El sabotaje al vapor La Coubre
Date:
Source:
Auteur:
Se cumplen 45 años de este acto de terror, que segó la vida de más de un centenar de cubanos, causó heridas a cientos de personas, daños materiales de consideración y privó al país de medios para su defensa. Es un hecho, cuyos detalles aún no están esclarecidos, se inserta en la política agresiva de los Estados Unidos contra Cuba.
La hostilidad del Gobierno norteamericano hacia la Revolución data desde antes de su triunfo el 1ro. de Enero de 1959. La Administración de turno hizo denodados esfuerzos para que se frustrara el proceso revolucionario. Aviones de la dictadura batistiana se abastecían de bombas y municiones en la ilegal Base Naval de Guantánamo, en 1958, aunque en apariencias y formalmente el Gobierno de ese país había planteado el cese de los suministros bélicos ante la presión generada por los crímenes y torturas del dictador, la Administración de entonces mantuvo el equipamiento por medio de las dictaduras de Leónidas Trujillo y Anastasio Somoza.
La Embajada norteamericana en La Habana participó activamente en la maniobra de golpe de Estado militar para sustituir a Batista, abortada por la acción decidida de las tropas rebeldes y el respaldo popular materializado en la huelga general.
Los Estados Unidos dirigieron sus acciones para evitar que el Ejército Rebelde, garante político, junto al pueblo de la Revolución, se armara y defendiera y en este sentido presionó a países para que no vendieran armas a Cuba, junto con otras medidas para organizar a la contrarrevolución con el empleo de batistianos, desplazados del poder y afectados por las leyes revolucionarias de profundo contenido y beneficio popular.
La elaboración y aprobación de la agresión generalizada contra Cuba estuvo precedida por meses de preparación. En agosto de 1959, el jefe del grupo paramilitar de la CIA asistió a una reunión para discutir la creación de una capacidad paramilitar para ser utilizada en situaciones de crisis en América Latina; en aquella época, ya Cuba era uno de varios objetivos, todos los cuales parecían igualmente explosivos.
El 13 de agosto de ese mismo año llegó a su fin, con un rotundo fracaso, la llamada conspiración trujillista fraguada en Miami y República Dominicana para invadir a Cuba por su región central, en cuya ejecución participaron oficiales de la CIA, el Gobierno de Trujillo, elementos batistianos contrarrevolucionarios cubanos y mercenarios de otras nacionalidades.
En septiembre un oficial de la División del Hemisferio Occidental (WH) de la CIA asumió la planificación de posibles acciones de la Agencia en distintos puntos de América Latina. Se hizo énfasis en Cuba, donde según ellos, el control comunista se estaba haciendo cada vez más evidente.¹ A finales de febrero y principios de marzo de 1960 se elevó la propuesta al Presidente para la toma de la decisión política, lo cual ocurrió el 17 de marzo.
El diario cubano de la época Prensa Libre divulgó el viernes 18 de septiembre de 1959, que Cuba y Gran Bretaña negociaban sobre la compra de aviones a propulsión en sustitución de los del tipo Sea Fury vendidos a la tiranía de Fulgencio Batista. En noviembre del propio año Estados Unidos presionó a ese Gobierno con el objetivo de impedir la venta a Cuba de quince aviones de combate. El 13 de ese mes el Gobierno Revolucionario publicó una nota en la que acusó al Gobierno norteamericano de maniobrar para impedir su comercio y la compra de los aviones y otras armas para la defensa.² El fin era claro: desarmar a Cuba para vencer a la Revolución.
Entre enero y febrero de 1960, el Director de la CIA informó sobre los planes al Grupo Especial de Planificación de la Agencia y el 14 de marzo se dedicó toda la reunión a la discusión del programa proyectado.
Una fábrica proveedora de armas en Bélgica recibió presiones norteamericanas para evitar que vendiera armas a Cuba; personalmente el cónsul norteamericano en ese país y un agregado militar de esa Embajada presionaron ante el Ministerio de Relaciones Exteriores para que no se honraran los contratos firmados, ni se entregaran esas armas.
