Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz respondiendo a una pregunta de una joven estudiante norteamericana que participó en el Seminario Juvenil y Estudiantil Internacional sobre Neoliberalismo, el 18 de agosto de 1999.
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Después de una breve y amistosa introducción, la joven expuso:
Usted se refirió muchas veces esta noche al imperialismo norteamericano, y como no ha habido una dirección comunista constante en Estados Unidos durante los últimos 35 ó 40 años, en estos momentos el movimiento revolucionario en Estados Unidos no tiene ninguna dirección, está muy confundido y tiene demasiadas tendencias.
Quería, entonces, conocer qué usted piensa o cuáles son sus reflexiones con relación al movimiento en Estados Unidos, no solo desde el punto de vista interno, con nuestras luchas, sino también cuál puede ser la mejor forma en que podemos proyectarnos internacionalmente. Eso es todo (Aplausos).
Fidel Castro.- Eso es todo, pero es una colosal pregunta.
Yo creo que el pueblo norteamericano está viviendo en el mismo mundo que nosotros, y todos estamos navegando como en un inmenso Titanic, con los riesgos de chocar con un iceberg, o incluso con Groenlandia. Pienso que este mundo se salva o se hunde.
Cuando toda una humanidad está marchando en un mismo barco, pienso que el resto del mundo puede ir en ayuda de ustedes, no mediante guerras, no mediante terrorismo, ni siquiera mediante exhortaciones a la violencia. Un congreso como este que siembra ideas o trasmite ideas, desarrolla ideas, ayuda a formar en este gran mundo, en la inmensa mayoría del mundo pobre, la conciencia de las situaciones que estamos viviendo, los peligros que nos amenazan, la necesidad de superar esos peligros y la posibilidad de que después de esta globalización neoliberal venga una globalización solidaria, una globalización de la justicia.
El propio Papa Juan Pablo II tiene una frase que yo recordé cuando nos hizo la visita: "la globalización de la solidaridad". Pienso que realmente lo que este mundo necesita es la globalización de la solidaridad, ¿y qué quiere decir eso? Quiere decir, tal como yo lo interpreto, un mundo diferente, un mundo más justo, un mundo en que el hombre sea hermano del hombre, en que todos los adelantos de la ciencia y de la técnica estén no al servicio de la muerte, sino al servicio de la salud, de la vida, del hombre, de la tecnología, para producir lo que se necesita y que es posible producir.
Hay que tener presente que hoy ya somos 6 000 millones de habitantes en este planeta y que en 50 años más seremos no menos de 9 000 millones. Alguien que conozca datos, cifras, todo, la realidad de la situación actual en muchos terrenos, en materia de alimentación, de vivienda, de salud, de medio ambiente, las condiciones de vida material de casi 5 000 millones de personas pobres, sabe o comprende perfectamente bien que si no se logra esa conciencia de que hablamos, entonces en este mundo van a sobrevenir catástrofes de todo tipo: naturales, económicas, sociales, políticas, y habrá un desconcierto y una confusión general.
Yo tengo la seguridad —como expresé aquí— de que el sistema que se ha impuesto al mundo es insostenible. No he querido hablar más extensamente de eso; pero cuando uno ve, y nosotros estamos informados de las noticias que llegan de lo que ocurre en el mundo, lo mismo en Kampuchea si capturaron a uno de aquellos genocidas de la gente de Pol-Pot, que lo que ocurre en Malasia, o ha ocurrido en una ciudad china, o en una ciudad japonesa, o en cualquier rincón de América Latina, de Africa, del resto del mundo: noticias de todas clases que llegan y presentan un cuadro, realmente, tremendo, no puede ignorar la realidad. El de la propia economía no anda nada bien: ilusiones y más ilusiones.
Hace unos meses, en octubre, el 5 y 6 de octubre del pasado año, se reunieron Camdessus, que dirige el FMI; Wolfensohn, director del Banco Mundial; Greenspan, de la Reserva Federal; Rubin, secretario del Tesoro, y el Presidente de Estados Unidos, William Clinton, y se dieron cuenta de que, en vez de la inflación que temían, se iba a producir una recesión gravísima y decidieron inyectar 90 000 millones de dólares en la economía mundial, solo para ganar un poco de tiempo. Vean si no está nada resuelto que la América Latina, en su conjunto, es posible que tenga una recesión. No solo un crecimiento bajísimo, sino una recesión, un crecimiento negativo, por debajo de cero, todo el hemisferio. Y los problemas que hay en sus países, los latinoamericanos los conocen.
La situación es difícil, difícil, muy difícil, y en Estados Unidos se está viviendo un sueño, una ilusión. Crece y crece el gigantesco globo del valor de las acciones, hasta que ocurra algo, que puede ocurrir, mucho peor que la crisis de 1929. Ellos creen que ya han inventado la forma de que no haya crisis; es absurdo, eso no tiene ninguna base.
