La sistemática critica y autocritica a los errores de la Revolución Cubana: uno de los imperecederos legados de Fidel Castro
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En la presentación de mi ensayo “Las utopías de la Revolución Cubana: un enfoque lógico-histórico” ante los asistentes al Primer Simposio Internacional La Revolución Cubana: Génesis y Desarrollo Histórico, efectuado en el Palacio de las Convenciones de La Habana, Cuba, entre el 13 y 15 de octubre de 2015 (Suárez, 2015), dejé indicado mi criterio de que las sistemáticas crítica-utópicas y teórico-prácticas de los diversos errores cometidos por el liderazgo político-estatal de nuestro país habían sido condiciones imprescindibles para que la ahora sexagenaria transición socialista cubana no corriera la nefasta suerte de los que, en mayo de 1991, el entonces miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (CC del PCC) y Vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros (CCEMM), Carlos Rafael Rodriguez, había denominado “falsos socialismos europeos” (Rodriguez, C.R., 1991 [1992]).
En esa ocasión también señalé que, desde los primeros meses del triunfo de esa Revolución (nacional por su forma, pero universal por sus contenidos sociales y de clases, así como antiimperialistas, anti coloniales y anti neocoloniales) hasta que, en el 2006, el deterioro de su salud lo llevó a transferir de manera ordenada, estatutaria y constitucional, al general de Ejército Raúl Castro sus altas responsabilidades como Primer Secretario del CC del PCC y presidente de los CCEMM, Fidel (como comúnmente lo denomina el pueblo cubano) había sido el principal propugnador, analista, cronista y conductor de todos los procesos críticos y autocríticos que hasta ese año se habían desplegado en nuestro país.
El espacio destinado a este artículo me impide referirme a todas las ocasiones en las que él, con la honestidad y alto sentido ético que siempre lo caracterizó, asumió toda la responsabilidad de las pifias colectivas previamente cometidas y, luego de analizar sus múltiples causas objetivas y subjetivas, de explicárselas con lujo de detalles al pueblo cubano y, contando con su imprescindible apoyo, emprendió y dirigió personalmente las acciones prácticas orientadas a tratar de superarla en el menor tiempo que, en cada caso, resultara posible.
Una rápida mirada a los múltiples procesos críticos y autocríticos emprendidos bajo la dirección de Fidel
Así ocurrió durante la severa crítica y autocritica pública que, a fines de marzo de 1962, él realizó sobre los errores individuales o colectivos de sectarismo que se habían cometido en el seno de la dirección nacional del que pudiéramos llamar “embrión” de la “vanguardia política unitaria” del pueblo cubano: las Organizaciones Revolucionarias Integrada (ORI), conformada por los representantes las máximas direcciones del Movimiento 26 de Julio, del Directorio Revolucionario 13 de Marzo y del ya auto disuelto Partido Socialista Popular. En esa ocasión, Fidel inició su profundo análisis público de esos graves y peligrosos desaciertos, indicando:
En primer lugar, deseo traer a colación aquí un pensamiento de [Vladimir Ilich] Lenin, quien dijo que la actitud –es decir—, la seriedad de un partido revolucionario se mide, fundamentalmente, por la actitud ante sus propios errores. Y así también nuestra seriedad de revolucionarios y de gobernantes se medirá por nuestra actitud ante nuestros propios errores. / Claro que los enemigos están atentos a conocer cuáles son esos errores. Cuando esos errores se cometen y no se autocritican el enemigo puedo aprovecharlos, pero de muy distinta forma, porque de una forma no se superarían esos errores, y de otra forma si se superan esos errores. Por eso nosotros, hemos decidido tomar una actitud honesta y seria ante nuestros propios errores (Castro, F., 1962 [2009]: 214).
