Fidel Castro en Pinar del Río
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La personalidad de Fidel Castro, desde su temprana juventud, siempre irradió un atractivo especial, por lo que quienes se acercaron a él desde esa época guardan algún secreto agradable.
Una breve anécdota de un viejo combatiente, recuerda la que quizás fue la última visita del joven abogado a tierra pinareña, antes de los episodios del Moncada.
Quizás unos días o solo una semana antes de lo acontecido en la indómita región oriental, el entonces joven e hiperactivo Agustín Cecilia Moya era secretario general de la Sección Funcional Obrera del Partido del Pueblo Cubano, llamado popularmente Ortodoxo.
Él estima que fue el 20 de julio de 1953, ahora difícil de precisar, cuando lo llamó Miguel Avendaño Quintana, secretario de propaganda, para que acudiera al hotel Comercio, donde estaba hospedado Fidel Castro, quien dirigía la sección juvenil del Partido en el país, y en el que Max Lesnick, periodista actualmente radicado fuera del país, era el secretario general partidista.
Cecilia le pidió al empleado del vetusto hotel que llamara al huésped, este le respondió “no te preocupes que ya va a bajar a tomar café”.
Después de los saludos de rigor, Fidel y su acompañante tomaron por Vélez Caviedes con rumbo a la calle Máximo Gómez, el propósito era buscar la forma de llegar a Guane.
Fidel, eterno preguntador, enseguida quiso saber cuál era el sector más afectado de la provincia después del golpe del 10 de marzo, a lo que Cecilia le argumentó que el de Obras Públicas, porque como siempre los políticos se robaban el dinero, cuando había una transición todas las construcciones se paralizaban y los trabajadores iban a la calle.
Lógicamente ese fue el momento propicio para preguntarle a él, qué lo traía por Pinar del Río. Fidel fue lacónico en la respuesta, solo le puntualizó que iba a Guane, al Registro de la Propiedad para gestionar un documento, porque preparaba un juicio por un desalojo de tierra.
Todavía Cecilia se pregunta cuál fue el verdadero objetivo de la rápida visita, porque no le comentó nada más y cuando volvió después del triunfo de la Revolución, el 17 de enero de 1959, fue incapaz de preguntarle nuevamente; una de las causas que lo impidió fue la fuerte crítica que les hizo a Pachaco y a él por haber utilizado como tribuna para el acto un camión rastra de Juan Montes, el único que había en la ciudad.
Ese día de 1953 Fidel también se interesó por la situación política del territorio y Agustín le explicó las detenciones y juicios, y cómo el doctor Dominador Pérez, lograba en los Tribunales de Excepción muchas absoluciones de revolucionarios, valiéndose de los más diversos recursos.
Pero parece que el joven abogado conocía de lo “quemado” que estaba su acompañante, porque de imprevisto le dijo: “déjame, que ya sigo solo…”. Efectivamente los secretarios de las secciones del partido eran muy conocidos y a menudo estaban presos.
Es una pequeña anécdota, pero que refuerza la historicidad del viejo hotel y la personalidad del futuro líder, que a pesar de estar abocado a una extraordinaria acción, era capaz de alejarse tanto de la capital para solucionar un caso de desalojo, tan común en aquella época y sobre lo cual profundizó en su alegato del Moncada.
Quizás haya más personas que conozcan del hecho, ojalá que así sea, porque de retazos está hecha la historia.