El primer día de la libertad
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Es de noche en Santiago de Cuba. No cabe ni un alma más en el parque Céspedes y sus alrededores. Por primera vez, en mucho tiempo, se respira un aire diferente en la indómita ciudad. No más el ulular de sirenas presagiando la voluntad del crimen, no más madres enlutadas en procesión por las calles, no más la furia de los esbirros contra la juventud.
Es la misma ciudad donde cinco años, cinco meses y cinco días antes había recomenzado la gesta por la libertad y la justicia con el asalto al cuartel Guillermón Moncada. La primera en conocer el alegato La historia me absolverá. La que se levantó el 30 de noviembre de 1956 con la intención de que desembarcaran sin tropiezos los expedicionarios del yate Granma. La de Frank País, empinándose desde la muerte.
Poco después de las 11:00 p.m., desde el balcón del Ayuntamiento se divisa una figura que irradia energía y determinación, pese a que durante las últimas jornadas ha permanecido en vela, tomándole el pulso a los acontecimientos y adoptando puntuales y urgentes decisiones encaminadas a asegurar el triunfo. Es Fidel Castro Ruz, el principal gestor de la hazaña del Moncada, el héroe de la Sierra Maestra. Ya no se dirán más sus apellidos en el trato de los cubanos hacia él. Es Fidel y la invocación de su nombre basta para seguir sus pasos y saberlo Comandante en Jefe, hermano, padre, guía irreductible, vertical, entrañable.
Pocas horas antes, el pueblo santiaguero había sido convocado por la radio. La voz se multiplicó de casa en casa, de boca en boca, por todos los ámbitos de la urbe oriental.
La maniobra urdida de conjunto por la cúpula militar batistiana y las autoridades norteamericanas para impedir el triunfo de las fuerzas revolucionarias quedó frustrada ante la estrategia del líder y el enorme respaldo popular a la Revolución.
Desde Washington, el 31 de diciembre de 1958, en el mismo momento en que se desmoronaba la tiranía, el Departamento de Estado y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) calificaban al Movimiento 26 de Julio como una organización «carente de responsabilidad y de habilidad necesarias para gobernar a Cuba».
Los norteamericanos contaban con el contubernio del general Eulogio Cantillo, quien el 28 de diciembre sostuvo una entrevista con Fidel en un antiguo ingenio azucarero de Palma Soriano, donde ante el Jefe del Ejército Rebelde se comprometió a no dejar que el dictador Fulgencio Batista escapase, a no planear una asonada castrense que tratara de impedir el evidente triunfo de la insurrección popular, y no apelar a la mediación de la embajada de Estados Unidos.
El militar traicionó su palabra. Se prestó a los manejos de una sucesión espuria, acompañó al tirano hasta el avión en que se marchó de la Isla y se puso de acuerdo con los norteamericanos para tratar de impedir la victoria.
Al enterarse de la fuga del sátrapa, Fidel actuó con firmeza. Un testigo de aquel minuto decisivo, Alberto Vázquez, conocido como Vazquecito, quien fungió como chofer de Fidel durante la Caravana, nunca olvidará la reacción del
Comandante:
El día 31 de diciembre acompañé a Fidel a varios lugares. En horas de la tarde fuimos hasta El Cobre. Allí me preguntó si sabía llegar hasta donde se encontraban Raúl y Efigenio Ameijeiras. Mi respuesta fue afirmativa. Al filo de las 8:00 de la noche me entregó un mensaje por escrito para ambos jefes rebeldes con la orientación de no atacar la ciudad de Guantánamo. El mensaje lo entregué a Efigenio, cerca del batey del central Ermita, hoy Costa Rica. De regreso, casi a las 2:00 de la madrugada del 1ro. de enero, comienzo a escuchar en el radio del Land Rover la noticia de la huida del tirano.
Fidel no se encontraba en El Cobre. Entonces me dirigí hacia el central América. Eran como las 5:00 de la mañana y el que estaba en la posta de la Comandancia era Calixto García. Al comunicarle la noticia se acercó a escucharla. Estábamos alegres, pero el Comandante en Jefe se molestó muchísimo y nos explicó el significado de lo acontecido, sobre todo para la definición de los revolucionarios y las fuerzas que combatían al régimen. Al poco rato redactó algunas órdenes y la alocución que leyó al pueblo de Cuba, a través de la emisora Radio Rebelde, en Palma Soriano. Aún recuerdo su firmeza cuando convocó a la Huelga General, trazó la estrategia final para la entrada a Santiago y proclamó la consigna: «Revolución sí, golpe militar no».
