Pichirilo
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Nadie agradecería más que yo una biografía de Ramón Emilio Mejías del Castillo, no importa cuán modesta sea. Vale la pena que hombres como él, Jiménez Moya, y otros heroicos combatientes, sean conocidos por dominicanos y cubanos.1
Con este llamado del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz a escribir la historia del dominicano que vino en el Granma como uno de sus timoneles, Pichirilo, se cerró una investigación de varios años y vio la luz un libro en el año 2015, al pie del propio yate, en el Museo de la Revolución. El 12 de febrero de 2022 se cumplen cien años del nacimiento de este valiente, según certifican documentos consultados, por eso nuestra Oficina rinde tributo a uno de los luchadores más fervientes de República Dominicana que, como Máximo Gómez y otros muchos, también lucharon por pueblos hermano de América Latina. Una suerte de versiones de los pasajes más trascendentales de su vida, reflejados en el libro Pichirilo, el dominicano del Granma, los compartimos hoy para revivir en todas sus pasiones, al conocido como «domador de los mares»
Ramón Emilio fue el nombre del séptimo hijo del matrimonio de Francisco Mejías y Patria del Castillo, que nació el 12 de febrero de 1922. La familia se consolidó en San Pedro de Macorís, República Dominicana, y allí crecieron sus diez hijos: Porfirio, Francisco, Mario, Ángel, Ángela, Zoila, Ramón Emilio, Rafael, Andrés y Merilio.
Aunque Pichirilo asistió a la escuela primaria, y se presume que terminó la enseñanza básica, sus mayores méritos los ganó en los barcos. Comenzó a navegar a los 14 años, disfrutó como nadie el olor de la mar y aprendió a vencer su vaivén desde el timonel. Activo y dominante, discreto y apasionado, amante de la libertad y de la vida.
En la década del cuarenta la familia comenzó a enfrentar problemas políticos: Ángel, hermano de Ramón Emilio, estuvo preso en una ocasión por su- puestas actividades desafectas al trujillato; y Merilio se perdió en una goleta, hecho que fue centro de especulaciones sobre la participación del régimen en dicha desaparición. En realidad, aunque amaban la libertad como buenos marinos, aún no tenían una militancia política activa. Por su parte, Pichirilo, más impulsivo y rebelde, no se escondía para hablar lo que pensaba del gobierno. Es por ello que se cuenta en San Pedro de Macorís que una mujer que había sido su pareja lo acusó de injuriar a Trujillo y como como cada vez eran más los enfrentamientos con la dictadura, tuvo que huir de Santo Domingo. Se iniciaba así su recorrido por el arco de las Antillas Menores, su exilio por varios paí- ses de América Latina, hasta arribar a Cuba, lugar que, sin dudas, marcó su destino.
Cayo Confites
En 1947, tomando como base de operaciones las instalaciones del hotel San Luis en La Habana, dominicanos, cubanos, venezolanos, guatemaltecos, nicaragüenses, españoles y puertorriqueños conformaron el Ejército de Liberación Dominica- no para combatir al dictador Rafael Leónidas Trujillo. Al entrar el mes de septiembre, el movimiento contaba con 4 barcos, 13 aviones y 1200 hom bres armados con el general Juan Rodríguez al frente.
El sitio de entrenamiento sería Cayo Confites, uno de los lugares más inhóspitos del archipiélago cubano, donde había solo unos pocos cocoteros y escasa vegetación. Cayo Confites era un pedazo de tierra arenosa y las condiciones fueron muy difíciles para los participantes que, de hecho, tuvieron que pasar allí hasta un mal tiempo que dañó pertrechos militares y retrasó más los planes de zarpar.
Una vez en Cuba, Pichirilo se enrola en aquella expedición. Conduciría el Aurora, y demostraría su valor y sus condiciones para la navegación. Fueron esas las aptitudes que un joven universitario —compro- metido también— observaba con atención y nueve años más tarde tendría en cuenta para llevar a cabo otro viaje libertador.
Cuando partí de la costa situada al noroeste de Antilla rumbo al distante Cayo Confites, al noroeste de Nuevitas y muy próximo a Cayo Lobo de Las Bahamas inglesas, a unas pocas millas de distancia, lo hice en una especie de embarcación patrullera pequeña, a cuyo mando estaba un hombre de mar, menudo, con el rostro curtido por los rayos del sol. Su nombre era Pichirilo. Después de navegar largas horas llegamos al Cayo.
