Consideraciones sobre el significado histórico del 26 de julio de 1953
Data:
00/08/1983
Fonte:
Revista Verde Olivo # 31: 1983 pag 4-9 / Revista Internacional Agosto 1983 Edicion en Español
El 26 de Julio del presente año se conmemora el XXX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada, heroica gesta que representa un hito decisivo en el largo batallar de nuestro pueblo por su plena liberación llamada, necesariamente, por su proyección y significado, a constituirse en ejemplo para los países de América Latina que luchan por alcanzare, como expresó nuestro Héroe Nacional José Martí, su segunda y definitiva independencia.
Frente a los círculos gobernantes de Estados Unidos, que mantenían el dominio neocolonial de la Isla, y sin la participación de los tradicionales partidos burgueses nativos, y obviamente contra los deseos de la alianza de unos a otros, una pequeña y resuelta vanguardia revolucionaria se lanzó por sorpresa al asalto de la segunda fortaleza militar del país con el objetivo inmediato de, una vez ocupada, armar a las masas e iniciar la gran rebelión del pueblo cubano.
Se abrió así otra página en la historia de Cuba: la de la acción armada como forma principal de lucha frente a la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista y contra el yugo impuesto por Estados Unidos y sus monopolios explotadores a la nación cubana desde principios del presente siglo.
La acción de las armas sustentaba en un programa de orientación progresista en el que se concretaba las más importantes aspiraciones de transformación socio-económico y política posibles en la coyuntura nacional de entonces.
Acción y programa respondían al previo análisis marxista-leninista de las condiciones objetivas y subjetivas prevalecientes. Estas condiciones maduraron extraordinariamente a partir del golpe de Estado pro imperialista que tuvo lugar el 10 de marzo de 1952 con el fin de impedir que un partido mayoritario, de orientación reformista, llegase al poder a través de un proceso electoral, convocado en los marcos de la llamada “democracia representativa”, que el propio régimen burgués dependiente de Estados Unidos no respetó.
Como ha señalado el compañero Fidel Castro, mientras el imperialismo y sus lacayos enfilaban el grueso de sus baterías contra el heroico y pequeño partido de los comunistas cubanos, una nueva vanguardia – formada esencialmente por trabajadores, cuya superior jefatura sustentaba también las ideas del marxismo- leninismo– iniciaba el ataque por un flanco que, a la postre, daría traste con el sistema de explotación neocolonial.
A unos 140 kilómetros de las costas de la más poderosa potencia capitalista del planeta se iniciaba así un proceso destinado a cortar de raíz la secular dependencia de Washington, a lograr la plena soberanía nacional y transformar radicalmente las estructuras socio-económicas del país.
Semejantes propósitos, trazados en el propio corazón de una región estimada como “patio trasero” del imperialismo norteamericano, área clásica de penetración e influencia de los monopolios yanquis y de la política exterior de la Casa Blanca, tendrían honda significación histórica para nuestro continente.
El revés táctico sufrido el 26 de Julio de 1953, al no alcanzarse los objetivos militares previstos en la acción, no modificó los resultados históricos de aquel hecho, que se insertaron definitivamente en los anales de nuestro proceso revolucionario. Frente a los muros del Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, ciudad de larga tradición en nuestros precedentes combates independentistas, y la acción que simultáneamente se libró contra el cuartel de la ciudad de Bayamo, se abrió una etapa de lucha armada que no se detendría hasta el total derrocamiento de la tiranía pro imperialista en los albores de 1959.
De las filas juveniles del impetuoso movimiento popular revolucionario surgieron una dirección y una organización política que postulaban la acción decidida contra el orden antidemocrático y entreguista establecido. El incipiente movimiento revolucionario levantaba el programa expresado en la autodefensa del compañero Fidel Castro en el juicio por los hechos del Moncada, La Historia me Absolverá, Interpretación verdadera y consecuente del sentir de las masas y de las necesidades del país, que aglutinaría en torno a sí el más amplio frente de resistencia y combate populares.
La profunda convicción y la fe en las ideas que animaron el glorioso acontecimiento se impusieron y el Moncada se convirtió en antecedente y valiosa experiencia de dos hechos ulteriores decisivos: la expedición del Granma y la lucha guerrillera en las montañas, que sería la forma fundamental de la acción revolucionaria, y que contaría con el firme apoyo del movimiento clandestino que abarcaría todo el país.
Al enjuiciar el significado del 26 de Julio de 1953, el Informe Central al Primer Congreso del partido Comunista de Cuba en 1975, expresó:
“Esto no constituye un mérito particular de los hombres que elaboraron una estrategia revolucionaria que a la larga resultó victoriosa, ellos recibieron la valiosa experiencia de nuestras luchas en el terreno militar y político; pudieron inspirarse en las heroicas contiendas por nuestra independencia, rico caudal de tradiciones combativas y amor a la libertad en el alma del pueblo y nutrirse del pensamiento político que guió la revolución del 95 y la doctrina revolucionaria que alienta la lucha social liberadora de los tiempos modernos, que hicieron posible concebir la acción sobre estos sólidos pilares: el pueblo, la experiencia histórica, las enseñanzas de martí, los principios del marxismo-leninismo y una apreciación correcta de lo que en las condiciones peculiares de Cuba podía y debía hacerse en aquel momento ”.
Los asaltantes del Moncada no concibieron aquel acto como l único y definitivo para derrocar a una brutal y sádica tiranía, representante –tal vez en mayor grado que los también corruptos gobiernos anteriores de la República mediatizada– de la injerencia norteamericana en la vida y el destino del país, sino como el inicio de una amplia y vigorosa actividad de masas que debía ser promovida por un hecho de alta y sentida connotación patriótica y alentada por el afán de continuidad a las luchas por la libertad de la Patria, aspiración frustrada desde principio del siglo por la intervención militar norteamericana.
El compañero Fidel Castro ha expresado que no comenzó ese día la contienda de nuestro pueblo por la liberación: “se reinició –afirmó– la marcha heroica emprendida en 1868 por Céspedes y proseguida más adelante por aquel excepcional hombre cuyo centenario se conmemoraba precisamente aquel año, el autor intelectual del Moncada: José Martí”.
Las ideas de José Martí, de profunda incidencia en la formación política y moral de muchas generaciones de cubanos fueron particularmente reivindicadas por los asaltantes, en cuyo quehacer revolucionario tuvo influencia cardinal el legado de quien fuera el más alto exponente del pensamiento revolucionario que guió a la independencia nacional.
La justa y necesaria fusión de las ideas revolucionaras nacional-liberadoras, que forman parte esencial de la tradición patriótica cubana, con los anhelos de transformación social más avanzados con base en el marxismo-leninismo animaba a los organizadores de la acción del Moncada y constituye uno de los más importantes aportes históricos de la acción del 26 de Julio de 1953.
Una interpretación esclarecedora de las circunstancias políticas que enmarcaron el asalto al cuartel Moncada y de la interrelación dialéctica de este hecho con las aspiraciones de una revolución social de carácter marxista, se ofrece en la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba cuando expresa: “… Fidel Castro, un joven revolucionario que comenzaba ya a destacar su vertical figura en el escenario político de nuestro país, llegó a la conclusión de que la única manera de combatir con éxito el régimen de Batista y a todo lo que él representaba, era vertebrar un movimiento independiente y ajeno a los politiqueros corrompidos y pro imperialistas, y desencadenar la insurrección popular armada como la forma más alta de la lucha de masas.