Sí, en 1929 solo el 5% de los norteamericanos tenía su dinero en acciones; hoy el 50% de los norteamericanos tiene su dinero en ellas. La sociedad no puede controlar el sistema, el sistema se le impone por sí mismo con todos los fenómenos de especulación que la inundan, un mundo convertido en un casino con nuevos y nuevos problemas cada vez más incontrolables. Es como jugar a la ruleta; pero a una ruleta rusa, que es aquella en que se pone una sola bala en el cilindro de un revólver, le dan vueltas al azar y aprietan el gatillo apuntándose a sí mismo, hasta que la sexta, la séptima vez, o antes se matan con toda seguridad.
El sistema tiene sus leyes y no lo controla nadie, mucho menos en un mundo globalizado donde cualquier cosa que ocurra, por ejemplo, en el sudeste asiático, inmediatamente tiene efectos en todo el mundo. Cualquier cosa que ocurra en Moscú, como ocurrió el 18 de agosto del pasado año, en que la simple suspensión de pago de un número determinado de bonos dio lugar a una crisis tremenda que hizo bajar en un día varios cientos de puntos los mejores índices de la bolsa de Nueva York. Eso, por lo que ocurrió en un país que solo participa en el 2% del producto bruto del mundo; amenazaba ya a Brasil y a toda América Latina con una catástrofe. Fue cuando se reunieron allá en Washington, donde citaron a todos los gobernadores de todos los bancos centrales.
Yo he hablado con gente que estuvo allí y he leído todos los discursos que pronunciaron: Greenspan, Clinton, Camdessus, Wolfensohn, y tengo también todos los datos de lo que habían dicho 15 días antes. Quince días antes estaban hablando de subir la tasa de interés y después de ese día empezaron a hablar de bajarla, porque el peligro inminente no era la inflación, sino la recesión.
Ellos no pueden controlar esa economía, y la concepción neoliberal niega, rechaza, repugna toda participación del Estado y resulta que en este caso fue el campeón del neoliberalismo, Estados Unidos, el que tuvo que intervenir, violando normas, reglas y leyes, porque según su filosofía había que dejar que se arruinara ese fondo de resguardo que mencioné antes, y deciden bajar las tasas. Fue increíble, de la dirección que llevaban cambiaron 180º en unos días.
Ahora mismo están discutiendo si hay peligro o no de que suban las tasas de interés. Cuando aparece un índice que amenaza subir la tasa de interés, inmediatamente comienzan a bajar las bolsas, y siempre las declaraciones tranquilizadoras. En ese dilema están. Vamos a esperar los próximos meses qué decisión toman.
La compañera debe saber que en Estados Unidos, el país que menos ahorra en el mundo, la tasa de ahorro con relación a los ingresos personales ahora está por debajo de cero; en cambio están comprando el mundo. No ahorran nada y compran el mundo. Se mantiene una economía artificial sobre la base de estimular el consumo, exhortar a consumir, exigir el consumo. La consecuencia de eso es que mantienen artificialmente alta la tasa de empleo, precisamente porque todo el mundo está comprando todo lo que aparece por ahí, y a los japoneses, que son ahorrativos por naturaleza, les aconsejan, casi les imponen, que compren mucho, para levantar la economía. Una economía que tenga que sostenerse sobre la base de comprar mucho y gastar cada vez más materia prima, más energía, contaminar más el ambiente y derrochar recursos, es una economía insostenible.
Yo he conversado con algunos norteamericanos sobre estos problemas. ¡Ah!, para ellos su sistema es sagrado; tienen una fe mística, se puede decir, en ese sistema. Participan decenas de millones de personas en los privilegios del sistema, porque son propietarios de acciones o porque han hecho operaciones especulativas, hablan de determinados índices y ganancias. He visto en muchos norteamericanos esa fe ciega en algo que no tiene base sustentable ante las realidades del mundo de hoy.
Nosotros, a principios de este año, tuvimos aquí una reunión, donde participaron 700 economistas extranjeros, una semana entera, cinco días, mañana, tarde, noche y, en ocasiones, madrugada, analizando y debatiendo. Esas sí eran sesiones de trabajo, que empezaban temprano y a veces terminaban a las 2:00 de la mañana. ¡Cinco días discutiendo! Sesenta ponencias fueron discutidas. Entonces hay que escuchar los criterios, lo que piensa la gente del neoliberalismo, de este sistema, de esta globalización neoliberal; cuestiones discutidas con profundidad, en las cuales se basa la convicción de que hablaba de que la actual situación es insostenible.
