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Haití: el infierno de este mundo (IX)

Data: 

29/01/2010

Fonte: 

Periódico Granma

Hoy encontré a Sean Penn en el infierno de este mundo, volví a pensar que estaba en una película hollywoodense. Recorríamos las calles de Puerto Príncipe en busca de historias cuando lo descubrí, a través de la ventanilla del carro, entre un montón de gente. ¡Miren a Sean Penn!, grité. No pasaron diez segundos y ya lo estábamos rodeando con cámaras, micrófonos y grabadoras.

Estaba en uno de los campamentos improvisados donde cientos de personas ven pasar las larguísimas horas luego del terremoto. Y si para nosotros fue un suceso encontrarnos con la estrella del cine norteamericano, para los haitianos que allí se amontonaban en interminables filas, Sean Penn era la esperanza de llevarse a la boca el único bocado del día.

Que si fue esposo de Madonna, que si trabajó en tal o más cual película, que si ganó un Oscar, que si estuvo en Cuba, que si es apuesto... De todas estas cosas hablábamos a la espera de que nos atendiera. De repente una idea me asaltó: ¿Sabrán los reunidos aquí quién es este hombre? Definitivamente, no. Eso lo comprobé cuando un haitiano con aires de instruido se ofreció para traducirnos lo mismo al francés, que al inglés, que al español, o hasta al ruso si hubiera sido necesario. Andaba buscando trabajo, y nos vio caras de despistados frente al gran Sean. Quería traducirnos la entrevista, aunque ni idea tenía de quién era nuestra "presa".

Por la traducción, un poco rara, solo supimos que Penn estaba allí para socorrer y que agradecía a Cuba por su ofrecimiento de ayuda cuando el Katrina. En parte, eso ya lo suponíamos, de poco nos sirvió la versatilidad lingüística del amigo haitiano. Entonces, tuvimos que conformarnos con la observación, método aprendido en las clases de Metodología. Algunos a esa hora recordaron con malas caras las lecciones de inglés que no aprendimos.

En el infierno de este mundo, Sean y su equipo intentaban organizar la cola y explicar cómo preparar los alimentos, mientras una cámara, manipulada por uno de los suyos, no le perdía ni pie ni pisada. Una hora después, nos fuimos, no habían terminado aún de preparar la entrega... o quizás ¿el espectáculo?