En espera del desembarco
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Cuando se habla del Granma, la primera palabra que viene a la mente es coraje. Y es natural que así sea, porque la epopeya de diciembre de 1956 puede resumirse en esa y algunas otras palabras clave como son sacrificio, tenacidad, decisión, esfuerzo, arrojo, voluntad, entereza, confianza.
Por eso, cuando recordamos el Granma, evocamos por lo general la lucha denodada de los 82 expedicionarios al mando de Fidel, lucha contra el medio físico —mangle, pantano, diente de perro—, contra la fatiga, el hambre y la sed, contra el cerco y la implacable persecución enemiga, y, al final, después de la dispersión en Alegría de Pío, lucha contra la incertidumbre, el desaliento.
Y es correcto que así sea porque no cabe duda de que la experiencia mejor que un pueblo revolucionario puede derivar de la gesta del Granma es que, cuando ha llegado la hora del combate, triunfa siempre, por encima de la adversidad, la decisión de luchar.
Lo que no siempre se tiene presente es que en el desenlace final de los acontecimientos desatados a partir del amanecer del domingo 2 de diciembre de 1956, tuvo también que ver en cierta medida el resultado de un tenaz y minucioso trabajo previo de organización en la zona del desembarco, y preparación de condiciones favorables para asegurar el recibo de la expedición, la supervivencia de los expedicionarios y el cumplimiento del plan trazado por Fidel. Es a este aspecto menos conocido de la epopeya del Granma al que nos vamos a referir apretadamente en esta ocasión.
Celia: indoblegable firmeza
Ya desde antes del Moncada, Fidel consideraba la Sierra Maestra como el marco idóneo para el desarrollo de la lucha guerrillera contra la tiranía batistiana. El plan contingente de la acción del 26 de julio de 1953, como es sabido, preveía la retirada de los combatientes hacia las montañas de la Maestra, para emprender desde allí, en un terreno de características topográficas propicias y en un medio social favorable para su desarrollo, un tipo de lucha revolucionaria que, en las condiciones específicas de Cuba en aquel momento, podía ser capaz de provocar el colapso militar del régimen tiránico, paso previo indispensable para la toma del poder y el inicio de la transformación revolucionaria de la sociedad cubana.
Por esta razón, desde que Fidel comenzó a elaborar los planes de la expedición que llevaría al país la guerra necesaria, una de las premisas tácticas fue que el punto de llegada debería ser próximo a la Sierra Maestra. En la decisión final de la zona de desembarco intervino, en primer lugar, un factor de orden geográfico. La costa entre Niquero y Pilón era la puerta a la Sierra más cercana al punto de partida de la expedición en México. Era una zona remota, con escasas y malas vías de comunicación, en la que normalmente no se movían fuerzas enemigas considerables. Otro factor era de orden humano, y se resume en un nombre: Celia Sánchez.
El Movimiento 26 de Julio en la costa suroeste de Oriente, bajo el liderato de Celia, era ya una entidad operativa. Su propia existencia y pujanza eran la demostración más elocuente del sentido de organización, la habilidad y seriedad de la esforzada revolucionaria. De la mano de Celia, y aprovechando sus relaciones, el Movimiento podía ser capaz de preparar el recibo de la expedición de forma tal que pudieran apoyarse desde los primeros momentos las acciones que se llevaran a cabo y asegurarse el internamiento posterior del destacamento expedicionario en su teatro de operaciones de la Sierra.
Sobre los hombros engañosamente frágiles de la inquieta luchadora, recaería la responsabilidad gravísima de preparar las condiciones que pudieran garantizar el éxito de todo el plan para el Inicio de la nueva fase de la lucha, y asegurar quizás la vida misma de Fidel y los demás expedicionarios. Como quedaría demostrado por los hechos, Celia estará a la altura de esa responsabilidad y esa confianza. Su labor de organización de la red de recepción del desembarco del Granma, la proyectará a los primeros planos de la Revolución Cubana, posición cimera que sabrá mantener a partir de ese momento hasta su muerte por obra de su esfuerzo, su abnegación, su lealtad inquebrantable con Fidel y con el pueblo.
Los preparativos
Un día a inicios de enero de 1956, llegan a Pilón, Frank País y Pedro Miret, acompañados por otros militantes manzanilleros. Miret estaba encargado por Fidel de evaluar más concretamente, junto con Frank, las condiciones de la zona como posible destino de la expedición revolucionaria que para esa fecha ya se preparaba en México.
