Lo más significativo fue la actitud, el derroche de valor y de coraje de los combatientes (2)
Data:
14/04/2011
Fonte:
Periódico Granma
Estando Fidel todavía en La Habana, yo le había pedido autorización para trasladar a Pálpite mi puesto de mando. No accedió. Debía mantener mi posición en el central Australia, me dijo, porque el teléfono instalado en la oficina del administrador era el único medio de comunicación con La Habana desde una zona donde, teniendo en cuenta las distancias y los medios disponibles, el servicio de mensajeros no resultaba rápido ni seguro. Pero sobre las 17:00 horas el Comandante me indicó que moviera a Pálpite mi puesto de mando.
De inmediato me dispuse a cumplir la orden y pedí al oficial que me acompañaba, teniente José Martínez González, que recogiera los mapas y se preparara para acompañarme. Fidel expresó entonces que los mapas se quedarían allí, con el oficial que trabajaba con ellos, y que el que se iba era yo.
Un poco antes del oscurecer llegó Fidel a Pálpite. Permanecería allí durante un tiempo bastante prolongado, no obstante la preocupación de todos por su vida y el reiterado pedido de que se marchara y su consiguiente disgusto, como ha sucedido otras veces en situaciones similares, haciendo valer su derecho de estar allí.
Hizo un análisis completo de la situación y tomó determinaciones sobre las fuerzas en general. Ordenó que el Batallón 111 al mando del comandante Luis R. Borges Alducín, avanzara por la dirección Pálpite-Soplillar, tomar a Cayo Ramona y continuar hacia Helechal, a fin de cortar en ese punto la carretera San Blas-Girón y evitar que los mercenarios que se encontraban en San Blas, pudieran retirarse hacia Girón o recibieran refuerzo de Girón, quedando así separados de su fuerza principal.
Las doce de la noche era la hora que nos habíamos prefijado para iniciar el avance sobre las posiciones enemigas en Playa Larga. Era necesario emplazar, ajustar las piezas, determinar las distancias, alistar las municiones para la preparación artillera que antecedería el avance.
Ordené que los cañones 85 hicieran disparos esporádicos y que los morteros 120, situados a cuatro kilómetros de las posiciones enemigas, dispararan sobre ellas. Recibíamos fuego de artillería desde Playa Larga y el jefe de los morteros no respondía. Tenía objeciones sobre su lugar de emplazamiento, por tener el terreno solo una ligera capa de tierra sobre la roca, lo que podía dañar el sistema de amortiguación de las piezas al disparar. Como no pude convencerlo, tuve que conminarlo a que disparara. Lo hizo y esperé con ansiedad oír la explosión de las granadas de los 120, que pesan 16,4 kg. (36 libras). Silencio. Como no escuché a ninguno de los proyectiles explotar, volví a dirigirme al jefe de la batería. Era ya de noche y lo recuerdo farol en mano. Me dijo que era mucha la distancia para que se escucharan. No me convenció, pues yo sabía que no era así.
Quise revisar entonces las espoletas y descubrí que estaban disparando sin ellas. Era como tirarle piedras al enemigo. Si algunas de aquellas granadas le acertaba en la cabeza a un mercenario, lo mataba; pero en caso contrario no haría efecto alguno.
En definitiva, en medio de decenas de incidentes como ese, de falta de preparación, de inexperiencias de todo tipo, se trabajó arduamente desde el oscurecer hasta la medianoche.
Con estos relatos se ilustra con qué falta de dominio de la técnica combatieron las fuerzas revolucionarias que derrotaron a los mercenarios en Playa Girón.
Como Fidel había dicho, llegaron los tanques y la artillería junto a otros refuerzos.
Los artilleros, al igual que los artilleros antiaéreos, no superaban los conocimientos más elementales y aún así estaban mucho mejor preparados que los tanquistas, que apenas sabían disparar los cañones de sus tanques. Los morteristas disparaban sin haber colocado ni graduado la espoleta en el proyectil.
Lo más significativo fue la actitud de los combatientes, el derroche de valor y de coraje, fue grande su espíritu de victoria y firme la determinación de derrotar al enemigo. Fue la voluntad de vencer de cada uno de nuestros combatientes la que propició la rápida liquidación del enemigo. Todos defendiendo con valentía, tesón y arrojo una Revolución que sabían ya socialista, poniendo la vida en juego por ella y por la soberanía de la patria.
A LAS 24 HORAS DEL DÍA 17
El movimiento desde nuestra ubicación para atacar Playa Larga comenzó a las 24:00 horas del día 17. La Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, bajo el mando del capitán Harold Ferrer Martínez, marchaba en el segundo escalón detrás de la Escuela de Responsables de Milicias y los bazuqueros, una fuerza que equivalía aproximadamente a una compañía armada con bazucas, que avanzó también sin desplegarse y con distancias y espacios reducidísimos ya que en el ancho de avance no había más de 20-25 metros, lo que significa que realmente no había despliegue.
