Discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz en la sesión de clausura de la VIII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, efectuada en la sala Douro, del Centro de Conferencias del edificio de la Aduana Nueva, Oporto, Portugal, el día 18 de octubre de 1998
Date:
Majestad;
Excelencias;
Estimados miembros de las delegaciones aquí presentes;
Distinguidas y distinguidos invitados:
Trataré de ser todo lo sintético posible; de hablar, si es necesario, en forma de telegrama. Decir, en primer lugar, y con la sinceridad con que suelo expresarme, que esta reunión, a mi juicio, ha sido extraordinariamente fructífera. Me atrevería a decir que nunca en tan breve tiempo se hizo tanto por nuestras aspiraciones de integración, de unión y desarrollo.
El método ideado por los portugueses fue excelente: cero discursos —me informaron a mí e informaron a otros—, máximo de espontaneidad, diálogo e intercambio de impresiones. Yo, por mi parte, no escribí nada. Debía pronunciar unas palabras finales. No tuve tampoco tiempo de escribir nada y fue mejor, porque habría sido imposible escribir ayer sobre las impresiones que hemos recibido hoy.
Comenzamos con la primera sesión de inauguración. Escuchamos las palabras sentidas del presidente Caldera. Profundas intervenciones del primer ministro de Portugal, Guterres, y del presidente Sampaio despertaron nuestros ánimos. Percibimos que se estaba poniendo el dedo sobre la llaga. Nos marchamos para el otro salón. No sé por qué excluyeron a las damas; participaron las delegaciones. Y una cosa buena: nos sentimos con libertad de hablar más íntimamente; no estaba la prensa.
La experiencia de muchas reuniones nos enseña que hay diferencias de matices y de tonos, hay prácticamente dos discursos: cuando estamos hablando para el mundo, para nuestro país y para los demás países, y cuando estamos hablando entre nosotros. Sin embargo, a la prensa no le ocultaremos nada.
Comenzaron los pronunciamientos. Habló, en primer lugar —y no voy a hacer una crónica completa—, el presidente Cardoso. Me pareció excelente que él iniciara las intervenciones, porque el pensamiento del mundo está concentrado —pudiéramos decir— en Brasil como puerta potencial de entrada en América del Sur y en América Latina de la grave crisis que nos amenaza; el país donde se requiere de un esfuerzo especial, porque lo que allí ocurra será decisivo. Realmente nos produjo satisfacción a todos, y, en mi nombre, puedo decir que de modo especial su profundo análisis.
Nos hizo la historia de los tres asaltos especulativos que sufrió la economía brasileña en 1995, en 1997 y en 1998, lo que costó decenas de miles de millones de dólares a la reserva que con tantos esfuerzos había acumulado el país; y planteó sus ideas, esencialmente la necesidad urgente de inyectar la liquidez necesaria y suficiente a las finanzas internacionales.
Hubo algunas cosas muy interesantes que él añadió al plantear prácticamente la necesidad de dos políticas: una relacionada con los países emergentes muy vulnerables a los riesgos de la crisis financiera, y otra para los países industrializados que poseen los recursos necesarios. Si lo vamos a sintetizar, me atrevería a decir muy esquemáticamente que se planteó la idea de una política económica austera, muy cuidadosa, para los países en desarrollo, es decir, en la economía interna de nuestros países, y una política keynesiana para las finanzas internacionales. Creo que no se diferencia mucho de algunos pronunciamientos que han hecho muy recientemente personalidades cuyas decisiones son tan importantes para la economía mundial, como el Presidente de Estados Unidos y los directores del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, ante la grave crisis que se está desarrollando.
No puedo mencionar a todos los que intervinieron después; fueron muchos los que hicieron valiosas e importantes intervenciones. Voy a mencionar algunas que, a mi juicio, sintetizaban ideas muy importantes: la del presidente Frei, relacionada con el mensaje que en la reunión se había propuesto elaborar adicionalmente a la Declaración para enviarlo a los que tienen mayor poder de decisión en las finanzas internacionales. ¿Cómo debía ser el carácter del mensaje? No parecía correcto un mensaje que fuera a dar la impresión de una situación catastrófica, insoluble o de carácter pesimista, sino con toda franqueza plantear de modo realista y sin exageración alguna —lo que realmente no requiere de exageración— la situación financiera actual.