Bajo la portentosa mata de mango del patio de la casa de la Sánchez en Pilón, al amparo de miradas indiscretas por la bóveda frondosa del añejo árbol, tienen lugar las conversaciones entre los visitantes y Celia. Fue en esta ocasión cuando ella conoció por fin personalmente a Frank, y sin duda, desde el primer momento, se ratificó el sentimiento recíproco de admiración y respeto entre ambos, y se estableció una corriente de mutua simpatía.
Como resultado de estas discusiones, Celia recibe formalmente la encomienda de realizar todo el trabajo que fuere necesario en la zona para garantizar la entrada sin contratiempos de la expedición que traerá Fidel. Se valoran en detalle los cursos de acción a tomar, y Celia queda facultada, como coordinadora de toda esta preparación, para proponer y ejecutar otras disposiciones que considere convenientes, actuando siempre en relación con Frank y bajo la orientación general y directa de este desde Santiago. Queda entendido que su esfera de competencia rebasa el marco concreto de Pilón, y abarca todo el aparato clandestino del Movimiento en la costa, incluido Manzanillo, que debe servir como una especie de base general de operaciones.
De los análisis realizados sobre las necesidades básicas que surgirían a la llegada de los expedicionarios son tres las que se plantean con más fuerza: apoyo militar en acciones combativas concretas —como la posible captura de los cuarteles de la costa—, facilidades de transporte para el rápido traslado de los combatientes, bien hacia la montaña o a lo largo del camino de la costa, y, finalmente, ayuda de la población campesina en abastecimientos, uso de casas y fincas como campamentos, información y servicios como prácticos.
En lo que respecta a la preparación militar de grupos de combatientes que puedan apoyar las acciones que se emprenden después del desembarco, la actividad de Celia se concentra a lo largo de estos meses en fortalecer las células de acción en todas las localidades de la costa: Pilón, Niquero, Media Luna, San Ramón y Campechuela. En el caso de Pilón, y en general también en los demás lugares, aplica el procedimiento de ir formando, con los elementos más jóvenes y decididos, células independientes del resto de la organización, cuya única misión es organizarse y prepararse para cuando llegue el momento de apoyar con acciones concretas el desembarco. Se trata posiblemente de un esquema sugerido por Frank, quien siempre procuró mantener una cierta compartimentación de funciones entre los cuadros del Movimiento, en particular en el caso de los grupos de acción.
Como consecuencia de este trabajo de reclutamiento y organización, en los días previos al desembarco el Movimiento disponía en toda la costa de células relativamente numerosas de militantes listos para entrar en acción, que en muchos casos estuvieron incluso acuartelados en espera de la orden de lanzarse a combatir. Así fue, por ejemplo, en Niquero, donde este trabajo de preparación se llevó a cabo con notable eficiencia, y en Campechuela, donde también el Movimiento llegó a contar con un fuerte grupo de apoyo.
A medida que se iban nucleando estas células en los distintos lugares de la costa, sus miembros empezaron a realizar un entrenamiento militar básico que, por lo general, estaba a cargo de alguno de los responsables locales o de un cuadro del Movimiento enviado desde Manzanillo. En el caso de Pilón, por ejemplo, actuó ocasionalmente del instructor Víctor Boronat, militante manzanillero. Otras veces era la propia Celia quien dirigía algunas de estas sesiones en que los futuros combatientes aprendían a arrastrarse hacia un objetivo y practicaban el tiro. Los entrenamientos se efectuaban en algunos lugares apartados de las lomas que rodean el pueblo de Pilón, y nunca fueron descubiertos, si bien no dejó de haber una nutrida cuota de sobresaltos y de alarmas concretas.
Según se fueron perfilando los planes, la misión de estos grupos quedó definida. Una de las variantes del plan elaborado por Fidel para el desembarco, contemplaba la captura por sorpresa de los pequeños cuarteles de la costa: Niquero, Media Luna, Pilón. Los grupos de acción del Movimiento deberían apoyar a los expedicionarios en estos asaltos y cortar todas las comunicaciones telefónicas y telegráficas con Manzanillo para impedir la llegada de un aviso a esta ciudad y el envío de refuerzos. De ser posible, se ocuparían también de obstaculizar el tránsito de tropas enemigas por el camino de la costa. Una vez cumplidas estas misiones, estos grupos se irían sumando al contingente expedicionario.