Las tropas se mezclaron durante la ofensiva. Como jefe, estaba consciente de las complejidades de un ataque nocturno, y mucho más consciente aún de las dificultades de una tropa poco preparada para ese tipo de acción combativa, apenas sin experiencia o sin ninguna experiencia y que se aprestaba a combatir de noche, pero era necesario hacerlo. Había que liquidar la invasión con toda rapidez y así justamente lo demandaba el compañero Fidel.
Pasaba de una preocupación a otra. Con esa poca preparación que poseían los jefes y las tropas y en esas condiciones tenía el mando de una agrupación mixta de fuerzas.
La presencia física de Fidel, o saber que seguía cada acción, resultaba decisiva.
Eran muchos los asuntos a atender. Solo disponía de aquel teléfono que enlazaba con La Habana y que ahora en Pálpite me quedaba a decenas de kilómetros de distancia, mientras que con los jefes de batallones solo podía comunicarme por mensajes manuscritos o verbales.
Avanzó nuestra fuerza y llegó a las posiciones que físicamente ocupaban los mercenarios en Playa Larga. El enemigo esperó hasta el último momento para romper el fuego. Un fuego concentrado, infernal. Tronaban los cañones de los tanques, los cañones sin retroceso, las bazucas, las ametralladoras, los fusiles. Un combate encarnizado se estaba desarrollando.
Hombres y blindados nuestros llegaron hasta las mismas trincheras enemigas. Uno de esos tanques, impactado por un proyectil en una estera, cayó dentro de las posiciones mercenarias. Perdimos dos tanques. Sufrimos más de treinta muertos y se reportaron muchos heridos. El adversario tuvo asimismo numerosas bajas, tal vez más de veinte. El Jefe de la tercera compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, teniente Juan A. Díaz González, cayó destrozado al parecer por una granada de arma pesada, a menos de 10 metros de la trinchera ocupada por los mercenarios.
Ni la insistencia y la reiteración del ataque ni el ímpetu de nuestros combatientes pudieron doblegar la resistencia de los invasores que ocupaban una posición muy ventajosa, organizaron bien su fuego y disponían de un buen armamento. Aparentemente, el ataque había fracasado.
El Comandante en Jefe, que se encontraba en ese momento en el central Australia, recibió un mensaje de La Habana que decía que se había producido un desembarco en la zona Norte de Pinar del Río. Ante el reclamo de información, le confirmaron erróneamente que se combatía en tierra y decidió trasladarse de inmediato hacia allá al considerar muy grave la situación si eran ciertos tales acontecimientos.
A continuación aparece copia del mensaje que el compañero Fidel me envió a las tres de la mañana del 18 de abril, donde se hace referencia a este asunto.
Fernández:
Estoy resolviendo lo del parque de cañón. Los otros tanques llegarán a Australia al amanecer.
Por el día decidiremos el momento oportuno de moverlos.
Augusto quedará en Australia. Yo tendré que salir dentro de un rato hacia La Habana. Estaré en comunicación constante con ustedes.
Mándame noticias constantemente sobre el curso de las operaciones.
¡Adelante!
Fidel Castro
Australia, abril 18, 61
3 a.m.
P.D. Todavía no he recibido noticias desde el papelito en que me informaste que el enemigo disminuía el volumen de fuego.
Así pasó la madrugada del 17 al 18; con el enemigo contenido, una fuerte presión nuestra en la dirección de Playa Larga y las fuerzas revolucionarias organizándose para el ataque final. Igualmente se combatía en las otras dos direcciones de ataque: Covadonga y Yaguaramas.
En horas de la mañana del 18 recibí la información de la llegada inminente a Pálpite de los batallones 123, 144 y 180, todos de La Habana. Con el propósito de evitar el amontonamiento de fuerzas innecesarias en la zona. Los recién llegados, sumados a los que ya estaban, totalizarían más de cinco mil hombres. Indiqué que la Escuela de Responsables de Milicias y la Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, que no descansaron en las últimas 48 horas y tuvieron una cantidad importante de muertos y heridos, se retiraran a los alrededores del central Australia y quedaran como reserva disponible.
Habían luchado con valentía, pero no habían podido derrotar al enemigo bien armado y preparado. Sin embargo, el enemigo fue incapaz de esperar el segundo ataque y entregó la posición pocas horas después, retirándose sigilosa y velozmente a bordo de camiones propios de la brigada.
RECIBO OTRO MENSAJE
En un mensaje de las 04:40 horas del día 18, que recibí bastante después en Pálpite, el Comandante en Jefe me ordenaba enviar un batallón hacia la Caleta del Rosario. Esa tropa se trasladaría hacia Soplillar, continuaría con rumbo Este y luego hacia el Sur para llegar a su destino. Así se cortaría la carretera que une Playa Larga con Playa Girón y se completaría una operación que dividiría en tres al enemigo.