Lo vi después, cuando viajé unos días al Puerto de Nuevitas, por el mes de julio, para hacer contacto con la familia y darle noticias de mi vida. Regresé de nuevo al Cayo. En esos trayectos hice amistad con Pichirilo; era varios años mayor, yo no había cumplido 21 y era un simple enrolado en aquella expedición que reunió más de mil hombres. 2
Fidel Castro Ruz recordaría, sesenta y dos años después, que una de las tareas de Pichirilo era ir y venir del Cayo a Nuevitas para obtener víveres. El Fantasma, el Aurora y el Berta eran las embarcaciones con que contaban, que también recibían el apoyo del gobierno de Ramón Grau San Martín, hasta que decidiera venderse al dinero de Trujillo.
Sobre ese tiempo de Cayo Confites, el luchador dominicano Juan Bosh contó que durante aquel mal tiempo que los azotó, Pichirilo se lanzó al agua y con dos tambores como flotadores, rescató al Aurora y al Berta, con lo cual quedaba más que proba- da su valía como marino y su arrojo de combatiente.
También él fue uno de los elegidos para interceptar la goleta Angelita, del dictador dominicano y que llevaba el nombre de una de sus hijas. Los expedicionarios presumieron que aquella embarcación realizaba acciones de espionaje cercanas al lugar donde se preparaban y decidieron detenerla. Pichirilo fue quien la divisó, a lo lejos y lo confirmó luego con unos prismáticos al amanecer del 11 de septiembre de 1947. Conocía a la Angelita de sus tiempos de marino en el mar Caribe, por lo cual su presencia sería una garantía en el abordaje.
Fue así que el general y jefe del contingente, Juan Rodríguez, seleccionó a varios de aquellos hombres quienes, bajo el mando del teniente coronel Diego Bordás, salieron en el Fantasma a capturar la goleta enemiga. En esa acción relucieron comportamien- tos y personalidades que definieron senderos en el futuro. Entre los convocados, además de Pichirilo, estuvieron Fidel y Rolando Masferrer.
Resultaba muy difícil organizar y lograr la unidad en un contingente de más de mil hombres en el que había muchas nacionalidades e intereses mez- clados. Ese fue, sin dudas, un factor que dio al traste con el objetivo de la expedición, pero no el único. Fidel, como protagonista de los hechos, también narró los acontecimientos finales:
En el Cayo de Santa María, al norte de Caiba- rién, se produjeron deserciones masivas. En el buque de desembarco Aurora viajaba el Batallón Sandino y otros componentes de la expedición. Yo era Teniente y segundo Jefe de la Compañía de vanguardia de un batallón que viajaba en la proa del barco, con un fusil ametralladora como antiaérea.
Esto merece mencionarse solo por un hecho: Mi amigo Pichirilo era el Segundo Capitán del Aurora, donde viajaban Rodríguez, exsenador dominicano y jefe de la expedición; Maderme, ciudadano cubano, jefe de regimiento, con prestigio histórico por haber sido jefe antima- chadista en la expedición de Gibara, norte de Cuba, y otros jefes importantes.
La traición de Masferrer al mando del Fantas - ma, la otra embarcación de desembarco en muchas mejores condiciones técnicas, determinó mi sublevación, ya que no me resignaba a la entrega del barco. A eso se reducía el cum- plimiento de la orden de la Marina. Genovevo Pérez Dámera, jefe del Ejército de Cuba, se ha- bía vendido a Trujillo por millones de dólares.
Mi gran reconocimiento a Pichirilo parte del hecho que tomó el mando del buque para apoyarme y en coordinación conmigo, realizó grandes y audaces esfuerzos por engañar a la corbeta de la Marina de Cuba que, con los cañones de proa listos, nos ordenó en el extremo oriental de Cuba retroceder hacia el puerto de Antilla, en la Bahía de Nipe, donde el res- to de la expedición estaba ya prisionera. Mi objetivo era salvar el grueso de las armas que llevaba el Aurora.3
El 29 de septiembre de 1947 un grupo de hom- bres se debatía entre lo inminente de la rendición o la posibilidad de escapar a las montañas y esconder el grueso de las armas.
—Aquí vamos a ir presos todos, y yo no caigo preso —expresó un joven que acababa de cumplir veintiún años—. Era Fidel, quien había ayudado en lo que podía para tratar de burlar la embarcación de la marina cubana, hasta que se dio cuenta de que era imposible. Veía el plan fracasado y no quería ser aprendido. Es así que él, junto a otros mucha- chos, planeó escapar a las montañas con las armas.