De manera que puede afirmarse que, al menos desde entonces hasta el 2006, esos conceptos guiaron la conducta que siempre asumió Fidel frente a todos los errores cometidos por el liderazgo político-estatal de la Revolución Cubana. Así volvió a ponerse de manifiesto inmediatamente después del fracaso a mediados de 1970 de la Zafra de los 10 millones de toneladas de azúcar. Nunca se debe olvidar que, en esa ocasión, él asumió toda la responsabilidad por los diversos desaciertos que condujeron a que no se cumpliera la meta que él había venido impulsando, así como de los concomitantes problemas que ese empeño había provocado en el inadecuado funcionamiento de la socio-economía y del sistema político del país.
A tal grado que, en esa ocasión, él colocó a la decisión del pueblo la posibilidad de que continuara o no ejerciendo sus altas responsabilidades políticas y estatales. El rechazo popular a ese curso de acción, posibilitó que Fidel, en sus constantes interacciones personales con diversos sectores populares, condujera el que en el ensayo que mencioné en la introducción de este escrito indebidamente califiqué como “el primer proceso crítico-utópico de la transición socialista cubana”; en tanto como bien han indicado otros autores, el primero de estos se desplegó entre 1963 y fines de 1965 (Rodriguez, J. L. 1990). Es decir, en los años previos a que, en su primera conferencia nacional, el hasta entonces llamado Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (surgido de la profunda crítica a los ya mencionados errores cometidos por la dirección Nacional de las ORI) decidió comenzar a denominarse Partido Comunista de Cuba y eligió su primer CC, encabezado por Fidel.
De modo que ahora puedo afirmar que el segundo proceso crítico y autocrítico de la que la Unión Nacional de Historiadores de Cuba ha venido denominando “Revolución Cubana en el poder” se inició en 1971 y concluyó con la celebración a fines de 1975 del Primer Congreso de esa ya prestigiosa “vanguardia política” del pueblo cubano. Y fue precisamente en el Informe Central que presentó ante los delegados e invitados nacionales e internaciones a ese trascendental evento que, haciendo un balance de los “errores de idealismo” individuales o colectivos que se habían cometido durante la década precedente, que Fidel volvió a asumir toda la responsabilidad de estos últimos. Cerca de 46 años después, aún me estremece releer lo que le escuche decir en esa ocasión:
Las revoluciones suelen tener sus periodos de utopía en que sus protagonistas, consagrados a la noble tarea de convertir en realidad sus sueños y llevar a la práctica sus ideales, creen que las metas históricas están mucho más próximas que la voluntad, los deseos y que las intenciones de los hombres por encima de los hechos objetivos lo pueden todo. No es que los revolucionarios deban carecer de sueños ni tampoco de férrea voluntad. Sin un poco de sueños y de utopías no habrá revolucionarios. A veces los hombres se detienen, porque consideran insuperables obstáculos que son superables. Nuestra propia historia demuestra que dificultades al parecer invencibles tenían solución. Pero el revolucionario tiene también el deber de ser realistas, adecuar su acción a las leyes históricas y sociales, y a beber en el manantial inagotable de la ciencia política y de la experiencia universal los conocimientos que son indispensables en la conducción de los procesos revolucionarios. Hay que saber aprender de los hechos y de las realidades/. A veces la actitud utópica va igualmente acompañada de cierto desdén hacia la experiencia de otros procesos/ El germen del chovinismo y de espíritu pequeño burgués que solemos padecer los que por vía puramente intelectual llegamos a los caminos de la revolución, desarrolla a veces inconscientemente actitudes que pudieran catalogarse de autosuficiencia y sobreestimación (Castro, F., 1975 [1976]: 70)
Y, luego de hacer un amplio listado de los desaciertos que se habían identificado en la gestión económica, en la inadecuada definición del sistema de la dirección de la economía que se había implementado en la segunda mitad de la década de 1970, en los métodos que entonces se consideraban correctos para construir el comunismo y, previamente el socialismo, en la confusión que había preponderado entre las funciones del Partido y del Estado, en el debilitamiento del papel de las organizaciones de masas, en las fallas en el funcionamiento de los diferentes órganos encargados de la dirección del Partido, así como de la inexistencia de “un trabajo rigurosamente sistemático para la Dirección del Partido y del Estado”, agregó:
No seríamos honrados revolucionarios, si al hacer el recuento de la Revolución dejáramos de señalar con crudeza ante el Primer Congreso del Partido que no siempre fuimos capaces de descubrir a tiempo los problemas, evitar los errores, superar las omisiones y actuar en absoluta consonancia con los métodos de trabajo que deben presidir la dirección y el funcionamiento del Partido. Como la obra revolucionaria de nuestro pueblo ha de ser duradera y el Partido en su garantía más absoluta, es necesario que las presentes y futuras generaciones de comunistas conozcan que esas deficiencias existieron y que esos errores fueron cometidos en el proceso. En el quehacer histórico, independiente de las leyes objetivas, los hombres jugamos un papel y nadie nos puede exonerar de los errores en que podamos incurrir. Solo la verdad nos puede poner la toga viril, como dijo un ilustre maestro (Castro, F., 1975 [1976]: 74).