El presidente Zedillo llamó la atención de que, aun con prioridad sobre soluciones a mediano plazo o soluciones futuras y las relacionadas con una nueva arquitectura, había que apagar el fuego de inmediato. Y otra segunda idea, entre varias: la necesidad de que Europa reaccionara y prestara todo su apoyo a las medidas que se consideran indispensables tomar para tratar de frenar la crisis y reanudar el crecimiento económico.
Debo citar la intervención del primer ministro de España, el presidente del gobierno, Aznar: dos cosas muy alentadoras, cuando planteó la decisión de España de aportar 5 000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional —es decir, predicar con el ejemplo, ya que se estaba solicitando de Europa una reacción concordante con los primeros pasos que se dieron en Estados Unidos en relación con la reducción de la tasa de interés, lo cual se considera en estos instantes elemento esencial y clave para empezar a despertar confianza y para inyectar fluidez en las finanzas internacionales—, y algo muy importante para los latinoamericanos: que de estos 5 000 millones de dólares, 3 000 millones estarían dedicados a un fondo de emergencia para la América Latina, porque esto es lo que se está buscando: fondos de emergencia para enfrentar la situación.
Habló también de la política española de continuar realizando el máximo de inversiones españolas en América Latina. Es muy importante que en una reunión de este carácter se tomaran decisiones de este tipo.
En la última reunión, Argentina informó un aporte de 1 000 millones; es decir, son 6 000 millones que emergieron de esta cumbre, cuando se está solicitando a los países desarrollados el máximo aporte en interés de ellos y del Tercer Mundo.
Anteriormente se había producido un hecho importante: otro aporte de España digno de reconocerse: la reducción del 0,5% de la tasa de interés, es decir, el doble de la primera reducción del Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos.
Son, a mi juicio, excelentes decisiones cuando se trata de conquistar el apoyo, de vencer dudas y obstáculos, a fin de obtener un apoyo similar del resto de los países de la Comunidad Económica Europea.
Se discutió el contenido del mensaje, ese mensaje que se había acordado en la sesión de la mañana en adición a la Declaración, cómo debía ser elaborado; se arribó a un pleno consenso sobre el contenido del mismo. Todos llegamos a la convicción de que la forma correcta era aquella que se propuso de elaborar ese mensaje, que se discutió después en la sesión de la tarde.
Quizás, para esclarecer mejor las cosas, debo decir que se había decidido continuar el diálogo en el almuerzo. Los portugueses se las ingeniaron para llevar unos micrófonos inalámbricos y obrar otro milagro que parecía increíble en un almuerzo: la continuación del diálogo, pero esta vez solos los jefes de Estado y de Gobierno.
Fue allí —y esto debo aclararlo— donde se discutió la cuestión del contenido del mensaje; estaban solos los jefes de Estado. Fue una excelentísima reunión, de las mejores que he visto, en que los platos no estorbaron para nada; algunos consumieron más; otros, menos. Yo, en el interés de preguntar muchas cosas a los más experimentados colegas que estaban abordando el tema, ni siquiera toqué el almuerzo; además, tenía la tensión del trabajo de la tarde y el de esta intervención.
Allí, en nuestra soledad, con la sola compañía de los problemas que cada uno de nosotros tiene encima y los que todos juntos llevamos sobre nuestras espaldas, se logró definir bien el contenido del mensaje. Había consenso; pero, a la vez, se observó que había un concepto sobre el cual las opiniones eran divergentes: si se podía hablar en estos instantes de crisis económica mundial o de crisis económica global.