”… Es precisamente en su histórica defensa durante el juicio contra los asaltantes del Moncada conocida por La Historia me Absolverá–factor determinante que convirtió en victoria estratégica el revés táctico del 26 de Julio–, donde Fidel esboza, con criterio marxista, el programa popular y avanzado del movimiento que encabezaba. En ese programa se abordan, entre otros problemas, los acuciantes males que afectan a la república mediatizada; se hace una correcta apreciación de los factores de la lucha, se da un concepto de pueblo que ayuda a aglutinar a todas las clases y sectores interesados en la batalla contra la oligarquía nacional y el imperialismo; se exponen y fundamentan las principales e insoslayables medidas que el gobierno revolucionario habría de acometer de inmediato al asumir el poder”.
Al hacer un recuento de los hechos del Moncada –tanto del asalto en sí como del surgimiento de la plataforma política que significó “La Historia me Absolverá”– resulta necesario, sobre todo a la distancia de treinta años de aquellos acontecimientos, una breve reflexión sobre el marco nacional e internacional en que tuvieron lugar, favorables los primeros, desfavorables los segundos a las fuerzas revolucionarias.
La historia política de Cuba, en los años 50 muestra cómo la burguesía y el imperialismo cancelaron brutalmente las libertades y derechos humanos que formalmente suelen proclamarse en las constituciones burguesas. No es éste un rasgo específico de nuestro proceso histórico, sino una características de los regímenes burgueses que se presenta con mayor o menor evidencia. Si en la época de las revoluciones burguesas se proclaman amplios programas que, independientemente de su carácter formal logran aglutinar a las masas en la lucha por convertirlos en realidad, en la época del imperialismo y de la crisis general del capitalismo se agudizan las contradicciones de los intereses económicos y sociales, las oligarquías dominantes con la vieja palabrería liberal, que es abandonada, y con ella se aniquilan hasta las limitadas posibilidades de la democracia burguesa.
Cuba era uno de los países de América más sujetos a la dominación política y económica del Imperialismo. Hasta bien entrado el tercer decenio de este siglo, en virtud de la Enmienda Platt, impuesta a nuestro país por Estados Unidos en 1901, en este país se arrogaba derechos jurídicos de intervención militar en Cuba, que consumaron en distintas ocasiones. Durante las cinco décadas de existencia de la República mediatizada los gobiernos burgueses ejercieron el poder de acuerdo con las orientaciones directas de la Embajada de Estados Unidos. Los norteamericanos iniciaron y propiciaron las más abominable prácticas de corrupción administrativa y de opresión a las clases populares. Su influencia se ejercía no sólo a través de los resortes de poder político y el amplio dominio de la economía, sino también en virtud al señorío absoluto sobre los medios de difusión y otras vías típicas de la administración neocolonial.
En nuestros campos predominaba el latifundio, en gran medida de propiedad norteamericana. “El 85% de los pequeños agricultores – explicó Fidel en ¨La Historia me Absolverᨖ está pagando renta y vive bajo perenne amenaza de desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas, está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indian unen la costa norte con la costa sur”. El latifundio azucarero devoraba gran parte de las tierras del país: en 1958 ocupaba 1 793 020 ha., de las cuales 1 173 015 eran propiedad de grandes monopolios norteamericanos.
Las inversiones norteamericanas controlaban en la década de los años 50, más del 30% de la producción azucarera y un tercio de los servicios públicos. Según datos de fuentes oficiales norteamericanas, la pequeña Cuba llegó a ocupar el segundo lugar en cuanto al monto de inversiones norteamericanas en América Latina, superado sólo por Venezuela, siendo mayores incluso que en el Brasil, el más extenso país del continente. Sobre riquezas fundamentales del país como el níquel, el monopolio yanqui era absoluto.
¿Qué consecuencias trajo a Cuba esta situación de dependencia económica y política? En las valerosas páginas de “La Historia me Absolverá” se analiza el resultado de la dominación neocolonial en Cuba, con elocuencia y veracidad irrebatibles. De una población de 5 millones y medio de habitantes, más de seiscientos mil eran desempleados. El censo de 1953 arrojó que más de la cuarta parte de los cubanos eran analfabetos. De la población escolar de ese año, el 54.1% carecían de escuelas. De la cifra de 600 000 desempleados, 10 000 eran maestros.
Según una encuesta realizada en 1958, el 31% de la población rural padecía de paludismo y el 35% de parasitismo intestinal; los índices de mortalidad infantil se elevaban a más de 70 de cada mil nacidos vivos. A la incultura y a la miseria creciente, hay que agregar la discriminación racial, la prostitución y la más denigrante crisis moral que puede concebirse.
En 1948, la Misión Truslow analizó la situación económica de Cuba y entre “las soluciones” recomendadas para “el desarrollo económico” sobresalía la liquidación de las conquistas obreras. Esta tarea se llevaba a cabo ya desde los últimos años de la década del 40 y significó el asesinato de dirigentes, el asalto a los sindicatos y la más brutal represión contra obreros, campesinos y demás trabajadores, empezando por los comunistas, que como el líder sindical Jesús Menéndez, cayeron entre los primeros frente a las sucesivas olas represivas.
Los gobiernos auténticos, llamados así según el partido del que procedían –corrompidos hasta el tuétano–, no eran, sin embargo, garantía suficiente para el imperialismo norteamericano. En 1952 era obvio que el “autenticismo” sería derrotado por el Partido Cubano (Ortodoxo), que si bien era un movimiento político heterogéneo, reformista y no con pocos conservadores en su seno, especialmente en su máxima dirección, incluía elementos revolucionarios y contaba con el apoyo de las masas populares, lo que constituía un peligro para el sistema neocolonial. El golpe de Estado de 1952, encabezado por Fulgencio Bastita, estuvo destinado a eliminar este peligro y asentó durante siete años una tiranía sangrienta, que descargó el terror contra las masas populares y los movimientos democráticos y progresistas y elevó la corrupción administrativa a niveles aún superiores a los conocidos durante las más escandalosas administraciones anteriores.
Durante el gobierno de Batista se incrementó la dominación económica por parte del imperialismo. Las grandes transnacionales llevaban a cabo su política explotadora holgadamente. Esto se lograba por medio de una brutal represión, del asesinato, a las torturas de miles de cubanos y el despojo absoluto de los derechos más elementales para las grandes masas de la población. El sometimiento a los dictámenes de la Casa Blanca y la Embajada americana llegó a los niveles más abyectos. Los gobiernos yanquis beatificaban a Batista, mientras en Cuba se llevaban a cabo una sistemática política de feroz represión de las masas populares, crecía la miseria y la traición a los intereses nacionales era descarnada práctica diaria. El Partido Comunista y las organizaciones democráticas sufrían constante y violenta persecución. Los periódicos de obreros y progresistas fueron clausurados. Se estableció el soborno y la censura militar como medios para corromper y silenciar la prensa.
Los estudiantes, fuerza de significación política al igual que en la mayor parte de la América Latina aprovechaban determinadas oportunidades para lanzarse a las calles y manifestar su repudio al régimen y chocar con la policía, pero sus gestos heroicos, reprimidos por la tiranía, no lograban quebrantar el aparato político, jurídico y militar en que ésta se asentaba.