De producirse un fenómeno similar al de 1929, entonces los norteamericanos, todos, sin discusión, tomarán conciencia de la locura hacia donde los han conducido y los siguen conduciendo. Yo lo que no veo son posibilidades de que los que los dirigen tengan suficiente juicio para rectificar, y si algunos lo comprenden, no tienen el suficiente poder para ello, se los lleva el viento, los arrastran las olas de los acontecimientos. Un presidente y un grupo de políticos que quisieran adoptar algunos cambios para evitar una catastrófica crisis no podrían hacerlo; la crisis es congénita del sistema y no se ha inventado remedio, medicina ni vacuna contra ella, ni se puede inventar, al contrario, se agrava al procrearse ideas que pretenden como doctrina universal apartar cada vez más de cualquier función económica al Estado, que solo actúa cuando ya no queda más remedio en algunas situaciones, y se proclama el principio de que cada cual haga con la riqueza de la nación y del mundo lo que le dé la gana. Con esa filosofía no tendrán ninguna posibilidad de rectificar.
Ahí se ve, ahora mismo están discutiendo, tienen un superávit de 80 000 millones; ya calculan que en los próximos 10 años —lo cual es demasiado optimista, es vivir en un mundo idílico— acumularán 3 millones de millones de dólares. Entonces, dos teorías: Si se reducen los impuestos para que cada cual gaste más todavía, o se aseguran los fondos de pensiones que en un plazo matemáticamente calculado se agotarán.
Estoy hablando del superávit presupuestario, no del comercial. Este año el déficit comercial de Estados Unidos oscila entre 200 000 y 300 000 millones de dólares: mercancías y servicios que importan frente a mercancías y servicios que exportan, único país que puede hacer eso con el mundo, porque lo paga con papeles, con bonos de la Tesorería es con lo que se paga todo eso.
Les están diciendo a los consumidores "consuman más, consuman más", y cuando se conoce que han comprado más carros porque cambiaron el otro que tenía 10 meses o un año, los aplauden y los estimulan. Es una locura, un absurdo. ¿Quién paga eso? El resto del mundo. ¿De dónde salen las materias primas? Del resto del mundo. ¿De dónde sale el combustible y todo lo demás? Del resto del mundo. ¿Qué recibe el resto del mundo? Papeles, que van a parar a la reserva, o para pagar deudas —ustedes las mencionaron aquí entre los temas. He perdido la cuenta, la deuda externa de América Latina alcanza no menos de 700 000 millones y aparece el creciente gravamen en los presupuestos del Estado todos los años. Hay países que dedican hasta el 40% de su presupuesto a pagar esa deuda. Mundialmente en los llamados países emergentes debe ascender —hace algún tiempo que no me actualizo sobre eso— a 2 millones de millones de dólares.
Estados Unidos mantiene, pues, una economía artificial, basada en la fe mística de un sistema congénitamente condenado a morir, marchando al borde de un precipicio, y no tiene manera de evitar caer en ese precipicio.
He dicho todo esto porque hay que contar con esto cuando se va a pensar en lo que va a ocurrir en el futuro. Es una gran cosa que haya norteamericanos conscientes, norteamericanos que participen en esta actividad.
Mira, por ejemplo, a los norteamericanos se les prohíbe viajar a Cuba; creo que es el único país del mundo a donde no pueden viajar, hace casi 40 años lo tienen prohibido. Nos hemos convertido en la manzana prohibida del ciudadano norteamericano y en factor de violación constante de los derechos constitucionales del ciudadano norteamericano. No puede viajar a Cuba, ni informarse de las cosas de Cuba, y hay muchos norteamericanos que piensan y que saben.
Claro, cuando se vive una vida cómoda, sin problemas, y todos los días le dicen que la economía es sólida y que jamás habrá problemas; que el índice de desempleo está reducido al mínimo, que han descubierto la piedra filosofal, a estas horas, cuando el capitalismo tiene ya más de 200 años de existencia y jamás nadie le encontró remedio, y mucho menos se lo van a encontrar en un mundo donde hay 5 000 millones de pobres que no tienen capacidad adquisitiva, si se analizan todos esos factores se ve que, realmente, hay que preparar las conciencias del propio pueblo norteamericano.
Nosotros algunos de estos mensajes los enviamos; algunos de estos materiales los repartimos a veces por decenas de miles a periodistas, académicos, personalidades y políticos de Estados Unidos. Hay que hacer un esfuerzo.
