La Plata, primera victoria revolucionaria
Data:
00/00/2006
Fonte:
Revista La Jiribilla
Independientemente de que el lugar donde se encontraba Fidel y demás expedicionarios presentaba bastante seguridad, más la información que recibieron de que otros que habían evadido el cerco enemigo estaban en camino para unírseles, consideró impostergable informar a los dirigentes de MR-26-7., clandestinos encabezados por Frank País, que él se estaba vivo y la situación en que se encontraba. Pues lo más seguro que la preocupación sería muy grande en todos, tras las noticias difundidas de la sorpresa de Alegría de Pío. Por tal razón, el 20 de diciembre solicitó a Mongo Pérez que se encaminara a Manzanillo y contactara con Rafael Sierra y Celia Sánchez, coordinador del Movimiento en esa ciudad el primero y destacada e importante militante, para informales de su existencia y la necesidad de ayuda.
Posteriormente debía viajar a Santiago de Cuba para entregar una carta a Frank. La misión fue cumplida y la alegría fue enorme: Fidel estaba vivo y en disposición de continuar la lucha. El joven dirigente de la clandestinidad impartió las instrucciones para que desde Manzanillo contactaran con él y conocer cuáles eran sus necesidades más perentorias para mantener el foco guerrillero, mientras ellos se encargarían de reorganizar el Movimiento clandestino --que pasaba por una difícil situación, luego de los sucesos del 30 de Noviembre--, para apoyarlos y mantener la lucha en las ciudades.
Al regresar Mongo a su finca lo hizo acompañado de tres militantes de la organización, entre ellos una mujer, los que llevaron algunos avituallamientos y dinero. Al conocer la disposición de sus compañeros en la ciudad, el jefe revolucionario tomó la decisión de enviar al expedicionario Faustino Pérez, y miembro de la Dirección Nacional del MR-26-7., quien les explicaría cuáles eran sus planes para iniciar la lucha armada en las montañas. El médico combatiente salió de las montañas el 23 de diciembre y al otro día se encontraba reunido con los dirigentes clandestinos en la capital oriental. Entre las misiones fundamentales de Faustino estaba la de reorganizar el Movimiento en la ciudad de La Habana, y el envío de un periodista a la Sierra para darle a conocer a los cubanos y al mundo que ellos estaban vivos y en condiciones para continuar la lucha armada, esta vez en las montañas.
Puede afirmarse que la solidaridad recibida por Mongo, su familia y demás campesinos fue muy estimulante para el jefe rebelde, a tal extremo que cuando consideró necesario abandonar el acogedor lugar, antes de hacerlo dejó constancia en una carta firmada por Fidel y demás compañeros, que al igual que él, estaban dispuestos a seguir “...luchando hasta vencer o morir con más fe que nunca, convencidos de que un pueblo como el nuestro merece todos los sacrificios”.
Con los expedicionarios reagrupados y varios campesinos, el 30 de diciembre de 1956 Fidel se remontó hacia lugares de mayor elevación e intricados bosques. Ya tenía en la mente el demostrarle a la tiranía de su existencia y disposición de reiniciar el combate armado. Fue una dura marcha. En una elevación llamada las faldas de la Loma de Caracas, conocieron a Eutimio Guerra, un luchador contra los desalojos de que eran víctimas los moradores de aquellos lugares, además de un gran conocedor de aquel lomerío, hombre de confianza de los serranos que acompañaban a los insurrectos, el cual fue aceptado en la tropa. Esta persona, que pudo ser de extraordinaria utilidad a la bisoña y desconocedora tropa, estuvo, sin embargo, a punto de exterminarla definitivamente.