El mayor de los partidos oposicionistas de la época el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), había quedado neutralizado por la dispersión de su dirigencia, tras la desaparición de su fundador, Eduardo Chibás, quien tuvo fuerte arraigo popular por sus campañas contra la corrupción política y la deshonestidad administrativa.
El ala izquierda de ese partido, encabezada por Fidel Castro fue seguida por la masa juvenil de éste, mientras los partidos burgueses tradicionales se sumaban al régimen pronorteamericano de Fulgencio Batista o iniciaban una suerte de juego a la guerra, a través del acopio de armas casi siempre condenadas a un almacenamiento sin destino.
Era necesario poner en marcha un movimiento de masas para derrocar la tiranía pero, con los obreros, campesinos y demás trabajadores maniatados por un estado político al que asesoraba una misión militar norteamericana, nos interrogábamos sobre las vías realmente efectivas para llevarlo a cabo.
“¿Existían o no existían las condiciones objetivas para la lucha revolucionaria? –analizaba Fidel en el discurso del 26 de Julio de 1973–. A nuestro juicio existían. ¿Existían o no existían las condiciones subjetivas? Sobre la base del profundo repudio general que provoco el golpe del 10 de marzo y el regreso de Batista al pueblo, el descontento social emanado del régimen de explotación reinante, la pobreza y el desamparo de las masas desposeídas, se podían las condiciones subjetivas para llevar al pueblo a la revolución.
” La historia después nos ha dado la razón. ¿Pero qué nos hizo ver con claridad aquel camino por donde nuestra Patria ascendería una fase superior de su vida política y nuestro pueblo, el último en sacudir el yugo colonial, sería ahora el primero en romper las cadenas imperialistas e iniciar el período de la segunda independencia en América Latina?
“Ningún grupo de hombres habría podido por sí mismo encontrar solución teórica y práctica a este problema. La Revolución Cubana no es fenómeno providencial, un milagro político y social divorciado de las realidades de la sociedad moderna y de las ideas que se debaten en el universo político. La Revolución Cubana es el resultado de la acción consciente y consecuente ajustada a las leyes de la historia de las leyes de la sociedad humana. Los hombres no hacen ni pueden hacer la historia a su capricho. Tales parecerían los acontecimientos de Cuba si prescindimos de la interpretación científica. Pero el curso revolucionario de las sociedades humanas tampoco es independiente de la acción del hombre; se estaca, se atrasa o avanza en la medida en que las clases revolucionarias y sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de ese desarrollo, elevó el factor consciente de los revolucionarios a un primer plano en los acontecimientos históricos”.
Por los tiempos anteriores al asalto, Fidel Castro decía que hace falta echar a andar un motor pequeño que ayudará a arrancar al motor grande las masas.
Ese motor pequeño debió ser la acción del Moncada, concebida desde sus inicios como la chispa que pusiese en movimiento al pueblo a iniciarse la guerra popular contra sus opresores, línea que continuaría después de la expedición del Granma y la formación del primer núcleo guerrillero de la Sierra Maestra.
II
Sin embargo, si bien las condiciones internas favorecían los objetivos de los asaltantes del Moncada como demostraría el curso de la guerra revolucionaria, las circunstancias externas resultaban desfavorables. Eran los tiempos de la llamada “Guerra Fría” y de las feroces campañas anticomunistas preconizadas por el gobierno de Estados Unidos: la época de la agresión contra Corea, del crecimiento del poderío del FBI, el surgimiento de la CIA. Basta apuntar que, sólo entre 1952 y 1955, siete gobiernos latinoamericanos fueron derrocados como parte de la estrategia imperialista para consolidar sus posiciones ideológicas y económicas en América Latina. Precisamente, en esa línea se produjo encuba el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
La orientación de la política norteamericana en aquella época se refleja, entre otros ejemplos, en el contenido y desarrollo de las reuniones y conferencias de la Organización de Estados Americanos (OEA), así como de los varios congresos anticomunistas que se auspició de Washington.
En diciembre de 195, el gobierno estadounidense pidió la convocatoria de la Cuarta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, invocando el artículo 40 de la Carta de la Carta de la OEA y alegando los siguiente: “La política de agresión del comunismo internacional, llevada a cabo por medio de sus satélites, ha traído consigo una situación que pone en peligro a todas las naciones libres… ”
Cuatro años más tarde, la X Conferencia de la OEA, celebrada en Caracas, aprobó –en medio de una verdadera avalancha de acuerdos, resoluciones y promesas de abierto carácter demagógico– una declaración anticomunista que expresaba: “… el dominio o control de las instituciones políticas de cualquier Estado americano por parte del movimiento internacional comunista, que tenga por resultado la extensión hasta el continente americano del sistema político de una potencia extracontinental, constituiría una amenaza a la soberanía e independencia política de los Estados americanos que pondría en peligro la paz de América … ”
Al referirse al marco internacional en el que se desenvolvieron los hechos del Moncada, Fidel Castro ha dicho: “Yo pienso que si hubiéramos liquidado a Batista en 1953, el imperialismo nos habría aplastado; porque entre 1953 y 1959 se produjo en el mundo un cambio en la correlación de fuerzas muy importante”.
El Primer Secretario de nuestro Partido también añadió al respecto: “… el Estado soviético era todavía relativamente débil en esa época. Y hay que ver a nosotros nos ayudó decisivamente el Estado soviético, que en 1953 no lo habría podido hacer”.
III
Estas circunstancias nacionales e internacionales, que no eran desconocidas para los organizadores del asalto al Cuartel Moncada –y que en determinada medida condicionaban también su acción y las posibilidades de dar a conocer en toda su extensión el alcance político del proceso iniciado el 26 de Julio de 1953– fueron juzgados oportunamente por el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, al afirmar que en la lucha revolucionaria que finalmente llevó al triunfo popular del 1ro. de Enero de 1959 “se hicieron y se proclamaron en cada etapa los objetivos que estaban a la orden del día y para los cuales el movimiento revolucionario y el pueblo habían adquirido la suficiente madurez”.
A los cinco años, cinco meses y cinco días de la acción del Moncada se logró el derrocamiento de la tiranía tras un accidentado camino en el que fueron de capital utilidad las experiencias obtenidas de la primera acción revolucionaria. Aquella acción no significó el triunfo de la Revolución en ese instante, pero señaló la vía y proporcionó el programa de liberación nacional que abriría las puertas del socialismo a nuestra Patria.
En esta importante experiencia, como ha expresado el compañero Fidel Castro, los objetivos de los revolucionarios y su estrategia fueron siempre los mismos aplicados el 26 de Julio de 1953.
Desde el punto de vista militar, el plan de asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo consistía en ocupar las armas de ambas guarniciones y convocar a la huelga general de todo el pueblo. De no llegarse a paralizar el país se iniciaría la guerra de guerrillas en las montañas. O sea, el plan tenía dos variantes. Una, tratar de provocar el levantamiento de la provincia más importante, y a su vez la más lejana de la capital para el derrocamiento de Batista. El ataque a Bayamo en el centro de la provincia y el previsto dominio de los puentes sobre el río Cauto, el mayor del país, eran precisamente para impedir la llegada de refuerzos, o por lo menos obstaculizarla. Si esta variante fracasaba, la idea de entonces era alzarnos en las montañas con las armas tomadas en los cuarteles.
Esto fue exactamente lo que hicimos tres años, después. La estrategia del Moncada nos condujo entonces a la victoria, con la diferencia de que en la segunda ocasión comenzamos por las montañas.