Un aspecto importante de estos preparativos militares consistía en la obtención de una parte de las armas y parque necesarios para poder realizar estas acciones, ya que, según Frank había informado a Celia, los expedicionarios traerían consigo pertrechos suficientes para completar el equipamiento de los grupos de la costa. Otra actividad de apoyo no menos importante era el acopio de toda la información que pudiera ser útil a los expedicionarios. En esto Celia obtuvo logros resonantes. En una ocasión logró sustraer de un barco portugués anclado en Pilón las cartas náuticas de toda la zona entre Marea y Niquero, y las hizo llegar a Pedro Miret en La Habana para que las llevara consigo a México.
En la misma forma obtuvo otras cartas y mapas de la zona sustraídos de las oficinas del central Cape Cruz. Algunos de estos documentos fueron ocupados por el enemigo en el Granma después del desembarco.
Un aporte significativo en términos de información fue el contacto directo establecido meses antes del desembarco con Randol Cossio —conocido de Celia desde la infancia y hermano de la que había sido su maestra en los años infantiles en Media Luna—, quien era el piloto personal del coronel Río Chaviano, jefe del Regimiento número 1 en Santiago de Cuba. Cossio suministró durante mucho tiempo los partes diarios de los movimientos de las fragatas y guardacostas de la Marina de Guerra de la tiranía. Esta información permitía deducir los esquemas operacionales de patrullaje naval de la zona donde debía efectuarse el desembarco, y podía resultar determinante en la decisión del punto exacto, día de la semana y hora en que era más factible realizarlo con un riesgo mínimo de detección.
En este mismo orden de cosas, Celia dio instrucciones a los grupos de acción que iba formando para que mantuvieran un chequeo permanente de los cuarteles y puestos enemigos en la zona, a fin de determinar los horarios de cambios de guardias, los dispositivos de vigilancia, las frecuencias e itinerarios de los recorridos y patrullas, la cantidad de efectivos y armamento, y todas las demás informaciones útiles al planificar la toma de estas instalaciones.
Presencia campesina
Sin duda, el aporte más valioso de Celia a la expedición del Granma fue su laborioso trabajo de preparación de la red de colaboradores campesinos en la zona. En cierta forma, a Celia no le era particularmente difícil establecer estos contactos. En su condición de hija del único médico que había en Pilón, conocía a casi todas las familias campesinas de los alrededores del poblado. Lo más importante, era apreciada y querida en esos hogares por su trato cariñoso cuando alguno de ellos acudía a la consulta del doctor Sánchez en su casa del batey, por el interés que se tomaba en sus problemas, por el desvelo y la preocupación que manifestaba en cada ocasión. Por eso, a la hora en que tuvo que acudir en busca de apoyo, Celia encontró un terreno fértil. No cabe duda de que otra persona no habría logrado obtener la misma colaboración que Celia encontró entre sus amistades campesinas.
A esto hay que añadir, desde luego, que el campesino serrano estaba naturalmente predispuesto como clase a luchar contra un régimen que lo oprimía y explotaba de manera especialmente brutal, y a luchar en particular contra esa personificación maldita de su explotación que era el guardia rural. De ahí que no era extraño que ese campesino estuviera en disposición de dar apoyo a quien venía precisamente a combatir contra ese enemigo común. […]
Celia logró comprometer en esta empresa a algunos elementos clave que le permitieron ampliar considerablemente la red de apoyo al desembarco que estaba empeñada en construir. Uno de estos fue Guillermo García, campesino de El Plátano, conocedor palmo a palmo de la zona del río Toro —cuya desembocadura era uno de los puntos más propicios para el desembarco— y persona de muchas relaciones en todo Pilón y Niquero en virtud de su actividad como comprador de ganado. Guillermo, además, tenía ya cierta experiencia en acciones emprendidas en Pilón con los trabajadores cañeros del central, y le era posible nuclear un grupo importante de colaboradores. Es él la persona a la que Celia confía la responsabilidad de preparar las condiciones para esperar el desembarco en el tramo de la costa comprendido entre Toro y Pilón, y organizar la red de apoyo en El Plátano, La Manteca, Durán, Ojo del Toro, Las Puercas y otros lugares por los que quizás tuviera que pasar el contingente expedicionario después del desembarco.
