Déjenme hacer por Cuba lo que no puedo hacer por México
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Para llegar a su casa hay que recorrer de Norte a Sur la Ciudad de México, si uno se encuentra en las proximidades del centro histórico. Y atravesar la Avenida Insurgentes, a las ocho de la noche, en horario pico de embotellamiento vial, es toda una proeza que sólo se intenta si la persona que nos espera en el fin del mundo es Antonio del Conde, nada menos que El Cuate del exilio mexicano de los moncadistas.
El hombre que nos recibe nada tiene que ver con la imagen de patriarca que uno imagina en un señor que está por cumplir los 75 años edad, con el añadido de llevar sobre sí medio siglo de ajetreada historia que enlaza entrañablemente a México y a Cuba. Vive en un piso interior, emboscado de una estrechísima y empinada escalera, en una suerte de bazar que parece armado por un duende burlón que ha logrado armonizar la convivencia entre seis gatos, tres perros, varias palomas, un Cristo alado y decenas de calaveras floridas para el Día de los Muertos.
Tiene 11 hijos -un par de ellos no superan los 15 años de edad- y no disimula sus enormes ganas de vivir, su pasión por la aventura revolucionaria y su infinita admiración por Fidel.
Nos ha esperado en la entrada del callejón que conduce a su "rancho" y va corriendo junto al carro que nos transporta, hasta que nos da alcance en la puerta de su casa. Ni se le nota que ha corrido medio kilómetro, a buen paso, escoltado por su hijo Diego, que como para dar una nota todavía más extraña en el ambiente, llega vestido con un kimono oriental. De modo que la primera pregunta que le hacen los asombrados periodistas es que cuál es el pacto que ha hecho El Cuate con el diablo para conservar tan tremenda aptitud física.
"Nunca he tomado vino, nunca he fumado, hago ejercicios todos los días y practico el yoga. Y no tengo panza", y esto último lo dice mirando socarronamente al fotógrafo Juvenal, que anda pasado de libras.
"Mi comida es muy cuidadosa. Soy ovo-lácteo-vegetariano", ríe haciendo de sus ojos dos puntitos azules tras el grueso cristal de los espejuelos. Pero, por supuesto, no hemos venido hasta acá para hablar de sus costumbres domésticas. Su relación con Fidel y los demás moncadistas prácticamente se impone antes de ser nombrada.
"Todo lo tengo tan, tan en la memoria", y comienza una entrevista que duró más de dos horas, en la que participaron varios periodistas cubanos y de la que JR sólo extrae un fragmento para compartirlo, en primicia, con sus lectores.
EL DESCUBRIMIENTO.
"Yo tenía la misma edad de Fidel -29 años-, cuando lo conocí. Él entró en la armería que yo tenía en la calle Revillagigedo número 47, un negocio que heredé de mi papacito, quien la había establecido en 1931. Fidel llegó preguntando por acciones de mecanismos belgas. A mí me sorprendió que pidiera exactamente esas piezas de los fusiles, y entonces no le dije ni que sí, ni que no, sino que me repitiera la pregunta, y lo hizo exactamente igual. Yo tenía esos mecanismos a la vista del público, en la vitrina. Se trata de la parte mecánica de los fusiles: cerrojos con el depósito de los cartuchos y los llamadores. Pero, francamente, la solicitud me sorprendió y le pedí que pasara a mi privado.". Fidel había llegado con dos personas, pero entró solo al despacho de El Cuate. Se sentó y lo miró fijamente.
"Pensé: a lo mejor me dirá algo más, para qué quiere esas piezas. Le volví a decir: Señor, repítame usted su pregunta. Y volvió a decir lo mismo: ¿tiene usted acciones de mecanismos belgas? ¡Qué barbaridad! -me dije-: este señor sabe bien lo que quiere, no se ha equivocado ni una vez en lo que me ha pedido... No me conmovió, pero sí me sorprendió. Entonces le contesté: Mire, señor, yo no sé quién será usted, ni me interesa, pero si quiere yo lo ayudo.". El Cuate ve aquel encuentro tan claro, como si lo estuviera mirando ahora a través de las paredes de la casa. Ve entrar a la armería a Fidel de traje y corbata, impecablemente vestido.
"En ese tiempo era muy común vestirse así. Ahora no", y la máquina del tiempo vuelve a situarse en el hoy. "México ha cambiado tanto", y admite con cierta amargura que su vieja armería es hoy un comercio de artículos eléctricos que nada recuerda su antiguo porte, el esplendor de aquel día de 1955 en que el líder del Movimiento 26 de Julio le dijera sin medias tintas que quería adquirir armas.
"Le marqué mis condiciones de trabajo: yo era una persona conocida, establecida durante muchos años, me anunciaba en el periódico y tenía que tomar precauciones. A él le pareció correcto, y a los pocos días comenzamos a concertar citas en las esquinas más inimaginables de la ciudad." El Cuate recuerda que el Jefe de la Revolución cuidaba mucho que no se conociera la identidad de la persona que le suministraba una parte importante del armamento -otras muchas llegaron gracias a donaciones o compras fuera de ese país. Buscaba siempre rifles económicos y que le sirvieran, en principio, para el entrenamiento del pequeño ejército que estaba formando.
EL GRANMA.
El Granma vino después. Primero, tenían la idea de un avión.
"Fidel me preguntó mi opinión, y yo le dije que no me parecía conveniente. Luego apareció la posibilidad de comprar una lancha torpedera de las conocidas por PT. Se hicieron las gestiones, se firmó un contrato, pero los norteamericanos negaron la autorización y el Movimiento 26 de Julio perdió 10 000 dólares recaudados con enormes sacrificios.".