El Batallón 227 había llegado a Pálpite pasado el medio día del propio día 17, y tal como se le había ordenado se dirigió a Soplillar, donde se encontraba la segunda compañía de la Escuela de Responsables de Milicias y continuó directamente hacia el Sur a la Caleta del Rosario para cortar al enemigo. Se lo había ordenado de modo claro y categórico cuando lo recibí en Australia.
No obstante lo anterior, cumplí como correspondía la orden del compañero Fidel y asigné esa misión al Batallón 144 al mando del Teniente MNR Leonel Zamora Rodríguez.
Demoró en el movimiento el Batallón 144; no llegó a tiempo a la Caleta y no pudo impedir, por tanto, que ante lo acontecido la noche anterior, el enemigo abandonara Playa Larga y se retirara en vehículos hacia Girón.
Debo aclarar que Soplillar se ubica al Sureste de Pálpite y median unos 6 kilómetros entre ambos puntos; y hay que seguir avanzando y luego dirigirse al Sur para salir a la Caleta del Rosario. Un vecino de la zona, que dijo conocer la región, se ofreció a servir de guía. A la hora de partir, el guía no apareció, lo que provocó confusión y algún retraso. Pero aquel batallón, con guía o sin él, partió a cumplir su misión. Expliqué entonces a su jefe que una vez salido de Pálpite avanzara hacia el Sureste durante cuarenta y cinco minutos o una hora, antes de girar hacia el sur y salir a la Caleta o a sus cercanías. El jefe del Batallón 144 no encontró el camino o no adelantó lo suficiente. Antes de tiempo tomó rumbo Suroeste y se aproximó a Playa Larga en el punto donde el camino termina. Se percató entonces de su error y volvió hacia atrás. Cuando salió al fin a la Caleta del Rosario ya la agrupación mercenaria se había retirado, lo que hizo al amanecer, según la propia versión del enemigo, y desobedeciendo a José A. San Román, jefe militar de la Brigada Mercenaria 2506, que les exigía permanecer en Playa Larga y defender esa posición.
La Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde al mando del capitán Roger García Sánchez, recibió estando en Soplillar, en la mañana del día 19, la orden de Fidel de seguir la ruta del Batallón 111 e interceptar, en Helechal, la carretera San Blas-Girón.
Cuando ambas unidades arribaron a Helechal, entre las tres y las cuatro de la tarde del 19 de abril, hacía ya tres o cuatro horas que San Blas había sido tomado por las fuerzas provenientes de Covadonga y Yaguaramas. No se cumplió tampoco aquí la misión ordenada por Fidel.
No se cortó al enemigo en dos entre Playa Larga y Playa Girón ni entre San Blas y Playa Girón. Lo digo con sentido autocrítico. Esas dos misiones ordenadas por el compañero Fidel que no fueron cumplidas, en un caso, Caleta del Rosario por no haber sido capaz el Batallón 227 que sí llegó a tiempo de contener al enemigo y no lo hizo, y el 144 por no realizar a tiempo el movimiento y tomar las posiciones ordenadas; y en Helechal, por no ejecutarse por el Batallón 111 y la Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde.
Todo ello trajo duras críticas y provocó un justificado y enorme disgusto del Comandante en Jefe. De haberse realizado exitosamente hubiera sido posible la derrota enemiga el día 18.
A las cinco de la mañana de este día 18 estábamos todavía en Pálpite y dimos la alerta a todas las fuerzas en el lugar, especialmente a la artillería antiaérea que fue colocada en "posición uno" en espera de un ataque de la aviación enemiga. Era lógico pensar que se produciría. El día anterior la aviación mercenaria había atacado en ese lugar a la Escuela de Responsables de Milicias.
Sabían nuestros enemigos que el ataque nocturno a Playa Larga partió de ese sitio y que había allí una concentración de fuerzas. Era previsible entonces que intentaran atacarnos al amanecer, dejando el sol a su espalda para ocultarse. De ahí las medidas que se tomaron. En efecto, amanecía cuando un avión se aproximó y no atacó Pálpite, pues se desvió por el fuego intenso que inició nuestra artillería antiaérea ante su proximidad.
Por declaraciones de mercenarios capturados, que corroboran documentos desclasificados después, supimos que ese avión informó de las numerosas fuerzas que se agrupaban en Pálpite. Ese aviso decidió, en mi opinión, que de modo inmediato y sin más consultas, Erneido Oliva, segundo jefe militar de la Brigada, dispusiera la retirada apresurada de Playa Larga del batallón 2 y las unidades de refuerzo bajo su mando, y su traslado a Playa Girón.
El 123, bajo el mando del Teniente MNR Orlando Suárez Tellería, no llegó hasta el mediodía, y al batallón 180 al mando del Teniente MNR Jacinto Vázquez de la Garza le encomendé, poco después de amanecer, atacar y tomar Playa Larga.