Cualesquiera que sean los criterios que en la actualidad merezcan esas afirmaciones, lo cierto fue que la manera cristalina, honesta y detallada en que Fidel, en representación de la máxima dirección del PCC, crítico y asumió su responsabilidad en esos errores, impidió que la que maquinaria de la política exterior, de defensa y seguridad imperial de los Estados Unidos y sus aliados externos e internos pudieran aprovecharse de los mismos. Por consiguiente, tal y como él había adelantado 13 años antes, sus autocríticas fortalecieron al “aparato político de la Revolución” y posibilitaron que –gracias a sus fortalezas internas y a su acertada proyección externa— pudiera seguir proyectando el futuro de la transición socialista cubana.
Lo antes dicho se expresó en el apoyo que le ofrecieron diferentes sectores del sujeto popular cubano a todos los acuerdos y resoluciones del Primer Congreso del PCC. Entre ellas, la que definió el cronograma de la aplicación de la nueva división política-administrativa del país, la creación de las condiciones indispensables para la gradual implantación del Sistema de Dirección de la Economía, la elección y la constitución de todos los Órganos del Popular y, previamente, la celebración el 15 de febrero de 1976 del referéndum dirigido a la aprobación de la que ahora podemos llamar “primera constitución socialista de la República de Cuba”, al igual que de la Ley de Tránsito Constitucional. Como una nítida expresión del apoyo popular al papel dirigente del PCC, ese día, el 97,6% de los ciudadanos de 16 años o más (que no tuvieran impedimentos legales) aprobaron esa Carta Magna y, por tanto, reconocieron la legitimidad democrática del sistema político del país.
Gracias a ese inmenso respaldo popular, a la inter solidaridad de Cuba con la entonces llamada “comunidad socialista”, encabezada por la Unión Soviética, al alto prestigio que había adquirido nuestro país entre los gobiernos integrantes en el Movimiento de Países No Alineados y en los resquebrajamientos que desde 1970 se fueron produciendo en el aislamiento que se había producido en las interrelaciones oficiales con la mayor parte de los gobiernos de América Latina y el Caribe, así como a la consecuente política internacionalista de la Revolución Cubana, el quinquenio 1976-1980 suele considerarse como uno de los más fructíferos para el desarrollo económico-social del país y para la institucionalización de una democracia popular, integral, participativa y socialmente representativa radicalmente diferente a las democracias liberales burguesas ahora instaladas en la mayor parte de los países del mundo.
