Desembarcando con Fidel Castro en Washington DC
Fonte:
Autore:
Fidel llegó en vuelo directo desde La Habana, a bordo del Brittania Libertad, un turbo hélice de la Compañía Cubana de Aviación. La puerta de la cabina se abrió en el Aeropuerto Nacional de Washington a las 9:07 de la noche, con dos horas de retraso. Había despegado en La Habana a las 5:45 pm, escoltado por otro avión del Ejército Rebelde donde viajó parte de la comitiva oficial.
Lo esperaban al pie de la escalerilla el embajador cubano Ernesto Dihigo y George W. Healy, hijo, director del diario Times Picayune, de Nueva Orleans y presidente de la Sociedad Norteamericana de Directores de Periódicos, que había invitado al líder de la Revolución a Estados Unidos. Desde que puso un pie en la ciudad, Washington perdió su monótono equilibrio. No era indiferente a nadie y burló continuamente la protección de los agentes de la seguridad y del FBI, generoso con los saludos, las fotografías, los afectos de los taxistas, los voceadores de periódicos, las muchachas que salían de la escuela, los niños.
Los policías descubrieron que venía sobre ellos un huracán apenas Fidel asomó su cabeza en la puerta del avión y respiró el aire de la ciudad. Bajó la escaleras volándose los peldaños y se acercó a la barrera de la pista del aeropuerto para saludar a la multitud que lo aclamaba. Allá se movió el tropel de más de 80 periodistas en total desorden y algarabía. El líder cubano, vestido de verdeolivo y botas de campaña, estaba ronco, pero aún así se le escuchó responder en inglés a la pregunta de por qué venía a Estados Unidos: “Estamos conscientes de la responsabilidad que pesa sobre nosotros. Esta será una Operación Verdad, porque defenderemos el prestigio de la Revolución”.
Debió hacérsele un largo el trayecto en la noche por la ribera del Potamac hasta el barrio Adams Morgan, donde está la Embajada cubana –la misma que dentro de unas pocas horas retomará su placa oficial— y que lo alojó desde el miércoles 15 hasta el domingo 20 de abril de 1959, en que tomó un tren rumbo a Princeton. Se bajó con paso largo del carro oficial y antes de traspasar la entrada, volvió a hablar unos minutos con la prensa. Cuando se disponía a subir las magníficas escaleras de mármol de la casona neoclásica de la Avenida 16, escuchó un fuerte clamoreo a sus espaldas. Centenares de personas lo reclamaban al cruzar la calle, bloqueada por barricadas de la policía, pero “no debería salir, tiene que cumplir el protocolo”, le replicó un desesperado oficial.
“¡Basta ya de protocolos!… De lo que puedo y no puedo hacer. Va a resultar que el desembarco en Estados Unidos es más difícil que el desembarco en el Granma”. Un tal Mr. Houghton, identificado en los programas de recepción como secretario de Prensa, sugirió: “Es mejor que salga al balcón”, a lo que Fidel le replicó tajante: “Oiga, yo no soy hombre de balcones”. Diciendo esto retomó sus pasos hacia la entrada de la Embajada y cruzando la calle, se confundió con la multitud. “Por segunda vez el equipo de seguridad se vio desconcertado ante la temeridad del visitante”, reseñó en su edición del día siguiente el diario cubano Revolución.
Sol a lo cubano
Cincuenta y seis años después el tramo del aeropuerto a la calle que cruzara Fidel está despejado. Se avanza rápido por las rotondas que rodean a la Casa Blanca, una estrella de cinco puntas invertidas cuyo centro es el obelisco dedicado al primer Presidente de EEUU. Es sábado y todo el mundo parece estar recogido en una ciudad que hunde sus raíces estilísticas en la antigüedad, pero con solo 200 años de historia. Quien haya visto House of Cards, la popular serie de Neftlix sobre las intrigas políticas en la capital estadounidense, tendrá la rara sensación de estar mirando a este Washington medio vacío como si fuera el set de una serie de televisión que a la vez se inspira en el set de una película con el diseño urbano de la vieja Roma.