Alrededor de las 8:00 de la mañana del día 18, cuando el Batallón 180 se aproximaba a Playa Larga, salieron a la carretera varias decenas de personas —hombres, mujeres y niños— que portaban sábanas blancas. Eran vecinos del lugar que permanecieron allí prisioneros de los mercenarios. Gracias a ellos pudimos conocer algunos detalles de la composición de la fuerza enemiga: no había ningún extranjero en aquella tropa pero se comportaba como un ejército de ocupación, venían organizados, armados y reclutados por una potencia extranjera que los pagaba.
Cumpliendo órdenes la sexta compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, al mando del teniente José A. Palacios Suárez con un tanque y una batería de morteros de 82 mm, se movía en la maleza para salir a Buenaventura. Tomada ya Playa Larga, esa unidad se iba abriendo paso trabajosa y lentamente a través de la vegetación para llegar a ese destino, que no alcanzó. Se le mandó un mensaje y pudo ser localizada antes de que saliera a Buenaventura. Se retiró por el mismo sendero que abrió para avanzar.
En la mañana del día 18, estando todavía en Pálpite, tuve la primera información de valor sobre la magnitud de la invasión mercenaria y acerca de sus jefes. Un mercenario capturado con una aparatosa pero no grave herida superficial a lo largo de la espalda, me brindaría datos interesantes.
Lo interrogué durante unos minutos mientras se buscaba la manera de que fuera trasladado para que lo asistiera un médico. Le dije lo que él estaba obligado a decir y lo que no estaba obligado, y lo invité a que me diera información sobre la invasión.
INFORMACIÓN SOBRE LA INVASIÓN
El prisionero ofreció, aproximadamente, el número de hombres que componía la Brigada y dijo que sus dirigentes principales eran José Antonio Pérez San Román y Erneido Andrés Oliva González, primer y segundo jefe, respectivamente, de la tropa invasora. Añadió que en esos momentos Oliva estaba al mando de los hombres posesionados en Playa Larga, que eran los del Batallón número 2, cuyo jefe era Hugo Sueiro. Me informó que oficiales de las fuerzas armadas de los Estados Unidos los habían entrenado y de los barcos de la Marina de Guerra de ese país en las cercanías.
La información nos corroboró el carácter verdaderamente mercenario de la Brigada. Lo menciono para que las nuevas generaciones no olviden que Washington reclutó a centenares de esos hombres con la finalidad de reimplantar en Cuba el sistema político y social que comenzó a ser desmantelado aquí a partir del 1ro de enero de 1959.
Y que el imperio sigue tratando de hacerlo con saña y sin escrúpulos.
Por aquel prisionero supe además, y lo constaté a medida que pasaban las horas, que soldados y oficiales del antiguo Ejército formaban parte de la Brigada mercenaria y que al menos una decena de esos exoficiales fueron alumnos o condiscípulos míos en la Escuela de Cadetes de Managua, lo que para mí, en el plano personal, era vergonzoso.
Varios de ellos, cuando me vieron, se arrodillaron. Imploraban por su vida. Decían: "Tú sabes que yo tengo mujer e hijos¼ ", como si los milicianos y militares que los enfrentamos no los tuviésemos también. Fue un espectáculo muy triste. Sin embargo, no se tomó represalia alguna con ellos. Ninguno resultó maltratado ni ofendido. Se le dio agua al sediento y se les alimentó de acuerdo con las posibilidades. Todos los heridos y lesionados recibieron prioritariamente asistencia médica. La política seguida por el compañero Fidel en la Sierra Maestra se cumplió: absoluto respeto a los prisioneros, heridos o no.
No quiero dejar de mencionar en este recuento un caso al que he aludido otras veces. José A. Pérez San Román y Erneido A. Oliva González pertenecían al mismo curso en la Escuela de Cadetes. Pérez San Román fue el primer expediente de su promoción, y Oliva, el segundo expediente.
Hago un paréntesis y avanzo en el tiempo para referirme a Oliva:
Al triunfo de la Revolución, Oliva pasaba un curso en una Escuela del Ejército de Estados Unidos, en Panamá. Regresó a Cuba en enero o febrero de 1959 y nos vimos en una visita que él hizo al campamento de Managua. Pasó el tiempo y cuando el Comandante en Jefe me asignó la tarea de organizar la Escuela de Responsables de Milicias, yo solo tenía un grupo de profesores, ya insuficiente, para cumplir su misión en la Escuela de Cadetes.
El Compañero Fidel había organizado en el Instituto Nacional de Reforma Agraria un grupo de cuarenta o cincuenta oficiales del antiguo Ejército que habían pasado a trabajar a sus órdenes como inspectores.
