en cada viaje de ida y vuelta a través de los libros”. Casi en penumbras, Teresa confesaba sus deslumbramientos al darnos la bienvenida: “Ensoñación o vigilia, ansiedad o paz, los sentimientos que provoca la lectura de un buen libro no son comparables a casi nada de lo que la vida nos da. Las palabras de un autor traduciendo los íntimos deseos que a veces no somos capaces de expresar, se convierten en el entrañable mensaje de una persona a otra, en una conversación susurrada. Nuestra vida siempre es menos amarga, menos simple, menos superficial, cuando sumamos a nuestros amigos de los días reales esos otros que no dejaremos partir: los amigos de la literatura que borran los límites de la geografía física para formar ese otro universo paralelo donde vivimos los lectores”.
La escuchamos atentos antes de la música, integramos un pequeño grupo de escritores invitados por el Centro Provincial del Libro pero luego, a dos jornadas de nuestra presencia, la delegación a la Feria se ampliará con el arribo del Ministro de Cultura Abel Prieto y una representación diversa del mundo intelectual y artístico del Archipiélago.
Y mientras Teresa hablaba, yo recordaba que a través de ese maravilloso ámbito que es la literatura fue que conocí a José Martí, digo en su alma profunda, sus palabras, conjuro de pensamientos, angustias, anhelos, fascinaciones y emprendimientos libertarios y justicieros de todos sus días… Coincidentemente, era noche de 11 de abril, fecha que recordaba aquella otra de 1895, cuando el Apóstol arribó por la playita de Cajobabo a la geografía de Cuba para iniciar la guerra por la independencia y la emancipación. Entonces apuntó en su diario: “Dicha grande”. Yo imaginaba el cielo borrascoso y el golpeteo de las olas bravías en los farallones y la figura del hombre delgado, fibroso que cargaba el winchester y el tubo de mapas y la mochila y sentía que el corazón se le salía fuera del pecho de tanta emoción de estar de nuevo en Cuba.
¡Cómo no pensar en José Martí al llegar a la ciudad del Monumento en Santa Ifigenia, a la ciudad que al pie de la memoria al Maestro, colocó la piedra para resguardar a su mejor discípulo, limpia y sencillamente: Fidel!
A la mañana, con el rocío pulcro de la amanecida cubana llegamos hasta allí con lirios para rendir homenaje silencioso. Fidel, impetuoso y solemne en el Centenario de la Caída en Combate de nuestro Héroe Nacional, después de colocar rosas blancas en el Memorial donde se encuentran los restos del Apóstol, expresó cuán difícil habría sido para los contemporáneos de José Martí, vivir su desaparición física. Ahora éramos nosotros, los contemporáneos de Fidel, quienes comprendíamos bien y vivíamos la circunstancia repetida, dolorosa y difícil de una pérdida insondable, abrumadora, por mucho que la vida misma y nuestra convicción nos reafirmaran empecinadamente, una y otra vez, la certeza de que José Martí y Fidel son árboles que crecen.
Levantamos la vista y encontramos la fuerza necesaria en las muchedumbres que se acercan hasta el sitio sagrado. Llegan a toda hora. Interminablemente llegan los ancianos, los adultos, las niñas y los niños, para que ellos sigan perennemente viviendo. Uno los ve andar con esa voluntad de continuar, de persistir en el sueño y la obra, y entonces ya no hay soledad en el alma y uno adelanta el paso, seca sus lágrimas y repara en la historia tremenda que nos llevó hasta allí, al recóndito espacio donde Cuba se reinventa y a la ciudad iluminada donde todo es posible.
