“¿De Celia? De Celia todo el mundo habla” (+ Fotos y Video)
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Cuando Celia Sánchez estaba en el instituto un profesor le dijo a ella y a su prima Ana que no había entendido uno de sus exámenes, que pasara por la oficina a leérselo. Celia no accedió. Dicen que de niña tuvo una letra redonda y clara, pero según pasaron los años, la necesidad de apurar el paso en las notas se la hizo un poco ilegible. Incluso así, cuando decía que no, era no: “Uno de los dos está mal: o él como profesor, que no sabe leer; o yo para bachiller, pues no sé escribir. Así que no se lo voy a leer”.
Dicen que Celia heredó el carácter de su abuela Modesta, viuda y madre de seis hijos. Dicen que de pequeña metía bibijaguas en los bolsillos de los varones pretenciosos; dicen que aquel amor que le componía canciones en las noches manzanilleras se le murió demasiado pronto; dicen que fumaba sin parar y que comía poco; dicen que “no fue la sombra de Fidel, sino la luz”.
Pero nosotros no conocimos a Celia. Sabemos que durante años regaló radios y mandó a construir casas a quien lo necesitara. Sabemos que dio hogar a niños sin familia, conocemos a uno que hoy es mecánico. Sabemos que solo había que hacerle llegar una nota y ella lo resolvía. Sabemos que nació en Media Luna, un pueblo rural que hace 100 años tenía cuatro mil habitantes y se inundaba mucho; y sabemos que Andrés, Marbelis y Pipe hoy cuidan su casa.
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“Antes y después de la guerra,
Celia nunca olvidó a nadie”.
Fidel Castro
- Buenas tardes, casa de Celia.
Son las siete de la noche en Media Luna y Andrés Alarcón responde el teléfono. Su voz llega tardía y con eco. Poco más de 600 kilómetros separan La Habana de la casa de madera verde donde Celia Sánchez nació hoy hace 100 años a la 1 p.m.
Andrés es uno de los custodios de la hoy museo y casa natal de a quien llamaran la flor más autóctona de Cuba. Llega tarde y se va temprano. En las noches da varios recorridos por la casa. “Es grande y tiene buena luz, es lindísima”, dice el eco de su voz, nacida y criada en este pueblo oriental cubano. Donde más se detiene es en el garaje, donde está parqueado el jeep GAZ-69, “tengo que cuidarlo como si fuera la niña de mis ojos”.
- ¿De Celia? De Celia todo el mundo habla, nos dice antes de “ir a darle una vuelta al carro”.
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“Celia, la más afable y cariñosa…”
Guillermo García Frías
A Celia le gustaba manejar su propio carro. Casi siempre se la veía en la calle sola o acompañada por algún colaborador, de día y de noche, manejando el jeep GAZ-69 que usó durante muchos años.
Durante un viaje por carretera de Santiago de Cuba a La Habana, detuvo el carro junto a un vendedor de mamoncillos, y entre ella y su acompañante se comieron la carretilla entera en lo que llegaban a Camagüey. Celia tenía una fuerte conexión con la naturaleza, le gustaba el mango de toledo, pero no muy maduro y el platanito de los que llaman “ciento en boca”.
Quizás por eso amó tanto la Sierra. Allí se acostumbró además de a tomar el fusil, a beber infusiones de hierbas y cocinar al carbón. Se ocultó, sudó y amó por su monte como pocas. Desde que recorrió las lomas del Turquino junto a su padre y llevó el rostro de Martí hasta lo más de alto de Cuba, hasta que se convirtió en la primera guerrillera del Ejército Rebelde. Tanto que aun después de haber bajado, siempre volvía.
Cuando la primera graduación revolucionaria de médicos en la Sierra Maestra, Celia trasladó una peluquería completa hasta el Pico Cuba para brindar servicio a todas las muchachas. Arreglos de uñas y peinados, “para que luzcan bien, porque estos lugares ya no son los olvidados de antes”, dijo.
También envío helados Coppelia. Un avión de Cubana de Aviación llevó la carga hasta Santiago de Cuba y un helicóptero la trasladó hacia un punto próximo a la Comandancia de La Plata. Ese día, desde temprano, Fidel y Celia se situaron en el camino para recibir a los primeros médicos.
En una tarima escribieron: “SODA-INIT LA PLATA. HELADOS 20 CTVOS”. Algunos doctores pasaban sin dinero y se iban a retirar decepcionados, cuando ambos les decían: “Por esta vez puedes adquirirlo ´fiao´”. Y las risas de todos llenaban la montaña.
“Solo hacen falta 30 hombres para levantar un pueblo”, escribió una vez Celia en su parque de Pilón justo a un busto de Martí, y ella fue uno de ellos.
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“Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del Destacamento”.
Raúl Castro
A las siete de la mañana cuando Andrés termina su guardia, Wenceslao (Pipe) Acuña entra a arreglar el jardín. Trabaja día sí y día no. Ahora mismo la casa está en reparación y su misión es que las flores sobrevivan a tanto cemento. Hay unas muy especiales, un centenar de orquídeas, las que inmortalizó Celia. En el patio existen tres tipos de mariposas: la amarilla, la anaranjada y la blanca.
Hay también árboles de las frutas que más le gustaban: mangos, zapotes y caimitos, junto a helechos y enredaderas. Desde 2017, Pipe es el encargado de cuidar todo. “Cuando me lo propusieron no podía creerlo y dije que sí al momento”. En las tardes le gusta llevar a sus nietos, enseñarles la casa y que jueguen entre las plantas que alguna vez fueron de Celia. Ahora “se puede decir que ella es de las flores”.