Pedí a Fidel que me facilitara unos quince de aquellos oficiales para que sirvieran como profesores en la Escuela. Y, entre ellos, escogí a Oliva, inteligente, preparado, negro y aunque prepotente, no fácil en su trato y un tanto resentido, estimé que podría ser útil.
Fidel ordenó
De inmediato me dispuse a cumplir la orden y pedí al oficial que me acompañaba, teniente José Martínez González, que recogiera los mapas y se preparara para acompañarme. Fidel expresó entonces que los mapas se quedarían allí, con el oficial que trabajaba con ellos, y que el que se iba era yo.
Un poco antes del oscurecer llegó Fidel a Pálpite. Permanecería allí durante un tiempo bastante prolongado, no obstante la preocupación de todos por su vida y el reiterado pedido de que se marchara y su consiguiente disgusto, como ha sucedido otras veces en situaciones similares, haciendo valer su derecho de estar allí.
Hizo un análisis completo de la situación y tomó determinaciones sobre las fuerzas en general. Ordenó que el Batallón 111 al mando del comandante Luis R. Borges Alducín, avanzara por la dirección Pálpite-Soplillar, tomar a Cayo Ramona y continuar hacia Helechal, a fin de cortar en ese punto la carretera San Blas-Girón y evitar que los mercenarios que se encontraban en San Blas, pudieran retirarse hacia Girón o recibieran refuerzo de Girón, quedando así separados de su fuerza principal.
Las doce de la noche era la hora que nos habíamos prefijado para iniciar el avance sobre las posiciones enemigas en Playa Larga. Era necesario emplazar, ajustar las piezas, determinar las distancias, alistar las municiones para la preparación artillera que antecedería el avance.
Ordené que los cañones 85 hicieran disparos esporádicos y que los morteros 120, situados a cuatro kilómetros de las posiciones enemigas, dispararan sobre ellas. Recibíamos fuego de artillería desde Playa Larga y el jefe de los morteros no respondía. Tenía objeciones sobre su lugar de emplazamiento, por tener el terreno solo una ligera capa de tierra sobre la roca, lo que podía dañar el sistema de amortiguación de las piezas al disparar. Como no pude convencerlo, tuve que conminarlo a que disparara. Lo hizo y esperé con ansiedad oír la explosión de las granadas de los 120, que pesan 16,4 kg. (36 libras). Silencio. Como no escuché a ninguno de los proyectiles explotar, volví a dirigirme al jefe de la batería. Era ya de noche y lo recuerdo farol en mano. Me dijo que era mucha la distancia para que se escucharan. No me convenció, pues yo sabía que no era así.
Quise revisar entonces las espoletas y descubrí que estaban disparando sin ellas. Era como tirarle piedras al enemigo. Si algunas de aquellas granadas le acertaba en la cabeza a un mercenario, lo mataba; pero en caso contrario no haría efecto alguno.
En definitiva, en medio de decenas de incidentes como ese, de falta de preparación, de inexperiencias de todo tipo, se trabajó arduamente desde el oscurecer hasta la medianoche.
Con estos relatos se ilustra con qué falta de dominio de la técnica combatieron las fuerzas revolucionarias que derrotaron a los mercenarios en Playa Girón.
Como Fidel había dicho, llegaron los tanques y la artillería junto a otros refuerzos.
Los artilleros, al igual que los artilleros antiaéreos, no superaban los conocimientos más elementales y aún así estaban mucho mejor preparados que los tanquistas, que apenas sabían disparar los cañones de sus tanques. Los morteristas disparaban sin haber colocado ni graduado la espoleta en el proyectil.
Lo más significativo fue la actitud de los combatientes, el derroche de valor y de coraje, fue grande su espíritu de victoria y firme la determinación de derrotar al enemigo. Fue la voluntad de vencer de cada uno de nuestros combatientes la que propició la rápida liquidación del enemigo. Todos defendiendo con valentía, tesón y arrojo una Revolución que sabían ya socialista, poniendo la vida en juego por ella y por la soberanía de la patria.
A LAS 24 HORAS DEL DÍA 17
El movimiento desde nuestra ubicación para atacar Playa Larga comenzó a las 24:00 horas del día 17. La Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, bajo el mando del capitán Harold Ferrer Martínez, marchaba en el segundo escalón detrás de la Escuela de Responsables de Milicias y los bazuqueros, una fuerza que equivalía aproximadamente a una compañía armada con bazucas, que avanzó también sin desplegarse y con distancias y espacios reducidísimos ya que en el ancho de avance no había más de 20-25 metros, lo que significa que realmente no había despliegue.
Las tropas se mezclaron durante la ofensiva. Como jefe, estaba consciente de las complejidades de un ataque nocturno, y mucho más consciente aún de las dificultades de una tropa poco preparada para ese tipo de acción combativa, apenas sin experiencia o sin ninguna experiencia y que se aprestaba a combatir de noche, pero era necesario hacerlo. Había que liquidar la invasión con toda rapidez y así justamente lo demandaba el compañero Fidel.