EL COMBATE VICTORIOSO
El 8 de enero de 1957 acamparon en las orillas del río Magdalena, y allí maduró el plan de ataque al pequeño cuartel de La Plata. Para llegar hasta donde se encontraba ubicado, Eutimio fue de gran utilidad. En las cristalinas y frías aguas la mayoría se bañó, también lavaron su ropa, y más tarde Fidel dirigió una práctica de tiro y se revisaron las armas. En ese lugar se les incorporaron tres manzanilleros, para elevar el total a treinta combatientes. Según los datos del Puesto Militar seleccionado, éste se componía de un sargento jefe, cinco soldados e igual número de marineros. En la mañana del 15 marcharon hasta acampar en una elevación que les permitía observar el enclave militar, situado en una de las márgenes de la desembocadura del río La Plata.
El ataque se había planificado para el amanecer del próximo día; sin embargo, una nave de la Marina de Guerra se apareció en horas de la tarde, la que llevaba provisiones y realizó el relevo de la guarnición. Al no tener claro el objetivo de esa operación, ello motivó que aplazaran el ataque. Desde que amaneció el 16, mantuvieron una constante observación del cuartel, también enviaron exploraciones lo más cerca posible del objetivo, pudiendo comprobar que no hubo aumento del personal, ni que hubieran situados emboscadas en sus alrededores.
Entonces Fidel comenzó a poner en práctica el plan de ataque. A media tarde del 16 se acercaron al camino del cuartel y por la noche cruzaron el río, situándose a trescientos metros de éste, y a unos cien destacaron una posta de tres insurrectos, con el fin de detener a cualquier persona que pasara y pudiera brindar informaciones. Al poco tiempo detuvieron a una pareja de campesinos y luego a dos más. Los dos primeros aseveraron el número de militares, y que en la casa aledaña, vivienda de Honorio Olazábal, se encontraba Chicho Osorio, ambos despiadados mayorales de aquellos latifundios, colaboradores del ejército, quienes solían emborracharse con el jefe del cuartel. Al poco rato, el mayoral Osorio fue detenido cuando regresaba a su casa.
Cuatro grupos se formaron para el ataque: Fidel, con cinco hombres, por el frente; Raúl Castro, con cuatro, por el costado izquierdo; por el fondo Juan Almeida con igual número, y Julio Díaz y tres hombres, por la derecha. Los demás se encargaban de los prisioneros, con la instrucción de ajusticiar a Chicho Osario en cuanto se iniciara el combate. Aquel tipejo cayó prisionero al salir totalmente borracho de la casa de Olazábal y creyendo que los rebeldes eran soldados del gobierno, pues Fidel se hizo pasar por un oficial, dio otros detalles de la guarnición y declaró su participación en el asesinato de uno de los expedicionarios; incluso, calzaba las botas que pertenecieran a la víctima.
Fidel se detuvo a treinta metros del objetivo. El reloj marcaba las 02.40 de la fría madrugado del 17 de enero de 1957. El jefe rebelde disparó una ráfaga contra la posta y de inmediato los demás grupos lo imitaron. Al unísono se cumplió la sentencia del asesino Chicho Osorio.
Las bajas enemigas fueron dos muertos y cinco heridos graves –tres fallecieron más tarde--; tres prisioneros, ocho fusiles Springfield, una subametralladora, 1 000 cartuchos 30,06 y 150 calibre 45, uniformes, mochilas, cananas, comida y otros medios militares. Los rebeldes no tuvieron bajas. A los soldados heridos y los demás prisioneros, se les dio la libertad junto a los campesinos, con las medicinas disponibles para su atención, según órdenes del Comandante. Antes de retirarse, incendiaron todas las instalaciones militares. Al abandonar el escenario, a las 04.30, quedó sellada la primera victoria de los revolucionarios cubanos contra la tiranía, armada y respaldada por el poderoso imperio estadounidense durante los cuatro años, once meses y diecisiete días de instaurada.
Aunque la censura de prensa no permitió difundir la noticia a los cubanos y demás países del mundo, las Fuerzas Armadas del régimen estuvieron obligados a reconocer que Fidel Castro comandaba un grupo de combatientes dispuestos a enfrentárseles. La esperanza de Cuba palpitaba en la Sierra Maestra.
