Discorsi

Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la Tribuna Abierta de la Revolución, efectuada en San José de las Lajas, el 27 de enero del 2001

Data: 

27/01/2001

Habaneros;

Compatriotas de toda Cuba:

La humanidad ha entrado en uno de los más complicados períodos de su historia.

El nuevo milenio se inicia para nosotros bajo el fragor de una intensa y prolongada lucha.

Los próximos años serán decisivos no sólo para Cuba sino también para todos los pueblos que habitan el planeta.

Durante el siglo que acaba de finalizar han sido muchos los años perdidos en guerras, repartos del mundo, saqueo y explotación, tanto colectiva como individual, de la inmensa mayoría de los seres humanos, cuando todavía disponíamos de sobrado tiempo para prever y enfrentar muchos de los más graves problemas que hoy agobian al mundo. Los enormes progresos de la ciencia y la técnica ya estaban al alcance de la mano. Existían todavía, a principios del Siglo 20, abundantes tierras vírgenes, extensos bosques, aguas y yacimientos minerales por utilizar de forma racional y sostenible. El aire y los mares no estaban saturados de moléculas contaminantes ni desechos químicos en el grado increíble en que están hoy.

De un modo tan ciego y caótico se encaminaban la política y la economía mundial, que apenas se conocían o mencionaban hasta hace sólo algunas décadas conceptos como medio ambiente, diversidad biológica, preservación de la naturaleza, desertificación, agujeros en la capa de ozono, cambios de clima. Bajo un sistema de producción anárquico y caótico, hoy derivado en dominio imperial, hegemónico y unipolar, se han despilfarrado enormes recursos, dañado considerablemente la naturaleza, y creado modelos de consumo absurdos e insostenibles, verdaderos sueños que son inalcanzables para la inmensa mayoría de los que habitan hoy y los que deberán habitar mañana nuestro planeta.

En apenas un siglo se han quemado y lanzado al aire y a los mares, como desechos de gases y productos derivados, gran parte de las reservas de hidrocarburos que la naturaleza tardó cientos de millones de años en crear. La norma única de buscar ganancias a toda costa, sin ética o principio moral ni previsión alguna, ha dejado ya una huella desoladora para las presentes y futuras generaciones.

Al meditar sobre qué ocurre en el mundo, es imposible dejar de pensar que los avances alcanzados por el hombre en el desarrollo político, la justicia social y la convivencia pacífica, han quedado muy por debajo de sus extraordinarios logros técnicos y científicos.

Mientras tanto, la población mundial ha crecido hasta superar la cifra de 6 000 millones de habitantes, dos terceras partes de los cuales viven en insoportable atraso y pobreza. En 50 años más, no menos de 3 000 millones adicionales compartirán nuestro ya contaminado planeta. Mil ochocientos millones hoy son niños y adolescentes menores de 16 años, como muchos de los que vemos aquí cual flores frescas llenas de esperanza y de alegría. Alrededor de 5 000 millones nacerán en las próximas cinco décadas. Vivirán todavía gran parte de los que hoy tienen menos de 20 años de edad.

¿Habrá tarea más urgente e inmediata que preservar el mínimo de condiciones de vida necesarias para todos esos seres humanos que serán niños, adolescentes, jóvenes, adultos o ancianos?

No será un orden mundial agotado y caduco lo que pueda salvar a la humanidad y crear las condiciones naturales indispensables para una vida digna y decorosa en el planeta. La igualdad real de oportunidades y de verdadera justicia para todos los seres humanos de todas las naciones, etnias, culturas y religiones, no se puede seguir posponiendo en ningún rincón de la Tierra. No se trata de una cuestión ideológica; es ya una cuestión de vida o muerte para la especie humana.

Es obvio que nada podrá esperarse de los que ostentan el poder y los privilegios de la potencia hegemónica. La globalización neoliberal que han impuesto es insostenible. Ya se observan los primeros síntomas de la crisis, que será tanto más profunda cuanto la economía real se ha transformado en una economía especulativa, que abarca casi la totalidad de las operaciones financieras que tienen lugar cada día en el mundo.