Pasaba de una preocupación a otra. Con esa poca preparación que poseían los jefes y las tropas y en esas condiciones tenía el mando de una agrupación mixta de fuerzas.
La presencia física de Fidel, o saber que seguía cada acción, resultaba decisiva.
Eran muchos los asuntos a atender. Solo disponía de aquel teléfono que enlazaba con La Habana y que ahora en Pálpite me quedaba a decenas de kilómetros de distancia, mientras que con los jefes de batallones solo podía comunicarme por mensajes manuscritos o verbales.
Avanzó nuestra fuerza y llegó a las posiciones que físicamente ocupaban los mercenarios en Playa Larga. El enemigo esperó hasta el último momento para romper el fuego. Un fuego concentrado, infernal. Tronaban los cañones de los tanques, los cañones sin retroceso, las bazucas, las ametralladoras, los fusiles. Un combate encarnizado se estaba desarrollando.
Hombres y blindados nuestros llegaron hasta las mismas trincheras enemigas. Uno de esos tanques, impactado por un proyectil en una estera, cayó dentro de las posiciones mercenarias. Perdimos dos tanques. Sufrimos más de treinta muertos y se reportaron muchos heridos. El adversario tuvo asimismo numerosas bajas, tal vez más de veinte. El Jefe de la tercera compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, teniente Juan A. Díaz González, cayó destrozado al parecer por una granada de arma pesada, a menos de 10 metros de la trinchera ocupada por los mercenarios.
Ni la insistencia y la reiteración del ataque ni el ímpetu de nuestros combatientes pudieron doblegar la resistencia de los invasores que ocupaban una posición muy ventajosa, organizaron bien su fuego y disponían de un buen armamento. Aparentemente, el ataque había fracasado.
El Comandante en Jefe, que se encontraba en ese momento en el central Australia, recibió un mensaje de La Habana que decía que se había producido un desembarco en la zona Norte de Pinar del Río. Ante el reclamo de información, le confirmaron erróneamente que se combatía en tierra y decidió trasladarse de inmediato hacia allá al considerar muy grave la situación si eran ciertos tales acontecimientos.
A continuación aparece copia del mensaje que el compañero Fidel me envió a las tres de la mañana del 18 de abril, donde se hace referencia a este asunto.
Fernández:
Estoy resolviendo lo del parque de cañón. Los otros tanques llegarán a Australia al amanecer.
Por el día decidiremos el momento oportuno de moverlos.
Augusto quedará en Australia. Yo tendré que salir dentro de un rato hacia La Habana. Estaré en comunicación constante con ustedes.
Mándame noticias constantemente sobre el curso de las operaciones.
¡Adelante!
Fidel Castro
Australia, abril 18, 61
3 a.m.
P.D. Todavía no he recibido noticias desde el papelito en que me informaste que el enemigo disminuía el volumen de fuego.
Así pasó la madrugada del 17 al 18; con el enemigo contenido, una fuerte presión nuestra en la dirección de Playa Larga y las fuerzas revolucionarias organizándose para el ataque final. Igualmente se combatía en las otras dos direcciones de ataque: Covadonga y Yaguaramas.
En horas de la mañana del 18 recibí la información de la llegada inminente a Pálpite de los batallones 123, 144 y 180, todos de La Habana. Con el propósito de evitar el amontonamiento de fuerzas innecesarias en la zona. Los recién llegados, sumados a los que ya estaban, totalizarían más de cinco mil hombres. Indiqué que la Escuela de Responsables de Milicias y la Columna 1 Especial de Combate del Ejército Rebelde, que no descansaron en las últimas 48 horas y tuvieron una cantidad importante de muertos y heridos, se retiraran a los alrededores del central Australia y quedaran como reserva disponible.
Habían luchado con valentía, pero no habían podido derrotar al enemigo bien armado y preparado. Sin embargo, el enemigo fue incapaz de esperar el segundo ataque y entregó la posición pocas horas después, retirándose sigilosa y velozmente a bordo de camiones propios de la brigada.
RECIBO OTRO MENSAJE
En un mensaje de las 04:40 horas del día 18, que recibí bastante después en Pálpite, el Comandante en Jefe me ordenaba enviar un batallón hacia la Caleta del Rosario. Esa tropa se trasladaría hacia Soplillar, continuaría con rumbo Este y luego hacia el Sur para llegar a su destino. Así se cortaría la carretera que une Playa Larga con Playa Girón y se completaría una operación que dividiría en tres al enemigo.
El Batallón 227 había llegado a Pálpite pasado el medio día del propio día 17, y tal como se le había ordenado se dirigió a Soplillar, donde se encontraba la segunda compañía de la Escuela de Responsables de Milicias y continuó directamente hacia el Sur a la Caleta del Rosario para cortar al enemigo. Se lo había ordenado de modo claro y categórico cuando lo recibí en Australia.