Otro testigo excepcional, Luis Buch, relató aquel acontecimiento en los siguientes términos:
Estaba en Radio Rebelde. Desde allí se habían lanzado ciertas consignas dirigidas a los trabajadores y al pueblo en general; que tuvieran calma, que no destruyeran nada que pudiera afectar los bienes del pueblo. Se dijo que pronto hablaría Fidel. En esa oportunidad estaban llamando desde La Habana. Era el general Cantillo, quien quería hablar con Fidel. Cuando Fidel llegó, le decimos: «Cantillo ha estado llamando insistentemente, quiere entrevistarse contigo». (…)
Todos los allí presentes estábamos de acuerdo con que Fidel debía contestar, hablar con Cantillo, discutir la situación creada. Y Fidel nos mira y dice: «Yo no estoy loco, ustedes no se dan cuenta de que los locos son los únicos que hablan con cosas inexistentes, y como Cantillo no es el jefe del Estado Mayor del Ejército, yo no voy a hablar con cosas inexistentes, porque no estoy loco. Todo el poder es para la Revolución». (…) Recuerdo que Fidel traía una minuta en las manos y durante un rato dio zancadas por la habitación y, apoyándose en un mueble que servía para colocar las probetas, revisaba el escrito. (…) En ese momento, al ver cómo Fidel conducía aquel instante histórico, la respuesta que había dado sobre Cantillo, y la firmeza y serenidad con que manejó la nueva situación creada, es que yo me percato de que la Revolución ha triunfado. En ese instante, ya estaba seguro de que ninguna maniobra podía parar a la Revolución, y que la victoria era cierta, segura.
Fidel se alista el primer día del nuevo año para entrar a Santiago. Ha ordenado a las columnas al mando de Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, victoriosas en el centro de la isla, avanzar hacia La Habana y tomar posesión de la capital del país; Camilo de Columbia y el Che de La Cabaña. A los santiagueros les dice, a través de Radio Rebelde y la cadena de emisoras, que se suma a la transmisión:
Santiagueros: la guarnición de Santiago de Cuba está cercada por nuestras fuerzas. Si a las 6:00 de la tarde del día de hoy no han depuesto las armas, nuestras tropas avanzarán sobre la ciudad y tomarán por asalto las posiciones enemigas.
A partir de las 6:00 de la tarde de hoy, queda prohibido todo tráfico aéreo o marítimo en la ciudad.
Santiago de Cuba: los esbirros que han asesinado a tantos hijos tuyos no escaparán como escaparon Batista y los grandes culpables, en combinación con los oficiales que dirigieron el golpe amañado de anoche.
Santiago de Cuba: Aún no eres libre. Ahí están todavía en tus calles los que te han oprimido durante siete años, los asesinos de cientos de tus mejores hijos, la guerra no ha terminado porque aún están armados los asesinos.
Los militares golpistas pretenden que los rebeldes no puedan entrar en Santiago de Cuba. Se prohíbe nuestra entrada en una ciudad que podemos tomar con el valor y el coraje de nuestros combatientes como hemos tomado otras muchas ciudades. Se quiere prohibir la entrada en Santiago de Cuba a los que han liberado a la Patria; la historia del 95 no se repetirá, esta vez los mambises entrarán hoy en Santiago de Cuba.
En efecto, al término de la contienda emancipadora organizada por José Martí a finales del siglo XIX, la intervención del naciente imperialismo norteamericano impidió completar la independencia. Justamente, en los alrededores de Santiago de Cuba se habían librado en 1898 las últimas batallas de las huestes mambisas y los efectivos norteamericanos contra las derrotadas tropas coloniales españolas. Sin embargo, a la hora de entrar a la ciudad, solo lo hicieron los ocupantes norteños. El alto mando de las tropas interventoras consideró que los mambises podían cometer excesos contra los españoles y, por tanto, no eran de fiar. Aquella humillación fue enérgicamente respondida por el Mayor General Calixto García.