Así lo consigno Fidel en el Informe Central que presentó ante el Segundo Congreso del PCC en el que indicó que “la fuerza de un país pequeño como Cuba no es militar, ni económica; es moral” (Castro, F., 1980 [1990]: 249). Y, antes de referir los que calificó como “extraordinarios avances en la organización de nuestra economía, en la lucha por crear las condiciones para una mayor eficiencia de nuestros recursos productivo, y también logros significativos en nuestro desarrollo económico y en los propósitos de satisfacer cada vez más las necesidades de nuestro pueblo” que se habían obtenido en los cinco años previos Fidel reiteró:
No todo lo que hicimos fue sabio, no todas las decisiones fueron acertadas, en ningún proceso revolucionario lo han sido nunca, pero aquí estamos, a casi 22 años del Primero de Enero de 1959. No hemos retrocedido, no hemos hecho ninguna concesión al imperialismo; no hemos renunciado a una sola de nuestras ideas ni de nuestros principios revolucionarios. Esa actitud política, limpia, firme, indoblegable, heroica, intachable caracteriza a nuestra Revolución. El temor y la vacilación no cundió nunca en las filas de nuestro pueblo; ni hemos titubeado jamás en reconocer nuestros propios errores o equivocaciones, para lo cual hace falta, muchas veces, más valor que para entregar la vida misma. / El caudal de experiencia y de ideas revolucionarias que hemos heredado de la historia de nuestro pueblo y de toda la humanidad es nuestro tesoro más preciado. Ese caudal debe ser enriquecido con la práctica y el ejemplo. Es deber sagrado de todo revolucionario. Ello exige la crítica y la autocrítica mas rigurosa y la honestidad más consecuente (Castro, F., 1980 [1990]: 250).
Esas últimas prácticas siguieron caracterizando sus comportamientos en los años posteriores; pero en mi opinión fueron más necesarias que nunca en el quinquenio 1981-1985. Desconociendo las advertencias que él había realizado durante el Primer Congreso del PCC, en esos años comenzaron a hacerse cada vez más evidentes los múltiples efectos negativos de los que diversos estudiosos de la historia de la Revolución Cubana el poder, hemos denominado “el calco y la copia del modelo soviético”.
Con esa reconocida capacidad de Fidel de vislumbrar el futuro (Hidalgo, 2021: 15 y 16), en el Informe Central que le presentó al Tercer Congreso del PCC, luego de mencionar todas las cifras indicativas del fecundo “trabajo creador de nuestro pueblo y en los avances de la Revolución”, dedicó cerca de 15 páginas a detallar las que denominó “deficiencias y fallas” que se habían identificado en los años previos (Castro, F. 1985 [1990]: 439-454). Y, como colofón de las mismas, señaló:
Las estructuras de los organismos del Estado continuarán siendo perfeccionadas. Los funcionarios deficientes continuarán siendo sustituidos. / Se ha ganado conciencia de dificultades, trabas y deficiencias que pueden y deben ser resueltas; en especial la necesidad de un trabajo ágil, enérgico y tenaz. No habrá la menor tolerancia con la indolencia, la negligencia, la incapacidad y la irresponsabilidad. La etapa del aprendizaje debe quedar definitivamente atrás; es hora de aplicar ya a plenitud el enorme cumulo de experiencia y conocimientos adquiridos en los años de la Revolución. ¡Ello supone la consagración y entrega total!
Una mirada retrospectiva de esas afirmaciones, permite afirmar que, cuando en los primeros días de febrero de 1986 leyó esas páginas ante los delegados e invitados extranjeros participantes en el antes mencionado Congreso, Fidel ya había captado la profundidad de las deformaciones que se estaban produciendo a causa de la errónea implementación del Sistema de Planificación y de Dirección de la Economía que había aprobado el Primer Congreso del PCC y se había ratificado en su Segundo Congreso.
Así lo expresó en el discurso de clausura de la Asamblea Nacional de la Organización de Pioneros “José Martí” pronunciado el 8 de abril de 1986. En este comenzó a denunciar públicamente los que en los meses inmediatamente posteriores comenzó a denominar “errores y tendencias negativas” que se estaban presentando en la socio-económica, así como sus nefatas implicaciones políticas, éticas e ideológicas en no pocos dirigentes estatales y empresariales, al igual que en diversos sectores del sujeto popular cubano, incluidos sectores de la clase obrera y del campesinado cubano.
