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La conciencia de clase: Una perspectiva fidelista

Fidel Castro en la constitución de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), 4 de abril de 1962. Foto: Liborio Noval / "Fidel Soldado de las Ideas"
Fidel Castro en la constitución de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), 4 de abril de 1962. Foto: Liborio Noval / "Fidel Soldado de las Ideas"

Date: 

15/07/2022

Source: 

Cubadebate

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¿Cómo fue posible hacer una revolución socialista en un país como Cuba, tan imbricado al imperialismo norteamericano? En otras palabras, ¿cómo fue posible que la clase trabajadora cubana protagonizara la expropiación de quienes habían sido hasta ese momento sus patrones y explotadores, de quienes dependían casi todos los procesos económicos a lo largo de la estructura social?
 
Desde antes de 1959 fue surgiendo una conciencia radical en los trabajadores cubanos, condicionada por la situación económica y social de la república neocolonial. Las derrotas sufridas en el marco de los mecanismos sindicales convencionales y el terror aplicado por la dictadura batistiana para aplacar toda resistencia convencieron a muchos trabajadores de que no habría una salida reformista a sus intereses.
 
Las demandas y reivindicaciones inmediatas se fueron integrando con la lucha política de mayor alcance por el derrocamiento del régimen vigente. Los obreros más radicales comenzaron a unificarse en sus centros de trabajo y territorios, incluso en medio de las discrepancias entre las organizaciones revolucionarias, pues la dictadura y su capitalismo represivo incrementaban la necesidad de la cooperación.
 
Tras los éxitos de una estrategia centrada en el avance del Ejército Rebelde, el primero de enero de 1959 una huelga general ‒es decir, el instrumento obrero por excelencia‒ dio el tiro de gracia a la dictadura batistiana.
 
Ahora comenzaba lo más difícil, como dijo Fidel por aquellos días. La clase burguesa nacional y el imperialismo detentaban la mayor parte de los factores de poder. Todavía parecía imposible hacer una revolución, pero la correlación de fuerzas cambió en poco tiempo gracias a la combinación eficaz del Gobierno Revolucionario, el Ejército Rebelde, las milicias populares y la fuerza social organizada, donde los obreros jugaron un papel protagónico.
 
Este proceso de unificación de los factores revolucionarios no fue, sin embargo, lineal, y tampoco estuvo libre de conflictos.
 
Luego de haber derrocado a una dictadura que frenaba a sangre y fuego las demandas sociales, los trabajadores desataron sus luchas por sectores en aras de obtener aumentos de sueldos y mejores condiciones de trabajo, en un momento donde la casi totalidad de las empresas del país se encontraban en manos privadas o extranjeras.
 
Frente a este escenario, Fidel desarrolló su prédica con dos argumentos fundamentales: la necesidad de que la acción no fuese atomizada por reivindicaciones sectoriales desconectadas y poco solidarias, y la convicción de que, para realizar sus intereses, la clase trabajadora debía orientarse por una meta de mayor alcance, que era la transformación de la estructura social.
 
Dado que existía en el gobierno una vanguardia comprometida con el pueblo, esto se traducía en unificar y organizar las fuerzas bajo su dirección, y en confiar en la manera en que gestionaba el ritmo de los cambios según la correlación de fuerzas.
 
Los trabajadores dieron muestras de solidaridad intersectorial, compromiso con el resto del pueblo, iniciativa y activo respaldo al Gobierno Revolucionario. La vanguardia respondió con aquella imparable secuencia de medidas progresistas y una extraordinaria lealtad de clase frente al embate enemigo, que tuvo un punto culminante en la expropiación y estatalización de las grandes empresas nacionales y extranjeras durante la segunda mitad de 1960.
 
Con esto se lograba que la mayor parte de la riqueza nacional se pusiera al servicio de sus creadores, la “clase mayoritaria”, los “esclavos sin cadenas”, los que ponen “el sudor y la sangre”, los “oprimidos y explotados de la patria”, como les llamara Fidel en distintos discursos de aquellos primeros años.
 
Existe una interpretación sobre el desarrollo de la Revolución Cubana que reduce las causas de su rumbo socialista a uno de los factores explicativos: la oposición del imperialismo norteamericano ‒que supuestamente impidiera cualquier otra posibilidad y nos arrojara a la órbita soviética.
 
Olvidan que la opción de clase de los sujetos revolucionarios y la gestión del poder en función de las necesidades sociales develaron la inviabilidad del capitalismo y permitieron alcanzar la hegemonía suficiente para realizar un cambio estructural.
 
El sistema de relaciones en que los cubanos y cubanas se desenvolvían, con su carga de efectos cotidianos, propiciaban una actitud radical, pero la manera en que fue administrada la secuencia de transformaciones ‒induciendo al error enemigo y usando la ofensiva como respuesta‒ más la prédica de Fidel, convirtieron aquella actitud latente en una fuerza transformadora.
 