Con Fidel al frente, los mambises del siglo XX sí entraban el 1ro. de enero de 1959 a Santiago de Cuba y se disponían a fundar sobre nuevas bases una República libre y soberana.
Sin necesidad de acción bélica alguna, la plaza militar de la segunda ciudad de la isla se rindió. Raúl Castro se dirigió al Moncada, donde el regimiento depuso sus armas.
Al parque Céspedes, bien avanzada la noche, llega Fidel. El comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, asaltante del Moncada, expedicionario del Granma, y combatiente en la Sierra Maestra, testimonia con elocuencia lo acontecido en el corazón de Santiago durante la primera noche del nuevo año:
Estamos en el ayuntamiento, frente al parque Céspedes. Antes estuvimos en la emisora de radio, la CMKC. En el local surge un rumor entre la gente. Cuando preguntan qué sucede, contestan que han visto al jefe de la policía, al representante del régimen y del crimen, ese asesino, con un brazalete rojo y negro, del 26 de Julio, en uno de sus brazos. Todo transcurre tan extraño en estos primeros momentos de júbilo… Desde uno de los balcones vemos izar la bandera cubana a los acordes del Himno Nacional, como era tradicional en el acto patriótico de esta fecha que había sido suspendido.
Varios oradores ocuparon la tribuna improvisada en el balcón del Ayuntamiento. Representantes de diversos sectores testimoniaron el júbilo popular por el triunfo. El Gobierno Revolucionario, cuyo primer gabinete se había constituido días antes en pleno teatro de operaciones de la ofensiva final, era dado a conocer. Pero todos querían escuchar a Fidel en persona, de viva voz.
«¡Al fin hemos llegado a Santiago! ¡Duro y largo ha sido el camino, pero hemos llegado!», fueron sus primeras palabras.
Una y otra vez vítores y ovaciones matizaron la medular intervención del Comandante en Jefe. Más que discurso, aquel fue un diálogo franco y transparente con la población santiaguera. Atrás quedaban los tiempos de la retórica remilgada de los politiqueros, y se inauguraban los tiempos del verbo directo, de los argumentos, de la veracidad.
Fidel explicó los pormenores de las últimas horas, la intentona golpista en Columbia, la manera en que se había evitado un combate en las calles de Santiago y la necesidad de actuar con madurez y responsabilidad para consolidar el triunfo.
Tuvo palabras de aliento y solidaridad hacia los campesinos, los obreros y todos los que contribuyeron a la causa. Como haría a partir de entonces y para siempre, no hizo promesas vanas. En primer lugar estaba la ética de la Revolución.
No creemos que todos los problemas se vayan a resolver fácilmente, sabemos que el camino está trillado de obstáculos, pero nosotros somos hombres de fe, que nos enfrentamos siempre a las grandes dificultades. Podrá estar seguro el pueblo de una cosa, que es que podemos equivocarnos una y muchas veces, lo único que no podrá decir jamás de nosotros es que robamos, que traicionamos, que hicimos negocios sucios... Y yo sé que el pueblo los errores los perdona y lo que no perdona son las sinvergüencerías, y los que hemos tenido son sinvergüenzas (...).
Nunca nos dejaremos arrastrar por la vanidad ni por la ambición, porque como dijo nuestro apóstol: «Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», y no hay satisfacción ni premio más grande que cumplir con el deber, como lo hemos estado haciendo hasta hoy y como lo haremos siempre. Y en esto no hablo en mi nombre, hablo en nombre de los miles y miles de combatientes que han hecho posible la victoria del pueblo; hablo del profundo sentimiento de respeto y de devoción hacia nuestros muertos, que no serán olvidados. Los caídos tendrán en nosotros los más fieles compañeros. Esta vez no se podrá decir como otras veces que se ha traicionado la memoria de los muertos, porque los muertos seguirán mandando.
La histórica alocución culminó entrada la madrugada. Apenas unas horas después, el líder de la Revolución se pondría en marcha hacia Occidente en un periplo que sería para siempre recordado bajo del nombre de Caravana de la Libertad.
(*) Versión de la crónica inicial del libro Caravana de la libertad, Editora Abril, 2009.