La profecía de Cinco Palmas
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Han transcurrido 55 años y todavía, en el roce del viento con las hojas de las cañas, se escucha el recuento de aquella noche extraordinaria.
Todo en aquel lugar es símbolo. La luna, que baña cafetos y guásimas, no aparenta igual luz que en otros sitios. Ni el aire es el mismo.
«Fue allí», acostumbran a expresar los lugareños de Cinco Palmas, apuntando el sitio exacto donde se produjo el abrazo entre Fidel y Raúl el 18 de diciembre de 1956 bajo las estrellas anchas.
Es un pequeño sembrado de gramíneas dentro del que nacieron agrupadas, como los dedos de las manos, cinco palmas. Si ese simbolismo pareciera poco, existe otro detalle que torna aún más atractiva la historia: la finca que vivió el reencuentro de los hermanos, propiedad de Mongo Pérez, tenía un nombre hermoso: El Salvador.
«Por fin, a la luz de la Luna, aparecieron algunos campesinos y como a las 9 p.m. enfilamos, precedidos por ellos cuatro. No caminamos mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos silbidos que contestaron a varios metros. Llegamos, y a la orilla de un cañaveral nos esperaban tres compañeros: Alex (Fidel), Fausto (Faustino) y Universo», escribiría Raúl con alegría en su Diario para reflejar aquellos momentos en que se juntaron apenas ocho hombres y siete fusiles, 13 días después del revés de Alegría de Pío.
El propio Raúl nos aseguró hace 15 años a varios periodistas que el ejemplo de ese 18 de diciembre se sintetiza en la expresión de Fidel al verlo. «Me dio un abrazo y lo primero que hizo fue preguntarme cuántos fusiles tenía, de ahí la famosa frase: “Cinco, más dos que tengo yo, siete. ¡Ahora sí ganamos la guerra!”».
Caminando bajo metralla
¿Cómo un hombre extenuado, que solo tenía a su alrededor a siete compañeros del accidentado desembarco por Los Cayuelos podía atreverse a asegurar que era posible triunfar y derrotar a un ejército de miles y miles de soldados?
Treinta años después de aquella sentencia, el líder de la Revolución confesó que aquello fue un verdadero «arranque de entusiasmo», en un momento excepcional: «Éramos pocos, cuatro gatos por allá con unos pocos fusiles y en la cabeza la idea de derrotar la tiranía y el régimen opresor».
Pero también aseguró que esa frase tan optimista resumía la confianza en el pueblo, en los campesinos, en los obreros y en los ideales que defendía esa valerosa generación.
Recuérdese que, a raíz de Alegría de Pío, donde la bisoña tropa fue sorprendida por la soldadesca batistiana mientras descansaba, la dispersión fue tal que los 82 tripulantes del Granma se diseminaron en medio de la confusión en 28 grupos distintos. Entonces la persecución enemiga y la sed de sangre se acrecentaron al extremo.
Hubo, incluso, combatientes que emprendieron solos la retirada, como hizo el segundo al mando del Granma, Juan Manuel Márquez, asesinado el 15 de diciembre de 1956.
Todos los que llegaron a Cinco Palmas tuvieron que poner a prueba el cerebro y los músculos. Se dice que desde el desembarco por Los Cayuelos hasta el lugar del reencuentro caminaron una distancia cercana a cien kilómetros, teniendo en cuenta el recorrido por montes, cañaverales y accidentes geográficos. Y, para colmo, la vencieron sedientos, agotados y con hambre.
El grupo de Fidel (en el que estaban Universo Sánchez y Faustino Pérez) consiguió llegar a la primera casa amiga el 12 de diciembre por la tarde, luego de atravesar cañaverales extensos «de menos de un metro de altura», y de escapar milagrosamente a un intenso tiroteo aéreo.
«Una avioneta nos descubrió y a los pocos minutos fuimos sometidos a un tremendo ametrallamiento por los aviones caza del Ejército de Batista. Los aviones pasaban uno detrás de otro, y nosotros estábamos a 30 metros, porque nos habíamos apartado del lugar donde nos había visto y nos habíamos metido en un matorralito», contó Fidel al periodista Ignacio Ramonet 50 años después.
El Comandante en Jefe agregó en ese diálogo con el destacado intelectual que en aquellos días en los que avanzaba hacia la Sierra Maestra con sus dos compañeros, vivió una de las jornadas más dramáticas de su vida. «Ninguna otra fue tan dramática», llegaría a decir.
Sucede que el cansancio llegó al punto de que en la tarde del 6 de diciembre, enterrado bajo la paja en medio de la caña, aún con el asedio de las aeronaves, se durmió unas tres horas. De todos modos, había preparado su fusil para no ser capturado vivo.
Ellos llegaron a recorrer en menos de la mitad de un día —desde las ocho de la noche del 15 hasta las siete de la mañana del 16, fecha en que pisaron Cinco Palmas—, cerca de 40 kilómetros.
