Dos testigos, una emoción
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Santiago de Cuba.— El primer día de enero de 1959, casi Santiago entero cupo en las calles y la plaza principal de la ciudad.
Por diferentes rutas y desde todas direcciones avanzaron los barbudos que bajaban de la Sierra, mientras eran aclamados por el pueblo convertido en masa eufórica.
Miguel Franco muestra una foto junto a otros combatientes del Ejército Rebelde el 1ro. de Enero de 1959.
Aquella jornada fue una muy clara expresión de que la causa rebelde era popular; pues de no ser por los uniformes, las armas y las barbas largas, no podrían diferenciarse pueblo y guerrilleros.
UN SENTIMIENTO LIBERADOR
"¡Batista se fue, se cayó Batista!, fueron los primeros gritos que llamaron la atención en mi casa. La gente se volcaba a las calles y yo, una adolescente de 14 años, salí con una tía a confirmar la noticia", cuenta 55 años después, la actual Historiadora de Santiago de Cuba, la doctora Olga Portuondo Zúñiga.
"Aunque tenía parientes vinculados en la clandestinidad a la causa revolucionaria, y conocía de los justos principios que proclamaban, todavía yo estaba muy lejos de imaginar lo que sería la Revolución.
Doctora Olga Portuondo, Historiadora de Santiago de Cuba.
"Sin embargo había conocido del terror y la crueldad sangrienta desatada por la tiranía, cuando, por ejemplo, vi asesinar frente a mi casa al jovencito Omar Girón. Mi barrio era el mismo del cuartel Moncada, y desde el asalto en 1953, la zona había vivido en permanente estado de sitio, con la tensión constante de la persecución y las ejecuciones a sangre fría.
"Por eso nada más que el anuncio de la huida de Batista nos colmó de entusiasmo y alegría, y nos arrastró, junto a la muchedumbre hacia el parque Céspedes, donde se aseguraba que hablaría Fidel.
"Ciertamente fue largo el tiempo de espera. Algunos se marchaban dada la hora tardía, pero aún así el parque permaneció lleno hasta que llegó el jefe rebelde y se asomó al balcón del Ayuntamiento. La curiosidad y la esperanza alimentaban la euforia de la gente, y mientras él discursaba, el pueblo aclamó y ovacionó varias veces sus palabras.
"Con 14 años, inocente todavía de lo que significaba en toda su dimensión aquel cambio trascendental, no podría decirles que escuché e interpreté con profundidad aquel discurso. Incluso para aquella adolescente Fidel solo era el guerrillero, el jefe de la Sierra, el hombre del Moncada.
"Pero de algo sí estaba clara aquella jovencita esa jornada: el 1ro. de Enero de 1959 experimentó el más grande sentimiento liberador, la certeza de que al fin terminaba el pánico en la calle, el terror, el miedo a la represión de muchos años. Eso vi en aquel Fidel hablando en el balcón, y en aquel ejército de hombres que entraron a la ciudad, barbudos, de verde olivo, con olor a monte".
CON FIDEL HASTA SANTIAGO
La misma intensa emoción, pero desde una perspectiva diferente, vivió aquel día el combatiente Miguel Franco Rodríguez.
Pocos meses antes había subido a la Sierra, escapando de la persecución de la tiranía por sus actividades clandestinas, y pronto fue integrado a la Columna 9 que operaba cerca de la ciudad, por la dirección de El Caney.
"El rumor de la huida de Batista se había regado entre la tropa; pero permanecíamos tranquilos en el campamento que dirigía Filiberto Álvarez, "El Negro". De pronto, recostado de un ciruelo, veo acercarse dos carros, y en el segundo iba Fidel. Casi me paraliza la emoción, pues aunque lo había visto en imágenes, no conocía personalmente a mi Comandante. Me impresionó de verdad.
"Fue ahí donde comencé a vivir el privilegio de acompañarlo, a modo de escolta —aunque tenía la suya— hasta la entrada a
Santiago. Del campamento lo seguimos hasta El Escandel, donde se negoció la rendición de Santiago, y desde ahí, ya de noche, emprendimos la ruta en caravana a la ciudad.
"Desde el mismo inicio de la avenida Garzón la calle era un mar de gente, saludando, queriendo tocar las manos, el uniforme, pidiendo una balita de recuerdo, un collar, y así fue hasta llegar a la emisora de radio CMKC.
"Custodiamos la entrada de la planta hasta que el jefe salió y enrumbamos luego hacia el parque Céspedes. Tanta gente había que al menos mi carro no llegó a la plaza y avanzamos a pie, justo hasta ubicarnos en uno de los costados bajo el balcón, para observar y proteger.
"No cabía un alma en aquel parque. La aparición del líder fue casi mágica, y la gente desbordaba de emoción. Nosotros mismos no escapábamos al ambiente del momento y mientras el jefe hablaba evocábamos los compañeros caídos en la lucha.
"Tratamos de mantener firme hasta el gesto, pero a cualquiera se le aguaban los ojos. Fueron tantas emociones y tantos los recuerdos que hoy, 55 años después de la victoria, no es posible que nos quepan en la memoria".