Antes que todo está el pueblo
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Antes que todo está el pueblo, principio, fin y sujeto por y para quien se fraguó la Revolución cubana. De esta forma, entre revolución y revolucionarios el pueblo ocupa un lugar esencial como horizonte, pero también como cantera; del pueblo emanan los hacedores de revoluciones, es decir, los revolucionarios.
Como una revolución sin revolucionarios es un sinsentido, pues no existe proceso subversivo sin sujeto del cambio que lo haga posible, sirvan las siguientes líneas como provocación para, entre todos, pensar qué significa ser revolucionarios hoy y cuál es su deber moral ante la hazaña de la que son protagonistas.
En su discurso del 1ro de mayo de 2000, Fidel sintetizó el concepto de revolución. Veinticuatro años después, vigente, la definición no solo brinda determinaciones del proceso, sino que al hacerlo dibuja los rasgos de sus participantes.
De esta manera, cuando dice “revolución es tener sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado”, solo puede serlo a condición de que sus protagonistas tengan la suficiente conciencia de clase y la justa medida, tanto para subvertir sus condiciones de vida, como para no alterar aquellos cimientos sagrados sobre los cuales se erige. Como la Revolución cubana es sobre todo una obra de amor, sus contemporáneos no deben fragmentar, descartar o distinguir entre personas, ya que “es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos”. Supone para los revolucionarios la creación de una sociedad de justicia social como espejo de ciudadanos justos y libres, bondadosos y nobles.
En este esfuerzo material y moral por alcanzar hombres y mujeres nuevos en la vorágine revolucionaria, Fidel nos exhorta a "emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos”. Hacerlo supone ciudadanos independientes pero sacrificados en pos del proyecto común, comprometidos con empujar el progreso del país como resultado del esfuerzo colectivo. De forma implícita está la necesidad de desarrollar las capacidades que tal empuje requieren, es decir, la formación, educación, instrucción y capacitación del pueblo como motor impulsor de su propio desarrollo individual y social. Se trata de personas predispuestas para el civismo, la cultura y la ciencia en oposición a individuos marginados, achantados, mediocres y egoístas.
La formación de un pueblo independiente y soberano, que se propone emanciparse por sí mismo de forma autosuficiente, tendrá también que “desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional” para “defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio”. De modo que el revolucionario no tiene tiempo para cejar en su defensa de la patria y de los ideales que la constituyen. Le caracterizan la pasión, la integridad, la vergüenza, la valentía y el coraje. Pero como advirtió Fidel las amenazas también llevan marca criolla, por lo que los revolucionarios siendo perspicaces, deben saber distinguir entre las voces internas aquellas que se alejan de la meta propuesta o lo que es igual, que se distancian del pueblo para poder combatirlas.
Los revolucionarios son sobre todo rebeldes, militantes, activistas que con “modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo” luchan “con audacia, inteligencia y realismo” para que la revolución no se aleje de esa sociedad humanizada que comenzaron a construir con tanto esfuerzo y sangre. Es por esto que, entre sus determinaciones principales también estén la moral, la honestidad, la solidaridad, el ser consecuentes y coherentes entre lo que creen y practican, entre lo que declaran públicamente y hacen en su espacio privado para no “mentir jamás ni violar principios éticos”.
Porque la “convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas”, solo puede estar sustentada sobre la base de una conciencia colectiva sólida que acoja la unidad como arma estratégica y forma de vida, sin perder la esperanza. La importancia de la cultura como campo de batallas desde el cual se moldea la subjetividad y la conciencia.
Si “revolución es unidad, es independencia, es luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo”, se requiere la multiplicación de los revolucionarios; la expansión del sujeto de cambio de pocos a muchos; de élite inconexa a prole conectada; de lo local a lo planetario. Se demanda así que el pueblo en pleno se vuelva militante, optimista, idealista en tanto recurso hacia la fe y la fuerza para seguir apostando por un mundo mejor, diferente, emancipado y humanizado. Se trata de lograr la liberación internacional, porque la emancipación de un pueblo no estará completa y libre de trabas, hasta que signifique la de toda la humanidad; porque como dicen los revolucionarios convencidos: los sueños de justicia social son para Cuba y el mundo.
Como puede percibirse, de estas características sobre los revolucionarios es posible desprender valoraciones, decisiones, formas de vida que no solo les son propias, sino que se proyectan en los demás miembros de toda la sociedad, de forma tal que los revolucionarios tienen una importante función social que cumplir como líderes del proceso revolucionario. Aquello que conforma su subjetividad funciona como resorte para la actuación o la inmovilidad, subordinado a esa otra cara del asunto en la cual las condiciones materiales de vida van imponiendo qué actitudes y deberes morales se toman en favor o en detrimento del socialismo.
Significa esto, que si el pacto social cambia, es porque alguna de las partes involucradas en él, o ambas, cambiaron esencialmente y ese compromiso inicial ha dejado de servirles, de representarlas. Pero si el pacto social se rompiera, -ese acuerdo o contrato social mediante el cual pueblo y gobierno ofrecen y reciben algo a cambio, al tiempo que se comunican y comprometen en participar juntos en un mismo sentido político-, la amenaza primera fuera para el socialismo, o lo que es igual, para el pueblo. Perder el socialismo es perder a la revolución, y viceversa, al tiempo que se pierde el pueblo. O podríamos decir también, perder al pueblo implicaría perderlo todo.
¿Cuál sería el deber moral de los revolucionarios de hoy? ¿La parálisis o la combatividad? ¿La indiferencia o el compromiso? ¿Decir las cosas de frente o el doble estándar? ¿Ser complacientes o críticos? ¿La simulación o la vergüenza? ¿La apatía o el debate? ¿La inmoralidad o la coherencia ética? ¿La ostentación o la humildad? ¿La arrogancia o la sencillez? ¿La permisibilidad o la tenacidad? ¿El individualismo o la solidaridad? ¿El socialismo o el capitalismo? ¿La población o el pueblo?
Al entrar en La Habana el 8 de enero de 1959 en medio de esa apoteosis que marcó la llegada de los barbudos a la capital, Fidel en su discurso de Ciudad Libertad afirmó: “de nuestro examen de conciencia puede depender mucho el destino futuro de Cuba, de nosotros y del pueblo”. Los revolucionarios sin revolución están destinados a vivir incompletos, inacabados; por su parte el pueblo, del cual nacen, quedaría indefenso, anulado; por ello cuidémosla y reproduzcámosla como tránsito hacia un mundo mejor de justicia social. Hoy la patria nos pide que retomemos dicho examen de conciencia, por Cuba, por nosotros, y por el pueblo.