El inolvidable combate de La Plata
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Un cuartelito situado en el pequeño llano costero cercano de la desembocadura del río La Plata fue el lugar escogido por el Comandante en Jefe, Fidel Castro Ruz, para realizar —el 17 de enero de 1957—, la primera acción ofensiva del Ejército Rebelde contra el ejército batistiano. Ese ataque no solo revelaría a Cuba la existencia de la guerrilla, y la falsedad de las versiones divulgadas por la dictadura acerca de la muerte de Fidel Castro y el exterminio total de los expedicionarios del Granma, sino que fue decisivo al demostrar las posibilidades reales de la lucha guerrillera y porque despertó el entusiasmo del campesinado oprimido.
PRIMERA VICTORIA DEL EJÉRCITO REBELDE
El grupo guerrillero que había partido de la finca de Mongo Pérez el 25 de diciembre de 1956 para adentrarse en el macizo montañoso de la Sierra Maestra, llegó al río Magdalena el 14 de enero de 1957.
En ese lugar, Fidel dio instrucciones y ordenó realizar algunos ejercicios de tiro. «En aquel momento —escribió el Che Guevara—, había veintitrés armas efectivas; nueve fusiles con mirilla telescópica, cinco semiautomáticos, cuatro de cerrojo, dos ametralladoras Thompson, dos pistolas ametralladoras y una escopeta calibre 16».
Aquella noche durmieron al lado del Magdalena y, al día siguiente, continuaron la marcha escalando las empinadas lomas hasta coronar el firme de la Maestra. Allí establecieron un punto de observación desde donde, a través de la mirilla de su fusil, Fidel encontró la posición exacta del cuartel. Ese reconocimiento le fue muy útil para planificar el combate.
Sobre las tres de la tarde del 16 de enero, Fidel dio la orden de partir. Los combatientes cruzaron el río de La Plata y, al anochecer se apostaron en el camino del cuartel. Poco después, al capturar dos campesinos, estos les dieron información precisa sobre la cantidad de soldados que había y dijeron que muy pronto pasaría por ese lugar Chicho Osorio, un mayoral muy conocido por abusador y chivato.
Ya había anochecido cuando arribó el mayoral en estado de embriaguez. Universo Sánchez le dio la voz de alto, y Osorio contestó «mosquito». Esa era la contraseña de los guardias del cercano cuartel.
En su artículo Combate de la Plata, Ernesto Che Guevara narró que Chicho Osorio creyó a Fidel cuando este se presentó como un coronel del ejército que cumplía la misión de investigar el porqué no habían sido liquidados los rebeldes. Era tal el estado de embriaguez de Osorio que no solo dio detalles importantes del cuartel, sino que hasta mostró las botas de factura mexicana que calzaba y les dijo que eran «de uno de estos hijos de... que matamos». Allí, sin saberlo, Chicho Osorio había firmado su propia sentencia de muerte. No sin antes guiar a los rebeldes para sorprender a todos los soldados y demostrarles que estaban muy mal preparados y que no cumplían con su deber.
Poco después de las dos de la madrugada del día 17, Fidel ordenó iniciar el avance final sobre el objetivo. Veintidós soldados rebeldes ocuparon sus posiciones para el ataque. A las 2:30 de la madrugada del 17 de enero de 1957, Fidel disparó una ráfaga de ametralladora contra la posta. Esa era la señal para iniciar el ataque.
Raúl Castro, en su diario, describió el combate de aquella madrugada:
«Sonó la ráfaga en esa dirección y cuestión de segundos después el estruendo fue infernal, teníamos orden de disparar cada uno 3 disparos y suspender el fuego, para conminarlos a rendirse. Algunos de nosotros improvisamos cortas arengas indicándoles que sus vidas serían respetadas, que solo queríamos las armas y que no fueran estúpidos, que mientras Batista y todos sus amigos politiqueros se enriquecían robando y sin riesgos de ninguna clase, ellos morían sin gloria alguna en la Sierra Maestra. La respuesta fue silencio absoluto […]
«F. [Fidel] cansado de arengas, le hizo la última y cambiando su mirilla por la ametralladora de Fajardo, le disparó un peine completo a la casa de zinc, que era donde más tropa había, en ráfagas de a tres tiros».
Poco después, los soldados del cuartel dejaron de disparar. Las tropas rebeldes habían vencido. El combate duró aproximadamente media hora. En la tropa guerrillera no hubo bajas, mientras que el ejército contrario tuvo dos muertos y cinco heridos.
EL RESPETO A LOS PRISIONEROS Y LA ATENCIÓN A SUS HERIDOS
En la puerta del cuartel se asomó un soldado pidiendo socorro para un herido. Raúl corrió en ayuda del soldado que pedía auxilio para su compañero que sangraba, al tiempo que iba llamando al Che para que viniera a prestarle atención médica.
El Che era el médico de la guerrilla y, mientras aplicaba un torniquete para contener el sangramiento del herido y los combatientes recogían las armas y el parque del cuartel, Raúl dio inicio a un diálogo con el soldado Víctor Manuel Maché, preguntándole por qué no se habían rendido antes. El joven militar respondió que todos ellos habían pensado que después iban a ser fusilados.
«—Eso es lo que hubiera querido el gobierno —le contesta Raúl—, para abrir el odio entre nosotros. Pero, en fin de cuentas, somos hermanos, y nosotros lamentamos la muerte de los compañeros de ustedes, jóvenes cubanos como nosotros. Ustedes combaten por un hombre, nosotros por un ideal.
Fidel interviene en la conversación:
«—Los felicito. Se han portado como hombres. Quedan en libertad. Curen sus heridos y váyanse cuando quieran».
El combate de La Plata es punto de partida de una de las tradiciones más humanas del Ejército Rebelde: el respeto a los prisioneros y la atención a los heridos. Humanismo y ética fueron consustanciales a Fidel Castro y su ejército guerrillero, que siempre contrastó con la actitud del ejército de la dictadura, que no solo asesinaba a los revolucionarios heridos, sino que en muchas ocasiones abandonó a los suyos.
Los prisioneros fueron puestos en libertad y se les hizo entrega de todas las medicinas disponibles para el cuidado de los soldados heridos.
Sobre las 4:30 a.m., la columna guerrillera al mando de Fidel emprendió la marcha por todo el camino que bordea el mar, para luego ascender por las empinadas cuestas rumbo a Palma Mocha. Atrás quedaba La Plata. Los guerrilleros, sobrecargados por el peso de las armas y el parque recién adquiridos tras su primera acción victoriosa, caminaban con el entusiasmo del triunfo.
Raúl Castro escribió en su diario de guerra: «Le prendí candela al cuartel, la única casa que quedaba sin arder, y después de colocar los heridos distantes del fuego, nos marchamos. […] Tomamos rumbo hacia el campamento. Me puse al lado de un prisionero y echándole un brazo por arriba de los hombros, así fui hablando con él de la ideología de nuestra lucha, del engaño de que eran víctimas ellos por parte del gobierno y todo lo concerniente al tema que el tiempo y lo corto del camino nos permitió. Él me pidió que anotara su nombre [Víctor Manuel Maché] y que en el futuro no me olvidara de él, ya que era pobre, que mantenía a su mamá, y él no sabía lo que iba a pasar. Nos despedimos de los prisioneros con un abrazo, soltamos a los civiles presos. […]
«Desde lo lejos, se veían arder sobre los cuarteles de la opresión, las llamas de la libertad. Algún día no lejano sobre esas cenizas levantaremos escuelas».