Quienes permanecieron en el barco, entre ellos Pichirilo y Juan Bosch, vieron cómo se alejaban aquellos tripulantes y pensaron que quizás no llegarían vivos a su destino. Sin embargo, lo temerario del hecho, la resistencia y la convicción de no rendirse, la secuencia de rebeldías libertarias que luego encabezaría Fidel, no hicieron dudar un ins- tante a aquel marino dominicano cuando iniciado ya 1956 el joven, de veintiséis años, lo mandaba a buscar para volver a arriesgarlo todo pero, esta vez, por Cuba.
El Granma, exilio y Revolución
México lo esperaba como a los buenos amigos. El aire del Distrito Federal era diferente por la altitud, pero ya Pichirilo estaba acostumbrado a cambiar de entorno. La bienvenida al dominicano latinoa- mericanista y revolucionario era la certeza de un timonel seguro que, como pocos, sabía salvar dis- tancias y olas del mar Caribe.
Pichirilo se hospedó en un hotel y al día siguiente fue en busca de sus amigos doña Laura Meneses de Albizu Campos y Juan Juarbe, quienes vivían en la calle Regina. Luego de abrazar al amigo, Juarbe busca a Raúl Castro y este le dice que aguarde en casa hasta las doce del día para recogerlo. Es así que Raúl lo lleva donde Fidel para conversar sobre la propuesta para el dominicano en la casa de Orquídea Pino.
Ante sí, Pichirilo tenía nuevamente la imagen alta, de extremidades largas, y manos que hablaban con cada idea que nacía. Habían pasado algunos años desde lo de Cayo Confites y aquel joven, que bien recordaba Pichi había cumplido sus veintiún años el 13 de agosto de 1947 dispuesto a combatir por Santo Domingo, seguía teniendo sueños tan altos que, a pesar de utópicos para muchos, atrapaban corazones.
Al conocer tanto de barcos, Pichirilo debía ayudar a crear las condiciones en el yate para la trave- sía. Entre Jesús Chuchú Reyes y él recorrieron varios lugares en busca de cuanto necesitaba el Granma para zarpar y llegar a las costas orientales de Cuba. El 25 de noviembre de 1956, la embarcación se des- lizaba por el río Tuxpan hasta la desembocadura. Motores apagados para no enredarse con el cable del pontón que anuncia mar abierto. El silencio obligado. Pichirilo mira a Juan Almeida y le dice: —Ya lo pasamos.
Chuchú, el maquinista, fue el encargado de sacar- los por el Tuxpan porque lo conocía y lo había nave- gado otras veces. Cuando desembocaron, el timón le fue entregado a Norberto Collado, quien lo alternó con Pichirilo. El reloj de la embarcación, que esta- ba a la espalda del timonel, iba marcando el tiempo. Collado sabía de la destreza del dominicano en los barcos, y reconocía en él a un marinero empírico de gran experiencia, esa que se adquiere navegando.
Ambos compartieron momentos difíciles, como cuando el yate comenzó a hacer aguas por estar sobrecargado y hubo que sacarla a cubos formando una cadena; o cuando Chuchú arregló uno de los motores que tuvo desperfectos; o cuando Roberto Roque, ya cercanos a la costa oriental cubana, cayó al agua al subir a la antena para divisar y dar el grito ansiado de «tierra». Sobre ese hecho recordaría el propio Roque:
Por la mañana pasamos por Caimán Brac que es la isla que está más al este de los Caima- nes. En la noche del día primero de diciembre, como a las once, tenía que verse el faro de Cabo Cruz, y no se veía. Entonces nos preocupamos. A cada rato yo subía a comprobar. En el puesto estaba Pichirilo, dominicano que había sido patrón y muy marinero. Yo subía, le preguntaba, volvía a bajar. En una de esas, un bandazo, di un resbalón y caí al agua.4
Pichirilo no olvidaría nunca aquel momento: como sabía en los trajines en que andaba Roque, se dio cuenta enseguida cuando este cayó. Fue así que miró rápidamente el cielo, marcó una estrella para orientarse en el justo momento en que dieron la voz de «hombre al agua», y fue firme timonel para el rescate del expedicionario. El empeño de Fidel y todos los tripulantes por el rescate demostraba otra vez la esencia de la revolución y de su líder.