Y como son días de libros, escucho otra vez en mis recuerdos la voz de Fidel diciéndonos que hay mucho todavía por indagar y saber de José Martí, que con los años fue creciendo el árbol, que ya era conocido en su tiempo, pero lo fue aún más en su inabarcable dimensión universal, en la medida que fueron descubriéndose artículos, cartas, poemas, discursos, manifiestos, apuntes, papeles de sus viajes, amigos, compañeros de armas, cuando todo eso fue acopiado, estudiado y publicado. Es la trascendencia de los libros, me digo, mensajeros de los saberes y las ideas, tienen la rara capacidad de dar vida, de permitir que los que son ya del viento, permanezcan entre nosotros con toda su carga de sabiduría, lucidez y entrega.
Por eso, apenas una hora después de estar en Santa Ifigenia, en la conferencia que abre la fiesta de los libros en la ciudad de Santiago de Cuba hablo del humanismo de Fidel como el horcón esencial de su existencia, lo que movilizó su espíritu y sus fuerzas por el bien de los demás, lo que alentó su lucha eterna. Lo hago con argumentos y anécdotas y la experiencia maravillosa de haberlo escuchado de cerca muchas veces, pero también apasionada y feliz, porque la palabra es recuento, homenaje y acción de lucha.
Hay bullicio en el Teatro Heredia. Afuera se agolpan en torno a las novedades literarias, y en la sala José Soler Puig se presentan a los lectores obras diversas. Al día siguiente voy a Contramaestre y al siguiente, a una prisión donde se pone en práctica la idea de Fidel de que el tiempo allí tenga un sentido entre libros.
¿Cómo resumir en pocas palabras todo lo acontecido en apenas tres o cuatro jornadas de poesía, historia, arte? Escritores como el poeta Reynaldo García Blanco y León Estrada reciben el reconocimiento de sus colegas, la voz de Eduard Encina presenta a otro poeta, la Casa del Caribe adelanta títulos de su sello Editorial, uno llama mi atención: Esclavitud y capitalismo histórico en el siglo XIX. Brasil, Cuba y Estados Unidos. La Fundación Nicolás Guillén y su representación en Santiago proponen la Presencia Negra en la Cultura Cubana, una sugerente y valiosa obra que compendia el pensar de ilustres acerca de ese tema raigal. Todo esto singular y valioso, en el preludio de la llegada de Armando Hart ese lúcido revolucionario, hombre bueno e íntegro a quien la Revolución en difícil momento, destaca al frente de una política revolucionaria auténtica, que restañe heridas, y quien lleva el honor y la pureza al límite de no publicar ninguna obra suya en tanto ocupe el cargo ministerial de Cultura y así transcurrieron décadas y ahora es que sus ensayos, discursos, reflexiones ven la luz en catarata, como contribución a los jóvenes de Cuba en la mañana que aún no ha sido. La Feria del Libro se engalanó con esos libros del combatiente clandestino y el pensador, del compañero de Fidel en el Movimiento 26 de Julio y hasta hoy mismo y el futuro.
Abel y los intelectuales y artistas que le acompañaban, por la noche, desandan Enramada entre luces encendidas y pueblo que se aproxima feliz a saludar, a participar de la visita, a mostrar todo cuanto se ha hecho o falta por hacer, en medio de un entusiasmo que contagia y prueba que sí se puede, que solo es necesario movilizar, articular, amar.
En la jornada última, tras el cierre de la Feria del Libro del año 2017, después de que se recibe con regocijo admirado que la del 2018 celebrará la presencia entre nosotros del sabio Eusebio Leal Spengler y estará dedicada a la República Popular China, emprendemos rumbo al Segundo Frente, a poner flores ante la heroína Vilma y los combatientes de ese sector de la lucha insurreccional, luego, de vuelta a la urbe, visitamos el proyecto Macuba donde se demuestra lo que puede el empeño y cuánto puede hacerse por las comunidades en su propio espacio. Más tarde, nos asomamos desde el balcón de la casa del artista Lescay en el poblado de Boniato, a ese fervor fundador que avanza y nutre esperanzas en Santiago en la cultura y la vida cotidiana. Abajo, fulgura la ciudad imaginada que se convierte de súbito en espléndida, sorprendente realidad.