Se señalaba que la economía norteamericana gozaba de buena salud, lo cual es muy cierto, que la economía norteamericana goza todavía —este todavía lo añado yo— de buena salud —y deseamos que siga gozando de buena salud, desde luego—; que la economía europea también goza de buena salud, y se espera que siga gozando de buena salud, apoyada por la creciente integración, y especialmente por la puesta en práctica del euro, al que ya se le augura más éxitos que peligros, aunque quienes leen a los analistas de determinados órganos de prensa, pueden apreciar esperanzas de que el euro fracase. ¿Se podía o no se podía hablar de crisis global?
Nosotros, los cubanos, teníamos un dilema serio, y era sobre la cuestión del tema para la cumbre en Cuba.
Ya habíamos elaborado la idea de un tema asociado precisamente al problema de la crisis, a partir del hecho de que la misma está desarrollándose, de que hay una infinidad de incógnitas y de que tendríamos que hacer un examen de lo que había ocurrido, de lo que estaba ocurriendo y de todas las medidas que se iban tomando.
Estamos viviendo una situación en que los acontecimientos se suceden rápidamente, y muchas veces son sorprendentes; nadie sabe qué va a ocurrir de aquí a enero de 1999, cuando tendremos en nuestro país una conferencia de economistas de las diversas escuelas y de distintos países del mundo para discutir teóricamente estas cuestiones. Es posible que para esa fecha, para el 21 de enero, ya algunos de los que estaban pensando de otra forma hayan cambiado de opiniones, porque hemos visto cambios de opiniones en muy importantes personalidades en el brevísimo tiempo de dos semanas. Para nosotros era decisivo definir esto: qué hacer con el tema que habíamos elaborado. Un título breve, ¿no?, que siempre abarca muchas cosas y tiene que ser explicado.
Nosotros partíamos de determinados hechos —y no les voy a robar mucho tiempo con esto. En la página 23 de esa colección de discursos, encabezada por el informe de las Naciones Unidas, el informe de
Kofi Annan en septiembre, está el discurso del presidente Clinton el 14 de septiembre de 1998, pronunciado en el Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, que es clave. Lo primero que expresa Clinton al comenzar el discurso es la siguiente frase: "Este es el mayor desafío financiero que encara el mundo en medio siglo." Bastante fuerte la afirmación.
Más adelante añade: "Constituye una gran ironía que estemos en un momento de poderío económico insuperable cuando existe un trastorno tal en la economía mundial."
Habla después de que durante 30 años Estados Unidos y el resto del mundo han estado preocupados por la inflación. Y luego añade: "Pero es evidente que el tipo de riesgo ha cambiado, pues la cuarta parte de la población mundial vive en países en que disminuye el crecimiento económico o en que este es negativo. Por lo tanto, creo que la principal prioridad del mundo industrializado de hoy es impulsar el crecimiento." Nos viene bien esta frase, porque es lo que estamos solicitando, demandando del mundo industrializado.
Al finalizar ese discurso bien elaborado, cuidadoso, porque igual que aquí se analizó el contenido del mensaje a Europa y que no debía haber una palabra pesimista sino un discurso realista, él se animó a concluir con insólita y humilde franqueza: "No creo que sea fácil que, en esta sala, sepamos lo que hay que hacer."
Ese discurso fue pronunciado en el Consejo de Relaciones Exteriores, institución prestigiosa y muy conocida, sobre asuntos de política exterior en Estados Unidos. Bien, esto lo dijo Clinton.
En la página 49 —de memoria lo sé porque todo esto me interesó mucho—, el 6 de octubre de 1998, ¿quién habla?: el Presidente del Fondo Monetario Internacional que, como ustedes saben, no se caracteriza por frases pesimistas, sino todo lo contrario. Frente a las críticas de que no había suficiente transparencia acerca de lo que estaba ocurriendo en el sudeste asiático y sobre otras muchas cosas, y de la forma ligera en que se distribuían los préstamos sin análisis pertinentes, el favoritismo y lo demás que no tengo que repetir, que ustedes han leído veinte veces en los últimos meses, y sobre lo cual no se había pronunciado antes una sola palabra, y donde emergió de nuevo la palabra transparencia, que nace de los días de la perestroika, transparencia en información y en los datos, transparencia en los bancos, que todo el mundo estaba reclamando, él se defendió planteando que sí, que ellos sabían lo que debía ocurrir, que lo advirtieron a determinados gobiernos, pero que no lo divulgaron porque hacerlo podía crear pánico y acelerar la crisis.
