Fidel hace 70 años: “Más que la libertad y la vida misma para nosotros, pedimos justicia para ellos”
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El 12 de diciembre de 1953, Fidel Castro redacta desde la cárcel de Isla de Pinos el “Manifiesto a la nación” donde denuncia el encubrimiento por parte del régimen de Batista los crímenes perpetrados por los soldados contra los asaltantes a los cuarteles Moncada en Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes en Bayamo. Además, solicita justicia para aquellos que perdieron la vida en combate o fueron asesinados posteriormente.
El documento se difunde clandestinamente semanas después en toda Cuba, desafiando a la tiranía batistiana, bajo el título “Mensaje a Cuba que sufre”. El joven abogado expone también las injusticias y los abusos cometidos durante el juicio llevado a cabo en su contra y de sus compañeros encarcelados junto a él.
Al iniciar el mismo, Fidel con gran sinceridad declara: “Con la sangre de mis hermanos muertos, escribo este documento. Ellos son el único motivo que lo inspira. Más que la libertad y la vida misma para nosotros, pedimos justicia para ellos”. Y explica: “Justicia no es en este instante un monumento para los héroes y mártires que cayeron en el combate o asesinados después del combate: ni siquiera una tumba para que descansen en paz y juntos los restos que yacen esparcidos en los campos de Oriente, por lugares que en muchos casos solo conocen sus asesinos; ni de paz es posible hablar para los muertos en la tierra oprimida”.
En el manifiesto hace un llamado para que en el futuro se les haga un digno monumento a la memoria de los caídos cuando señala:
“La posteridad, que es siempre más generosa con los buenos, levantará esos símbolos a su memoria y las generaciones del mañana rendirán, en su oportunidad, el debido tributo a los que salvaron el honor de la Patria en esta época de infinita vergüenza.
En cuanto a los prisioneros, bien pudo ponerse a la entrada del Cuartel Moncada, aquel letrero que aparecía en el dintel del infierno de Dante: "Dejad toda esperanza". Treinta fueron asesinados la primera noche. La orden llegó a las tres de la tarde con el general Martín Díaz Tamayo, quien dijo que “era una vergüenza para el Ejército haber tenido en el combate tres veces más bajas que los atacantes, y que hacía falta diez muertos por cada soldado””.
En el documento reflexiona sobre la siguiente pregunta:
“¿Habrá menos conciencia hoy de la libertad que la que había la madrugada del 10 de octubre de 1868? Lo que se mide en la hora de empeñar el combate de la libertad no es el número de las armas enemigas, sino el número de virtudes en el pueblo”.
Advierte que su publicación traerá consecuencias al Gobierno:
“Denunciar los crímenes, he aquí un deber, he aquí un arma terrible, he aquí un paso al frente formidable y revolucionario. Las causas correspondientes están ya radicadas, las acusaciones ratificadas todas. Pídase el castigo de los asesinos. Exíjase su encarcelamiento. Nómbrase, si es necesario, un acusador privado. Impídase por todos los medios que pasen arbitrariamente a la Jurisdicción Militar. Antecedentes recientísimos favorecen esa campaña. La simple publicación de lo denunciado será de tremendas consecuencias para el Gobierno. Repito que no hacer esto es mancha imborrable”.
Con esperanza y con la visión de un futuro de libertad, expresa el siguiente anhelo:
“Espero que un día, en la patria libre, se recorran los campos del indómito Oriente, recogiendo los huesos de nuestros heroicos compañeros, para juntarlos todos en una gran tumba, junto a la del Apóstol, como mártires que son del Centenario y cuyo epitafio sea un pensamiento de Martí: “Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. La alejan o la acercan, pero siempre queda la memoria de haberla visto pasar””.
Termina el manifiesto con un llamado en busca de la libertad: “¡Veintisiete cubanos todavía tenemos fuerzas para morir y puños para pelear! ¡Adelante, a conquistar la libertad!”.