En el espacio destinado a este artículo es imposible referir todos los elementos empíricos que él fue utilizando en los 29 discursos que pronunció ante diferentes instancias del PCC y la UJC, así como en los más importantes eventos de las diversas organizaciones sociales, de masas y profesionales entre 19 abril de 1986 y el primero de enero de 1989. Tampoco puedo relatar todas las soluciones prácticas que él fue impulsando y organizando (sin extremismos de ningún tipo; pero con prisa y sin pausa), así como evaluando sus correspondientes resultados.1
Sin embargo, al igual que otros autores considero que sus oportunas criticas-utópicas y teórico-prácticas a los errores que se habían cometido en el quinquenio precedente, así como los que se cometieron durante el proceso de rectificación antes referido contribuyeron de manera significativa a movilizar todas las energías creadoras de la absoluta mayoría del pueblo cubano para enfrentar las superpuestas crisis económica, social e ideológico-cultural que, a partir de fines de 1989, afectaron al país como consecuencia del derrumbe de los llamados “socialismos reales europeos” y de la implosión a fines de 1991 de la Unión Soviética.
A ello también contribuyó el Llamamiento al IV Congreso del PCC realizado por la máxima dirección política-estatal del país, en el que se anunciaba la celebración de ese evento en el primer semestre del año próximo y se le pedía a sus militantes y a todo el pueblo que expresaran sin cortapisas de ningún tipo sus opiniones críticas y sus sugerencias para “continuar el perfeccionamiento de la sociedad cubana y de sus instituciones democráticas” y, profundizar “el proceso de rectificación”, al igual que “enfrentar la compleja situación del país” y “realizar el balance de lo realizado desde el certero y previsor análisis crítico formulado en el III Congreso y, muy especialmente, a partir del discurso del compañero Fidel, el 19 de abril de 1986” (Castro, R. 1990: 5).
A pesar del desconcierto que en los meses anteriores a ese Llamamiento había provocado en diferentes sectores de la población cubana el derrumbe de algunos países socialistas de Europa del Este, al igual que la agudización de las multifacéticas contradicciones que, desde los años anteriores, se venían presentando en la Unión Soviética, a esa convocatoria acudieron “tres millones y medio de ciudadanos” que libremente emitieron “alrededor de un millón de planteamientos y recomendaciones” (Sánchez, 2018: 235), Estas, al igual que en ocasiones anteriores, nutrieron los documentos que fueron aprobados entre el 10 y el 14 de octubre de 1991 en el Congreso del PCC antes mencionado.
En consecuencia, a pesar de todas las carencias y los graves problemas económico-sociales que se presentaron durante los primeros años del “Periodo Especial en tiempos de Paz”, la absoluta mayoría de la población políticamente activa del país convirtió en realidad el llamamiento que Fidel les había realizado en la clausura de ese evento de la “vanguardia política” de la Revolución Cubana, a defender, a toda costa, “la Patria, la Revolución y las principales conquistas del socialismo” (Castro, F., 1991 [1992]).
De ahí que, en el V Congreso del PCC, efectuado entre el 8 y el 10 de octubre de 1997, preponderó el criterio de que las diversas medidas heterodoxas que se habían adoptado a partir de 1992 para capear y comenzar a superar la profunda crisis económico-social que venía atravesando el país desde 1990 habían comenzado a producir los efectos deseados (Suárez, 2000; Rodriguez, J.L 2018).
Sin embargo, en el discurso que pronunció el 11 de diciembre de 1998 en la clausura del VII Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, Fidel, sobre la base de su análisis crítico los problemas objetivos y subjetivos que estaban afectando a los sectores más vulnerables de la sociedad, planteó la necesidad de emprender la que llamó “Batalla de Ideas”; encaminada, a partir del año 1999, a impulsar el “refuerzo educativo, cultural y político-ideológico de la población y en particular de las juventudes, con el objetivo de lograr la llamada ‘cultura general integral’ y de garantizar su plena inserción social al estudio y al trabajo después de las limitaciones” que habían tenido durante el decenio anterior. (Dominguez, 2019: 189).