Hoy nadie sabe qué sería mejor, si aunque solo fuese un poquito de transparencia y de advertencia que frenara la gravedad de aquella explosión súbita, de aquella crisis inesperada que tanto sorprendió al mundo. Es decir, no es un hombre que se caracterice —repito— por frases pesimistas, lo dijo allí paladinamente: "Señores Gobernadores, este año nuestra reunión se celebra en plena crisis; una crisis que ya ha costado cientos de miles de millones de dólares." Si hubiese sido más exacto, habría podido utilizar un dato que se conoce: a nivel mundial las bolsas habían perdido ya entre tres y cuatro millones de millones de dólares. Aquello lo dijo Michel Camdessus, el 6 de octubre, hace unos días, en la reunión de la Junta de Gobernadores del Fondo Monetario Internacional y el grupo del Banco Mundial. De inmediato añadió que había costado también "millones de puestos de trabajo". No dijo decenas de millones.
Si se leen los informes sobre la situación en Indonesia, solo allí el desempleo se ha elevado al 40%. Terminó el párrafo con las siguientes palabras: "Y la tragedia incalculable que significa la pérdida de oportunidades y esperanzas para tantas personas, especialmente entre los más pobres."
Dijo mucho más, dos o tres cosas más: "Ni siquiera los países con economías correctamente administradas han quedado a salvo. No llegamos a prever la gravedad de este virus" —casi casi lo comparó con el SIDA— "que se ha propagado a lo largo y ancho del mundo, atacando, por ejemplo, a América Latina porque Rusia tuvo dificultades."
"Ahora, tras este segundo embate de la crisis, la mayoría de los países en desarrollo se enfrentan a un entorno mucho más frágil, una afluencia de capitales mucho menor y un descenso de los precios de los productos básicos."
Se menciona este fenómeno por primera vez, muy asociado en la historia a lo que ocurrió en el año 1929 y en los meses que lo precedieron: aumento incontenible de los precios de las acciones y la baja de los productos básicos.
Por último, dijo Camdessus —creo que fue lo último sobre la gravedad de la crisis—: "Hablemos claramente: no se trata de países en crisis, sino de un sistema en crisis; un sistema que aún no está suficientemente adaptado a las oportunidades y a los riesgos de la globalización."
Me llaman especialmente la atención las palabras del Presidente del Fondo Monetario Internacional en torno a la cuestión de si se podía hablar o no de crisis económica globalizada o crisis económica internacional. Hay evidentes elementos que pueden producir cierta confusión.
Hoy mismo, en la segunda reunión, el presidente Cardoso dijo
—yo lo anoté—: "Estamos viviendo un momento extremadamente grave." Y lo está diciendo el Presidente de Brasil, cuya experiencia y cuyos conocimientos conocemos todos.
Estos elementos se estaban discutiendo, y para nosotros eran vitales —repito— con relación al tema de la cumbre de La Habana.
Yo les pedí a los colegas —no los llamo compañeros porque no quiero aparecer tan extremista de izquierda como el presidente del Banco Mundial, el Sr. Wolfenshon; ya quisiera yo encontrarme algunos programas de izquierda con el texto del discurso con que clausuró las reuniones de Washington, el 8 de octubre de 1998— que nos ayudaran, por favor, y que si como norma los países que iban a ser sede proponían y decidían el tema, realmente quería consultarlo con todos los demás. Y llegué a la conclusión de que había que ser más bien prudentes que exagerados. Decir que no hay crisis y que no hay una situación muy seria o sumamente grave, como lo expresó Cardoso, sería ignorar la dura realidad; afirmar que hay ya una crisis económica globalizada puede parecer exagerado, y puede incluso serlo.