Esta derrota sufrida por las Fuerzas Armadas del tirano, no puede situarse entre las grandes desde el punto de vista militar, pero sí fue el primero desde el 10 de marzo de 1952; humillante y vergonzoso además, ya que habían afirmado que Fidel y sus seguidores perecieron en los “encuentros” con sus unidades militares. A sus amos yanquis no podían ocultárselo, pues su misión militar conocería de inmediato lo sucedido.
Posteriormente debía viajar a Santiago de Cuba para entregar una carta a Frank. La misión fue cumplida y la alegría fue enorme: Fidel estaba vivo y en disposición de continuar la lucha. El joven dirigente de la clandestinidad impartió las instrucciones para que desde Manzanillo contactaran con él y conocer cuáles eran sus necesidades más perentorias para mantener el foco guerrillero, mientras ellos se encargarían de reorganizar el Movimiento clandestino --que pasaba por una difícil situación, luego de los sucesos del 30 de Noviembre--, para apoyarlos y mantener la lucha en las ciudades.
Al regresar Mongo a su finca lo hizo acompañado de tres militantes de la organización, entre ellos una mujer, los que llevaron algunos avituallamientos y dinero. Al conocer la disposición de sus compañeros en la ciudad, el jefe revolucionario tomó la decisión de enviar al expedicionario Faustino Pérez, y miembro de la Dirección Nacional del MR-26-7., quien les explicaría cuáles eran sus planes para iniciar la lucha armada en las montañas. El médico combatiente salió de las montañas el 23 de diciembre y al otro día se encontraba reunido con los dirigentes clandestinos en la capital oriental. Entre las misiones fundamentales de Faustino estaba la de reorganizar el Movimiento en la ciudad de La Habana, y el envío de un periodista a la Sierra para darle a conocer a los cubanos y al mundo que ellos estaban vivos y en condiciones para continuar la lucha armada, esta vez en las montañas.
Puede afirmarse que la solidaridad recibida por Mongo, su familia y demás campesinos fue muy estimulante para el jefe rebelde, a tal extremo que cuando consideró necesario abandonar el acogedor lugar, antes de hacerlo dejó constancia en una carta firmada por Fidel y demás compañeros, que al igual que él, estaban dispuestos a seguir “...luchando hasta vencer o morir con más fe que nunca, convencidos de que un pueblo como el nuestro merece todos los sacrificios”.
Con los expedicionarios reagrupados y varios campesinos, el 30 de diciembre de 1956 Fidel se remontó hacia lugares de mayor elevación e intricados bosques. Ya tenía en la mente el demostrarle a la tiranía de su existencia y disposición de reiniciar el combate armado. Fue una dura marcha. En una elevación llamada las faldas de la Loma de Caracas, conocieron a Eutimio Guerra, un luchador contra los desalojos de que eran víctimas los moradores de aquellos lugares, además de un gran conocedor de aquel lomerío, hombre de confianza de los serranos que acompañaban a los insurrectos, el cual fue aceptado en la tropa. Esta persona, que pudo ser de extraordinaria utilidad a la bisoña y desconocedora tropa, estuvo, sin embargo, a punto de exterminarla definitivamente.
EL COMBATE VICTORIOSO
El 8 de enero de 1957 acamparon en las orillas del río Magdalena, y allí maduró el plan de ataque al pequeño cuartel de La Plata. Para llegar hasta donde se encontraba ubicado, Eutimio fue de gran utilidad. En las cristalinas y frías aguas la mayoría se bañó, también lavaron su ropa, y más tarde Fidel dirigió una práctica de tiro y se revisaron las armas. En ese lugar se les incorporaron tres manzanilleros, para elevar el total a treinta combatientes. Según los datos del Puesto Militar seleccionado, éste se componía de un sargento jefe, cinco soldados e igual número de marineros. En la mañana del 15 marcharon hasta acampar en una elevación que les permitía observar el enclave militar, situado en una de las márgenes de la desembocadura del río La Plata.
