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Confesiones de un sobreviviente

Data: 

25/07/2024

Fonte: 

Periódico Granma

Autore: 

 

La piel de Ramón Pez Ferro es testigo de nueve décadas en constante revolución. Cuando apenas contaba 19 años, desde el Hospital Civil Saturnino Lora, en Santiago de Cuba, participó en el asalto a la historia, el 26 de julio de 1953.
 
Ante el golpe de Estado de Fulgencio Batista, el 10 de marzo de 1952, en el barrio La Matilde, Artemisa, varios compañeros con espíritu rebelde pensaron en la necesidad de una agrupación para vencer al dictador, y la encontraron en el Movimiento liderado por Fidel Castro.
 
Para crear su célula central en el área comprendida entonces en Pinar del Río, José Suárez Blanco contactó a varios jóvenes, entre ellos a Pez Ferro, integrante del ejecutivo municipal de la Juventud Ortodoxa y guía de la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad, perteneciente a la Logia Masónica Evolución.
 
–¿Qué esperanza representaba el Movimiento?
 
–Constituía una organización nueva con un planteamiento diferente, un basamento ideológico mucho más limpio. Todo el mundo estaba cansado de la corrupción y de la actitud de los políticos.
 
«En la célula central del territorio trasladaba las ideas, los planes. Solo ingresábamos a quienes conocíamos por su conducta, teníamos una percepción de su ideología y por eso nos acercamos a ellos. Resultó un gran estímulo la confianza de Fidel en nuestro grupo, por la seriedad y el compromiso».
 
–¿Cómo recuerda a los asaltantes?
 
–Con una actitud de suma valentía. Desde mucho antes estaban conscientes de los riesgos de la acción armada y los aceptaron. Creo que merecen toda la gloria.
 
–¿Y a Abel Santamaría?
 
–Uno de los primeros líderes que conocimos. Bastaba conversar para recibir la impresión de sus convicciones patrióticas muy profundas, su sentido de la responsabilidad. A través de él podíamos apreciar la magnitud del Movimiento y, para nosotros, representaba una garantía contar con guías de esa dimensión.
 
–¿De qué forma logró sobrevivir?
 
–Cuando estábamos sin municiones, un veterano de las Guerras de Independencia salió a ofrecernos ayuda y nos alentó para continuar el combate.
 
«A Tomasito, a quien le debo parte de mis enseñanzas, se le ocurrió hacerme pasar por un nieto del combatiente, entonces me senté al lado de su cama, me quedé con una ropa civil que llevaba por debajo del uniforme militar, y él solicitó a los guardias la posibilidad de regresar a mi casa.
 
«Así me convertí en el único sobreviviente masculino del Hospital, junto a Melba Hernández y Haydée Santamaría, pues a todos los demás los fusilaron.
 
«Regresé a La Habana, pero un día siguieron a mi padre desde Artemisa, y me detuvieron. Estuve preso en la cárcel de Boniato, junto al resto de los asaltantes. Comparecí a los juicios del Moncada, donde negué mi participación y, ante la ausencia de pruebas, me absolvieron.
 
«Quedé libre, junto a otros compañeros, con la misión de contar cómo ocurrieron realmente los hechos ante tanta manipulación mediática, y me apresaron hasta cinco veces después en la capital. Por las amenazas, tuve que exiliarme en Estados Unidos, hasta el triunfo de la Revolución, pero nunca perdí la esperanza, y por eso seguí luchando.
 
–¿Un revolucionario debe ser útil hasta el último momento?
 
–Por supuesto. La mejor forma de rendir honores a quienes cayeron en combate o en las torturas posteriores consiste en mantenernos firmes, y actuar con la misma fe y con la misma convicción que nos llevó a asaltar el Moncada».