El Cuate había adquirido el Granma en un estado bastante deplorable, para utilizarlo en pesquerías a las que era adicto. Un día se le ocurrió invitar a Fidel a probar unas armas cerca del lugar donde fondeaba el yate.
"De regreso, le dije: ahorita vengo. Probablemente la diferencia entre el ahorita mexicano y el ahorita cubano, le hizo llegar hasta el Granma. El ahorita en México significa en este instante, pero en Cuba puede ser nunca. Fidel debió haber pensado que me le estaba escapando, y me siguió. Y cuando yo les estaba pagando a los trabajadores que me reparaban el barco, me di cuenta de que él estaba detrás de mí. Recuerdo que yo estaba en cuclillas, revisando algo. De pronto él me pregunta: ¿Y este barco?".
El Cuate no esperaba lo que vino después: "Si usted me arregla este barco, ahí me voy a Cuba." Se puso de pie, de un salto, sorprendido. No sólo no había imaginado que iba a ser seguido por aquellos parajes boscosos que rodeaban el lugar donde estaba fondeado el Granma, bastante avanzada la tarde, un domingo, sino que la pregunta en sí misma era una locura. De modo que le contestó: "Señor, ese barco no sirve. A duras penas estoy tratando de arreglarlo. Pero el motor está malo, le estoy cambiando la quilla, es un verdadero desastre", y Fidel, otra vez: "En ese barco me voy a Cuba.".
El Cuate se quedó callado. "Y la razón era muy sencilla: una orden de Fidel no se discute, porque cuando la da, es porque ya la pensó 20 veces.".
EMPUJÉ AL GRANMA.
"Yo no despedí al Granma en Tuxpan: yo lo empujé, acomodé a la gente, cargué los sacos de naranjas, acomodé las maletas de los compañeros en el baño, senté a la gente. Recuerdo que alguien dijo: Mira, ahí hay otro extranjero, vamos a ver dónde se sienta. Antes había hablado con las autoridades del puerto, que no querían darme el permiso para navegar porque había mal tiempo. Entonces les inventé un cuento de que andaba con unas personalidades muy importantes de México y unas amigas, y que íbamos a salir no más ahí alantito. Me autorizó bajo mi responsabilidad. Al despedirse de mí, Fidel me hizo una recomendación: no creas nunca si dicen que me han matado, porque ya lo hicieron muchas veces.".
¿Qué noticias tuvo de la llegada de los expedicionarios? Suspira profundamente. "Suspiro porque yo debí haberme ido en el Granma, pero 15 días antes de la salida Fidel me dijo que yo tenía que quedarme. Iba a ser más útil en México. En esas dos semanas tuve que trabajar con más ahínco. En el último momento me pidió que me fuera a la parte más oriental de mi país, y que esperara a que Frank País se botara a la calle... Ah, yo debí haberme ido. No se imaginan lo que sentí al ver que se habían ido Fidel, Chuchú y mi barco.".
EL HOMBRE QUE CADA DÍA CRECE MÁS.
"¿Por qué confió en mí? Creo que se dio cuenta de que yo obraba de buena fe. Juan Manuel Márquez, el segundo del Movimiento y a quien me presentó como su hermano, debió haber opinado favorablemente de mí. Además de que Chuchú (Jesús Reyes), el maquinista del Granma, garantizó con su vida mi honradez. Él era guagüero, un grandísimo compañero, fiel a Fidel y a la Revolución hasta morir.
"Cuando sigue usted a una persona, como seguí yo a Fidel, deposita toda su confianza en ella. Siempre he dicho que él convence hasta a las piedras. Yo soy un poco piedra, pero él me convenció fácilmente. Platicábamos mucho. Le voy a decir algo: cometí un error. Una de las tantas armas que salían de mi negocio, salió con mi nombre. Un idiota rifle. Eso sirvió para que me metieran preso. Luego de la salida del Granma, trabajé mucho. Me caí con un avión, me pescaron con otro barco y me volvieron a meter en la cárcel, esta vez por trasiego de armas y por llevar gente para Cuba. Me condenaron a cinco años, de modo que el triunfo de la Revolución me agarró tras las rejas. Sólo estuve ahí once meses gracias a Fidel. En mayo del 59, cuando fue a la ONU, al regreso paró en Houston e hizo las gestiones para que saliera de la cárcel.
"Recuerdo que la gente, en la cárcel, me decía: Él no se va a acordar de ti si triunfa. Y yo respondía: Ah, ustedes no conocen a Fidel. A él no se le olvida nada... Sí, tuve una suerte inmensa al poder colaborar con él, y no me pregunte por qué. Lo único que le platico es la historia verdadera. Yo estaba consciente de que él iba a dirigir algo grande. Tuve la poquita inteligencia de darme cuenta de quién era este hombre, de no ser un tonto. Un día le dije: Señor, yo no quiero que me dé comisión por mi trabajo de buscarle las armas. Déjeme usted hacer por Cuba lo que no puedo hacer por México.
"¿Qué vi en él? No se lo puedo explicar con palabras. No sé si me entiende si le digo que veo a una persona exageradamente honrada, con una memoria que los elefantes envidiarían, alguien que cada día crece más... Nada en mi vida hubiera tenido importancia si desde que lo vi, no hubiera creído en él. ¿Por qué? No le puedo explicar. En una ocasión le oí decir a doña Lina, la mamá de Fidel, cuando le preguntaron qué había hecho para lograr una personalidad tan especial en ese hijo suyo, y ella simplemente contestó: No le di nada, sólo pecho y piso, pecho y piso. Nació como cualquier otra persona..., pudo haber sido otro cualquiera, pero fue Fidel. Dígame, ¿usted logra entenderlo?".