Visita de Fidel a Venezuela en 1959
Data:
25/01/2014
Fonte:
Periódico Granma
Autore:
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El 27 de enero de 1959 las planas de los periódicos cubanos compartían su espacio entre los juicios a los criminales de la dictadura batistiana, los preparativos para el homenaje a José Martí en su natalicio —el primero en una patria verdaderamente libre— los problemas del empleo y la economía. Cuba era un hervidero en el que se mezclaban las ansias de transformación, la duda ante lo desconocido, la defensa de lo conquistado y los instintos de conservación de quienes veían en riesgo su precioso nivel de vida; un hervidero en el que las horas no tenían 60 minutos y los días duraban más de 24 horas.
Pero justamente ese martes 27, las primeras planas de Revolución y Prensa Libre no hablaban del regreso de Fidel Castro de un viaje de leyenda por Venezuela, quizás porque nadie creería que en tan poco tiempo se pueda tejer una.
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No solo fueron venezolanos, entre la muchedumbre se distinguían banderas de otros pueblos, como el dominicano y el haitiano. Tal vez fue entonces cuando dijo: "No puedo precisar si son cubanos o venezolanos, pero estoy seguro que son mis hermanos". Tal vez fue después, porque no hubo ni un instante de esa travesía en que no estuviera rodeado de una profunda admiración y cariño.
Y es que Fidel no viajó solo. Sus manos estrechadas en señal de saludo y al mismo tiempo de victoria, al asomar su rostro feliz en la portezuela del avión, era la imagen de esa Cuba alegre, esperanzada, agradecida, que se agitaba en la cotidianidad que reflejaban los diarios de la Isla. Él y sus acompañantes —Celia Sánchez, Pedro Miret, Paco Cabrera, Violeta Casals, Luis Orlando Rodríguez, Jorge Enrique Mendoza, Orestes Valera y otros compañeros— eran el pueblo que se había agigantado para tomar las riendas de su destino.
En esa lengua habló Fidel allá en el barrio El Silencio, en nombre de los cubanos. Fue ese idioma común de los pueblos el que sintieron los venezolanos y acogieron con el corazón. No el español que heredamos de la metrópoli, sino el del sacrificio, la sangre obrera, campesina, india; el de las ansias de libertad galopando fuerte dentro del pecho.
Allí y en otros lugares, al igual que el pueblo cubano lo esperaron por horas, porque el tiempo se volvió poco en medio de tantas cosas por hacer: el homenaje imprescindible a Bolívar y Martí, las palabras a los universitarios, el encuentro con los abogados, la caminata por los cerros de Caracas —tan parecidos a la Sierra Maestra, según dijo—; la donación de sangre para retribuir el plasma ofrecido para los heridos, en caso de que fuera necesario.
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Con humildad y dignidad les habló Fidel de la ayuda que precisaba Cuba en ese momento, cuando pretendían aislarnos por medio de las mentiras, construyendo una imagen falsa de nuestra Revolución recién estrenada.
Y en esos días que se entremezclaron, habló además del indispensable camino de unidad por el que tenían que transitar los pueblos de América, aunque sin duda sería una tarea larga. Los pueblos debían juntarse para acabar definitivamente con las tiranías y aquella visita era como sembrar la semilla necesaria para conseguir esa alianza en la defensa de nuestros intereses comunes.
Cuba y Venezuela abrían el sendero, aunque aquel 27 de enero de 1959, ya de regreso en La Habana, los diarios no lo dijeran así, ni pudieran imaginar cuánto de profecía habría en el anuncio de las becas estudiantiles, de los viajes de solidaridad, del comercio...
Está claro que nadie puede intuir que una leyenda nazca en tan poco tiempo y que la historia se torna invisible cuando se va tejiendo con hilos finos a cada segundo. Pero eso era lo que estaba sucediendo mientras los titulares venezolanos hablaban de una Caracas que aclamaba a Fidel Castro como héroe continental, y la grandiosa celebración del 23 de enero con Castro en El Silencio.
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Dicen que Fidel tomó Caracas, allá por el año 1959, en un día común de la Revolución recién triunfante. La verdad es que Cuba viajó a las entrañas de América a agradecer, a través de los venezolanos, a todos sus hijos por ofrecernos su mano, y a pedir que nos levantáramos juntos, en una sola Patria.