Las contradicciones se incrementarán entre los principales centros de poder económico, y la lucha por los mercados será más descarnada. Se han invertido los objetivos históricos de cualquier sistema de producción. La economía no funciona y crece para crear bienes y servicios; los bienes y servicios se consumen para que la economía funcione y crezca.

No existe, sin embargo, el menor indicio de que los que ostentan los grandes poderes y recursos mundiales estén en capacidad de comprender la realidad y, aun si la comprendieran, no tienen ni la voluntad ni el poder real de transformar esa realidad. Hoy las transnacionales constituyen instituciones con más capacidad, más riqueza y más poder que todos los gobiernos juntos. Mientras más se fusionan y más dominan las finanzas, la producción y la economía mundial, movidas por las leyes ciegas e incontrolables del sistema que las engendró, más aceleran la crisis.

El curso más probable de los acontecimientos es que en relativamente breve tiempo se produzca finalmente una profunda crisis que conduzca a la ruina a la mayor parte de las naciones del mundo; la pobreza y el hambre se multiplicarán; las posibilidades de desarrollo se reducirán para los países pobres, que constituyen la inmensa mayoría de la población mundial.

La experiencia vivida hasta hoy por la humanidad enseña que no es del análisis frío, el pensamiento racional ni la previsión y el sentido común más elemental de donde emergen las soluciones. Es doloroso, pero la historia ha demostrado que sólo de las grandes crisis pueden surgir las grandes soluciones.

Otro orden mundial diferente, más justo y solidario, capaz de sostener el medio natural y salvaguardar la vida en el planeta, es la única alternativa posible. Para ello, más que nunca, el instinto de conservación de la especie tendrá que hacerse sentir con toda su fuerza.

Como parte del problema de ese mundo, nuestro pequeño país se esfuerza para aportar un grano de arena al futuro con el cual soñamos. Quiso el destino que la revolución libertadora comenzada en nuestra patria el 10 de octubre de 1868, por razones de ubicación geográfica y muy peculiares circunstancias históricas, ocupe hoy un lugar honroso en la batalla política que los pueblos del mundo se ven obligados a librar por su existencia e identidad como naciones, el derecho a un desarrollo económico y social sostenible, y un orden mundial justo, racional y solidario.

Al cumplirse el 42 aniversario de su triunfo, y entrar victoriosa en el nuevo milenio, la Revolución Cubana es hoy políticamente más fuerte que nunca, y nuestro pueblo ha alcanzado el más alto grado de unidad y conciencia revolucionaria en toda su historia.

Una nueva administración, de forma bastante irregular, se acaba de instalar en Estados Unidos. Todo cuanto se conoce sobre los antecedentes y el pensamiento de los principales integrantes de la misma, las declaraciones públicas de muchos de ellos, antes y después del inusitado proceso electoral en que la mafia terrorista cubano-americana desempeñó decisivo papel en el cuestionado triunfo del actual Presidente, ha creado una atmósfera de duda, desconfianza y temor casi sin excepción en la opinión pública mundial.

Cuba pudiera ser blanco de la frustración, el resentimiento y el odio de los sectores más extremistas y reaccionarios, hoy eufóricos con el ascenso al poder del nuevo equipo gobernante con el que sostienen estrechos vínculos. Sin embargo, nuestro país y nuestro valiente pueblo, que han enfrentado con honor riesgos extremos y resistido con heroísmo 42 años de hostilidad, agresiones, bloqueo y guerra económica, miran hacia el futuro con más tranquilidad, serenidad y confianza que nunca. Nada perturba nuestro sueño.