Tras el desembarco el 2 de diciembre de 1956 y la dispersión de Alegría de Pío, Pichirilo salvó su vida. Logró internarse en un monte, donde se encontró con otros expedicionarios sobrevivientes. Por momentos eran perseguidos y hasta bombardeados por los aviones del ejército de Batista. A pesar de que contactaron con algunos campesinos, no lograron reunirse con los demás guerrilleros y se decidió bajarlos poco a poco a Bayamo, ante el peligroso cerco que cerraban las tropas batistianas.
Pichirilo llegó a La Habana y fue escondido en casa de combatientes del Movimiento, hasta que se logró asilarlo en la embajada de México. Juan Nuiry, quien se encontraba en la misma embajada debido a los sucesos del 13 de marzo, recuerda que él nunca había visto a un hombre morder el marco de una ventana, y con tanta fuerza. En la embajada de México cada uno tenía su propio cuarto, pero a ve- ces coincidían en salones o corredores, y Nuiry no olvidaría nunca la desesperación de Pichirilo porque no le daban el permiso para salir de Cuba. No obstante, todo resultó según lo planeado y Ramón Emilio partió hacia México en el mes de mayo.
La estancia de Pichirilo en México esta vez fue de poco más de un año y luego se fue a Venezuela. Desde allí se mantuvo en contacto con los revolucionarios cubanos y aportó a la lucha que continuaban en Cuba sus compañeros de travesía.
El triunfo del pueblo cubano el 1.º de enero de 1959, encabezado por Fidel, se recibió en Venezuela con una alegría tremenda, y todos los exiliados corrieron a sacar pasajes de regreso a la patria. Se coronaba el esfuerzo de todo el pueblo y volvía a la mente de Pichirilo el Granma en medio de aquellas olas. Fidel había cumplido: llegó, entró y triunfó. El dominicano regresó a Cuba el mismo día que la ca- ravana entró en la capital.
Después de su regreso en 1959, Pichirilo trabajó en el Ministerio de Gobernación, fue administrador de una fábrica en Guanabacoa, y luego en una fá- brica de aluminio en Santiago de las Vegas, donde tenía la responsabilidad de jefe de almacén... Pero, a pesar de la acogida en Cuba, de sentirse parte del cambio que comenzaba a vivir el país, su obsesión era ir a combatir a su patria cuando fuera posible.
Dos hechos marcaron el retorno de Pichirilo a su patria: en 1961 el dictador Trujillo es ejecutado en una emboscada, y el 27 de febrero de 1963 el revolucionario Juan Bosch tomó posesión de la presidencia. Ya podía regresar sin peligro para él ni su familia. En marzo de 1963 ya Pichirilo tenía decidido que se iría a Dominicana. En agosto de 1963 zarpó en el bu- que Camagüey hasta Canadá, después a Jamaica y luego a su país.
Batallas en la noble tierra
En 1963 Pichirilo volvía a su noble tierra. La había dejado atrás muchos años antes y había sorteado cualquier cantidad de peligros en su vida de exiliado. El joven que tuvo que huir de Trujillo regresaba ya hecho por la vida y con la convicción de llevar adelante a su país, ahora que el gobierno estaba en manos justas y amigas. Aquel luchador siguió impetuoso se puso a disposición del gobierno de Bosch, en el que fue inspector de la Secretaría de Trabajo y contribuyó a la nueva realidad que nacía para los dominicanos.
El 29 de abril se promulgó una nueva Carta Magna considerada moderna y democrática, pero para República Dominicana era un documento «revolucio- nario» que atacaba el minifundio y el latifundio. Fue por ese mismo motivo que las clases apoderadas y la Iglesia comenzaron a verlo como una amenaza «comunista», sobre todo con el referente de la Revolución Cubana, que ya se había declarado socialista. La Iglesia y la embajada de Estados Unidos encabezaron entonces una dura campaña de oposición a su programa y siete meses después, el 25 de septiem- bre de 1963, un golpe de de Estado provocó la caída del gobierno de Bosch, quien fue obligado al exilio y muchos de sus seguidores fueron a la cárcel.
A Pichirilo lo detuvieron en Boca Chica y fue lle - vado a una celda de la Policía Nacional, donde com- partió el presidio político con cientos de partidarios de Bosch. Se cuenta que con mucha habilidad con- siguió que no lo deportasen otra vez, y cuando estuvo en la calle empezó el trasiego de armas para organizar nuevamente la lucha por la libertad.