«En mi vida había caminado tanto de madrugada cuando todavía no estábamos fuertecitos, porque el hambre nos había acompañado durante algunas semanas y llegamos precisamente allí a Cinco Palmas...», expresó Fidel.
Las contingencias de Raúl, Ciro Redondo, René Rodríguez, Efigenio Ameijeiras y Armando Rodríguez —los integrantes del otro grupo— no fueron menores. Al bajar, por ejemplo, el farallón de Blanquizal, luego de seis días de hambre, sed y cansancio, estuvieron a punto de caer en una de las numerosas emboscadas tendidas por el ejército batistiano.
«Era la Muralla China que nos encontramos en el camino, pero no los equis metros que tiene de altura sino desde una punta hasta la otra», manifestó Raúl en 1996.
En esas fechas de cercos, en las que anduvieron casi paralelos al grupo de Fidel (hacia el este) la única buena noticia para ellos fue conocer vagamente, el 13 de diciembre, por rumores de los lugareños, que el máximo guía revolucionario estaba vivo e iba rumbo a la Sierra Maestra.
Recordemos que un tercer grupo, integrado por Juan Almeida, Ernesto Che Guevara, Camilo Cienfuegos, Ramiro Valdés, Francisco González, Reynaldo Benítez y Rafael Chao llegaría a Cinco Palmas el 21, aunque sin sus armas. El 25 de diciembre saldría una pequeña tropa, liderada por Fidel, hacia el escenario de batalla: la Sierra.
La red salvadora
Sin dudas, no hubiera sido posible que Fidel y Raúl se encontraran, sin la red de apoyo integrada por campesinos de la zona y cuya organizadora principal fue Celia Sánchez.
Estos lugareños humildes estaban conscientes del riesgo al que se exponían al ayudar a aquellos hombres que jamás habían visto, pero en los que tenían fe inquebrantable.
«El campesino serrano estaba naturalmente predispuesto como clase a luchar contra un régimen que lo oprimía y explotaba de manera especialmente brutal», reflexionó al respecto el fallecido historiador Pedro Álvarez Tabío.
Para tejer esa telaraña solidaria participaron muchos nombres, imposibles de enumerar, de los cuales los más conocidos, acaso, fueron los de Crescencio, Mongo e Ignacio Pérez, Guillermo García, Hermes Cardero, Primitivo Pérez y Laurel Pérez.
De aquellos colaboradores prácticamente no queda ninguno en Cinco Palmas. «Algunos murieron, otros se mudaron», me dijo hace un lustro con pesar Edilberto Piña, quien en diciembre de 1956 tenía 17 años y se convertiría en práctico de la tropa.
Uno de los miembros de esa red, Primitivo Pérez, fallecido en 2002, narró a varios reporteros en 1996 parte del reencuentro: «A mí el día 18 me dan la cartera de Raúl, que él había entregado a Hermes Cardero como identificación. Era una licencia de conducción mexicana y yo la llevo al campamento donde estaba Fidel desde el 16. Este se emociona un mundo con la cartera, pero teníamos la duda de si era un guardia haciéndose pasar por él. Entonces me dice lo que tenía que preguntarle al hombre. Y allá fui, a la casa de los Cardero, a hacerle unas preguntas, sin hacer mucho aspaviento.
«Enseguida me doy cuenta: era Raúl. Y le pongo la nueva: “Fidel está cerca de aquí”. Se volvieron locos, querían ir a encontrarse con él. Pero le dije: “aguanta, a la noche venimos a buscarlos”. Y así mismito. Como a las nueve los conducimos hasta el Jefe, que estaba a unos dos kilómetros de distancia. Aquello fue lindo...».
Coincidencias
El 18 de diciembre de 1958, coincidentemente, Fidel y Raúl volverían a unirse en el campamento de La Rinconada, no lejos de Jiguaní. Se habían separado los últimos nueve meses de la guerra porque Raúl había partido hacia la Sierra Cristal a formar el II Frente Oriental. En esa cita —hermosa diferencia— no hablaron de iniciar la contienda sino de la fase final de la gesta.
Y 30 años justos luego del reencuentro, el 18 de diciembre de 1986, rodeados entonces de pioneros, sin «casquitos» ni aviones al acecho, los dos hermanos volvieron a abrazarse en Cinco Palmas. En esa ocasión el Comandante subió al escenario en el que se celebró una bella gala cultural. Raúl lo hizo después, tomó el brazo del líder, lo levantó y exclamó ante la entusiasta multitud: ¡Viva Fidel!
El Comandante calificó aquella tarde como «una de las más hermosas» de los últimos tiempos. «Hace mucho que no veía una tarde como la de hoy. Un sol maravilloso y las montañas», diría al hablar a una multitud reunida por la noche en las afueras de la Casa Natal de Celia Sánchez, en Media Luna.
«Quiero expresar —expondría emocionado— un sentimiento íntimo y el mismo optimismo de hace 30 años. El sentimiento de que ahora, juntas las viejas y las nuevas generaciones emprenderán un largo camino y puedo decir, como hace 30 años: ¡Esta guerra la ganaremos!».