El Moncada, además, forjó de hecho la nueva dirección revolucionaria que oponía la acción al quietismo y el reformismo imperante hasta entonces en la vida política del país, y destacó en especial la figura del compañero Fidel Castro como el dirigente y organizador de la lucha armada y la acción política radical.
Cuando los dirigentes revolucionarios salimos de la prisión en 1955 ya existía una estrategia de la lucha elaborada, como ha señalado el compañero Fidel Castro en sus análisis de la acción del Moncada.
Sabíamos que debíamos demostrar que no existía una solución pacífica del problema nacional con Batista en el poder, y se logró confirmar ante el pueblo la justicia de esta tesis, a la que se unió siempre el convencimiento martiano de no recurrir a la guerra sino como última opción, cuando otras posibilidades hubiesen sido agotadas.
Uno de los rasgos significativo de nuestro proceso revolucionario –más de una vez comentado en el exterior- es el referido a la participación que tuvieron en el las distintas clases sociales.
Las filas de los asaltantes al Cuartel Moncada se nutrieron esencialmente de hombres procedentes de los sectores más humildes y explotados de la sociedad, quienes, a su fondos que necesitamos para adquirir las armas que fueron utilizadas en el ataque.
Cuando en la Historia me Absolverá se definió en 1953 lo que para nosotros era el pueblo, allí se hablo de los obreros, agrícolas e industriales, los campesinos, los profesionales, los pequeños comerciantes. Y en una parte de ese documento, nuestro programa, se decía:
“¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: -Te vamos a dar-, sino: -“¡Aquí tienes, lucha con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!-”.
Unos años después, cuando el movimiento guerrillero se convirtió en el Ejercito Rebelde, el grueso de nuestras filas estaban integrados por obreros del campo y la ciudad, y su máxima jefatura muy especialmente el compañero Fidel Castro, continuo aplicando un consecuente análisis marxista-leninista del proceso.
Como es sabido, cuando el Primero de Enero de 1959, la embajada norteamericana y la alta jerarquía militar trataron de escamotear el triunfo revolucionario, el compañero Fidel Castro, desde la provincia de Oriente, llamó a la huelga nacional y la clase obrera cubana propino el golpe definitivo al aparato gubernamental instaurado hasta ese momento.
Resultó asó una verdad incuestionable que, si bien las clases más explotadas desempeñaron el papel fundamental de nuestro proceso insurreccional, su unidad social y política se forjo en la lucha común contra el enemigo fundamental.
Y ese factor unitario entre los revolucionarios, vital en la lucha por alcanzar el poder, sería preservado y defendido por el compañero Fidel Castro y nuestra dirección política como uno de los elementos decisivos en lo que nos apoyaríamos para enfrentar la enorme tarea que teníamos por delante.
Naturalmente, los enemigos siempre trataron de sembrar la división, primero entre las fuerzas que se oponían a la tiranía y más tarde en el campo de los que defendían la Revolución y propiciaban sus avances, principalmente apoyados en los prejuicios anticomunistas inyectados por la permanente propaganda imperialista.
Pero esos esfuerzos se estrellaron una y otra vez frente a la dirección política que inicio y culminó la guerra contra la tiranía, rodeada por el más firme respaldo del pueblo y guiado por un claro e inconmovible espíritu unitario y ajeno a cualquier tipo de sectarismo.
Esta experiencia, sin dudas, constituye una de las más importantes del proceso revolucionario cubano: lograr, mantener y fortalecer la unidad de las fuerzas revolucionarias y de todo el pueblo.
IV
Nuestro pasado glorioso, en el que se incluye la cristalización de la nacionalidad en medio de la primera guerra independentista, abono conceptual y prácticamente la acción del 26 de Julio de 1953.
Cuando Fidel Castro dijo ante sus jueces que el autor intelectual del Moncada era José Martí expresó una gran verdad, pues siempre nuestra generación recibió una gran influencia de quien fue la figura mas descollante y universal de nuestras luchas anticoloniales e independentistas del siglo XIX.
Como muy bien ha resumido el compañero Fidel Castro “José Martí significo el pensamiento de nuestra sociedad, de nuestro pueblo en la lucha por la liberación nacional. Marx, Engels y Lenin significaban el pensamiento revolucionario en la lucha por la revolución social. En nuestra Patria, liberación nacional y revolución social se unieron como las banderas de la lucha de nuestra generación”.
Siempre esa combinación de las dos influencias: la del movimiento progresista cubano que arranco a mediados del siglo pasado y la del pensamiento marxista-leninista, estuvo presente en nosotros.
Treinta años después del ataque al Cuartel Moncada, estos rasgos esenciales de su significado histórico, el marco nacional e internacional en que tuvo lugar, la experiencia que aporto para la lucha de liberación nacional y la participación clasista en aquel hecho, así como la fusión de las tradiciones patrióticas cubanas y la teoría marxista-leninista, nos permiten apreciar en su real dimensión lo que represento la acción del 26 de Julio de 1953 en la trayectoria de la Revolución Cubana.
Tras el Moncada y la prisión vendría el “Granma”, donde se demostró el aprovechamiento de las experiencias ya acumuladas por el núcleo dirigente de la Revolución. El Moncada se prolongo en esta acción y en la lucha de la Sierra Maestra y se materializo en el triunfo de Enero de 1959 y en las primeras leyes de amplia base y de respaldo popular, como la reforma agraria y urbana, la conversión de cuarteles en escuelas, la nacionalización de monopolios norteamericanos que expoliaban los recursos de Cuba, y que permitió por primera vez en nuestra historia el dominio del pueblo cubano sobre su destino, tanto político como económico.
El Moncada, cumplido su programa con estas medidas iniciales, se proyecto también en la victoria de Playa Girón, en abril de 1961 y la proclamación del carácter socialista de nuestra Revolución, que desde aquel 26 de Julio de 1953 se avizorara como la única evolución consecuente posible de nuestro proceso revolucionario.
Por ello, al evocar aquel hecho con la perspectiva que nos proporciona las tres décadas transcurridas desde que un decisivo grupo de jóvenes intentasen el asalto a la segunda fortaleza de la nación, no podemos menos que compararlo a la heroica gesta que protagonizada por todo nuestro pueblo se desarrolla hoy por la construcción de una nueva sociedad, frente al más poderoso de los enemigos, con la convicción plena de la segura victoria final.
A treinta años del acontecimiento del Moncada que muchos vieron como un imposible “asalto al cielo”, y a solo unos pocos meses de cumplirse el primer cuarto de siglo del triunfo de la Revolución, ambas conmemoraciones invitan a los cubanos a las más profundas reflexiones sobre el ayer, el presente y, sobre todo, el futuro de nuestra lucha. Hace algo más de tres décadas que comencé como un soldado en este combate, aprovechando entonces para los primeros entrenamientos la posibilidad que la autonomía universitaria brindada a los locales de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Eran tiempos en que el movimiento revolucionario, muy heterogéneo, carecía de un Partido dirigente maduro como el de hoy, donde se fundieran todos los luchadores de diversas tendencias, en que reinaba una gran confusión ideológica, y en lo que se necesitaba una mano que, como condujo Martí, llevara “el remo de proa bajo el temporal”. Ese papel de guía, forjador de la unidad revolucionaria y genial visión política a lo largo de los difíciles combates librados y vencidos por el pueblo de Cuba ha sido y es --ahora al frente del Partido Comunista de Cuba—el del compañero Fidel Castro Ruz.
