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Fidel narra los hechos del 26 de Julio

Date: 

25/07/2020

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Trabajadores

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“En aquella operación, dirigida a ocupar tres objetivos, yo tenía 120 hombres…menos aquellos estudiantes que se arrepienten (5) y unos 16 autos. En cada carro íbamos por lo menos ocho. Con un carro que se quedó con los que se arrepienten y otro que se descompone en el trayecto, tenemos dos autos menos. Antes salieron los destinados a la azotea del hospital, al fondo del Moncada, y los que ocuparían la de la Audiencia, cuyos trayectos eran mayores que el nuestro.
 
Mi grupo cuenta con diez o doce carros, va hacia la entrada principal del Moncada. Yo voy en el segundo, a una distancia de 100 metros, por la carretera de Siboney a Santiago. Estaba amaneciendo y nosotros pensando en la sorpresa total, antes de la hora en que debían levantarse los soldados. Era julio y el sol sale más temprano allá en Oriente. Así que ya nosotros llegamos de día. Hubo que atravesar un puente estrechito ya entrando en la ciudad, en fila, uno por uno, cada carro, eso nos retrasó algo.
 
Aproximadamente cien metros delante, el primer carro avanza por la avenida Garzón, dobla a la derecha por una calle lateral en dirección a la entrada del cuartel, doblo yo, doblan otros carros.
 
Van delante, en ese primer carro, la gente de Ramirito Valdés. Jesús Montané, Renato Guitart y otros. Montané se había ofrecido como voluntario para la misión de tomar la entrada. Voy en ese momento a 80 metros, la distancia conveniente para recorrerla con determinada velocidad en lo que ellos dominaban a los centinelas de la entrada del cuartel y quitaban las cadenas que impedían el paso de los carros hacia el interior de la instalación.
 
El primer carro se detiene al llegar al objetivo, se bajan los hombres rápidamente para neutralizar a los centinelas y quitarles las armas. En ese momento es cuando veo, en la acera de la izquierda, más o menos a 20 metros delante de mi carro, una patrulla de dos soldados con ametralladoras Thompson. Ellos se dan cuenta de que algo ocurre en la posta de la entrada, a una distancia de 60 metros aproximadamente de ellos, y están como en posición de disparar sobre el grupo de ¿
 
En una fracción de segundo pasan dos ideas por mi mente: neutralizar aquella pareja que ponía en peligro a nuestros compañeros y ocupar sus armas. Cuando veo que los soldados apuntan hacia la entrada con sus ametralladoras, dándome la espalda, aminoro la velocidad del carro y me aproximo para capturarlos. En ese instante voy manejando, llevo empuñada la escopeta con la izquierda y una pistola en la mano derecha; estoy ya al lado de ellos, la puerta semiabierta; pretendía hacer dos cosas a la vez: evitar que le dispararan a la gente de Ramirito y Montané, y ocupar las dos ametralladoras Thompson que portaban.
 
Había otra forma de acción, que después comprendí perfectamente cuando tuve un poco más de conocimientos y experiencia: lo que debí hacer fue olvidarme de ellos y seguir.Si esos dos soldados veían un carro, otro carro y otros más delante de ellos, no habrían disparado. Pero lo cierto es que trato de sorprenderlos y capturarlos por detrás. Estaría ya como a dos metros, se percatan por algún ruido, se viran, ven mi carro, y tal vez instintivamente apuntan sus armas contra nosotros. Lanzo el carro, todavía en movimiento, contra ellos. Yo, que estaba ya con la puerta semiabierta me bajo.
 
La gente que esta conmigo se baja rápido. El personal de los que vienen detrás hace lo mismo. Ellos creen que están dentro del cuartel. Su misión es tomar los dormitorios y empujar los soldados hacia el patio del fondo: descalzos, en ropa interior, sin armas y semidormidos, los haríamos prisioneros.
 
¿Qué es lo que no funciona entonces?
 
La presencia de esa patrulla cosaca, originada al parecer por los carnavales, que iba y venía entre la entrada del cuartel y la avenida Garzón; era algo que desconocíamos y, por su proximidad a la posta de la entrada, nos creó graves trastornos.
 