En medio de aquella convulsa situación, estalló una guerra civil el 24 de abril de 1965 en la que se enfrentaban los «constitucionalistas», que querían regresar a Bosch, y los golpistas. Encabezados por el coronel Francisco Caamaño, los constituciona- listas entre los que estaba Pichirilo, lucharon con mucho heroísmo durante varios meses pues, el 29 de abril, el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson acusó a la revolución constitucionalista de comunista, y ordenó la intervención de soldados estadounidenses.
Sobre aquellos días tristes y heroicos de la guerra, narra un artículo publicado en el semanario do - minicano Renovación uno de los momentos de la lucha del pueblo contra la intervención norteame- ricana, y el respeto que le tenían a Pichirilo como jefe del comando de San Antón, que enfrentaba a los invasores. Por entre el cielo claro se deslizaba, seme - jando una araña gigantesca, uno de los mu- chos helicópteros lanzados por Mr. Johnson sobre la isla. A través de altoparlantes una voz «made in USA» pretendía hablar en es- pañol. Formulaba, desde el vientre de aquel arácnido metálico, un mensaje para el rudo y aguerrido comandante que, allá abajo, se en- frentaba, y en parte detenía, la invasión de las bien apertrechadas tropas de ocupación.
Por entre los vericuetos y las ruinas coloniales de la barriada de San Antón el fuerte comba- tiente, marino curtido, y de historia casi le - gendaria, se movía constantemente. En torno suyo se movían también cientos de mucha- chos dominicanos, de todas las capas sociales, que estaban fogueándose en una lucha des- igual y soñaban casi febrilmente en una Re- pública independiente, libre de toda domina- ción extranjera.
El «Comandante» solía contar luego: —El más viejo (por no decir el «único viejo») que había en el comando era yo...
Los invasores, por lo visto, querían parlamen- tar con el caudillo. Su mensaje, desde los magnavoces, era enigmático:
—Pichirila...Pichirila...Sabemos que tú no eres comunista...entrégate...te respetare- mos la vida... te daremos todo lo que tú pi- das...somos amigos, Pichirila...
«Pichirila» —como decía la voz made in USA— le respondía con malas palabras (yanquis mal- ditos...hijos de p...), y disparaba su pavorosa ametralladora cuyas balas se reventaban inú- tilmente en el vientre blindado del monstruo que volaba.
La guerra cruel entre dominicanos y los intervento- res yanquis cobraba ya demasiadas vidas. Es así que el 30 de agosto se firmó un acuerdo con los auspicios de una comisión mediadora de la OEA titulada Acta Institucional, mediante el cual se escogió al doctor Héctor García Godoy —había sido funcionario de Trujillo y de Bosch— como presidente provisional y se acordó elecciones presidenciales para el año siguiente.
Pichirilo sentía mucha rabia, ganas de llorar, impotencia o bien ganas de seguir con el fusil en mano. Se había peleado muy duro para luego ter- minar en un acuerdo que no necesariamente res- pondería a los intereses del pueblo. Pero la nación necesitaba el fin de la guerra, necesitaba que sus hijos no se masacraran y, sobre todo, necesitaba que se fueran de una vez los norteamericanos. Sin embargo, los yanquis se quedaron un año más, hasta que se aseguraron de que Dominicana quedaba en manos «convenientes».
En medio de un clima en el que aún existieron enfrentamientos entre constitucionalistas y los de - fensores del nuevo gobierno, se fijaron las eleccio- nes para el 1 de junio de 1966. La victoria se la llevó Joaquín Balaguer, del Partido Reformista —candi- dato favorecido por los intereses de Estados Unidos— y la intervención norteamericana terminó el 21 de septiembre de 1966.
La Guerra de Abril en la que se destacó el arrojo de Pichirilo, pasó a la historia como el enfrentamiento del pueblo dominicano al ejército más poderoso de la tierra, donde se puso en lo más alto el sentimiento nacional y despertó la admiración del mundo.
Agosto de 1966
Conmoción. Última hora radial, 12 de agosto de 1966:
El Comandante Pichirilo ha sido víctima de un atentado en la calle Restauración esquina a Arzobispo Meriño en el momento en que abandonaba la casa de uno de sus familiares y se dirigía a pie, desarmado y solo, hacia su hogar, que se halla en la calle Francisco Cerón, cercana al lugar de los hechos. Seguiremos informando...
Algunos medios aseguran que fue herido poco después de las 8 de la noche y otros que a partir de las 10. Lo cierto es que le dispararon por la espalda. La operación limpieza de Joaquín Balaguer comenzaba a «ajustar cuenta» a los constitucionalistas.
