La Nochebuena de Fidel con los carboneros
Data:
23/12/2009
Fonte:
Cubadebate
Autore:
Su mujer ya cuela el café. Los siete hijos todavía duermen su sueño en apretado espacio: nueve personas en total se alojan en aquel cuartucho de viejas tablas, cobijado de guano. Al salir de sus bohío, Rogelio dirige su mirada hacia el de su vecino Carlos y ve la puerta abierta, pero en ese momento, una voz que sale de la managua próxima lo llama.
Carlos ha estado de vigilia, cuidando el horno de carbón, de cuatro varas de alto. Antes que caliente el sol sus cabezas, la obra está terminada. Comparan el resultado del esfuerzo del mes que termina con los duros años anteriores a la Revolución, y la alegría asoma a sus rostros. Es el día de Nochebuena y hay que preparar la cena y traer las cosas de la bodega. Ademas, Rogelio debe pedir la liquidación a la Cooperativa. Quiere comprarales ropa a los muchachos y a Pilar “para que deje de ponerse ese ripio punzó”.
Juntos abandonan la finca Santa Teresa, antiguo latifundio, ahora propiedad del pueblo carbonero. Atraviesan un trillo hasta el campo de aterrizaje, obra construida por el INRA y, siguen la amplia calzada del aeródromo.Llegan a Soplillar. Pasan la escuelita remozada, pintada de verde claro; las casas de madera, adornadas con papelitos de colores, indican la alegría reinante.
Rogelio y Carlos se abren paso hasta el mostrador de la Tienda del Pueblo para cobrar el dinero que la Cooperativa les adeuda y comprar los víveres de la Nochebuena Carmelo Hernández, el administrador, le extiende a Carlos un cheque. No lo cambie, paga con lo que le ha quedado de meses anteriores y comenta que antes el cobro de los carboneros sólo servía para pagar lo consumido y abonar los abusivos intereses. La lista de precios que cuelga de la pared es elocuente: al aumentar los jornales del carbonero casi al doble y reducirse el costo de la vida, el nivel económico en la ciénaga se eleva en pocos meses.
Una hora después de su entrada en la Tienda del Pueblo, Rogelio y Carlos, con sendos sacos repletos de víveres, turrones y otros dulces para sus hijos, regresan a sus hogares.
Muy lejos de Soplillar, un automóvil sale de la Capital. En él viaja Fidel Castro, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. Atravesamos ciudades y pueblos, todos igualmente engalanados con cubanísimas pencas de palmas reales, las casas con bandera y a lo largo de las calles, una profusión de guirnaldas de colores, adornos navideños. Al paso de Fidel, la gente le extiende su saludo emocionado. Todos quieren estrechar su mano, expresarle su apoyo a la Revolución. Son las primeras Navidades libres de Cuba.
Al llegar al central Australia, el auto se interna por la carretera que atraviesa la Ciénaga de Zapata. En el cruce de esta vía con el canal que va a la Laguna del Tesoro, dejamos el auto para tomar el aerobote. Durante el cambio de vehículo se aglomeran numerosos carros de turistas. Ya la región no es tan ignota como cuando el ingeniero Juan A. Cosculluela escribio su famoso libro Cuatro años en la Ciénaga de Zapata, lleno de relatos pintoresco, de encuentros con cocodrilos y de descubrimientos arqueológicos.
Minutos más tarde llegamos a la Laguna del Tesoro, y sin descanso, Fidel se enfrasca en la revisión de los planes turístico del lugar. Como del fondo mismo de la prehistoria cubana, caneyes y bohíos indígenas se levantarán a orillas del lago, para alojar un turismo amante de las tradiciones. También se analizan los proyectos para la desecación y canalización parcial de la cienaga.
En estos trajines, entre mapas y papeles, nos sorprende el atardecer.
-¿A dónde vamos?- es la pregunta que surge de cada uno de los que acompañamos al Jefe de la Revolución.
-Con los carboneros, a cenar con ellos- es la respuesta.
El helicóptero levanta su ruidoso vuelo y nos dirigimos hacia Soplillar. Triste es el anochecer en aquellos solitarios parajes de fangales perennes, de maniguas infinitas donde apenas se ve el tenue resplandor de una miseria choza. Cerca de Solplillar, las luces de los faroles de dos bohíos indican a Fidel el punto de aterrizaje.