Frente a los círculos gobernantes de Estados Unidos, que mantenían el dominio neocolonial de la Isla, y sin la participación de los tradicionales partidos burgueses nativos, y obviamente contra los deseos de la alianza de unos a otros, una pequeña y resuelta vanguardia revolucionaria se lanzó por sorpresa al asalto de la segunda fortaleza militar del país con el objetivo inmediato de, una vez ocupada, armar a las masas e iniciar la gran rebelión del pueblo cubano.
Se abrió así otra página en la historia de Cuba: la de la acción armada como forma principal de lucha frente a la sangrienta tiranía de Fulgencio Batista y contra el yugo impuesto por Estados Unidos y sus monopolios explotadores a la nación cubana desde principios del presente siglo.
La acción de las armas sustentaba en un programa de orientación progresista en el que se concretaba las más importantes aspiraciones de transformación socio-económico y política posibles en la coyuntura nacional de entonces.
Acción y programa respondían al previo análisis marxista-leninista de las condiciones objetivas y subjetivas prevalecientes. Estas condiciones maduraron extraordinariamente a partir del golpe de Estado pro imperialista que tuvo lugar el 10 de marzo de 1952 con el fin de impedir que un partido mayoritario, de orientación reformista, llegase al poder a través de un proceso electoral, convocado en los marcos de la llamada “democracia representativa”, que el propio régimen burgués dependiente de Estados Unidos no respetó.
Como ha señalado el compañero Fidel Castro, mientras el imperialismo y sus lacayos enfilaban el grueso de sus baterías contra el heroico y pequeño partido de los comunistas cubanos, una nueva vanguardia – formada esencialmente por trabajadores, cuya superior jefatura sustentaba también las ideas del marxismo- leninismo– iniciaba el ataque por un flanco que, a la postre, daría traste con el sistema de explotación neocolonial.
A unos 140 kilómetros de las costas de la más poderosa potencia capitalista del planeta se iniciaba así un proceso destinado a cortar de raíz la secular dependencia de Washington, a lograr la plena soberanía nacional y transformar radicalmente las estructuras socio-económicas del país.
Semejantes propósitos, trazados en el propio corazón de una región estimada como “patio trasero” del imperialismo norteamericano, área clásica de penetración e influencia de los monopolios yanquis y de la política exterior de la Casa Blanca, tendrían honda significación histórica para nuestro continente.
El revés táctico sufrido el 26 de Julio de 1953, al no alcanzarse los objetivos militares previstos en la acción, no modificó los resultados históricos de aquel hecho, que se insertaron definitivamente en los anales de nuestro proceso revolucionario. Frente a los muros del Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, ciudad de larga tradición en nuestros precedentes combates independentistas, y la acción que simultáneamente se libró contra el cuartel de la ciudad de Bayamo, se abrió una etapa de lucha armada que no se detendría hasta el total derrocamiento de la tiranía pro imperialista en los albores de 1959.
De las filas juveniles del impetuoso movimiento popular revolucionario surgieron una dirección y una organización política que postulaban la acción decidida contra el orden antidemocrático y entreguista establecido. El incipiente movimiento revolucionario levantaba el programa expresado en la autodefensa del compañero Fidel Castro en el juicio por los hechos del Moncada, La Historia me Absolverá, Interpretación verdadera y consecuente del sentir de las masas y de las necesidades del país, que aglutinaría en torno a sí el más amplio frente de resistencia y combate populares.
La profunda convicción y la fe en las ideas que animaron el glorioso acontecimiento se impusieron y el Moncada se convirtió en antecedente y valiosa experiencia de dos hechos ulteriores decisivos: la expedición del Granma y la lucha guerrillera en las montañas, que sería la forma fundamental de la acción revolucionaria, y que contaría con el firme apoyo del movimiento clandestino que abarcaría todo el país.
Al enjuiciar el significado del 26 de Julio de 1953, el Informe Central al Primer Congreso del partido Comunista de Cuba en 1975, expresó:
“Esto no constituye un mérito particular de los hombres que elaboraron una estrategia revolucionaria que a la larga resultó victoriosa, ellos recibieron la valiosa experiencia de nuestras luchas en el terreno militar y político; pudieron inspirarse en las heroicas contiendas por nuestra independencia, rico caudal de tradiciones combativas y amor a la libertad en el alma del pueblo y nutrirse del pensamiento político que guió la revolución del 95 y la doctrina revolucionaria que alienta la lucha social liberadora de los tiempos modernos, que hicieron posible concebir la acción sobre estos sólidos pilares: el pueblo, la experiencia histórica, las enseñanzas de martí, los principios del marxismo-leninismo y una apreciación correcta de lo que en las condiciones peculiares de Cuba podía y debía hacerse en aquel momento ”.
Los asaltantes del Moncada no concibieron aquel acto como l único y definitivo para derrocar a una brutal y sádica tiranía, representante –tal vez en mayor grado que los también corruptos gobiernos anteriores de la República mediatizada– de la injerencia norteamericana en la vida y el destino del país, sino como el inicio de una amplia y vigorosa actividad de masas que debía ser promovida por un hecho de alta y sentida connotación patriótica y alentada por el afán de continuidad a las luchas por la libertad de la Patria, aspiración frustrada desde principio del siglo por la intervención militar norteamericana.
El compañero Fidel Castro ha expresado que no comenzó ese día la contienda de nuestro pueblo por la liberación: “se reinició –afirmó– la marcha heroica emprendida en 1868 por Céspedes y proseguida más adelante por aquel excepcional hombre cuyo centenario se conmemoraba precisamente aquel año, el autor intelectual del Moncada: José Martí”.
Las ideas de José Martí, de profunda incidencia en la formación política y moral de muchas generaciones de cubanos fueron particularmente reivindicadas por los asaltantes, en cuyo quehacer revolucionario tuvo influencia cardinal el legado de quien fuera el más alto exponente del pensamiento revolucionario que guió a la independencia nacional.
La justa y necesaria fusión de las ideas revolucionaras nacional-liberadoras, que forman parte esencial de la tradición patriótica cubana, con los anhelos de transformación social más avanzados con base en el marxismo-leninismo animaba a los organizadores de la acción del Moncada y constituye uno de los más importantes aportes históricos de la acción del 26 de Julio de 1953.
Una interpretación esclarecedora de las circunstancias políticas que enmarcaron el asalto al cuartel Moncada y de la interrelación dialéctica de este hecho con las aspiraciones de una revolución social de carácter marxista, se ofrece en la Plataforma Programática del Partido Comunista de Cuba cuando expresa: “… Fidel Castro, un joven revolucionario que comenzaba ya a destacar su vertical figura en el escenario político de nuestro país, llegó a la conclusión de que la única manera de combatir con éxito el régimen de Batista y a todo lo que él representaba, era vertebrar un movimiento independiente y ajeno a los politiqueros corrompidos y pro imperialistas, y desencadenar la insurrección popular armada como la forma más alta de la lucha de masas.
”… Es precisamente en su histórica defensa durante el juicio contra los asaltantes del Moncada conocida por La Historia me Absolverá–factor determinante que convirtió en victoria estratégica el revés táctico del 26 de Julio–, donde Fidel esboza, con criterio marxista, el programa popular y avanzado del movimiento que encabezaba. En ese programa se abordan, entre otros problemas, los acuciantes males que afectan a la república mediatizada; se hace una correcta apreciación de los factores de la lucha, se da un concepto de pueblo que ayuda a aglutinar a todas las clases y sectores interesados en la batalla contra la oligarquía nacional y el imperialismo; se exponen y fundamentan las principales e insoslayables medidas que el gobierno revolucionario habría de acometer de inmediato al asumir el poder”.
