Fidel, con los pobres de la tierra
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Cuando me enteré de la triste noticia de la enfermedad de Fidel, estaba poniendo las últimas comas a un ensayo sobre la política exterior de Cuba en las décadas de los 60 y 70. Este es mi oficio, soy historiador, y hace 15 años que vengo estudiando la política exterior de la Revolución Cubana. Me puse a pensar, ¿qué representa Fidel para mí?
Imágenes sueltas, pedazos de frases que conozco de memoria. Las palabras de un amigo, Nelson Mandela, cuando estuvo en La Habana en julio de 1991: «Venimos aquí con el sentimiento de la gran deuda que hemos contraído con el pueblo de Cuba. ¿Qué otro país tiene una historia de mayor altruismo que la que Cuba puso de manifiesto en sus relaciones con África?».
Y las palabras de un enemigo, Henry Kissinger, en el último volumen de sus memorias, cuando se preguntaba por qué Cuba envió sus soldados a Angola a fines de 1975, desafiando a Brezhnev, que estaba en contra; desafiando a Sudáfrica, que había invadido a Angola y cuyas tropas se estaban acercando a Luanda; y desafiando a EE.UU., que estaba en impúdico contubernio con Pretoria. Kissinger apuntaba que Fidel «era tal vez el líder revolucionario en el poder más genuino de aquellos momentos». Fidel envió sus soldados porque sabía que la victoria del Eje del Mal —Washington y Pretoria— hubiera significado la victoria del apartheid, el reforzamiento del dominio blanco sobre los pueblos de África Austral.
Nuestros colaboradores de la salud han marchado a los lugares más recónditos y ganado la confianza de sus pacientes actuando con sencillez y amabilidad. La voz de una mujer en Guinea-Bissau, rememorando a los médicos cubanos que conoció hace más de 30 años: «Ellos realmente hicieron un milagro», observaba. «Les estoy eternamente agradecida. No solo salvaron vidas, sino que arriesgaron las suyas. Eran verdaderamente generosos». Eran los médicos cubanos que fueron voluntarios a las zonas guerrilleras de Guinea-Bissau, de 1966 a 1974 —hasta que Portugal se doblegó— y se hicieron cargo de la atención médica ahí.
Una tarde en Conakry, hace muchos años, con un amigo cubano que vivía allí, frente al Ministerio de Agricultura, los agrónomos que salían se le acercaban y le hablaban en un español suelto, fluido —habían estudiado en Cuba, becados por la Revolución cubana, así como decenas de miles de otros estudiantes africanos. ¿Qué otro país actuó alguna vez con tanta generosidad?, ¿qué otro país tiene la historia de la Isla de la Juventud, donde estudiaron tantos jóvenes africanos y latinoamericanos?
La educación cubana ha formado durante poco más de cuatro décadas a cientos de miles de técnicos de África y otros países. El presidente Nyerere, de Tanzania, al visitarla dijo: «No hay lugar más bello bajo el sol». ¿Qué otro país tiene hoy en día algo como la Escuela Latinoamericana de Medicina, donde miles de estudiantes de países del Tercer Mundo, y hasta jóvenes pobres de EE.UU., estudian becados gratuitamente? El reto de Cuba es el de crear una cadena de solidaridad, y que la generosidad y los valores que ellos reciben de la Revolución cubana los devuelvan y multipliquen en un futuro no lejano a los pobres de sus países. Martí dijo: «Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar». Esta es la bandera de la Revolución cubana.
Hay en los archivos norteamericanos un documento muy interesante, las notas taquigráficas de una larga conversación de Fidel, en diciembre de 1978, con dos emisarios del presidente Carter. Habían venido a exigirle, de parte del presidente estadounidense, que Cuba retirara sus tropas de Angola —amenazada por los racistas de Pretoria— y dejara de ayudar a los movimientos de liberación de Zimbabwe, Namibia y Sudáfrica. Si Cuba acataba, entonces EE.UU. podría aflojar sus políticas contra Cuba.