Al equipo de prensa que acaba de llegar a Washington para cubrir la reapertura de la Embajada cubana, le asombra además encontrarse un sol casi cubano. “Este fin de semana promete ser el más caliente del verano hasta el momento, y el domingo puede ser el día más caluroso del año hasta la fecha”, anuncia el analista del clima de The Washington Post. En el Barrio Latino hay niños semidesnudos bañándose con el agua de las fuentes, transeúntes sudorosos tragándose inmensas bolas de helado, damas refugiadas bajo sus sombreros, veteranos de guerra pidiendo limosnas abrasados por el calor y estudiantes tardíos empeñados en darle a su piel el color del trópico… Ismael Francisco capta las imágenes mientras batalla con las gotas de sudor para que no lleguen hasta el lente.
La sensación de haber aterrizado en la caldera del Diablo, incluso –o por eso mismo- después de haber vivido meses antes en esta misma ciudad el frío más intenso de nuestras vidas, también convoca al recuerdo de Fidel. Como le escuchamos a él tantas veces, el Post también dice hoy que la ola de calor prueba que el peligro de cambio climático debido a la emisión de gases de efecto invernadero “es real”. E insta al Congreso del país más consumidor de energía y más contaminante del mundo a discutir en serio el asunto. (¿Sabrá el editorialista del gran diario que más injuria a Cuba que el líder cubano lleva décadas en esa misma cruzada?)
Es natural que gravite el recuerdo de Fidel en vísperas de una fecha que quedará registrada en la memoria colectiva como un día memorable de la “historia del derecho de una pequeña nación a hablar con voz propia”. Así tituló un artículo premonitorio Ramón Sánchez Parodi, el primer jefe de la Sección de Intereses de Cuba en Estados Unidos, cargo en el que se mantuvo -tras acuerdo con la administración Carter- desde septiembre de 1977 hasta abril de 1989. Él forma parte de la delegación cubana que asistirá a la reapertura de la Embajada y coincide en que no es posible entender por qué llegamos a este día sin tener en cuenta el peso específico del líder cubano en estos acontecimientos.
“El principal protagonista de esta saga (si se le puede llamar así) de principio a fin –dice Ramón a Cubadebate- ha sido y es Fidel Castro. Fue el quién concibió desde el primer momento la importancia y la necesidad de establecer relaciones adecuadas entre Cuba y los Estados Unidos. Él enseño y educó al pueblo y a los líderes cubanos que nuestra confrontación era y es con el imperialismo norteamericano y no con el pueblo de los Estados Unidos.”
No fue casual ese viaje a Estados Unidos en 1959, muy pocos meses después del triunfo del Primero de Enero, admite Parodi: “Después de haber cumplido como primer deber la visita a Venezuela para agradecer la ayuda brindada al movimiento revolucionario, él se fue a los Estados Unidos… Fidel ha sido quien concibió la estrategia y la táctica para lograr un clima de amistad entre los pueblos de Cuba y de los Estados Unidos y de respeto de sus autoridades a la independencia y la soberanía de Cuba y de su pueblo, manteniendo una actitud firme, flexible y cordial”.
Este es un tema que tiene muchísimas aristas y que es difícil explicar en pocas palabras, asegura Ramón, “pero sin Fidel Castro no hubiésemos llegado jamás al momento actual”.
Jesús Arboleya, uno de los más lúcidos analistas de las relaciones Cuba-Estados Unidos, dice a nuestro diario digital que “Fidel ha hecho lo que le corresponde no inmiscuyéndose de manera directa en este proceso y depositar toda la autoridad en el presidente Raúl Castro, porque ello constituye un acto de respeto a la institucionalidad del país”. Pero “sin Fidel nada de lo que ha ocurrido hubiera sido posible, porque la capacidad para negociar en condiciones de igualdad y soberanía con Estados Unidos, una rareza en el mundo actual, es el fruto de la resistencia cubana bajo su conducción”.