El ataque se había planificado para el amanecer del próximo día; sin embargo, una nave de la Marina de Guerra se apareció en horas de la tarde, la que llevaba provisiones y realizó el relevo de la guarnición. Al no tener claro el objetivo de esa operación, ello motivó que aplazaran el ataque. Desde que amaneció el 16, mantuvieron una constante observación del cuartel, también enviaron exploraciones lo más cerca posible del objetivo, pudiendo comprobar que no hubo aumento del personal, ni que hubieran situados emboscadas en sus alrededores.
Entonces Fidel comenzó a poner en práctica el plan de ataque. A media tarde del 16 se acercaron al camino del cuartel y por la noche cruzaron el río, situándose a trescientos metros de éste, y a unos cien destacaron una posta de tres insurrectos, con el fin de detener a cualquier persona que pasara y pudiera brindar informaciones. Al poco tiempo detuvieron a una pareja de campesinos y luego a dos más. Los dos primeros aseveraron el número de militares, y que en la casa aledaña, vivienda de Honorio Olazábal, se encontraba Chicho Osorio, ambos despiadados mayorales de aquellos latifundios, colaboradores del ejército, quienes solían emborracharse con el jefe del cuartel. Al poco rato, el mayoral Osorio fue detenido cuando regresaba a su casa.
Cuatro grupos se formaron para el ataque: Fidel, con cinco hombres, por el frente; Raúl Castro, con cuatro, por el costado izquierdo; por el fondo Juan Almeida con igual número, y Julio Díaz y tres hombres, por la derecha. Los demás se encargaban de los prisioneros, con la instrucción de ajusticiar a Chicho Osario en cuanto se iniciara el combate. Aquel tipejo cayó prisionero al salir totalmente borracho de la casa de Olazábal y creyendo que los rebeldes eran soldados del gobierno, pues Fidel se hizo pasar por un oficial, dio otros detalles de la guarnición y declaró su participación en el asesinato de uno de los expedicionarios; incluso, calzaba las botas que pertenecieran a la víctima.
Fidel se detuvo a treinta metros del objetivo. El reloj marcaba las 02.40 de la fría madrugado del 17 de enero de 1957. El jefe rebelde disparó una ráfaga contra la posta y de inmediato los demás grupos lo imitaron. Al unísono se cumplió la sentencia del asesino Chicho Osorio.
Las bajas enemigas fueron dos muertos y cinco heridos graves –tres fallecieron más tarde--; tres prisioneros, ocho fusiles Springfield, una subametralladora, 1 000 cartuchos 30,06 y 150 calibre 45, uniformes, mochilas, cananas, comida y otros medios militares. Los rebeldes no tuvieron bajas. A los soldados heridos y los demás prisioneros, se les dio la libertad junto a los campesinos, con las medicinas disponibles para su atención, según órdenes del Comandante. Antes de retirarse, incendiaron todas las instalaciones militares. Al abandonar el escenario, a las 04.30, quedó sellada la primera victoria de los revolucionarios cubanos contra la tiranía, armada y respaldada por el poderoso imperio estadounidense durante los cuatro años, once meses y diecisiete días de instaurada.
Aunque la censura de prensa no permitió difundir la noticia a los cubanos y demás países del mundo, las Fuerzas Armadas del régimen estuvieron obligados a reconocer que Fidel Castro comandaba un grupo de combatientes dispuestos a enfrentárseles. La esperanza de Cuba palpitaba en la Sierra Maestra.
Esta derrota sufrida por las Fuerzas Armadas del tirano, no puede situarse entre las grandes desde el punto de vista militar, pero sí fue el primero desde el 10 de marzo de 1952; humillante y vergonzoso además, ya que habían afirmado que Fidel y sus seguidores perecieron en los “encuentros” con sus unidades militares. A sus amos yanquis no podían ocultárselo, pues su misión militar conocería de inmediato lo sucedido.