Al hacer un recuento de los hechos del Moncada –tanto del asalto en sí como del surgimiento de la plataforma política que significó “La Historia me Absolverá”– resulta necesario, sobre todo a la distancia de treinta años de aquellos acontecimientos, una breve reflexión sobre el marco nacional e internacional en que tuvieron lugar, favorables los primeros, desfavorables los segundos a las fuerzas revolucionarias.
La historia política de Cuba, en los años 50 muestra cómo la burguesía y el imperialismo cancelaron brutalmente las libertades y derechos humanos que formalmente suelen proclamarse en las constituciones burguesas. No es éste un rasgo específico de nuestro proceso histórico, sino una características de los regímenes burgueses que se presenta con mayor o menor evidencia. Si en la época de las revoluciones burguesas se proclaman amplios programas que, independientemente de su carácter formal logran aglutinar a las masas en la lucha por convertirlos en realidad, en la época del imperialismo y de la crisis general del capitalismo se agudizan las contradicciones de los intereses económicos y sociales, las oligarquías dominantes con la vieja palabrería liberal, que es abandonada, y con ella se aniquilan hasta las limitadas posibilidades de la democracia burguesa.
Cuba era uno de los países de América más sujetos a la dominación política y económica del Imperialismo. Hasta bien entrado el tercer decenio de este siglo, en virtud de la Enmienda Platt, impuesta a nuestro país por Estados Unidos en 1901, en este país se arrogaba derechos jurídicos de intervención militar en Cuba, que consumaron en distintas ocasiones. Durante las cinco décadas de existencia de la República mediatizada los gobiernos burgueses ejercieron el poder de acuerdo con las orientaciones directas de la Embajada de Estados Unidos. Los norteamericanos iniciaron y propiciaron las más abominable prácticas de corrupción administrativa y de opresión a las clases populares. Su influencia se ejercía no sólo a través de los resortes de poder político y el amplio dominio de la economía, sino también en virtud al señorío absoluto sobre los medios de difusión y otras vías típicas de la administración neocolonial.
En nuestros campos predominaba el latifundio, en gran medida de propiedad norteamericana. “El 85% de los pequeños agricultores – explicó Fidel en ¨La Historia me Absolverᨖ está pagando renta y vive bajo perenne amenaza de desalojo de sus parcelas. Más de la mitad de las mejores tierras de producción cultivadas, está en manos extranjeras. En Oriente, que es la provincia más ancha, las tierras de la United Fruit Company y la West Indian unen la costa norte con la costa sur”. El latifundio azucarero devoraba gran parte de las tierras del país: en 1958 ocupaba 1 793 020 ha., de las cuales 1 173 015 eran propiedad de grandes monopolios norteamericanos.
Las inversiones norteamericanas controlaban en la década de los años 50, más del 30% de la producción azucarera y un tercio de los servicios públicos. Según datos de fuentes oficiales norteamericanas, la pequeña Cuba llegó a ocupar el segundo lugar en cuanto al monto de inversiones norteamericanas en América Latina, superado sólo por Venezuela, siendo mayores incluso que en el Brasil, el más extenso país del continente. Sobre riquezas fundamentales del país como el níquel, el monopolio yanqui era absoluto.
¿Qué consecuencias trajo a Cuba esta situación de dependencia económica y política? En las valerosas páginas de “La Historia me Absolverá” se analiza el resultado de la dominación neocolonial en Cuba, con elocuencia y veracidad irrebatibles. De una población de 5 millones y medio de habitantes, más de seiscientos mil eran desempleados. El censo de 1953 arrojó que más de la cuarta parte de los cubanos eran analfabetos. De la población escolar de ese año, el 54.1% carecían de escuelas. De la cifra de 600 000 desempleados, 10 000 eran maestros.
Según una encuesta realizada en 1958, el 31% de la población rural padecía de paludismo y el 35% de parasitismo intestinal; los índices de mortalidad infantil se elevaban a más de 70 de cada mil nacidos vivos. A la incultura y a la miseria creciente, hay que agregar la discriminación racial, la prostitución y la más denigrante crisis moral que puede concebirse.
En 1948, la Misión Truslow analizó la situación económica de Cuba y entre “las soluciones” recomendadas para “el desarrollo económico” sobresalía la liquidación de las conquistas obreras. Esta tarea se llevaba a cabo ya desde los últimos años de la década del 40 y significó el asesinato de dirigentes, el asalto a los sindicatos y la más brutal represión contra obreros, campesinos y demás trabajadores, empezando por los comunistas, que como el líder sindical Jesús Menéndez, cayeron entre los primeros frente a las sucesivas olas represivas.
Los gobiernos auténticos, llamados así según el partido del que procedían –corrompidos hasta el tuétano–, no eran, sin embargo, garantía suficiente para el imperialismo norteamericano. En 1952 era obvio que el “autenticismo” sería derrotado por el Partido Cubano (Ortodoxo), que si bien era un movimiento político heterogéneo, reformista y no con pocos conservadores en su seno, especialmente en su máxima dirección, incluía elementos revolucionarios y contaba con el apoyo de las masas populares, lo que constituía un peligro para el sistema neocolonial. El golpe de Estado de 1952, encabezado por Fulgencio Bastita, estuvo destinado a eliminar este peligro y asentó durante siete años una tiranía sangrienta, que descargó el terror contra las masas populares y los movimientos democráticos y progresistas y elevó la corrupción administrativa a niveles aún superiores a los conocidos durante las más escandalosas administraciones anteriores.
Durante el gobierno de Batista se incrementó la dominación económica por parte del imperialismo. Las grandes transnacionales llevaban a cabo su política explotadora holgadamente. Esto se lograba por medio de una brutal represión, del asesinato, a las torturas de miles de cubanos y el despojo absoluto de los derechos más elementales para las grandes masas de la población. El sometimiento a los dictámenes de la Casa Blanca y la Embajada americana llegó a los niveles más abyectos. Los gobiernos yanquis beatificaban a Batista, mientras en Cuba se llevaban a cabo una sistemática política de feroz represión de las masas populares, crecía la miseria y la traición a los intereses nacionales era descarnada práctica diaria. El Partido Comunista y las organizaciones democráticas sufrían constante y violenta persecución. Los periódicos de obreros y progresistas fueron clausurados. Se estableció el soborno y la censura militar como medios para corromper y silenciar la prensa.
Los estudiantes, fuerza de significación política al igual que en la mayor parte de la América Latina aprovechaban determinadas oportunidades para lanzarse a las calles y manifestar su repudio al régimen y chocar con la policía, pero sus gestos heroicos, reprimidos por la tiranía, no lograban quebrantar el aparato político, jurídico y militar en que ésta se asentaba.
El mayor de los partidos oposicionistas de la época el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), había quedado neutralizado por la dispersión de su dirigencia, tras la desaparición de su fundador, Eduardo Chibás, quien tuvo fuerte arraigo popular por sus campañas contra la corrupción política y la deshonestidad administrativa.
