«Trabajar, trabajar y trabajar, ese fue el consejo de Fidel»
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Es un hombre de pequeña estatura, movimientos rápidos, y mirada incisiva. Respetado por sus compañeros de la Sierra, y por los nuevos, que ya integran varias generaciones, todos nacidos al filo o después de la Revolución que impulsó con las armas y con su ejemplo de trabajador incansable, Machado Ventura, como se le conoce, es uno de los grandes de la historia. No le gusta aparecer en primer plano, pero está atento a todo, y sus señalamientos críticos suelen ser certeros. Tampoco acostumbra a dar entrevistas. Cualquiera que no lo conozca creería que es un hombre de 70, quizá de 80 años. Pero el año pasado arribó a los 90.
La prensa contrarrevolucionaria concentra en él su odio: como es menos visible, fabrica una imagen tenebrosa. Pero cualquier interlocutor que se siente frente a él, encontrará a un hombre (me resisto a llamarlo anciano) que sabe reír, que ha participado con pasión y humildad en los más importantes acontecimientos históricos de las últimas seis décadas, y que, sin embargo, «no se cree cosas», como dirían los muchachos de hoy.
Soy consciente de lo privilegiado que soy: a las puertas del 8vo. Congreso del Partido, cuando, dicho por él, «ya se va», Machado Ventura me concede esta entrevista. Hablamos durante dos horas. No estamos en su despacho, sino en su verdadero lugar de trabajo: la larga mesa de reuniones de su oficina en el Comité Central, llena de papeles, que es donde se siente más cómodo.
La conversación salta de un tema a otro, a veces retrocede o se adelanta en el tiempo, pero he preferido dejarla así, porque el aparente caos expositivo tiene un orden secreto: Machado Ventura nunca pierde el hilo de la conversación, aun si introduzco un comentario o una pregunta no programada. Trae por escrito respuestas pensadas a mis preguntas, pero las abandona, y asume y acepta giros inesperados. Todavía no me he sentado y ya empieza a hablar, y debo apurarme con la grabadora. «En la Sierra –dice–, al principio, solo éramos tres médicos: Martínez Páez, que fue el primero que llegó, después Sergio del Valle y tras él yo, que llegué un mes o dos después. En aquel primer año en la Sierra solo éramos tres médicos».
–¿Y el Che?
–Bueno, pero el Che ya no ejercía como médico, tenía su columna (1). Claro, si te pasaba algo, sabía más que los demás y ayudaba, pero esa no era su función. Durante ese primer año, te hablo de 1957, en la Sierra no hubo más médicos. Y yo me fui con Raúl para el II Frente en marzo de 1958. Es decir, que en la Sierra quedaron solo Martínez Páez y Sergio del Valle. La Sierra recibió más médicos después de la huelga del 9 de abril, cuando se produjo la ofensiva de la tiranía. Algunos habían sido delatados y se unieron a la guerrilla, pero yo estaba ya en el II Frente.
–¿Usted conocía a Raúl de antes? Hábleme de los principales líderes de la Revolución.
–No, no lo conocía. A Raúl lo había oído mencionar en la Universidad, pero no lo conocía. Y a Fidel tampoco: lo había visto algunas veces, cuando iba a la escalinata o caminando por la calle Infanta, cuando salía de mis clases de Química, pero no lo conocía.
«Cuando estaba en la Sierra, bueno, ahí nos conocimos todos, no éramos muchos. Y hemos tenido relaciones de trabajo durante años. Cuando era el primer secretario del Partido en Matanzas, Fidel iba prácticamente todos los fines de semana a seguir el desarrollo de las vaquerías, de la genética, recorría todos esos lugares. Hablo de los años 68 y 69.
«Después pasé a ser secretario del Partido en La Habana –que entonces abarcaba todo lo que es hoy Mayabeque, Artemisa, más la ciudad de La Habana–, era la época en que se estaban construyendo las Escuelas en el Campo y el trabajo era intenso. Casi todos los días me recogía para ir a San Antonio de los Baños, a Güira, bueno, a las zonas donde se concentraban las escuelas. Durante el trayecto conversábamos, y aparte de las orientaciones que nos daba, hablaba de otras cosas, de gente que conocía, preguntaba por lugares donde antes había estado, como Nueva Paz, donde hubo un campo de tiro, me narraba historias.
«Tuve bastante relación con Fidel. Le debo mucho: en la forma de trabajar, en cómo enfocar los problemas. Era muy objetivo en sus análisis y sentías que detrás había mucho pensamiento, porque te daba la solución de cualquier problema enseguida; nosotros, yo, tú, nos tardábamos en llegar a la solución, pero él respondía de inmediato: debemos hacer esto. Y cuando comprobabas, veías que tenía razón. Era como si él lo hubiese calculado antes. No fallaba. Uno trataba de absorber lo que podía.