De todas formas abruma un poco no verlo cuando caminamos por la espléndida Avenida 16 de Washington, o cuando nos detenemos frente al balcón por el que un olvidado funcionario pretendió asomarlo para que saludara al pueblo desde lejos. Él no estará el lunes físicamente aquí y aunque el ambiente es de celebración, evocándolo adquiere cuerpo esa mezcla de alegría e incertidumbre que nos deja saber que se abren las Embajadas y también, una etapa “larga y difícil” entre los dos países hacia la normalización de las relaciones. Lo dijo Silvio Rodríguez a Radio Cooperativa de Chile: “Tengo muchas dudas, pero soy optimista”.
A Silvio, que como Ramón Sánchez Parodi asistirá al acto de este lunes, le hemos pedido que sea más explícito con sus dudas y con su optimismo. No menciona al líder de la Revolución, pero en su respuesta asoma un razonamiento de impronta fidelista, a la vez sutil y profundo, “como esos ángeles que en algunas pinturas gustan de presentarse en un rayo de luz” (así describió una vez José Lezama Lima el misterio de ciertas evocaciones).
Responde Silvio:
“Las dudas surgen de nuestra larga historia de abusos del grande contra el pequeño; de la biología; de la naturaleza de muchas cosas. El optimismo, porque creo en la razón, y por lo tanto en el diálogo. Los desencuentros tienen, acaso como nunca, la oportunidad de contactos reveladores de ambas partes. Como casi todo lo que se propone el hombre, lo que viene también es una lucha contra lo oscuro de la naturaleza. Hay que creer en la lucidez del espíritu humano.”
La más bella que existe
El mismo día en que Fidel Castro salió con destino a Washington, el 15 de abril de 1959, el Embajador norteamericano en La Habana, Philip W. Bonsal, envió un mensaje al Departamento de Estado: “Los miembros más partidarios de la Revolución que rodean a Castro ven en el viaje un precedente histórico, considerándolo como la primera ocasión en que un gobernante cubano ha visitado Estados Unidos en representación de una nación totalmente soberana e igual, libre de dominación y control.”
Y así fue. Pocas horas después de salir el despacho de Bonsal, en el primer encuentro con los periodistas en la Embajada cubana, le preguntaron a Fidel si venía a buscar ayuda extranjera: “No, estamos orgullosos de ser independientes y no tenemos la intención de pedir nada a nadie”, contestó. Al día siguiente se lo diría más crudamente al Secretario de Estado Christian Herter y así tituló Revolución: “No he venido a pedir dinero”.
La historia posterior es conocida y la ha resumido Silvio en un par de líneas brillantes. Pero hay un dato que los periodistas que cubren el reinicio de las relaciones se han enterado al desembarcar en la capital estadounidense. Cuando la Casa Blanca declaró abiertamente la hostilidad hacia la Isla que osaba declararse independiente, un diplomático cubano -Héctor García Soto, bisnieto del General de la Independencia Vicente García- guardó la bandera que se había izado por última vez el 3 de enero de 1961 en la misión diplomática, el día en que Dwight D. Eisenhower anunció el rompimiento de las relaciones con la Isla, confiado en que muy pronto se restablecerían con un gobierno nuevamente subordinado a Estados Unidos.
Aquel 3 de enero Héctor dobló cuidadosamente la bandera, la puso en su maleta antes de salir de Washington y la enseña nacional estuvo guardada pacientemente durante 54 años, 28 semanas y dos días, resistiendo el paso del tiempo, soberana y libre como Cuba. La bandera “más bella que existe”, como diría Don Bonifacio, ha regresado a Washington. Los años han hecho estragos sobre aquella de 1961 y no ondeará el lunes 20 de julio en la Embajada de la República de Cuba, pero se exhibirá dentro del edificio y otra nuevecita subirá a la hora acordada por el hilo del mástil.