También Celia recabó la ayuda de Crescencio Pérez. Era esta una figura ya casi legendaria en la zona. Viejo luchador contra la Guardia Rural desde la época de Machado, Crescencio había estado alzado en el monte un sinnúmero de veces y solo en una ocasión las fuerzas represivas lograron capturarlo. Su fuga espectacular de la cárcel había contribuido en buena medida a su leyenda. Con la ayuda de sus muchos parientes y no menos numerosos compadres en la zona, pudo mantenerse viviendo en su casa de Ojo de Agua de Jerez, en el camino entre Media Luna y Pilón, de hecho al margen de la ley. Para la Guardia Rural, que había aprendido a dejarlo tranquilo, Crescencio era un personaje que inspiraba a la vez fascinación y temor. Respetado por muchos y temido por otros, casi todos los campesinos de esa parte de la montaña lo conocían y amparaban. Nadie mejor que él, por tanto, podía obtener el compromiso de colaboración de muchos de los vecinos de la zona en la atención al grupo expedicionario.
En los primeros meses de 1956, Celia hace contacto con Crescencio a través de Juan León, pariente del patriarca campesino. En Pilón tiene lugar la primera entrevista personal de la que Celia sale ya con la garantía de que Crescencio ayudará en todo lo que esté a su alcance. Quizás hayan contribuido a este rápido acuerdo el inveterado espíritu de rebeldía del viejo luchador, por una parte, y por otra, el formidable poder de persuasión de Celia, reconocido por todos los que la conocieron, así como la circunstancia de ser ella hija de un compañero de luchas antimachadistas y el hecho de que Ignacio, uno de los hijos de Crescencio, ya estaba metido en los afanes conspirativos entre los camioneros que tiraban caña en Pilón.
Por intermedio de las gestiones de Crescencio. Celia puede ampliar considerablemente la red de colaboradores campesinos en zonas tan cruciales como Belic, Ojo del Agua, Alegría de Pío, Río Nuevo, Las Palmonas, Santa María, Guaimaral, Ceibabo, Conveniencia, El Mamey, Paimarito, Sevilla, Las Cajas y otros puntos en la ruta general que luego tendrían que seguir los expedicionarios en su marcha hacia las zonas más intrincadas de la Sierra. A mediados de 1956, Crescencio e Ignacio realizan un extenso recorrido por la montaña, que los lleva hasta el río Palma Mocha, cerca del Turquino. Entre otros lugares, pasan por Purial de Vicana, El Cilantro, El Ají, La Caridad de Mota, La Habanita, El Lomón, Caracas, El Coco, El Jigüe y La Plata, siguiendo una ruta muy próxima a la que después emprenderá la columna guerrillera en las primeras semanas de la guerra, y dejan establecidos contactos que luego serán de gran utilidad.
Cella había obtenido también la colaboración de Mongo Pérez, hermano de Crescencio y militante ortodoxo destacado. Mongo vivía en Cinco Palmas, dentro ya de la Sierra, donde tenía una tienda, siembras de café y ganado […]. Si bien este trabajo de organización entre los campesinos fue una de las preocupaciones esenciales de Celia durante los meses anteriores al Granma, hay que señalar que esa labor se extendió también a los trabajadores agrícolas e industriales de los centrales de la costa.
Igualmente Celia desarrolló una intensa actividad en esta etapa en Manzanillo. Con la ayuda de Micaela Riera, designada tesorera del Movimiento en la región, emprende una campaña vigorosa en busca de contribuciones en dinero al Movimiento para apoyar, en particular, los gastos que suponen todos los preparativos relacionados con el desembarco. A través de Quique Escalona, organiza a los trabajadores bancarios de la ciudad en actividades de recaudación de fondos y otros trabajos de apoyo. Por intermedio del doctor René Vallejo, consigue la colaboración de muchos médicos. Con el concurso de varias mujeres manzanilleras, prepara uniformes, mochilas, brazaletes y banderas. Reúne medicinas, catres, sábanas, frazadas, botas y muchas otras cosas que pueden ser útiles llegado el momento de comenzar la lucha.
El aviso de Frank
En noviembre de 1956 ya Celia puede considerar que el ingente trabajo preparatorio realizado por ella con el concurso de valerosos y eficientes colaboradores en toda la costa de Manzanillo a Pilón está prácticamente concluido. Ya en estos momentos el enemigo había comenzado a adquirir conciencia del papel que ella desempeñaba en la actividad del Movimiento en la región, aunque había sido tanta la eficacia y discreción del trabajo realizado y la conducta de todos los comprometidos en los planes relacionados con el recibo de la expedición que ni el menor asomo de sospecha afloró en los mandos militares y represivos de la tiranía sobre la posibilidad del arribo por esa zona de la expedición que preparaba Fidel en México.
No obstante ya Celia se había visto obligada a pasar a la clandestinidad en Manzanillo desde donde había seguido dirigiendo la labor en el resto de la costa. Y será allí donde le llegará el aviso de Frank de que ya Fidel está en camino.