El 24 de febrero, para que no olvidemos
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Montajes engañifas, patriotismos disimulados, promesas falsas, amenazas… ¡cuánta impudicia!, tierra mía. Todo lo han hecho por dividirte. Y tú, firme, recta, hermosa de terquedad, persistes inmune a melodramáticas pantomimas.
Venerable, patria; así te empinas ante la guarida de patrones, y de camaleones a sueldo, que desde su obsoleta fábrica de pretextos insisten en jugar al Zanjón y a la Fernandina, ignorando que el 24 de febrero está cerca –siempre lo está– y que nuestros algoritmos son otros: Baire y La Confianza unen y multiplican como lo hicieron Girón, Baraguá y Cinco Palmas.
Pero insisten, enfermos de odio y maldad. A los primeros les obsesiona lo imposible: borrarnos del mapa y de la memoria del mundo; a los segundos, esa tenebrosa necesidad les abre un filón para acumular fama, comodidad y money.
Saben que preferimos vivir en la austeridad, aferrados a la obra, a pesar de los vientos huracanados del Norte, erigida con amor, sudor, y hasta con dolor. Vivir sin ella sería renunciar a la libertad, y a eso no estamos dispuestos. «Quien lleva amor asume sus dolores, y no lo para el sol ni su reverso».
Nos creen débiles, y embisten, y de nuevo se estrellan; entonces prueban otra ecuación: «respetuosos» de nuestros símbolos, lo profanan. Prueban a trocar la vulgaridad con el arte, a disfrazar la vendetta de dignidad, a hacer coros desesperados.
Hasta la música quieren despojar de valores, por echarla contra nosotros. Y en ese bajo intento hasta se atreven a invocar a nuestro leal y culto José Julián, tan excelso, tan cubano y sensible, tan ajeno a la ofensa y a la grosería, tan dado a la unidad y a la guerra necesaria por la independencia de Cuba. Ahí está cerca el 24 de febrero, para que no olvidemos.