La idea de Fidel de tirarle piedras al mar
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Cuando Fidel se paró en la punta de aquellos primeros 362 metros, oteó el horizonte, calculó y pensó que la pelea contra el mar iba a ser difícil, fue cuando pronunció la homérica frase: «Aquí hay que echar piedras sin mirar para adelante», tal vez, fruto de la premonición del riesgo o de lo que en un futuro significaría el hecho de «caminar» sobre el agua, como la vía más expedita para llevar el desarrollo turístico a los cayos del norte de Cuba.
Todavía hoy aquella expresión retumba en los oídos de muchos, solo que los incrédulos del tiempo –marzo de 1987– callan al ver cómo nueve palabras dieron fuerza para vencer los imprevistos de terminar el primer pedraplén de «largo aliento» sobre los mares adyacentes a la Isla grande, una idea que, a decir verdad, nació el 11 de julio de 1980, cuando la provincia de Ciego de Ávila estaba sumida en los preparativos del acto nacional por el Día de la Rebeldía Nacional.
Cuatro años antes de 1987, también en marzo, seis obreros de la Empresa de construcciones varias de Morón, dirigidos por Evelio Capote Castillo –Héroe del Trabajo de la República de Cuba y jefe del contingente Roberto Rodríguez, El Vaquerito, iniciador de la era de los pedraplenes para llevar el desarrollo turístico a los cayos del norte–, habían clavado en el fondo marino las dos estacas simbólicas que abrieron las puertas al desafío, con pocos equipos, hasta que Fidel les entregó los primeros 22 camiones KP3 que convirtieron al colectivo en la brigada especial Roberto Rodríguez, que a la postre se convertiría en contingente.
Confesiones reveladas por Capote alguna vez, dan cuenta de que los hombres del contingente, los equipos, el propio pedraplén y el avance de la singular carretera, se convirtieron en una suerte de obsesión para Fidel.
Tan así es que muchas veces, en los 36 meses que duró la construcción de la cinta que cortó en dos a la bahía de Perros, al norte de Ciego de Ávila, el Comandante persuadía, preguntaba:
–Capote, ¿cuántos metros avanzaste ayer?
–Veinte, Comandante.
–¿Y, hoy?
–Dieciséis.
–Sí, por donde vas ahora –explicaba Fidel con precisión milimétrica– hay un poquito más de profundidad, pero unos metros más allá, rumbo a cayo Rabihorcado, la profundidad va a disminuir.
–¿Y cuánto avanzarás mañana?, pregunta que solía repetirle a su interlocutor casi todos los días, tal vez como señal inequívoca de que mañana debía avanzar más, como eterno inconforme ante los grandes desafíos y los proyectos colosales, como en su momento lo fue el pedraplén Isla de Turiguanó-Cayo Coco.
Otro día, cuando le puso la mano sobre el pecho para colocarle la medalla de Héroe del Trabajo, preguntó a Capote: ¿Cuándo te vas a jubilar? Y sin dar tiempo a que respondiera le dijo: «Todavía te quedan muchos años de trabajo, porque eres útil y cuando el hombre es útil no se retira», sentencia que cumplió su soldado hasta los últimos días.
Porque Fidel también tiene el don de convocar, de sobreponerse y de hacer que los demás se sobrepongan a los desafíos.
En el acto central por el aniversario del asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1988, supo la noticia de la unión del pedraplén y la dio a conocer al mundo: «Calladamente, silenciosamente, empezaron en marzo el trabajo y hoy nos llegó la noticia, enviada por los constructores, de que hoy o ayer, no sé en qué momento, como homenaje al 26 de julio habían empatado la tierra firme con Cayo Coco».
El episodio del anuncio no fue exclusivo, porque después estuvo presente en la inauguración del primer hotel: el Guitart Cayo Coco, en noviembre de 1993, y El Senador, en julio de 2001.
De aquellas primeras piedras salió el fortalecimiento de la infraestructura turística en los cayos vírgenes que circundan la Isla grande, donde hoy existen más de 20 000 habitaciones, en los islotes pertenecientes a Villa Clara, Ciego de Ávila y Camagüey.
«Lo más que puedo pedirles un día como hoy –12 de noviembre de 1993– es que no pierdan los buenos hábitos, las virtudes y el espíritu que los llevaron a construir ese pedraplén. Cuando paso por allí, veo un letrero que recoge una especie de consigna, o una microarenga que yo les hice a ustedes cuando empezaron a hacer el pedraplén, más o menos con estas palabras: Tiren piedras y no miren hacia adelante. Porque es que el horizonte no se veía, adónde iba a llegar aquel pedraplén no se veía, no se veía la costa del otro lado. Y si uno realmente está echando piedras y piedras y no ve el otro lado, anda como Moisés buscando la tierra prometida y no la encuentra.
«Nosotros hemos encontrado la tierra prometida, y esta preciosa instalación es un premio a ese esfuerzo, porque no veíamos la otra costa, pero avanzábamos. Un día empezamos a ver los primeros arbolitos y nos entusiasmamos. Continuamos trabajando y llegamos al cayo; seguimos y llegamos al mar, y después hemos llegado a otros muchos lugares», comentaba Fidel, desafiador de las adversidades; el hombre de la idea de tirarle piedras al mar.