Pero, claro, uno sabe el valor de la palabra y el valor de los hechos. Desgraciadamente estas cosas no se comprenden, no hay manera de persuadir. Lo mismo que decíamos cuando Viet Nam, que no iban a poder vencer a los vietnamitas; tuvieron que morir 4 millones de vietnamitas y 50 000 norteamericanos, ser lanzados sobre un pueblo pobre y no industrializado no se sabe cuántos millones de toneladas de bombas, antes de que los hechos demostraran que era un error. Han pasado 40 años de bloqueo a Cuba antes de que los hechos demuestren que es un error, aunque el hecho más elocuente esté irrebatiblemente presente, que es la existencia de la Revolución Cubana después de 40 años de bloqueo y en un proceso de fortalecimiento. ¡Ah!, bueno, algunos empiezan ya a comprenderlo. Ha pasado tiempo, pero, realmente, yo no veo posibilidades de que puedan rectificar fácilmente, y si algunos están conscientes —no importa cuán elevada sea su autoridad o jerarquía—, los demás no se lo permiten. No hay más que oír las polémicas de los candidatos que se están disputando el puesto en la nómina republicana, para ver cuántos criterios diferentes se debaten.
Hay quienes han hablado de enviar tropas a la frontera de México, que si existe la fuerza hay que ubicarla allí, para expresar categóricamente que México tiene que acabar con el narcotráfico, y culpan a México de todo lo que pueda cruzar por el territorio mexicano. Así, indefectiblemente, se habla de tropas; no se habla de atletas, se habla de tropas, en todo caso de tropas atléticas, bien alimentadas y armadas. Así que existen pensamientos de todas clases, contradictorios, que no admiten la esperanza de que haya en la actualidad fuerzas que puedan rectificar eso; no la hay ni puede haberla. Es por eso que al desatarse una tremenda e inevitable crisis, y solo cuando esa crisis se desate, vendrá, es la realidad, el despertar de decenas de millones de norteamericanos, al presenciar cómo el enorme globo se desinfla, un globo que mientras más se infla más graves serán las consecuencias el día que estalle.
Si yo fuera ciudadano norteamericano, viviendo allí, estaría preocupado por ver cómo divulgo estas realidades, cómo trato de formar un poco de conciencia; no es fácil, comprendo que no es fácil. No se trata de que nosotros estemos deseando que se produzca una gran crisis como la de 1929 en Estados Unidos, porque cuando allí estén sufriendo las consecuencias, en el mundo subdesarrollado muchos más millones de pobres morirán de enfermedad y hambre. Lo que podría desearse es que, por primera vez en la historia, la conciencia y la racionalidad humanas se impusieran sobre las leyes ciegas que han regido su destino hasta hoy. Pero uno medita que, en circunstancias como las que generaron y sostienen el orden mundial imperante, las crisis son inevitables y no tienen forma de impedirlo ni siquiera aquellos que comprendan esos riesgos, envueltos en la atmósfera de una fe mística generalizada en el sistema, y, si eso es así, lo mejor es ponerse a meditar y pensar qué hacer cuando eso ocurra. Es lo que yo puedo responder a esa pregunta.
Si no nos remitimos a las realidades de esa economía, al parecer invulnerable, más sólida que una pirámide egipcia, no podríamos ni siquiera tener una idea de las realidades o de lo que puede ocurrir en Estados Unidos, entonces esa será la hora del pueblo norteamericano.
No sé si fue Otto el que dijo en su discurso que cada semana los niños norteamericanos presenciaban, durante 28 horas en la televisión, tantos hechos violentos que equivalían en un año a 10 000 actos de ese carácter, incluidos no solo asesinatos, sino violaciones y otros hechos similares. Imagínense la juventud, los niños de un país recibiendo tal dosis de violencia cada semana. Quienes han estudiado el fenómeno —el Director de El Mundo Diplomático lo ha estudiado y tiene los índices estadísticos—, saben que el 60% de lo que se percibe en los seriales y material fílmico norteamericanos está relacionado con la violencia. ¿Qué tiene de extraño que venga un niño —unido a leyes que permiten que cada cual compre las armas que quiera— con una metralleta o una pistola y protagonice los casos asombrosos, alarmantes de violencia que estamos viendo entre los niños de Estados Unidos? Pudiera extenderse a otros países. ¿Quién tiene la culpa? El sistema con su inmenso poder de desarrollo y monopolio de los medios de divulgación masiva. Lo más que pueden hacer un día sus dirigentes principales es reunir a los jefes de empresas de la industria recreativa y pedirles que, por favor, reduzcan el porcentaje de violencia en sus filmes, y estas continuarán haciendo lo que más convenga a sus intereses, porque otras que compiten con ellas aspiran a ganarse los mercados. Es la ley ciega del mercado lo que determina. Cuando leemos noticias de ese tipo todos los días, parece que se trata de una epidemia más.
Entonces, por dondequiera salen los frutos del sistema. Yo pienso que los jóvenes norteamericanos tienen que meditar sobre estas cosas, estudiar y profundizar, y, aunque sean diez, decir verdades dondequiera que puedan decirlas, escribirlas y trasmitirlas. Ayudarán con ello a enfrentar el momento trágico en que llegue la hora de una gran crisis que vendrá inexorablemente.
Excúsenme de que haya tenido que usar estos argumentos, porque la pregunta, de otra forma, no podría responderla (Aplausos).