Cuando nosotros elaboramos un párrafo sobre el tema, tratábamos de plantear, en esencia, una idea: ¿Qué había hecho Iberoamérica? O más bien, ¿cómo ha enfrentado Iberoamérica —suponiendo que para esa fecha ya haya enfrentado bastante, sin esperar un año para hacerlo, porque nadie puede esperar ni un minuto— la crisis económica globalizada? Era largo y lo cambiamos por otra frase: Iberoamérica y la crisis económica globalizada. Después de las fructíferas discusiones sostenidas al mediodía, fuimos absolutamente persuadidos de que había que modificar la frase original para ser más realistas, más objetivos y más exactos: Iberoamérica y los graves riesgos de una crisis económica globalizada. Fueron las palabras que nos parecieron más exactas, y por fortuna encontramos la total aceptación, el pleno consenso de todos los que estábamos allí reunidos en aquel almuerzo. Y ese quedó como tema de la próxima cumbre.
Ahora, ¿cómo vemos la situación estratégica?, les advierto que me voy acercando al final de las palabras; me voy acercando (Risas). Así: apreciamos un papel decisivo para América Latina. Aquí se decide si se frena y se revierte la crisis económica y se evita su globalización total. Tengo la convicción más profunda de que, si esa crisis penetrara en Brasil, repercutiría en toda Suramérica, recurvaría inevitablemente hacia México y afectaría ya de manera absolutamente irreversible en las bolsas de Estados Unidos. Y si una crisis en Rusia, con el 2% de peso en la economía mundial –y creo que es exagerado este del 2%, porque su Producto Interno Bruto es hoy de 450 000 millones, la mitad del de Brasil y por debajo de Francia, España y otros muchos países— hizo bajar 512 puntos en un día al más fuerte índice de la bolsa de Nueva York, ¿qué sería una crisis en Brasil y extendida a Suramérica?
Hay que reconocer con toda justeza que Brasil combatió solo frente a ese riesgo. Y hay montones de análisis de prestigiosas revistas que señalaban a Brasil como el próximo e inevitable blanco de la crisis, después de Rusia, a partir de datos relacionados con el déficit presupuestario mayor del 7% del Producto Interno Bruto; a partir de una supuesta sobrevaloración del real, y a partir de un creciente y elevado déficit en las cuentas corrientes, circunstancias que utilizan los especuladores que asaltan como lobos hambrientos la economía de cualquier país que, en este caso, sería Brasil.
De ahí nace la convicción de que esto no lo podrían aguantar las bolsas de Estados Unidos, podría convertirse en una catástrofe mucho peor que la de 1929, cuando sólo el 5% de los norteamericanos tenían invertidos sus ahorros y sus recursos en las bolsas; ahora el 50% de los norteamericanos y casi todos los fondos de las cajas de retiro y de los ahorros de la clase media norteamericana y de los que tienen mayores ingresos entre los trabajadores están invertidos en ellas. Realmente sería, a mi juicio, algo de consecuencias inimaginables.
Bien, eso significa una cosa con toda claridad: a Estados Unidos y al mundo industrializado les interesa impedir a toda costa que se produzca esa crisis en Brasil y Suramérica; le interesa muchísimo a Brasil, por supuesto, más que a nadie, y al resto de América Latina.
¿Quién lo ayudó, aunque fuese con una sola palabra de aliento, en los cuatro años de los tres asaltos? ¡Nadie! Se defendió, entre otras medidas, con la reserva que había acumulado; llegó a elevarla hasta
70 000 millones, que es realmente alta, y solo en agosto y septiembre, a partir de la crisis de Rusia, perdió más de 20 000 millones de dólares. Entonces por primera vez aparecieron algunas frases y algunas palabras de aliento y promesas de apoyo a Brasil; ahora es claro que resulta de una necesidad vital para Estados Unidos y para el resto del mundo industrializado.
Es por eso que pienso, en primer lugar, que eso no debe significar que Brasil y Suramérica, conscientes de esa realidad, se pongan a esperar con los brazos cruzados que aquellos que están corriendo gran peligro salgan a darle los recursos a Brasil. No hay que sugerirle a Brasil que haga esos esfuerzos porque hace cuatro años los viene haciendo, defendiendo la estabilidad de su moneda, sacrificando sus reservas.