Los medios dieron la noticia. Listín Diario del día
13 de agosto refirió en su artículo «Desconocido da Dos Balazos a ex Comandante Guerra Civil», de Alejandro Paniagua:
Una de las heridas fue en la nuca, con orificio de salida en el cuello. Otra en la espalda, con orificio de salida en el lado derecho del pecho. El atacante hizo cinco disparos, según versiones y huyó. No se sabe quién fue (...) El Comandante Pichirilo fue llevado al hospital Padre Billin, y de allí lo trasladaron a la clínica Abel González.
Se informó en esa clínica que se estaba reu- niendo sangre para practicarle una opera- ción. A la hora del cierre del periódico solo se le había hecho una traqueotomía para facili- tarle la respiración por la garganta (...) Por su parte El Caribe en su artículo «Abalean a Ex Combatiente de la Revolución de Abril» agregaba que: Hasta el momento se desconocía la persona que lo hirió. Sin embargo, vecinos del lugar co- mentaron que un «hombre gordo lo siguió al salir de la casa, disparándole a quemarropa». En estado de gravedad fue llevado a la clíni- ca Abel González, donde fue objeto de una intervención quirúrgica de emergencia, después de hacerle una transfusión de sangre. Una emisora local estaba solicitando anoche que se fuera a donar sangre O negativa. A la una de la madrugada Pichirilo seguía repor- tado en estado de coma, pues una de las heridas le afectaba un pulmón.
(...) el día Catorce (14) de Agosto del Año Mil Novecientos Sesenta y Seis (1966) a las 9:00 de la Mañana Falleció, AMON EMILIO MEJÍA DEL CASTILLO- Causa de Heridas de Bala Que Seccionó La Médula Espinal a nivel del C 7 Superior Derecho, Insuficiencia Respiratoria, En La Clínica Abel González, Santo Domingo, Nacionalidad Dominicana, Domiciliado, En La Calle, Francisco Cerón No. 3, Santo Domingo.
44 Años de Edad. Estado Civil Casado, Hijo de los Sres. Francisco Mejía y Patria del Castillo.5 Un revuelo tremendo se armó en Santo Domingo, pues este asesinato todos lo comprendieron como lo que fue: una cuenta pendiente que el nuevo gobierno le pasaba de forma encubierta a los luchadores constitucionalistas. En toda Cuba ya se corría la noticia con la publicación de una nota en el periódico Granma del lunes 15 de agosto de 1966, bajo el título «10 000 personas en el sepelio de Ramón Mejía, “Pichirilo”, víctima de un atentado en Santo Domingo»: En relación con este suceso el gobierno dominicano no ha emitido informe alguno y hasta el presente no se han reportado detenciones. El gobierno de Joaquín Balaguer se limitó a señalar que investigará los hechos. Los titulares en la prensa dominicana daban la noticia. Listín Diario refería «Muere ex Combatiente Herido por Desconocido» mientras El Caribe del 15 de agosto rotulaba «Fallece Ex Comandante De Revolución de Abril».
Desde la funeraria partió el carro con el cuerpo del legendario combatiente. Una manifestación de miles de personas acompañó su cuerpo hasta el cementerio de la Avenida Independencia de Santo Domingo, en franca muestra de apoyo al comba- tiente constitucionalista. Los himnos nacional y de la Revolución del 24 de Abril fueron cantados antes de dar el último adiós al cuerpo del que todos conocían como «el comandante Pichirilo», a las cinco y quince de la tarde. Pichirilo se unió para siempre a la estirpe de los hermanos Marcano, del Generalísimo Máximo Gómez, de Juan Pablo Duarte... de tantos dominicanos, cubanos... latinoamericanos, de tantos revolucionarios y patriotas que han sabido entregar por una causa justa lo único que en verdad poseen los hombres: su vida. Pichirilo dejó su huella en muchos lugares de este continente y por eso regresa, cien años después, con el mismo impulso y la misma pasión con que surcó mares, salvó embarcaciones, combatió invasores y arriesgó todo por la libertad de su país.
1 Fidel Castro Ruz: Reflexiones, «Lo que conté sobre Pichirilo», marzo 6 de 2009.
2 Id.
3 Id.
4 Fragmento del testimonio «Odisea en altamar», publicado en el periódico Granma del 28 de noviembre de 1981.
5 Acta de defunción de Ramón Emilio Mejía del Castillo, Pichirilo, documentos entregados a la autora por el compañero René Montes de Oca.