La nave aérea enciende el reflector, que lanza un haz de luz hacia tierra. Más de una docena de niños con sus padres salen a recibirnos: son las familias de Carlos y Rogelio quienes han visto cómo una estrella baja del oscuro cielo en su Nochebuena. Están muy lejos de suponer que en ella llega el Jefe del Gobierno de la República a cenar con ellos. En el patio del bohío, el helicoptero se posa como una ave nocturna.
Nos sentamos debajo de un árbol cuyas ramas se mecen por la suave brisa invernal. Los faroles iluminan las verdes hojas, que contrastan con la negrura del espacio, donde simbólicamente la Constelación del Arado parece presidir el cielo de Cuba.
El olor de lechón que se asa a pocos metros de distancia, cubierto con anchas hojas de plátano, a la manera de la región, invita a acelerar la cena de la Nochebuena guajira.
Felipe Socorro, camionero de la Cooperativa, llega con su guitarra. Por su contagiosa alegría es uno de los personajes más populares de la ciénaga. Se le une el viejo Pablo Bonachea con una botella y una cuchara, a manera de instrumento musical, y forman un dúo que nos alegra a todos. Pablo es, además, el mejor improvisador de la zona y sus cuartetas expresan el amor y gratitud de los cienagueros a Fidel:
Ya tenemos carretera
Gracias a Dios y a Fidel,
Ya no muere la mujer
De parto por donde quiera.
Con tu valor sin igual
Gracias, Fidel Comandante,
Tú fuiste quien nos libraste
De aquel látigo infernal.
A medida que la noche avanza, otros vecinos llegan atraídos por la musica y el deseo de compartir las alegrías de la Navidad. José Caballero saluda a los que visten el honroso uniforme verde olivo:
-¡Que diferencia! Hace un año los amarillos vinieron a llevarme la lechona y me mataron a un sobrino que todavía nadie sabe donde lo enterraron. Señores, ¡esto ha vuelto a nacer!.
José ha llegado con sus dos hijos, José Maximiliano y Alfredo, de nueve y diez años respectivamente, que con mucho orgullo le entregan a Fidel, para la Reforma Agraria, seis pesos con ochenta centavos producto de un hornito de carbón que hicieron y vendieron a la Cooperativa.
Fidel se pasea a ratos y conversa con otros campesinos de los alrededores.
-Fidel gozan en el monte como el venado-dice el carbonero Alipio.
Un niño le muestra al Primer Ministro su carné de las Patrullas Juveniles. Se llama Alfonso Bauzá y a una pregunta de Fidel le responde:
-Las Patrullas Juveniles son para defender el pueblo, para ayudar a la Reforma Agraria y para defender la Revolución.Fidel les atiende a todos.Se siente a gusto entre ellos.
Se le acerca un viejo vecino de Soplillar quien expone:
-Cuando ustedes luchaban en las montañas, para serles franco, no creía que esta Revolución iba ser tan pura. ¡Eran tantas las decepciones del pasado! Yo conozco como nadie la ciénaga y ahorita no se va a conocer. En Soplillar ya hay ciento cuarenta y ocho cooperativas, en Buenaventura ciento noventa y en Pálpite pasan de ochenta. Y a eso, súmele las carreteras, las playas, las Tiendas del Pueblo.
Antes de las doce de la noche ya todos estamos sentados frente a una mesa de rústicas tablas donde se coloca el lechón asado, una fuente de yuca, la ensalada de lechuga y rábanos y el arroz blanco. El vino es de frutas cubanas y los turrones comprador en la Tienda del Pueblo han sido producidos en el país.
Ha transcurrido el primer año de la Revolución en el poder, no exento de dolor: la trágica desaparición del Comandante del Pueblo, Camilo Cienfuegos; la muerte de inocentes ciudadanos, víctimas de sabotajes y la metralla de aviones piloteados por la traición al servicio de poderosos durante siglos de coloniaje y tutela.