Permítanme decirles: Si nosotros tuviéramos la reserva que ellos han tenido que gastar solo en agosto y septiembre, podríamos contar con un crecimiento de dos dígitos en Cuba. Y no es tanta la cantidad, si comparamos lo que le costó a Corea del Sur, 100 000 millones de dólares, o a Tailandia u otros países. Brasil en solo dos meses tuvo que emplear más de 20 000 millones de su reserva.
También he leído los discursos del presidente Cardoso, antes y después de las elecciones, lo que me ha permitido calibrar incluso su talento político. No voy a añadir más virtudes, porque no deseo provocar malentendidos con la izquierda (Risas).
Realmente debemos reconocer, con toda justicia, la confianza, la firmeza y la capacidad demostradas por el Presidente en esa batalla solitaria; pero ahora no está solo, ahora tiene mucha compañía, y buena compañía. Tiene un buen momento político para la dirección del país, con un reconocido prestigio internacional y excelentes relaciones con muchos de los dirigentes principales de las instituciones financieras que aprecian sus conocimientos; buenas relaciones con la dirección de Estados Unidos, buenas relaciones con Europa, y el expediente de la batalla librada, más el susto colosal y la preocupación, sobre todo, la toma de conciencia de Estados Unidos y Europa de la importancia decisiva de Brasil como última trinchera para impedir la generalización de la crisis.
Cardoso pronunció dos discursos. Uno antes de las elecciones, el 24 de septiembre de 1998, en el que, realmente, tomó una decisión audaz —digo que audaz e inteligente, no basta solo la audacia—, al plantear las medidas que iba a tomar. Para no inmiscuirme en los asuntos internos, no emito opinión alguna sobre las medidas; simplemente estoy señalando tácticas y estrategias políticas. Pero las medidas duras siempre son duras. Plantearlas antes de las elecciones no es lo habitual en las tradiciones políticas de nuestro hemisferio.
Yo no tengo malas relaciones con la izquierda, a pesar de que a veces cuesta trabajo mantener relaciones con las fuerzas de izquierda. Fácilmente surgen problemas familiares por cualquier discrepancia de criterio y hasta llegan a pronunciarse a la ligera palabras que lastiman. A nosotros nos exigen más que a las vírgenes vestales de Roma. Cualquiera puede cometer una ligera falta; nosotros, ninguna; mucho cuidado, porque antes de que nos levantemos por la mañana, y aun sin saber textualmente si es cierto o no lo que se ha dicho, ya nos están juzgando.
Estratégicamente la posición de América Latina es excelente en la actual situación. Hoy somos algo. Tienen que contar con nosotros.
Realmente en situaciones de riesgo, como la que vivimos junto al mundo, tengo la convicción de que hay que buscar no solo la unidad entre todos los países latinoamericanos y del Caribe, sino también la mayor unidad posible dentro de los países; no me aventuro siquiera a recomendarlo, simplemente digo lo que pienso. Son cuestiones de tipo político muy asociadas a una gran batalla por la supervivencia, que requieren el máximo de comprensión, de unidad y de subordinación incluso de los intereses nacionales a los intereses del conjunto de nuestros pueblos que no son incompatibles, sino, por el contrario, se complementan y se garantizan.
Son estas las razones por las cuales fundamento o trato de explicar este criterio sobre la situación estratégica. Y, repito, Estados Unidos y Europa no se pueden dar el lujo de permitir que la crisis penetre en Brasil, ni en Suramérica, ni en el resto de América Latina. Sería la catástrofe para todos.
Ya dije que esta reunión había sido una de las más fructíferas que había visto en mi vida. Trato también de ser realista, de no hacerme ilusiones y, repito, nunca se avanzó tanto en la unificación del pensamiento y por el camino de la integración en este difícil momento. Y, además, disfrutamos la alegría del mensaje de paz que en esta ya histórica —me atrevo a llamarla así— reunión de Oporto hemos recibido, sobre algo tan complicado y tan difícil: una sólida y bien fundada esperanza de paz entre Perú y Ecuador.