En función del cumplimiento de esos y otros propósitos se emprendieron los llamados Nuevos Programas Sociales que potenciaron “el ámbito educacional como vía para la inclusión social” y de reactivar la participación juvenil, no solo a través de la presencia en organizaciones políticas, sociales, estudiantiles, profesionales y culturales, la cual se mantenía a niveles altos, sino para fortalecer los sentidos y significados de la participación sociopolítica en las subjetividades juveniles individuales y colectivas (Dominguez, 2019: 190).
Fue en ese contexto que, en la alocución que pronunció el 17 de noviembre de 2005, en ocasión del 60 aniversario de su ingreso a la Universidad de La Habana, Fidel señaló en forma crítica y autocrítica que, “entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante […] era creer que […] alguien sabía cómo se construye el socialismo”. Y, luego de analizar las manifestaciones de indisciplina social, latrocinio y corrupción que se estaban evidenciando en diversas estructuras gubernamentales, empresariales y en algunos colectivos de trabajadores estatales, agregó: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos [nuestros enemigos]; nosotros sí […] podemos destruirla, y sería culpa nuestra” (Castro, F. 2005).
A modo de conclusión
De todo lo antes dicho y de otros muchos elementos que no he podido incluir en las páginas de este artículo, derivo la necesidad de estudiar profundamente esa dimensión crítica y autocrítica del legado de Fidel. Entre otras razones porque aún en nuestro país no se ha escrito ninguna historia crítica, ni oficial, ni académica, sobre la Revolución Cubana en el poder (Suárez, 2018: 5). Y pienso que, con ese u otros propósitos, siempre será imprescindible revisitar los escritos, discursos, alocuciones y entrevistas en las que él explico con lujo de detalles y contextualizó las debilidades endógenas y falencias de la difícil y suigéneris transición socialista que desde hace poco más de 60 años se sigue desarrollando en nuestro país.
Tal vez, el estudio y el análisis dialectico, anti dogmático e integral de su pensamiento y las maneras lógico-históricas y teórico-prácticas en que él lo elaboraba (muchas veces, en sus interacciones directas con diversos sectores del sujeto popular, incluidos los niños, los adolescentes y los jóvenes cubanos) posibilitará que el actual liderazgo político-estatal en nuestro país no vuelva a cometer algunos de los desaciertos que Fidel criticó en diferentes ocasiones de su largo a y fructífero desempeño como uno de los estadistas más prestigiosos y reconocidos en todo el mundo.
También el estudio de su legado pueden ayudar a que las actuales o futuras generaciones de cubanos –en particular, las que solo tendrán sus vivencias personales, familiares o grupales de su pasado presente— logren comprender que los desaciertos individuales o colectivos que se han cometido desde 1959 hasta la actualidad no son congénitos a la Revolución, ni a la transición socialista cubana, sino que forman parte de las obras humanas y de las diversas pruebas de ensayo-error que se han tenido y se tendrán que emprender para de manera constante y sistemática tratar de ir convirtiendo en realidad las utopías de la Revolución cubana.
En mi criterio lo antes dicho resulta mucho más necesario en momentos, como los actuales, en que –como bien ha indicado el Primer Secretario del CC del PCC y Presidente de la República, Miguel Diaz-Canel— nuestra Patria y nuestro pueblo están viviendo y sufriendo uno de los momentos más difíciles de la historia de su Revolución y de sus diversas interacciones internacionales. Por ello, en ocasiones como estas, es más necesario que nunca recordar lo que dijo Fidel en la conversación que sostuvo en 1992 con el comandante del Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua Tomás Borges:
Martí decía […] que los sueños de hoy son realidades de mañana, y nosotros, en nuestro país, hemos visto convertidos en realidades muchos sueños de ayer, una gran parte de nuestras utopías las hemos visto convertidas en realidad. Y si hemos visto utopías que se han hecho realidades, tenemos derecho a seguir pensando en sueños que algún día serán realidades, tanto a nivel nacional como a nivel mundial./ Si no pensáramos así, tendríamos que dejar de luchar, la única conclusión consecuente sería abandonar la lucha, y creo que un revolucionario no abandona jamás la lucha, como no deja jamás de soñar (Castro, F., 1992: 302).