El ala izquierda de ese partido, encabezada por Fidel Castro fue seguida por la masa juvenil de éste, mientras los partidos burgueses tradicionales se sumaban al régimen pronorteamericano de Fulgencio Batista o iniciaban una suerte de juego a la guerra, a través del acopio de armas casi siempre condenadas a un almacenamiento sin destino.
Era necesario poner en marcha un movimiento de masas para derrocar la tiranía pero, con los obreros, campesinos y demás trabajadores maniatados por un estado político al que asesoraba una misión militar norteamericana, nos interrogábamos sobre las vías realmente efectivas para llevarlo a cabo.
“¿Existían o no existían las condiciones objetivas para la lucha revolucionaria? –analizaba Fidel en el discurso del 26 de Julio de 1973–. A nuestro juicio existían. ¿Existían o no existían las condiciones subjetivas? Sobre la base del profundo repudio general que provoco el golpe del 10 de marzo y el regreso de Batista al pueblo, el descontento social emanado del régimen de explotación reinante, la pobreza y el desamparo de las masas desposeídas, se podían las condiciones subjetivas para llevar al pueblo a la revolución.
” La historia después nos ha dado la razón. ¿Pero qué nos hizo ver con claridad aquel camino por donde nuestra Patria ascendería una fase superior de su vida política y nuestro pueblo, el último en sacudir el yugo colonial, sería ahora el primero en romper las cadenas imperialistas e iniciar el período de la segunda independencia en América Latina?
“Ningún grupo de hombres habría podido por sí mismo encontrar solución teórica y práctica a este problema. La Revolución Cubana no es fenómeno providencial, un milagro político y social divorciado de las realidades de la sociedad moderna y de las ideas que se debaten en el universo político. La Revolución Cubana es el resultado de la acción consciente y consecuente ajustada a las leyes de la historia de las leyes de la sociedad humana. Los hombres no hacen ni pueden hacer la historia a su capricho. Tales parecerían los acontecimientos de Cuba si prescindimos de la interpretación científica. Pero el curso revolucionario de las sociedades humanas tampoco es independiente de la acción del hombre; se estaca, se atrasa o avanza en la medida en que las clases revolucionarias y sus dirigentes se ajustan a las leyes que rigen sus destinos. Marx, al descubrir las leyes científicas de ese desarrollo, elevó el factor consciente de los revolucionarios a un primer plano en los acontecimientos históricos”.
Por los tiempos anteriores al asalto, Fidel Castro decía que hace falta echar a andar un motor pequeño que ayudará a arrancar al motor grande las masas.
Ese motor pequeño debió ser la acción del Moncada, concebida desde sus inicios como la chispa que pusiese en movimiento al pueblo a iniciarse la guerra popular contra sus opresores, línea que continuaría después de la expedición del Granma y la formación del primer núcleo guerrillero de la Sierra Maestra.
II
Sin embargo, si bien las condiciones internas favorecían los objetivos de los asaltantes del Moncada como demostraría el curso de la guerra revolucionaria, las circunstancias externas resultaban desfavorables. Eran los tiempos de la llamada “Guerra Fría” y de las feroces campañas anticomunistas preconizadas por el gobierno de Estados Unidos: la época de la agresión contra Corea, del crecimiento del poderío del FBI, el surgimiento de la CIA. Basta apuntar que, sólo entre 1952 y 1955, siete gobiernos latinoamericanos fueron derrocados como parte de la estrategia imperialista para consolidar sus posiciones ideológicas y económicas en América Latina. Precisamente, en esa línea se produjo encuba el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952.
La orientación de la política norteamericana en aquella época se refleja, entre otros ejemplos, en el contenido y desarrollo de las reuniones y conferencias de la Organización de Estados Americanos (OEA), así como de los varios congresos anticomunistas que se auspició de Washington.
En diciembre de 195, el gobierno estadounidense pidió la convocatoria de la Cuarta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, invocando el artículo 40 de la Carta de la Carta de la OEA y alegando los siguiente: “La política de agresión del comunismo internacional, llevada a cabo por medio de sus satélites, ha traído consigo una situación que pone en peligro a todas las naciones libres… ”
Cuatro años más tarde, la X Conferencia de la OEA, celebrada en Caracas, aprobó –en medio de una verdadera avalancha de acuerdos, resoluciones y promesas de abierto carácter demagógico– una declaración anticomunista que expresaba: “… el dominio o control de las instituciones políticas de cualquier Estado americano por parte del movimiento internacional comunista, que tenga por resultado la extensión hasta el continente americano del sistema político de una potencia extracontinental, constituiría una amenaza a la soberanía e independencia política de los Estados americanos que pondría en peligro la paz de América … ”
Al referirse al marco internacional en el que se desenvolvieron los hechos del Moncada, Fidel Castro ha dicho: “Yo pienso que si hubiéramos liquidado a Batista en 1953, el imperialismo nos habría aplastado; porque entre 1953 y 1959 se produjo en el mundo un cambio en la correlación de fuerzas muy importante”.
El Primer Secretario de nuestro Partido también añadió al respecto: “… el Estado soviético era todavía relativamente débil en esa época. Y hay que ver a nosotros nos ayudó decisivamente el Estado soviético, que en 1953 no lo habría podido hacer”.
III
Estas circunstancias nacionales e internacionales, que no eran desconocidas para los organizadores del asalto al Cuartel Moncada –y que en determinada medida condicionaban también su acción y las posibilidades de dar a conocer en toda su extensión el alcance político del proceso iniciado el 26 de Julio de 1953– fueron juzgados oportunamente por el Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, al afirmar que en la lucha revolucionaria que finalmente llevó al triunfo popular del 1ro. de Enero de 1959 “se hicieron y se proclamaron en cada etapa los objetivos que estaban a la orden del día y para los cuales el movimiento revolucionario y el pueblo habían adquirido la suficiente madurez”.
A los cinco años, cinco meses y cinco días de la acción del Moncada se logró el derrocamiento de la tiranía tras un accidentado camino en el que fueron de capital utilidad las experiencias obtenidas de la primera acción revolucionaria. Aquella acción no significó el triunfo de la Revolución en ese instante, pero señaló la vía y proporcionó el programa de liberación nacional que abriría las puertas del socialismo a nuestra Patria.
En esta importante experiencia, como ha expresado el compañero Fidel Castro, los objetivos de los revolucionarios y su estrategia fueron siempre los mismos aplicados el 26 de Julio de 1953.
Desde el punto de vista militar, el plan de asalto a los cuarteles de Santiago de Cuba y Bayamo consistía en ocupar las armas de ambas guarniciones y convocar a la huelga general de todo el pueblo. De no llegarse a paralizar el país se iniciaría la guerra de guerrillas en las montañas. O sea, el plan tenía dos variantes. Una, tratar de provocar el levantamiento de la provincia más importante, y a su vez la más lejana de la capital para el derrocamiento de Batista. El ataque a Bayamo en el centro de la provincia y el previsto dominio de los puentes sobre el río Cauto, el mayor del país, eran precisamente para impedir la llegada de refuerzos, o por lo menos obstaculizarla. Si esta variante fracasaba, la idea de entonces era alzarnos en las montañas con las armas tomadas en los cuarteles.
Esto fue exactamente lo que hicimos tres años, después. La estrategia del Moncada nos condujo entonces a la victoria, con la diferencia de que en la segunda ocasión comenzamos por las montañas.