Está por delante la extraordinaria y estratégicamente importante tarea de unión e integración de Suramérica.
Les confieso sinceramente que es difícil resignarse a la idea de la integración circunscrita solo al MERCOSUR. Y digo aquí lo que pienso sinceramente y creo, y a muchos visitantes europeos y a muchos amigos y dirigentes políticos que visitan a Cuba, muchas veces calladamente, siempre les planteo el principio de que hay que ayudar a América Latina a unirse, que hay que ayudar a Suramérica a unirse. No me canso de predicar esa idea. Para tener más fuerza, hay que unir fuerzas.
Aquí se ha hablado de globalización y regionalización, pero estoy convencido de la necesidad, en primer lugar, de nuestra unión, como se están uniendo los europeos. Y debo consignar, incluso, que bajo ningún concepto pueden ser ni deben ser olvidados los caribeños. Son una fuerza, tienen una influencia política importante en las Naciones Unidas; son dirigentes muy talentosos, formados en el parlamentarismo y en el debate desde la base, un sistema parlamentario que les ha funcionado, muy respetados en Africa y en otras partes del mundo. Necesitamos su apoyo y su fuerza.
No pueden ser olvidados tampoco los centroamericanos, debo decirlo con franqueza.
Conozco un poco las preocupaciones que tienen caribeños y centroamericanos. Algunos no son muy amigos de Cuba, pero eso está olvidado y lo olvidaremos siempre, lo pasamos por alto. No es lo importante; lo que importa son las tareas en las que estamos comprometidos y en las que estamos envueltos. Pero defiendo y defenderé también la situación de los centroamericanos y de los caribeños que se sienten abandonados de la mano de Dios, porque ellos han visto que avanza el MERCOSUR, avanza el TLC, pero han visto también que 150 empresas, que eran resultado de aquella Iniciativa de la Cuenca del Caribe, se han marchado hacia México. Los mexicanos no tienen culpa, son las leyes del mercado. Cien mil empleos se han perdido en el Caribe, región que visité recientemente.
No pueden ser olvidados, y van a estar en Río, allí con nosotros, junto a Europa, en una reunión tan estratégica y decisiva como la que se va a producir entre la Comunidad Europea, América Latina y el Caribe, muy conscientes de la importancia que tiene para nuestra área la integración de Europa y nuestra relación con ella. No lo estoy diciendo aquí, lo planteamos en la OMC cuando dije: Si el euro va a ser una moneda fuerte, sólida, si va a servir de apoyo a las economías de los países del Tercer Mundo, bienvenido el euro. Un murmullo generalizado escuché allí en Ginebra.
Estamos conscientes de la importancia del euro y de la integración europea.
Cuando hablamos de la paz entre Ecuador y Perú es porque soñamos con que un día haya una mayor integración política, todos la soñamos, la necesitamos. Y si se ha unido Europa con tan diferentes culturas y donde las naciones guerrearon entre sí durante siglos, ¡cómo no nos habremos de unir nosotros, tan unidos en el idioma, la cultura, la religión y la historia!
Tenemos cincuenta elementos de unión que no los ha tenido Europa, y llevamos casi 200 años de independencia. Conflictos entre países conspiran contra nuestra unión; por eso pensamos no solo en esos conflictos, sino deseamos que mejoren cada vez más las relaciones entre Chile, Bolivia y Perú; deseamos que mejoren las relaciones entre Nicaragua y Costa Rica, y que no haya conflictos por cuestiones tan intrascendentes como la navegación por un río fronterizo; que no surjan nuevas querellas sin saber prevenirlas a tiempo.
Fue también importante el acuerdo de incluir el párrafo relacionado con la paz en Colombia. Importantísimo, otro logro de esta reunión.
Es lo que tengo que decir.
Nos veremos en La Habana. Como en ocasión de la visita del Papa Juan Pablo II, Cuba será de ustedes.
Pido perdón y les doy las gracias (Aplausos).