Referencias:
Castro, Fidel (1962 [2009]) “Cuando los errores se cometen y ni se autocritican, el enemigo los aprovecha”, en José Bell Lara, Delia Luisa López y Tania Caram León Documentos de la Revolución Cubana 1962, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2009.
Castro, Fidel (1975 [1976]) Memorias del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, Departamento de Orientación Revolucionaria del Comité Central del Partido Comunista, La Habana.
Castro, Fidel (1980 [1990]: Informe Central I, II, III Congreso del Partido Comunista de Cuba, Editora Política, La Habana.
Castro, Fidel, (1991 [1992]) “Discurso pronunciado en el acto de masas con motivo de la clausura del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba”, en IV Congreso del Partido Comunista de Cuba: Discursos y documentos, Editora Política, La Habana.
Castro, Fidel (1992) Un grano de maíz, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana.
Castro, Fidel (2005) “Discurso pronunciado el 17 de noviembre en el 60 aniversario de su ingreso a la Universidad de La Habana”. (El texto íntegro de ese discurso puede encontrarse en la página WEB del diario Granma, órgano oficial del Comité Central del PCC).
Castro, Raúl (1990) El futuro de nuestra Patria será un eterno Baraguá: Llamamiento al IV Congreso del PCC, Editora Política, La Habana.
Dominguez, María Isabel (2019) “Las dinámicas generacionales en Cuba: el lugar y el papel de las juventudes”, en Luis Suárez Salazar (coord.) Cuba en revolución: miradas en torno a sus sesenta aniversarios. CLACSO, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Hidalgo, Rafael (2021) El pensamiento estratégico de Fidel Castro Ruz: valor y vigencia, Editora Historia, La Habana.
Rodriguez, Carlos Rafael (1991[1992] “Intervención en el XVIII Congreso de ALAS”, en Estado, nuevo orden económico y democracia en América Latina, ALAS, CEA y Editorial Nueva Sociedad, Caracas, Venezuela, 1992.
Rodriguez, José Luis (1990) Estrategia del desarrollo económico en Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
Rodriguez, José Luis (2018) “Los años duros del periodo especial: lecciones de coraje y resistencia”, en Luis Suárez Salazar (coord.) La Revolución Cubana: algunas miradas críticas y descolonizadas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
Sanchez, Germán (2018) “El IV Congreso del PCC y la primera reforma a la Constitución de 1976”, en Luis Suárez Salazar (coord.) La Revolución Cubana: algunas miradas críticas y descolonizadas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
Suárez Salazar, Luis (2000) El siglo XXI: posibilidades y desafíos para la Revolución Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana,
Suárez Salazar, Luis (2015) Las utopías de la Revolución Cubana: un enfoque lógico-histórico”, Ponencia presentada con el Simposio Internacional La Revolución Cubana: Génesis y Desarrollo Histórico, efectuado en el Palacio de las Convenciones de La Habana, Cuba, entre el 13 y 15 de octubre de 2015.
Suárez Salazar, Luis (2018) “Prefacio”, en Luis Suárez Salazar (coord.) La Revolución Cubana: algunas miradas críticas y descolonizadas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
1 Los lectores interesados en hacerlo pueden consultar la compilación de esos textos publicada en 1989 por la Editora Política del CC del PCC con el titulo Fidel Castro: Por el camino correcto. La cuantificación de los discursos al respecto pronunciados entre el 19 de abril de 1986 y el 1roel trienio referido fue realizada