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“Celia era y será siempre para todos sus compañeros, la fibra más íntima y querida de la Revolución Cubana; la más entrañable de nuestras hermanas. La más autóctona flor de la Revolución”.
Armando Hart Dávalos
Mucho antes de que la Revolución fuera un hecho, mucho antes que la Isla lograra la libertad, Celia ya era Celia. Algunos dicen que se convirtió en mito, con olor a campo, a caña, a río, a mar, a helechos, un mito que volaba como una mariposa libre por campos y ciudades del profundo Oriente. Celia fue un mujer pura, honesta y hermosa como el paisaje de la Sierra, envuelta en la lejanía, un Sierra de historia, balas y sangre.
Cuando era joven, un marinero de los que visitaban Pilón, el pueblo con olor a central y mar donde vivió 16 años, le había regalado una monita, que ella tenía como mascota. Un día se le escapó y se trepó a lo alto de una palma. No había manera de capturarla y buscaron a un liniero experto que trepaba con pinchos.
Cuando el hombre comenzó a subir clavando sus instrumentos metálicos en el árbol, Celia puso el grito en el cielo: “¡Así me vas a acabar con la palma!”.
“No hay otra manera de subir”, le explicó el liniero. “Está bien, hazlo, pero trata de que no le duela mucho a la palma”, le respondió con resignación.
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“Celia y La Habana. No era habanera, su corazón estaba en la tierra que adoraba y amaba: Manzanillo. Cuánto le debe a ella La Habana, con las obras del Jardín Botánico de La Habana, El Coppelia, el Parque Lenin, la reforma del Palacio de las Convenciones…”.
Eusebio Leal Spengler
Marbelis Terry es la directora del hoy museo. Trabaja todos los días, incluso en tiempos de coronavirus. Una brigada especializada se turna cada mes y trabaja en Media Luna para la restauración de la casa. No van a su casa, trabajan doce horas al día, restauran madera, pintan, construyen cimientos… La humedad le hizo mucho daño a la estructura original.
Hace años, solo algunas fotos y un cenicero de la familia componían la pequeña casa. En 1986 Fidel visitaba Granma en ocasión de los 30 años del reencuentro en Cinco Palmas, y pasó por Media Luna. Las trabajadoras querían pedirle ampliar el archivo del museo, pero no se atrevían:
“Fidel estaba profundamente conmovido, contemplando con las manos detrás el retrato original que Carlos Enríquez le hiciera al doctor Manuel Sánchez, padre de Celia, y luego las fotos de ella. Callé. No me atreví a interrumpirlo. Debía respetar ese instante de tantas emociones que noté en los ojos y en su silencio”.
Después de aquello Fidel ordenó a Pedro Álvarez Tabío convertir la casa en Media Luna en el memorial a Celia. “La decisión, nos dimos cuenta, era solo de Fidel”.
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Querida Aly:
(…) Por el momento tú tendrás que asumir, respecto a nosotros, una buena parte del trabajo de Frank y de lo cual estás más al tanto que nadie. Sé que no te faltarán fuerzas para añadir nuevas obligaciones a las que ya rebasaban el límite de tu resistencia física y mental (…) Ruego me informes a la mayor brevedad la forma en que están afrontando la situación. ¡Cómo me duele no poder escribir ya a Christian!
Abrazos,
Alejandro
Así le escribía Fidel a Celia el 31 de julio de 1957, un día después de la muerte de Frank País. Hasta mediados de 1957 ella utilizó, además de Norma, los seudónimos de Lilian y Aly.
En una carta enviada por los guerrilleros de la Sierra Maestra a Frank País estos patentizaron el papel vital de Celia durante la guerra cuando escribieron: “En cuanto a la Sierra, cuando se escriba la historia de esta etapa revolucionaria, en la portada tendrán que aparecer dos nombres: David (el propio Frank) y Norma”.
En palabras de Fidel, ella fue “la primera en establecer el contacto entre nosotros y el Movimiento, la primera en hacernos llegar los primeros recursos, el primer dinero que nos llegó a la Sierra y que hacía mucha falta”.
En los momentos más difíciles de la guerrilla Celia coordinó el apoyo desde el llano; guió al periodista del New York Times, Herbert Matthews, hasta Fidel; subió y combatió; ambos casaron a una pareja en la Sierra; y cuando bajaron si alguien necesitaba llegar a Fidel, buscaba a Celia… “Está tan imbricada con la historia misma de la Revolución Cubana y de Fidel, que resulta imposible separar una de otra”, lo dijo Álvarez Tabío, su biógrafo.
“Tú y David (Frank País) son nuestros pilares básicos. Si tú y él están bien, todo va bien y nosotros estamos tranquilos”, le diría el Comandante en Jefe a su amiga. Hay personas que nacieron para existir juntas. Hay personas que nacieron, sin saberlo, para apoyarse las espaldas toda la vida.
Celia, sin que se quede nada suelto, expande su esencia en el corazón de este pueblo. Hoy no quisimos contar su biografía. Sobre Celia mucho se ha hablado y contado. Detrás de esa piel, habitó mucha fuerza y aliento. Fidel decía que Celia no olvidaba a nadie, “antes y después de la guerra, nunca olvidó a nadie”, pero no le gustaba hablar de ella misma.