Con Fidel, ayer, hoy y siempre (I)
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El 90 aniversario de Fidel Castro ha estimulado un rico debate de ideas en el seno de las fuerzas populares y su intelectualidad en torno a su trayectoria, las inabarcables facetas de su vida y personalidad, sus cualidades de líder y estadista y su legado teórico y práctico.
A millones nos alegra que arribe lúcido y combatiente a edad tan avanzada, como revela su artículo “El cumpleaños”, pero tenemos que felicitarnos también por el inicio de este debate. Sobre todo en Cuba, donde existen generaciones educadas por su presencia; valiosas y aleccionadoras anécdotas que contar por cientos de miles de revolucionarios y personas de las más sencillas sobre sus experiencias con Fidel, ya sea en su acostumbrado contacto directo con el pueblo, o por la influencia recibida de su prédica y ejemplo.
Y es que si no hubiera sido por su enorme sensibilidad social y nobleza de sentimientos, la desbordante creatividad de su pensamiento político, que rompió con dogmas y esquemas sacrosantos del marxismo oficial imperantes en nuestra región y en el mundo; su voluntad inquebrantable de luchar en las circunstancias más adversas hasta convertir los reveses en victoria y su genial liderazgo político y militar, unidos a una penetrante visión de futuro, no habría triunfado la revolución en 1959.
Fidel resultó la sorprendente síntesis en un conductor de las vertientes más patrióticas y humanistas de una historia, una cultura artística y literaria y una tradición política nacionales alimentadas por una temprana, aunque embrionaria, noción de patria de los criollos, heroicos levantamientos de esclavos, la decisiva impronta intelectual del padre Félix Varela, treinta años de cruenta guerra popular contra el colonialismo español, la genial visión y previsión latinoamericanista, democrática y antimperialista de Martí y las radicales luchas sociales, políticas y antimperialistas anteriores al ataque al Moncada.
Esas cualidades le propiciaron la descomunal hazaña intelectual de crear la estrategia y la táctica para organizar a las masas y lanzarlas al combate rompiendo con la modorra y el descreimiento generalizados en la política. La Manifestación de las Antorchas, El Moncada, la lucha por la amnistía de los moncadistas, la organización heterodoxa del Movimiento 26 de Julio, el crecimiento y arrolladoras acciones del Ejército Rebelde en 1958, el énfasis en la unidad de los revolucionarios, la unánime huelga general revolucionaria para impedir que la injerencia yanqui tronchara la victoria del pueblo el primero de enero, jalonaron rápidamente el camino a la patria libre y soberana.
No creo que nadie pueda afirmar, o negar rotundamente, que de no haber surgido Fidel la revolución, ineluctablemente, se habría desencadenado más adelante. Si es cierto que en la sociedad cubana existían las condiciones objetivas y, en potencia, las subjetivas, para un estallido revolucionario, también lo es que resulta imposible aventurar si habría surgido un liderazgo de la envergadura exigida para tamaña empresa, puesto que ello depende, entre otras variables, del azar.
En todo caso, de no haber triunfado una revolución entonces, era indetenible que se hicieran más asfixiantes las cadenas de la dominación estadounidense, de la ignorancia, la mentira, la explotación, la corrupción galopante y el desamparo. Estados Unidos aplicaba en Cuba fórmulas propias de lo que conocemos hoy como neoliberalismo, que se acentuaron notablemente con la tiranía batistiana.
La economía azucarera había entrado en una profunda crisis que impelía al neocolonialismo a extraer crecientes cuotas de plusvalía. El hambre y la insalubridad se extendían.
La república nació y malvivió castrada por la grosera intervención de Estados Unidos en 1898, dilatada luego de mil formas pese a los recios combates del pueblo cubano. Después del fracaso de la Revolución del Treinta todos los gobiernos estuvieron estrechamente asociados a la mafia, la CIA y la banca estadounidenses, además de subordinados a los intereses de Washington hasta la alborada del primero de enero de 1959. El imprescindible Imperio de La Habana, de Enrique Cirules lo demuestra irrebatiblemente.
Únicamente una revolución tan radical y democrática como la encabezada por Fidel podía poner fin a ese funesto estado de cosas e impulsar la trasformación social y cultural más profunda en la historia de América Latina a poco más de cien kilómetros de distancia de Estados Unidos.