Desde antes de 1961, Fidel estimuló un sentimiento anticapitalista en el sujeto revolucionario cubano.
 
En primer lugar, esclareció el enemigo de clase: los terratenientes, los patronos nacionales, los monopolios, el imperialismo, que describió como todos aquellos “sectores interesados en mantener su fecundo sistema de hacer fortuna” a costa del pueblo, los explotadores y “parásitos” de la sociedad, los privilegiados del “mundo viejo” que se oponían con todas sus fuerzas al mundo que nacía.
 
En segundo lugar, puso en evidencia el carácter antagónico de sus intereses: demostró que el bienestar social era imposible mientras el poder económico estuviera en sus manos.
 
Por último, potenció la autoestima de los trabajadores, identificando el origen de las riquezas en el trabajo humano y apelando a instrumentos de poder que les permitieran jugar un papel activo en la transformación la sociedad, tales como las milicias, los sindicatos revolucionarios, los Comités de Defensa de la Revolución, las brigadas de trabajo voluntario y las grandes movilizaciones y asambleas masivas, que funcionaban como plebiscitos o consultas de los pasos a seguir en la Revolución.
 
El movimiento sindical tuvo un gran protagonismo y al mismo tiempo fue sacudido por la dinámica del cambio, que provocó su división para dar paso al predominio de las fuerzas revolucionarias.
 
El XI Congreso de la CTC-R, en noviembre de 1961, estableció una nueva estructura, donde se consumó la unificación de las federaciones hasta el número de 25 para todo el país, con una sola sección en cada centro de trabajo. El 28 de noviembre Fidel pronunció un discurso de clausura en este evento, que ofrece una síntesis de su visión.
 
Sus palabras comienzan con la noticia del asesinato del maestro alfabetizador de 16 años Manuel Ascunce Domenech y del campesino Pedro Lantigua, dos días antes. Este hecho, que aparentemente no tendría nada que ver con el escenario del discurso, es relacionado con los destinos de la clase trabajadora y la lucha irreconciliable de intereses, que cristaliza en la disputa revolución-contrarrevolución.
 
Fidel defiende que el golpe recibido con ese acto criminal no debía amedrentar al pueblo, porque ese era el propósito del enemigo, que las familias cubanas comenzaran a temer por la vida de los miles de maestros voluntarios, muchos de ellos en edad adolescente. Afirma que, por el contrario, el suceso debía reafirmar nuestras convicciones y convertirse en un acicate para profundizar la campaña de alfabetización.
 
Lo anterior es reflejo de la actitud beligerante que siempre encarnó Fidel: las fuerzas revolucionarias, lejos de eludir el conflicto, deben asumirlo y liderarlo para vencer. Episodios del pasado y del presente han demostrado que este tipo de respuestas debe ser privilegiado al calor de la lucha de clases.
 
Fidel continúa su discurso con una retrospectiva del movimiento obrero cubano después de 1959. Argumenta que la frase “Revolución de los humildes” —pronunciada unos meses antes, cuando declaró el socialismo— significa que la Revolución es de los obreros y los campesinos, porque ni los dueños de fábricas, ni los dueños de bancos ni de latifundios, eran humildes.
 
Para que esta visión se hiciera hegemónica fue necesaria la concientización de los trabajadores. Explica cómo se dio ese proceso de crecimiento, con sus vaivenes y contradicciones. La clase obrera, dice Fidel, podía haberse dedicado a arrebatarle conquistas a los patronos, pero eso hubiera cerrado la posibilidad de eliminar a los patronos. Los trabajadores apostaron por un proyecto más amplio, se hicieron fuerza política junto al Gobierno revolucionario.
 
Una vez que la clase obrera está en el poder, el escenario cambia, la actitud debe ser distinta. Ahora la economía es suya, “y en su nombre se manejan todas aquellas riquezas”. Si fuera necesario, se renuncia a algunas dádivas del pasado para poder desarrollarse en el presente.
 
Fidel se está refiriendo a una serie de conquistas que había logrado el movimiento sindical con el capitalismo, tales como un pago adicional una vez al año, la posibilidad de no tomar vacaciones pero cobrarlas, la remuneración de horas extras, etc., todas las cuales fueron retiradas por acuerdos del Congreso obrero.
 
Algunas ya habían sido rebasadas por los nuevos derechos alcanzados; en otros casos se buscaba el ahorro para aplacar la inflación y contribuir al financiamiento de la política económica.
 
Fidel defendió esos acuerdos y dedicó unas palabras más a afianzarlos frente a cualquier duda interna o ataque exterior. Dijo que ahora vendrán los enemigos a señalar que la Revolución le ha quitado derechos a los obreros, pero no dirán que la decisión la han tomado por sí mismos, ni reconocerán sus conquistas.
 