No obstante lo anterior, cumplí como correspondía la orden del compañero Fidel y asigné esa misión al Batallón 144 al mando del Teniente MNR Leonel Zamora Rodríguez.
Demoró en el movimiento el Batallón 144; no llegó a tiempo a la Caleta y no pudo impedir, por tanto, que ante lo acontecido la noche anterior, el enemigo abandonara Playa Larga y se retirara en vehículos hacia Girón.
Debo aclarar que Soplillar se ubica al Sureste de Pálpite y median unos 6 kilómetros entre ambos puntos; y hay que seguir avanzando y luego dirigirse al Sur para salir a la Caleta del Rosario. Un vecino de la zona, que dijo conocer la región, se ofreció a servir de guía. A la hora de partir, el guía no apareció, lo que provocó confusión y algún retraso. Pero aquel batallón, con guía o sin él, partió a cumplir su misión. Expliqué entonces a su jefe que una vez salido de Pálpite avanzara hacia el Sureste durante cuarenta y cinco minutos o una hora, antes de girar hacia el sur y salir a la Caleta o a sus cercanías. El jefe del Batallón 144 no encontró el camino o no adelantó lo suficiente. Antes de tiempo tomó rumbo Suroeste y se aproximó a Playa Larga en el punto donde el camino termina. Se percató entonces de su error y volvió hacia atrás. Cuando salió al fin a la Caleta del Rosario ya la agrupación mercenaria se había retirado, lo que hizo al amanecer, según la propia versión del enemigo, y desobedeciendo a José A. San Román, jefe militar de la Brigada Mercenaria 2506, que les exigía permanecer en Playa Larga y defender esa posición.
La Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde al mando del capitán Roger García Sánchez, recibió estando en Soplillar, en la mañana del día 19, la orden de Fidel de seguir la ruta del Batallón 111 e interceptar, en Helechal, la carretera San Blas-Girón.
Cuando ambas unidades arribaron a Helechal, entre las tres y las cuatro de la tarde del 19 de abril, hacía ya tres o cuatro horas que San Blas había sido tomado por las fuerzas provenientes de Covadonga y Yaguaramas. No se cumplió tampoco aquí la misión ordenada por Fidel.
No se cortó al enemigo en dos entre Playa Larga y Playa Girón ni entre San Blas y Playa Girón. Lo digo con sentido autocrítico. Esas dos misiones ordenadas por el compañero Fidel que no fueron cumplidas, en un caso, Caleta del Rosario por no haber sido capaz el Batallón 227 que sí llegó a tiempo de contener al enemigo y no lo hizo, y el 144 por no realizar a tiempo el movimiento y tomar las posiciones ordenadas; y en Helechal, por no ejecutarse por el Batallón 111 y la Columna 2 Especial de Combate del Ejército Rebelde.
Todo ello trajo duras críticas y provocó un justificado y enorme disgusto del Comandante en Jefe. De haberse realizado exitosamente hubiera sido posible la derrota enemiga el día 18.
A las cinco de la mañana de este día 18 estábamos todavía en Pálpite y dimos la alerta a todas las fuerzas en el lugar, especialmente a la artillería antiaérea que fue colocada en "posición uno" en espera de un ataque de la aviación enemiga. Era lógico pensar que se produciría. El día anterior la aviación mercenaria había atacado en ese lugar a la Escuela de Responsables de Milicias.
Sabían nuestros enemigos que el ataque nocturno a Playa Larga partió de ese sitio y que había allí una concentración de fuerzas. Era previsible entonces que intentaran atacarnos al amanecer, dejando el sol a su espalda para ocultarse. De ahí las medidas que se tomaron. En efecto, amanecía cuando un avión se aproximó y no atacó Pálpite, pues se desvió por el fuego intenso que inició nuestra artillería antiaérea ante su proximidad.
Por declaraciones de mercenarios capturados, que corroboran documentos desclasificados después, supimos que ese avión informó de las numerosas fuerzas que se agrupaban en Pálpite. Ese aviso decidió, en mi opinión, que de modo inmediato y sin más consultas, Erneido Oliva, segundo jefe militar de la Brigada, dispusiera la retirada apresurada de Playa Larga del batallón 2 y las unidades de refuerzo bajo su mando, y su traslado a Playa Girón.
El 123, bajo el mando del Teniente MNR Orlando Suárez Tellería, no llegó hasta el mediodía, y al batallón 180 al mando del Teniente MNR Jacinto Vázquez de la Garza le encomendé, poco después de amanecer, atacar y tomar Playa Larga.