«Con el Che también me relacioné mucho. Cuando yo era ministro de Salud Pública, él era ministro de Industrias, y las fábricas y los laboratorios de medicamentos estaban a su cargo. Cada 15 días nos reuníamos, porque escaseaban las medicinas, a veces los envases no tenían la calidad, les faltaba la tapa o la etiqueta. Era una etapa muy dura».
–¿Tenía un carácter difícil?
–Sí, era difícil, pero era chistoso también. Hacía muchos chistes… Sí, era difícil, eso lo sabe todo el mundo, pero con razón, porque no te mandaba a hacer algo que él no fuera capaz de hacer. Predicaba, de verdad, con el ejemplo. Hay gente que predica con el ejemplo y no es tan así, no porque no tenga calidad el individuo, sino porque no lo puede hacer, no al cien porciento. Pero él trataba de que fuera así. Si era para comer y lo que había era un boniato, lo dividía a la mitad, no era un poquito más para él, era a la mitad. Era extremista en ese sentido. Pero él tenía sus chistes y era una persona con la que daba gusto conversar, porque era un hombre instruido y penetraba en la esencia de los problemas.
«Conmigo jaraneaba mucho, como que era médico y siempre estaba bromeando sobre las exigencias que le hacían los médicos… Y con el tema de las medicinas teníamos encontronazos, porque él defendía sus producciones y yo le señalaba los defectos que tenían. Pero aquello terminaba bien, porque él como médico sabía realmente que no debía ser así y criticaba a sus compañeros. A menudo iba al Ministerio de Salud Pública a verme. Pero además, él influyó en los primeros meses para los cargos que ocupé, primero en la Sanidad Militar y luego como jefe de los Servicios Médicos de La Habana en el año 59. Yo no era el gran médico, era muy joven, había gente de más experiencia, tenía 28 años. Cuando Fidel me llamó en mayo de 1960 para hacerme ministro de Salud Pública, yo no me lo esperaba.
«Fidel estaba en esos días enfermo, le había dado gripe, tenía una neumonitis, y estaba acostado. Me había llamado para entregarme el Ministerio. Yo le dije, “figúrate, esa gente me dio clases, o fueron mis jefes en las salas donde trabajé, ¿cómo voy a llegar yo de jefe?”. Yo no sabía lo que era ser Ministro de Salud Pública. Y, ¿sabes lo que me respondió Fidel?, nunca lo olvido: “lo que tienes que hacer es trabajar, trabajar y trabajar”. Ese fue su consejo y hasta donde he podido lo he seguido. Cuando llevaba tres, cuatro meses ahí, ya conocía el panorama, y tenía confianza. Es verdad que trabajé duro. Comprendí que había gente en aquella sociedad con mucho nombre, que cuando lo probabas no daba para nada».
–¿Usted estudió en La Habana?
–Sí, ¿dónde si no? No existían más escuelas de Medicina en el país. La segunda, que fue la de Santiago de Cuba, la fundamos a pesar de que encontramos mucha oposición, porque dividía la poca fuerza de profesores existentes. Hubo que conciliar criterios. Después abrimos la de Santa Clara. Pero antes, solo existía la de La Habana.
«En Cuba no existía salud pública, ni cuando nos quedamos con 3 000 médicos, ni cuando teníamos 6 000. No existía un esquema de vacunación. La primera vacuna que se administró de forma masiva fue contra la poliomielitis en 1962 y se hizo con la colaboración de los cdr, no había ni médicos ni enfermeros suficientes. La gente de Oriente, del campo, tenía que venir al Calixto García. Yo me encontré allá en la Sierra Maestra a la hija de una mujer que había operado en La Habana, era de Media Luna. Imagínate, para llegar hasta el Calixto García en La Habana tuvieron que vender las vacas, todo lo que tenían.
«Esa era la salud pública que había en Cuba: los muchachos se morían de gastroenteritis, de una vulgar diarrea, no había forma de contenerla, ni sueritos para ponerles. Las clínicas privadas atendían a los que tenían dinero. En los primeros años de la Revolución se produjo una paradoja: los médicos se iban del país, y los indicadores de salud pública mejoraban todos los años, con medidas organizativas y una pequeña masa de médicos revolucionarios, no eran muchos, pero cada uno valía por diez. Si comparas los indicadores de salud del 60, con los del 61 y los del 62, verás que cada año eran mejores, y cada año, sin embargo, teníamos menos médicos.
«Aquí vinimos a respirar cuando Santiago de Cuba y Santa Clara empezaron a graduar médicos. Porque los jóvenes que venían de otras provincias a estudiar en La Habana se quedaban en la capital. La mitad de los médicos del país estaba en La Habana y la otra mitad, fundamentalmente, distribuida por las capitales de provincia. En los pueblos podía haber uno, dos o tres médicos».