El Moncada, además, forjó de hecho la nueva dirección revolucionaria que oponía la acción al quietismo y el reformismo imperante hasta entonces en la vida política del país, y destacó en especial la figura del compañero Fidel Castro como el dirigente y organizador de la lucha armada y la acción política radical.
Cuando los dirigentes revolucionarios salimos de la prisión en 1955 ya existía una estrategia de la lucha elaborada, como ha señalado el compañero Fidel Castro en sus análisis de la acción del Moncada.
Sabíamos que debíamos demostrar que no existía una solución pacífica del problema nacional con Batista en el poder, y se logró confirmar ante el pueblo la justicia de esta tesis, a la que se unió siempre el convencimiento martiano de no recurrir a la guerra sino como última opción, cuando otras posibilidades hubiesen sido agotadas.
Uno de los rasgos significativo de nuestro proceso revolucionario –más de una vez comentado en el exterior- es el referido a la participación que tuvieron en el las distintas clases sociales.
Las filas de los asaltantes al Cuartel Moncada se nutrieron esencialmente de hombres procedentes de los sectores más humildes y explotados de la sociedad, quienes, a su fondos que necesitamos para adquirir las armas que fueron utilizadas en el ataque.
Cuando en la Historia me Absolverá se definió en 1953 lo que para nosotros era el pueblo, allí se hablo de los obreros, agrícolas e industriales, los campesinos, los profesionales, los pequeños comerciantes. Y en una parte de ese documento, nuestro programa, se decía:
“¡Ese es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustia están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: -Te vamos a dar-, sino: -“¡Aquí tienes, lucha con todas tus fuerzas para que sea tuya la libertad y la felicidad!-”.
Unos años después, cuando el movimiento guerrillero se convirtió en el Ejercito Rebelde, el grueso de nuestras filas estaban integrados por obreros del campo y la ciudad, y su máxima jefatura muy especialmente el compañero Fidel Castro, continuo aplicando un consecuente análisis marxista-leninista del proceso.
Como es sabido, cuando el Primero de Enero de 1959, la embajada norteamericana y la alta jerarquía militar trataron de escamotear el triunfo revolucionario, el compañero Fidel Castro, desde la provincia de Oriente, llamó a la huelga nacional y la clase obrera cubana propino el golpe definitivo al aparato gubernamental instaurado hasta ese momento.
Resultó asó una verdad incuestionable que, si bien las clases más explotadas desempeñaron el papel fundamental de nuestro proceso insurreccional, su unidad social y política se forjo en la lucha común contra el enemigo fundamental.
Y ese factor unitario entre los revolucionarios, vital en la lucha por alcanzar el poder, sería preservado y defendido por el compañero Fidel Castro y nuestra dirección política como uno de los elementos decisivos en lo que nos apoyaríamos para enfrentar la enorme tarea que teníamos por delante.
Naturalmente, los enemigos siempre trataron de sembrar la división, primero entre las fuerzas que se oponían a la tiranía y más tarde en el campo de los que defendían la Revolución y propiciaban sus avances, principalmente apoyados en los prejuicios anticomunistas inyectados por la permanente propaganda imperialista.
Pero esos esfuerzos se estrellaron una y otra vez frente a la dirección política que inicio y culminó la guerra contra la tiranía, rodeada por el más firme respaldo del pueblo y guiado por un claro e inconmovible espíritu unitario y ajeno a cualquier tipo de sectarismo.
Esta experiencia, sin dudas, constituye una de las más importantes del proceso revolucionario cubano: lograr, mantener y fortalecer la unidad de las fuerzas revolucionarias y de todo el pueblo.
IV
Nuestro pasado glorioso, en el que se incluye la cristalización de la nacionalidad en medio de la primera guerra independentista, abono conceptual y prácticamente la acción del 26 de Julio de 1953.
Cuando Fidel Castro dijo ante sus jueces que el autor intelectual del Moncada era José Martí expresó una gran verdad, pues siempre nuestra generación recibió una gran influencia de quien fue la figura mas descollante y universal de nuestras luchas anticoloniales e independentistas del siglo XIX.
Como muy bien ha resumido el compañero Fidel Castro “José Martí significo el pensamiento de nuestra sociedad, de nuestro pueblo en la lucha por la liberación nacional. Marx, Engels y Lenin significaban el pensamiento revolucionario en la lucha por la revolución social. En nuestra Patria, liberación nacional y revolución social se unieron como las banderas de la lucha de nuestra generación”.
Siempre esa combinación de las dos influencias: la del movimiento progresista cubano que arranco a mediados del siglo pasado y la del pensamiento marxista-leninista, estuvo presente en nosotros.
Treinta años después del ataque al Cuartel Moncada, estos rasgos esenciales de su significado histórico, el marco nacional e internacional en que tuvo lugar, la experiencia que aporto para la lucha de liberación nacional y la participación clasista en aquel hecho, así como la fusión de las tradiciones patrióticas cubanas y la teoría marxista-leninista, nos permiten apreciar en su real dimensión lo que represento la acción del 26 de Julio de 1953 en la trayectoria de la Revolución Cubana.
Tras el Moncada y la prisión vendría el “Granma”, donde se demostró el aprovechamiento de las experiencias ya acumuladas por el núcleo dirigente de la Revolución. El Moncada se prolongo en esta acción y en la lucha de la Sierra Maestra y se materializo en el triunfo de Enero de 1959 y en las primeras leyes de amplia base y de respaldo popular, como la reforma agraria y urbana, la conversión de cuarteles en escuelas, la nacionalización de monopolios norteamericanos que expoliaban los recursos de Cuba, y que permitió por primera vez en nuestra historia el dominio del pueblo cubano sobre su destino, tanto político como económico.
El Moncada, cumplido su programa con estas medidas iniciales, se proyecto también en la victoria de Playa Girón, en abril de 1961 y la proclamación del carácter socialista de nuestra Revolución, que desde aquel 26 de Julio de 1953 se avizorara como la única evolución consecuente posible de nuestro proceso revolucionario.
Por ello, al evocar aquel hecho con la perspectiva que nos proporciona las tres décadas transcurridas desde que un decisivo grupo de jóvenes intentasen el asalto a la segunda fortaleza de la nación, no podemos menos que compararlo a la heroica gesta que protagonizada por todo nuestro pueblo se desarrolla hoy por la construcción de una nueva sociedad, frente al más poderoso de los enemigos, con la convicción plena de la segura victoria final.
A treinta años del acontecimiento del Moncada que muchos vieron como un imposible “asalto al cielo”, y a solo unos pocos meses de cumplirse el primer cuarto de siglo del triunfo de la Revolución, ambas conmemoraciones invitan a los cubanos a las más profundas reflexiones sobre el ayer, el presente y, sobre todo, el futuro de nuestra lucha. Hace algo más de tres décadas que comencé como un soldado en este combate, aprovechando entonces para los primeros entrenamientos la posibilidad que la autonomía universitaria brindada a los locales de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Eran tiempos en que el movimiento revolucionario, muy heterogéneo, carecía de un Partido dirigente maduro como el de hoy, donde se fundieran todos los luchadores de diversas tendencias, en que reinaba una gran confusión ideológica, y en lo que se necesitaba una mano que, como condujo Martí, llevara “el remo de proa bajo el temporal”. Ese papel de guía, forjador de la unidad revolucionaria y genial visión política a lo largo de los difíciles combates librados y vencidos por el pueblo de Cuba ha sido y es --ahora al frente del Partido Comunista de Cuba—el del compañero Fidel Castro Ruz.