En el intento de neutralizar y desarmar la patrulla, lanzando finalmente el carro sobre ellos, todos nos bajamos con nuestras armas. Uno de los hombres que va conmigo, al bajarse del primer asiento por la derecha, hace un disparo, el primero que se escucha en aquel singular combate; muchos otros disparan. El tiroteo se generaliza. Las sirenas de alarma comienzan a rugir mezcladas con los disparos y a emitir infernal e incesante ruido. Todos los que van en los carros detrás de mi se bajan como estaba previsto y penetran en una edificación alargada, relativamente grande, con la misma arquitectura que las demás instalaciones militares del cuartel. Era nada menos que el Hospital Militar, y penetran en él confundiéndolo con el objetivo que debían ocupar.
 
¿Un edificio que no era un objetivo de ustedes?
 
El problema es que el combate que tiene que librarse dentro del cuartel, se entabla fuera del cuartel. Y en la confusión, unos toman el edificio que no era. Al bajarnos de los carros la patrulla cosaca desaparece. Entro de inmediato en el hospital militar para sacar al personal que equivocadamente ha penetrado en él. Habían llegado únicamente a la planta baja del edificio. Logro hacerlo con urgencia y rapidez. Casi puedo organizar de nuevo la caravana con seis o siete autos, porque, a pesar de todo, la posta que cuidaba la entrada del cuartel, estaba ya tomada.
 
El grupo de Ramiro y Montané ha ocupado la posta y penetran de inmediato en la primera barraca dentro del cuartel. Van hacia el depósito de armas. Cuando llegan, se encuentran con la anda de música del Ejército, durmiendo todavía allí. Parece que las armas las habían retirado hacia el cuartel maestre. La situación era similar en las demás barracas, que no habían podido reaccionar ante el sorpresivo ataque.
 
Los de Abel, por su parte, habían tomado ya el edificio que debían ocupar. El grupo en que va Raúl ya dominaba el Palacio de Justicia.
 

Pero ya todos están disparando
 
Bueno, en esos primeros momentos los soldados están todavía vistiéndose, poniéndose los zapatos, moviéndose y organizándose, buscando sus armas, y solo las postas están todas disparando, aunque sea para hacer ruido. La Guardia Rural dormía en una de aquellas barracas, también junto al regimiento del ejército. Ellos no dormían con fusiles al lado, ni tenían mando en los primeros momentos; algunos jefes del regimiento dormían en sus casas. Ninguno de los oficiales y clases ni la tropa del Moncada sabía lo que estaba pasando.
 
El combate se libra fuera del cuartel, la enorme y decisiva ventaja de la sorpresa se había perdido.
 
Entro, como le dije, en el edificio del hospital, logro sacar y montar otra vez un número reducido de compañeros en varios carros, con el propósito de llegar hasta el Estado Mayor, cuando de repente uno de los autos que viene atrás nos pasa como un bólido por el lado, se acerca a la entrada del cuartel, retrocede con igual celeridad, y choca con mi propio carro. (…) Entonces me bajo de nuevo.
 
En aquellas adversas e inesperadas circunstancias, el resto de nuestra gente mostraba notable tenacidad y valentía. Se produjeron heroicas iniciativas individuales, pero ya no había forma de superar la situación creada. El combate andando y una inevitable desorganización en nuestras filas.
 
Hemos perdido el contacto con el grupo del carro que tomó la posta. Los de Abel y Raúl, con los cuales no tenemos comunicación, solo pueden guiarse por el ruido de los disparos, ya decreciente por nuestra parte, mientras el enemigo, recuperado ya de la sorpresa y organizado, defendía sus posiciones de quien las atacaba. El compañero Gildo Fleitas, con gran serenidad, estaba de pie en la esquina de un edificio próximo al punto donde chocamos con la patrulla cosaca, y observaba la desesperada situación creada. Hablé con él unos segundos. Fue la última vez que lo vi. Yo comprendía perfectamente casi desde los primeros momentos que no había ya posibilidad alguna de alcanzar el objetivo inicial. Tú puedes tomar un cuartel con un puñado de hombres si su guarnición está dormida, pero a un cuartel con más de mil soldados, despiertos y fuertemente armados, no era ya posible ocuparlo. Más que los disparos, recuerdo el ensordecedor y amargo ruido de las sirenas de alarma que dieron al traste con nuestro plan.
 
Eso es ya misión imposible
 
El cuartel podía haber sido tomado con el plan elaborado. Si fuera a hacer de nuevo un plan para una misión como aquella, lo haría exactamente igual. Solo que, a partir de la experiencia vivida, no habríamos hecho el menor caso a la patrulla cosaca. Esas cosas pasan en fracciones de segundo por la mente. La protección de los compañeros en peligro fue mi motivación principal.
 
 
 
 

Fuente: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Segunda versión, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006.