–Siendo usted Ministro viajó al frente de aquella primera brigada médica internacionalista que trabajó en Argelia…
–Eso fue en 1963. Cuando se inauguró la nueva Facultad de Medicina, a la que se le puso el nombre de Victoria de Girón, los argelinos acababan de obtener su independencia de Francia, y Fidel anunció que los ayudaríamos, y les enviaríamos médicos. Imagínate, en aquel momento se estaban yendo nuestros médicos. Quedaban poco más de 3 000. Y yo allí oyendo aquello…
Reunimos 56 o 57, entre médicos y enfermeros, y los llevé, estuve dos meses con ellos en Argelia, recorriendo el país para ubicarlos, porque yo tenía que saber a dónde iban y qué iban a hacer. Estaba el problema del idioma de por medio, del árabe ni pensar, lo más que podían hacer nuestros médicos era hablar un poco francés, porque algunos argelinos con cierta cultura lo hablaban, pero el pueblo utilizaba, naturalmente, el árabe. Yo recorrí aquel país con mi homólogo argelino. En ese periodo el Che visitó Argelia, nos encontramos allá. Llegó unos días después que yo. En 1965 volví, pero ya iba a otra misión. Hice un recorrido por el Norte de África y estuve también en Egipto.
–¿Cuándo se encuentra con el Che en el Congo?
–Eso fue en el mismo año 1965, pero después. A los dos o tres meses de aquel viaje es que se plantea mi encuentro con el Che. Yo debía trasladarle algunas instrucciones de Fidel, pero también porque Gaston Soumialot, un líder congolés de aquel movimiento, en una visita a Cuba, había pedido médicos para su país. Fidel me consulta y yo le digo que lo mejor es ir, valorar en el terreno y encaminarlo organizadamente. Yo tenía la experiencia de la Sierra Maestra y del II Frente. Además, ¡yo tenía ganas de ir también! Entonces Fidel me autoriza.
«Fui con esa misión y con unos documentos que Fidel me dio para el Che, con algunas recomendaciones. El Che tenía su campamento cerca del Lago Tanganica, pero cuando llegué estaba para adentro, en el corazón de África, en Lulimba. Tuve que caminar durante 15 días para encontrarlo. Éramos tres o cuatro, con el guía. Llegamos de noche, muy cerca ardía un rancho, y como no sabíamos lo que pasaba y se escuchaban disparos (parece que el fuego activó alguna bala), nos acercamos con cautela. El Che nos recibió y enseguida me dijo: “oye, ¿te enteraste que te nombraron miembro del Comité Central?”, y agregó: «Fidel leyó una carta que le dejé». Yo no sabía nada. Él había escuchado la noticia por Radio Habana Cuba. Ahí me enteré que yo era miembro del Comité Central. Fíjate que en la foto de aquel Comité Central no estoy.
«Él se alegró de verme. Nos pasamos casi toda la noche hablando. Estuve allí con él poco más de un mes. Nos movimos juntos por varios lugares. El Che estaba tratando de unir a los combatientes congoleses, porque había mucho tribalismo. Se apoyaban unos a otros según la tribu. Si yo estoy comiendo y eres de mi tribu, comparto lo que tengo. Pero si eres de otra tribu, ni te miro. Y después tú hacías lo mismo. Él había convocado una reunión con los jefes, con la intención de buscar la unidad. Tuve la oportunidad de participar en esa reunión. Por ahí hay una foto en la que aparezco. La impresión no fue buena.
«El camino de regreso hasta la base de los guerrilleros en el Lago Tanganica duró otros 15 días. Y allí estuve detenido otro mes, porque había que esperar hasta conseguir un motumbo con motor fuera de borda para cruzar, y esquivar a una cañonera pequeña que trataba de impedir el paso de los hombres y los suministros que venían del poblado de Kigoma, en Tanzania. Cuando llegué a Cuba le di mi impresión a Fidel: no hay que mandar tantos médicos, porque los que estaban allí (con el Che había cinco médicos, uno de ellos era Octavio de la Concepción y la Pedraja, Tabito; a Tabito lo conocía desde el Calixto García, porque fue mi alumno y estuvo conmigo en el II Frente) me relataron los problemas que había. Yo le llevé un sobre que me entregó Fidel. Los días que estuve de paso en Francia dormía con aquel sobre grande cuadrado debajo de la camisa, como había frío… y no solté el sobre para nada A mí me parece, porque no lo vi, que Fidel le decía en su carta que, si aquello no tenía resultados, saliera de allí. El Che se resistía a la idea de salir, porque significaba un fracaso. El único que podía convencerlo era Fidel».
Nota
(1) En su libro Un médico en la Sierra (1990), Julio Martínez Páez cuenta que el Che Guevara, al recibirlo, le anuncia la inmediata entrega de un «regalito»: «Aquí está el regalito, es mi instrumental de cirujano. Desde hoy dejo de ser médico para ser guerrillero. ¡Tú no sabes cómo ansiaba tu llegada!».