Alrededor de las 8:00 de la mañana del día 18, cuando el Batallón 180 se aproximaba a Playa Larga, salieron a la carretera varias decenas de personas —hombres, mujeres y niños— que portaban sábanas blancas. Eran vecinos del lugar que permanecieron allí prisioneros de los mercenarios. Gracias a ellos pudimos conocer algunos detalles de la composición de la fuerza enemiga: no había ningún extranjero en aquella tropa pero se comportaba como un ejército de ocupación, venían organizados, armados y reclutados por una potencia extranjera que los pagaba.
Cumpliendo órdenes la sexta compañía de la Escuela de Responsables de Milicias, al mando del teniente José A. Palacios Suárez con un tanque y una batería de morteros de 82 mm, se movía en la maleza para salir a Buenaventura. Tomada ya Playa Larga, esa unidad se iba abriendo paso trabajosa y lentamente a través de la vegetación para llegar a ese destino, que no alcanzó. Se le mandó un mensaje y pudo ser localizada antes de que saliera a Buenaventura. Se retiró por el mismo sendero que abrió para avanzar.
En la mañana del día 18, estando todavía en Pálpite, tuve la primera información de valor sobre la magnitud de la invasión mercenaria y acerca de sus jefes. Un mercenario capturado con una aparatosa pero no grave herida superficial a lo largo de la espalda, me brindaría datos interesantes.
Lo interrogué durante unos minutos mientras se buscaba la manera de que fuera trasladado para que lo asistiera un médico. Le dije lo que él estaba obligado a decir y lo que no estaba obligado, y lo invité a que me diera información sobre la invasión.
INFORMACIÓN SOBRE LA INVASIÓN
El prisionero ofreció, aproximadamente, el número de hombres que componía la Brigada y dijo que sus dirigentes principales eran José Antonio Pérez San Román y Erneido Andrés Oliva González, primer y segundo jefe, respectivamente, de la tropa invasora. Añadió que en esos momentos Oliva estaba al mando de los hombres posesionados en Playa Larga, que eran los del Batallón número 2, cuyo jefe era Hugo Sueiro. Me informó que oficiales de las fuerzas armadas de los Estados Unidos los habían entrenado y de los barcos de la Marina de Guerra de ese país en las cercanías.
La información nos corroboró el carácter verdaderamente mercenario de la Brigada. Lo menciono para que las nuevas generaciones no olviden que Washington reclutó a centenares de esos hombres con la finalidad de reimplantar en Cuba el sistema político y social que comenzó a ser desmantelado aquí a partir del 1ro de enero de 1959.
Y que el imperio sigue tratando de hacerlo con saña y sin escrúpulos.
Por aquel prisionero supe además, y lo constaté a medida que pasaban las horas, que soldados y oficiales del antiguo Ejército formaban parte de la Brigada mercenaria y que al menos una decena de esos exoficiales fueron alumnos o condiscípulos míos en la Escuela de Cadetes de Managua, lo que para mí, en el plano personal, era vergonzoso.
Varios de ellos, cuando me vieron, se arrodillaron. Imploraban por su vida. Decían: "Tú sabes que yo tengo mujer e hijos¼ ", como si los milicianos y militares que los enfrentamos no los tuviésemos también. Fue un espectáculo muy triste. Sin embargo, no se tomó represalia alguna con ellos. Ninguno resultó maltratado ni ofendido. Se le dio agua al sediento y se les alimentó de acuerdo con las posibilidades. Todos los heridos y lesionados recibieron prioritariamente asistencia médica. La política seguida por el compañero Fidel en la Sierra Maestra se cumplió: absoluto respeto a los prisioneros, heridos o no.
No quiero dejar de mencionar en este recuento un caso al que he aludido otras veces. José A. Pérez San Román y Erneido A. Oliva González pertenecían al mismo curso en la Escuela de Cadetes. Pérez San Román fue el primer expediente de su promoción, y Oliva, el segundo expediente.
Hago un paréntesis y avanzo en el tiempo para referirme a Oliva:
Al triunfo de la Revolución, Oliva pasaba un curso en una Escuela del Ejército de Estados Unidos, en Panamá. Regresó a Cuba en enero o febrero de 1959 y nos vimos en una visita que él hizo al campamento de Managua. Pasó el tiempo y cuando el Comandante en Jefe me asignó la tarea de organizar la Escuela de Responsables de Milicias, yo solo tenía un grupo de profesores, ya insuficiente, para cumplir su misión en la Escuela de Cadetes.
El Compañero Fidel había organizado en el Instituto Nacional de Reforma Agraria un grupo de cuarenta o cincuenta oficiales del antiguo Ejército que habían pasado a trabajar a sus órdenes como inspectores.
Pedí a Fidel que me facilitara unos quince de aquellos oficiales para que sirvieran como profesores en la Escuela. Y, entre ellos, escogí a Oliva, inteligente, preparado, negro y aunque prepotente, no fácil en su trato y un tanto resentido, estimé que podría ser útil.
Fidel ordenó