“Los obreros eran antes explotados por los dueños, ¡los obreros ahora son los dueños!”. Son los explotadores los que han perdido todo con la Revolución, y lo que más les duele es que se lo han quitado los obreros mismos.
 
Los trabajadores ya no son un conjunto de sindicatos ‒continúa Fidel‒ donde cada uno lucha por conquistas solo para sí y quedan vulnerables a las estratagemas de la burguesía.
 
Ahora son una clase. Cada sector trabaja para los de su grupo, pero también para todos los obreros y para los 6 millones de cubanos ‒según el tamaño de la población en aquel momento. En la concepción de Fidel ‒que refleja continuidad con el marxismo‒ la clase reclama una identidad compartida, pensarse en origen y destino común y actuar en consecuencia.
 
Implica saberse distinguir de la clase opuesta y combatirla, pero también hermanarse con todos aquellos que ocupan la misma posición en la sociedad. La conciencia de clase, por tanto, no es algo dado en la realidad: se va conformando en el proceso de lucha.
 
Los obreros fueron haciendo causa común con los desempleados para realizar su derecho al trabajo, con los empleados de menores ingresos para lograr un salario digno, y con la sociedad en general para que la riqueza creada permitiera alcanzar los derechos de todos.
 
Se hizo causa común con los pueblos del mundo, y también se comprendió y se procuró, en una conquista que tomó décadas, que las mujeres tuvieran derecho al empleo y a la igualdad social. Para Fidel esto significa que la clase obrera estaba ampliando «las fronteras de los intereses que defiende» y que estaba actuando como si toda la clase fuera un solo sindicato nacional en pie de lucha por la liberación de la humanidad.
 
Por último, la conciencia de clase requiere una doctrina revolucionaria. La tarea es mucho más compleja que arrancarle migajas a los patronos, o incluso que un cambio formal de propiedad, porque la revolución trasciende lo inmediato, lo evidente o lo normal. Se trata de construir una nueva sociedad que supere las relaciones de explotación y dominación, con sus principios y su ordenamiento propios.
 
Son varios los ejes que atraviesan la visión de Fidel: la claridad del enemigo de clase, la comprensión del carácter antagónico de los intereses, la unidad y la solidaridad entre las distintas categorías de trabajadores, la creación de instrumentos de poder al servicio del pueblo, la necesidad de una doctrina revolucionaria, y la forma particular de la conciencia de clase en un país socialista.
 
Estos conceptos siguen vigentes para Cuba y también en el plano internacional, donde las clases han adquirido un carácter global como resultado de la naturaleza misma del capitalismo. ¿Es el bloqueo estadounidense una expresión de la lucha de clases?, o ¿cómo se manifiestan las relaciones de explotación en la sociedad cubana? Son ejemplos de preguntas pertinentes.
 
El nuestro sigue siendo un país donde la apropiación privada tiene una presencia limitada en el diseño institucional, pero recordemos que estamos en un proceso inconcluso y que, como dice Fidel, el gobierno maneja las riquezas a nombre del pueblo.
 
Por tanto, la lucha de clases no se reduce a la presencia legalizada de emprendimientos capitalistas, sino que se expresa también en el Estado mismo, como sujeto principal de la economía. Existirán prácticas y actores que consciente o inconscientemente nieguen los intereses del pueblo y que, valiéndose de espacios de poder establecidos, procuren beneficios individuales o grupales.
 
Por eso en años posteriores Fidel llegó a afirmar que, con respecto a lo anterior, el Partido debía actuar como fuerza opositora dentro del Estado.
 
La idea de que la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos ‒relacionada con los órganos de poder obrero y popular‒ adquiere hoy una relevancia extraordinaria, a la luz del paternalismo y el verticalismo estatales, que implican una sustitución de la clase trabajadora como sujeto.
 
Resulta clave, por último, relanzar la unidad y la solidaridad entre los distintos sectores laborales. El capitalismo se ha complejizado en tipos de actividades y jerarquías. Un diseñador de productos parece no tener nada en común con un operario de una maquila, mientras la economía de servicios invalida el antiguo estereotipo del obrero fabril, y el auge del llamado trabajo conceptual provee de una posición privilegiada a una fracción de los asalariados.
 
La tercerización y la informalidad se han convertido en una potente barrera para la articulación y la unidad. Aun así, el mundo sigue dividido, por detrás de las apariencias, en dos bandos fundamentales: las minorías que poseen los medios de producción y las mayorías desposeídas, obligadas a vender su fuerza de trabajo para poder vivir.
 
En Cuba también se desarrolla aquella heterogeneidad, mientras prosperan las salidas individuales en la saga de los retrocesos económicos e ideológicos. Para Fidel, sin embargo, las soluciones solo son válidas si sirven a todos. Cómo llevar ese principio a la práctica en las condiciones de hoy es la tarea de la clase trabajadora.
 
* Este texto fue la base ‒ahora enriquecida‒ de la intervención del autor en la serie documental Las Cinco Puntas de la Estrella.