Fidel respondió: «Creemos que es hondamente inmoral que ustedes usen el embargo como una manera de presionar a Cuba. Estamos hondamente irritados, ofendidos e indignados por el hecho de que durante 20 años ustedes han usado el bloqueo para presionarnos y exigir cosas de nosotros. (...) Tal vez debo añadir algo más. Quiero que ustedes no se equivoquen —no nos pueden presionar, corromper o comprar (...). Tal vez por ser Estados Unidos una gran potencia, piensa que puede hacer todo lo que quiere, todo lo que le parece en su interés. Parece estar diciendo que hay dos tipos de leyes, dos tipos de lógica, uno para Estados Unidos y otro para los demás países. Tal vez sea idealista de mi parte, pero nunca he aceptado las prerrogativas universales de EE.UU., nunca he aceptado y nunca aceptaré la existencia de leyes diferentes y reglas diferentes». Y concluyó: «Espero que la historia será testigo de la vergüenza de Estados Unidos que durante 20 años no ha permitido la venta de medicinas necesarias para salvar vidas. (...) La historia será testigo de vuestra vergüenza».
Una imagen me asalta, algo que nunca vi, pero lo he leído tanto en la prensa sudafricana, namibia y norteamericana de aquel tiempo que casi me parece haberlo vivido: los tanques cubanos avanzando en el sur de Angola hacia la frontera de Namibia en la primavera de 1988, para sacar a los sudafricanos de una vez para siempre de Angola. Con las tropas cubanas, los combatientes namibios y unidades angolanas. Los generales del apartheid, la prensa del apartheid, lanzaban amenazas y alaridos de dolor, ¿cruzarían los cubanos la frontera, entrarían en Namibia ocupada por los racistas de Pretoria?
El avance de los tanques cubanos hacia la frontera de Namibia, junto a combatientes de este país y fuerzas angolanas, fue decisivo para poner de rodillas a los racistas sudafricanos. Fue para saber esto que el Secretario de Estado adjunto de Reagan para asuntos africanos buscó a Jorge Risquet, el hombre de punta de Fidel para África. «Una pregunta que surge es la siguiente —dijo— ¿Cuba tiene la intención de detener su avance en la frontera entre Namibia y Angola, porque sus tropas no están muy lejos de esa frontera?».
Risquet, transmitiendo con exactitud la respuesta de Fidel, replicó: «Yo no le puedo dar esa respuesta. Yo no le puedo dar un meprobamato ni a usted ni a los sudafricanos. (...) Yo no he dicho que no van a detenerse ni que no van a dejar de detenerse. Yo he dicho que no están limitadas por nada y que solo pueden ser limitadas por un acuerdo. Entiéndame bien, yo no estoy amenazando. Si yo le dijera que no van a detenerse, yo estaría profiriendo una amenaza. Si yo le dijera que van a detenerse, yo le estaría dando un meprobamato, un Tylenol y yo no quiero ni amenazar ni quiero darle un calmante. (...) Lo que he dicho es que solo los acuerdos (sobre la independencia de Namibia) pueden dar las garantías». Sudáfrica cedió. Bajo el empuje de las tropas cubanas, se retiró de Angola y aceptó, en diciembre de 1988, la independencia de Namibia que tanto aborrecía.
Hay una canción de Silvio Rodríguez que dice: «Nicaragua les duele porque les duele el amor...». A Estados Unidos Cuba, les duele, y mucho. Les duele porque los venció, los humilló. Por cierto, no fueron agresiones cubanas Bahía de Cochinos, Angola, eran agresiones de EE.UU., pero el soberbio imperio nunca se lo perdonó. Y se está vengando como puede, es la venganza del cobarde: con el infame bloqueo, para destruir los logros de la Revolución cubana —la salud, la educación...— y tratando de reescribir la historia, mintiendo, manoseando, para borrar el papel de Cuba.
Yo no conozco a ningún otro país para el cual el altruismo haya sido un componente tan clave de su política exterior. Yo no conozco a ningún otro país más que Cuba que por tantos años, contra vientos y mareas, haya demostrado tanta generosidad y valentía en su política exterior.
Para mí, esto es lo que Fidel representa.
*Investigador y profesor de Política Exterior de la Universidad Johns Hopkins de EE.UU.