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Haití: el infierno de este mundo (XIII)

Data: 

04/02/2010

Fonte: 

Periódico Granma

Cadena humana de haitianos para llevar los alimentos a las carpas.

Munrique empina papalotes. En este campo hay buen aire y bastante espacio para correr. Solo mira hacia arriba, poco le importan las estacas que aseguran su "nueva casa" y pueden provocarle un gran traspié. Pareciera que este niño va olvidando las sacudidas que lo dejaron sin hogar. Cuando se cansa, comparte con otros amigos los trazos de un dibujo, son flores lo que elige pintar. La paz que sale del papel habla de la tranquilidad de su alma, sosiego que le ha traído la Patria de Bolívar.

Munrique es uno de los 191 niños que viven en el campamento que ha levantado la venezolana Fuerza de Tarea Conjunta Haití, en la localidad de Leoganne. Allí viven casi 1 000 haitianos, alejados del caos del infierno de este mundo. Y aunque tampoco está allí el paraíso, todos duermen bajo un techo, pueden dar a sus hijos un bocado antes de dormir, tienen buena agua y un sitio para hacer sus necesidades fisiológicas. Hay tranquilidad, de ello se encargan los desplazados, que ya tienen aquí un hogar.

Jugar fútbol en el campamento parece una buena manera de olvidar la tragedia. Aunar a tantas personas sufridas en un mismo lugar se me antojaba como sumar más leñas al fuego. Pero las imágenes de ayer hicieron cerrar mi incrédula boca. Allí vi cómo una madre regañaba a su pequeña por arrojar basura fuera de la casa de campaña; cómo reprendían a un hombre que intentaba acaparar los refrescos destinados a los más chicos; y cómo varios haitianos hacían una cadena para trasladar la comida que era guardada en una de las carpas, mientras otros miraban el trasiego sin exasperarse: el pescado, el aceite, la leche, el azúcar y el arroz que llegaban serían repartidos con seguridad y según el tamaño de cada familia.

En el campamento también cuentan con servicio de agua. Este miércoles comenzaba el día con una reunión del comité de la comunidad, todos haitianos. Organizar tareas, definir prioridades y determinar cuáles son las mayores carencias, ocuparon a los líderes del campamento en las primeras horas. Un cartón que cuelga de sus pechos los identifica como jefes, son ellos los encargados de distribuir la comida, cuidar el lugar, velar por que se mantenga la paz... No es raro entonces que Michel, líder mayor, salga en la tarde a anunciar con su megáfono que comenzarán a repartir alimentos. Entonces decenas de personas salen.Jóvenes haitianos levantan el campamento Simón Bolívar.

Allí volví a ver a Munrique con su mamá. Para el pequeño era la hora de dejar el juego y ayudar a cargar la comida. Ellos, como los demás, traían un ticket. Cuando llenaron sus bolsas, una marca en el papel confirmó la extracción del alimento. Munrique volvía a su casa de campaña con la cuota de su familia, mañana tendrá tiempo otra vez para empinar su papalote.