La relación directa con este pueblo de carboneros que le demuestran una cercanía casi familiar y una comprensión de sus sentimientos, azuzan tal alegría en Fidel que nos conmueve a todos. Pienso que al tocar Fidel en el mismísimo fondo de sus pueblos, al reunirse con estos hombres, mujeres y niños para festejar la Nochebuena, muestra su profundo amor por los humildes, que lo hermana a Martí.
Carlos ha estado de vigilia, cuidando el horno de carbón, de cuatro varas de alto. Antes que caliente el sol sus cabezas, la obra está terminada. Comparan el resultado del esfuerzo del mes que termina con los duros años anteriores a la Revolución, y la alegría asoma a sus rostros. Es el día de Nochebuena y hay que preparar la cena y traer las cosas de la bodega. Ademas, Rogelio debe pedir la liquidación a la Cooperativa. Quiere comprarales ropa a los muchachos y a Pilar “para que deje de ponerse ese ripio punzó”.
Juntos abandonan la finca Santa Teresa, antiguo latifundio, ahora propiedad del pueblo carbonero. Atraviesan un trillo hasta el campo de aterrizaje, obra construida por el INRA y, siguen la amplia calzada del aeródromo.Llegan a Soplillar. Pasan la escuelita remozada, pintada de verde claro; las casas de madera, adornadas con papelitos de colores, indican la alegría reinante.
Rogelio y Carlos se abren paso hasta el mostrador de la Tienda del Pueblo para cobrar el dinero que la Cooperativa les adeuda y comprar los víveres de la Nochebuena Carmelo Hernández, el administrador, le extiende a Carlos un cheque. No lo cambie, paga con lo que le ha quedado de meses anteriores y comenta que antes el cobro de los carboneros sólo servía para pagar lo consumido y abonar los abusivos intereses. La lista de precios que cuelga de la pared es elocuente: al aumentar los jornales del carbonero casi al doble y reducirse el costo de la vida, el nivel económico en la ciénaga se eleva en pocos meses.
Una hora después de su entrada en la Tienda del Pueblo, Rogelio y Carlos, con sendos sacos repletos de víveres, turrones y otros dulces para sus hijos, regresan a sus hogares.
Muy lejos de Soplillar, un automóvil sale de la Capital. En él viaja Fidel Castro, Primer Ministro del Gobierno Revolucionario. Atravesamos ciudades y pueblos, todos igualmente engalanados con cubanísimas pencas de palmas reales, las casas con bandera y a lo largo de las calles, una profusión de guirnaldas de colores, adornos navideños. Al paso de Fidel, la gente le extiende su saludo emocionado. Todos quieren estrechar su mano, expresarle su apoyo a la Revolución. Son las primeras Navidades libres de Cuba.
Al llegar al central Australia, el auto se interna por la carretera que atraviesa la Ciénaga de Zapata. En el cruce de esta vía con el canal que va a la Laguna del Tesoro, dejamos el auto para tomar el aerobote. Durante el cambio de vehículo se aglomeran numerosos carros de turistas. Ya la región no es tan ignota como cuando el ingeniero Juan A. Cosculluela escribio su famoso libro Cuatro años en la Ciénaga de Zapata, lleno de relatos pintoresco, de encuentros con cocodrilos y de descubrimientos arqueológicos.
Minutos más tarde llegamos a la Laguna del Tesoro, y sin descanso, Fidel se enfrasca en la revisión de los planes turístico del lugar. Como del fondo mismo de la prehistoria cubana, caneyes y bohíos indígenas se levantarán a orillas del lago, para alojar un turismo amante de las tradiciones. También se analizan los proyectos para la desecación y canalización parcial de la cienaga.
En estos trajines, entre mapas y papeles, nos sorprende el atardecer.
-¿A dónde vamos?- es la pregunta que surge de cada uno de los que acompañamos al Jefe de la Revolución.
-Con los carboneros, a cenar con ellos- es la respuesta.
El helicóptero levanta su ruidoso vuelo y nos dirigimos hacia Soplillar. Triste es el anochecer en aquellos solitarios parajes de fangales perennes, de maniguas infinitas donde apenas se ve el tenue resplandor de una miseria choza. Cerca de Solplillar, las luces de los faroles de dos bohíos indican a Fidel el punto de aterrizaje.