Aunque ninguna rectificación esperamos de esta Administración, no nos apresuraremos en juzgarla de antemano, no lanzaremos la primera piedra para preservar de este modo la más alta moral en nuestra conducta política y nuestros métodos, como hemos hecho siempre. Observaremos cuidadosamente cada paso que dé y cada palabra que pronuncie. Nada en absoluto nos tomará por sorpresa ni desprevenidos ni impreparados, tanto en el terreno económico y político, como en cualquier otro terreno.

La Cuba que entra en el nuevo milenio no es la Cuba de 1959, inexperta, desarmada y casi analfabeta de entonces. No tiene hoy un solo analfabeto y cuenta con dos graduados universitarios por cada graduado de sexto grado que poseía aquel año; millones de hombres y mujeres han aprendido el empleo de las armas; cientos de miles han cumplido distintas misiones internacionalistas; decenas de miles de cuadros experimentados se han formado en la lucha; nuestro pueblo posee un elevado nivel de instrucción y de cultura general y política; la nación es toda una gran escuela. Hemos aprendido a resistir y vencer en las más inconcebibles circunstancias. No hay otro pueblo más preparado, menos dependiente del comercio y las relaciones económicas con la nación que se ha erigido en la más rica e imprescindible potencia para los demás países del mundo; más libre para exponer sus verdades y defender los derechos de los pueblos explotados y pobres del mundo en todos los foros y tribunas internacionales.

Cuba no vacilará en seguir librando la batalla de ideas en la que estamos enfrascados hace 14 meses para exigir el respeto a sus derechos, el cese de las leyes asesinas y genocidas que se aplican contra ella, y cumplir con el sagrado juramento que su pueblo ha contraído con la patria.

La marcha impresionante de más de un millón de habaneros que desfilaron el día 19 de enero; las cuatro mesas redondas que entre el martes y el viernes denunciaron y desenmascararon demoledoramente las acciones subversivas contra nuestra patria; los 200 000 pioneros, estudiantes, jóvenes, hombres y mujeres reunidos aquí hoy, y los 200 000 que se reunirán mañana, día glorioso del nacimiento de Martí, en la Plaza «Calixto García» de Holguín, dan fe más que suficiente del estado anímico, el espíritu de combate y la confianza en sí mismo con los que hoy, más que en cualquier otro momento de su digna historia, está listo nuestro pueblo para enfrentar el futuro y cumplir sus deberes con la patria y con la humanidad.

¡Venceremos! (Aplausos prolongados.)

(Comentarios realizados después del discurso)

He hablado aquí de 200 000. Era la cifra que más o menos se calculaba y se publicó, pero esta multitud que aquí veo se pierde en el horizonte.

En realidad, digamos, aquí cabrían tres o cuatro estadios como el Latinoamericano. Aquí hay más de 300 000 personas (Aplausos), calculando muy conservadoramente.

Estamos habituados a hacer los cálculos, sabemos cuántas personas hay por metro cuadrado en una multitud, y les puedo asegurar que lo que desde aquí veo —y ustedes tal vez vean por la televisión durante la tarde— es algo verdaderamente impresionante (Exclamaciones: "¡Fidel, Fidel, Fidel!"). Me lo decía Sáez, pero lo que he visto es mucho más que las impresiones que él me trasmitió. Es una prueba irrebatible de ese estado anímico y de ese espíritu de combate del cual hablaba hace unos minutos.

Felicito a los habaneros, en primer lugar, habaneros de las dos Habana aquí presentes.

Felicito a los organizadores, a los dirigentes de la Juventud y del Partido, y, de modo muy especial, al compañero Sáez por esta prueba extraordinaria que se ha producido hoy de organización, de espíritu revolucionario, que millones de compatriotas están contemplando esta mañana a lo largo y ancho de la isla, y que tal vez algunas emisoras de televisión extranjera puedan mostrar ante otros pueblos del mundo.

Muchas gracias, compañeros.

¡Felicidades a todos!

¡Patria o Muerte!

¡Socialismo o Muerte!

¡Venceremos!

(Ovación)

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