La nave aérea enciende el reflector, que lanza un haz de luz hacia tierra. Más de una docena de niños con sus padres salen a recibirnos: son las familias de Carlos y Rogelio quienes han visto cómo una estrella baja del oscuro cielo en su Nochebuena. Están muy lejos de suponer que en ella llega el Jefe del Gobierno de la República a cenar con ellos. En el patio del bohío, el helicoptero se posa como una ave nocturna.
Nos sentamos debajo de un árbol cuyas ramas se mecen por la suave brisa invernal. Los faroles iluminan las verdes hojas, que contrastan con la negrura del espacio, donde simbólicamente la Constelación del Arado parece presidir el cielo de Cuba.
El olor de lechón que se asa a pocos metros de distancia, cubierto con anchas hojas de plátano, a la manera de la región, invita a acelerar la cena de la Nochebuena guajira.
Felipe Socorro, camionero de la Cooperativa, llega con su guitarra. Por su contagiosa alegría es uno de los personajes más populares de la ciénaga. Se le une el viejo Pablo Bonachea con una botella y una cuchara, a manera de instrumento musical, y forman un dúo que nos alegra a todos. Pablo es, además, el mejor improvisador de la zona y sus cuartetas expresan el amor y gratitud de los cienagueros a Fidel:
Ya tenemos carretera
Gracias a Dios y a Fidel,
Ya no muere la mujer
De parto por donde quiera.
Con tu valor sin igual
Gracias, Fidel Comandante,
Tú fuiste quien nos libraste
De aquel látigo infernal.
A medida que la noche avanza, otros vecinos llegan atraídos por la musica y el deseo de compartir las alegrías de la Navidad. José Caballero saluda a los que visten el honroso uniforme verde olivo:
-¡Que diferencia! Hace un año los amarillos vinieron a llevarme la lechona y me mataron a un sobrino que todavía nadie sabe donde lo enterraron. Señores, ¡esto ha vuelto a nacer!.
José ha llegado con sus dos hijos, José Maximiliano y Alfredo, de nueve y diez años respectivamente, que con mucho orgullo le entregan a Fidel, para la Reforma Agraria, seis pesos con ochenta centavos producto de un hornito de carbón que hicieron y vendieron a la Cooperativa.
Fidel se pasea a ratos y conversa con otros campesinos de los alrededores.
-Fidel gozan en el monte como el venado-dice el carbonero Alipio.
Un niño le muestra al Primer Ministro su carné de las Patrullas Juveniles. Se llama Alfonso Bauzá y a una pregunta de Fidel le responde:
-Las Patrullas Juveniles son para defender el pueblo, para ayudar a la Reforma Agraria y para defender la Revolución.Fidel les atiende a todos.Se siente a gusto entre ellos.
Se le acerca un viejo vecino de Soplillar quien expone:
-Cuando ustedes luchaban en las montañas, para serles franco, no creía que esta Revolución iba ser tan pura. ¡Eran tantas las decepciones del pasado! Yo conozco como nadie la ciénaga y ahorita no se va a conocer. En Soplillar ya hay ciento cuarenta y ocho cooperativas, en Buenaventura ciento noventa y en Pálpite pasan de ochenta. Y a eso, súmele las carreteras, las playas, las Tiendas del Pueblo.
Antes de las doce de la noche ya todos estamos sentados frente a una mesa de rústicas tablas donde se coloca el lechón asado, una fuente de yuca, la ensalada de lechuga y rábanos y el arroz blanco. El vino es de frutas cubanas y los turrones comprador en la Tienda del Pueblo han sido producidos en el país.
Ha transcurrido el primer año de la Revolución en el poder, no exento de dolor: la trágica desaparición del Comandante del Pueblo, Camilo Cienfuegos; la muerte de inocentes ciudadanos, víctimas de sabotajes y la metralla de aviones piloteados por la traición al servicio de poderosos durante siglos de coloniaje y tutela.
La relación directa con este pueblo de carboneros que le demuestran una cercanía casi familiar y una comprensión de sus sentimientos, azuzan tal alegría en Fidel que nos conmueve a todos. Pienso que al tocar Fidel en el mismísimo fondo de sus pueblos, al reunirse con estos hombres, mujeres y niños para festejar la Nochebuena, muestra su profundo amor por los humildes, que lo hermana a Martí.