A mediados de febrero, en el puerto belga de Amberes, el vapor La Coubre había cargado decenas de cajas de explosivos, granadas y municiones despachadas por vía férrea, debidamente custodiadas por la policía de Aduana, la gendarmería y el inspector especial del gobierno, Van Hoomisen. La carga había partido desde Bruselas por la firma Fielle, especializada en explosivos. Con anterioridad había cargado en Hamburgo, Bremen y Amberes 5 216 bultos de explosivos, entre estos 525 cajas de granadas y 938 cajas de municiones.
Su arribo a la capital de Cuba estaba previsto para el 2 de marzo y el regreso a Europa el 7 de abril con 340 toneladas de azúcar que serían embarcadas en el propio puerto. Ese mismo día 2 el periódico Revolución en su primera página denunció la agresión económica contra Cuba que preparaba entonces el Gobierno de turno en los Estados Unidos a la cual calificó como de segunda Enmienda Platt.³ El día siguiente el mismo diario publicó en español e inglés el texto íntegro del proyecto de ley del Congreso norteamericano que legalizaba el primer paquete de medidas económicas contra Cuba.(4) Meses más tarde, a fines de octubre, quedaban prohibidas todas las exportaciones de los Estados Unidos a Cuba, excepto medicamentos y algunos alimentos, y lo más insólito: ese país acusó a la Isla de agresión económica y comercial.
En ese contexto a las 3 y 15 del viernes 4 de marzo, una explosión estremeció la capital cubana en el lado Oeste de la bahía de La Habana: había sido el vapor francés La Coubre, cargado de municiones y explosivos. Una segunda explosión provocó más víctimas.
El día 5 de marzo al despedir el duelo de las víctimas de la explosión del barco, el Comandante en Jefe, entonces Primer Ministro del Gobierno Revolucionario, dejó bien esclarecido y demostrado que todas las pruebas realizadas para determinar las causas del siniestro indicaron sin lugar a dudas que había sido producto de un sabotaje, preparado fuera del país. Se descartó toda posibilidad de accidente, para poder determinar lo único explicable: que había sido un hecho intencional en el exterior y la firme convicción de que se había urdido en los Estados Unidos, país interesado en privar a Cuba de medios de defensa.
Este convencimiento está sustentado por sólidas razones que permiten aseverar que las autoridades norteamericanas tienen información que esclarecería este acto de terror y por determinados motivos no se ha desclasificado, ni revelado documentos que posibiliten conocer la verdad.
Entre los argumentos históricos hay algunos que apuntan directamente a una conexión norteamericana. Uno de los dos solitarios pasajeros en La Coubre, que era un barco de carga, era un periodista estadounidense llamado Donald Lee Chapman, quien para viajar a su natal Nebraska tomó, desechando otras posibilidades, un barco cargado de explosivos que lo dejaría solamente en Miami, una ciudad muy distante de su destino final. Además parte de la carga iba destinada a la Florida, donde incluso subiría a bordo una familia norteamericana en los puertos floridanos de Port Everglades y Miami.
En Cuba, varios estadounidenses fueron detenidos cuando tomaban fotos en el lugar del siniestro poco después de las explosiones, la Embajada de los Estados Unidos en La Habana fue informada e intercedió para su necesaria identificación y buzos norteamericanos, contratados por la naviera del vapor, trabajaron en el reflote de este en la rada habanera.
El 9 de marzo, solo cinco días después del acto de terror, se realizó la reunión constitutiva del grupo WH 4 dirigida por el coronel de la CIA, J.C. King, donde se estructuró la ejecución del Plan de Operaciones Encubiertas que sería firmado por el presidente Eisenhower el 17 de marzo. Todo el plan estaba en marcha cuando estalló La Coubre.
El mencionado King estaba en contacto en Miami con el cabecilla contrarrevolucionario Rolando Masferrer Rojas, quien conoció por un norteamericano ingeniero en minas la llegada de otros barcos a Cuba con armas y los puertos por donde desembarcarían. Esta entrevista se produjo entre el 28 de febrero y el 10 de marzo de 1960.
Todos estos hechos y situaciones en esos días demandaban un lógico y amplio intercambio de mensajes y correspondencia entre el Gobierno de los Estados Unidos y su Embajada en Cuba, sin embargo llama la atención que no se hayan desclasificado documentos sobre este hecho en el libro del Departamento de Estado, que compiló las comunicaciones entre la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, en ese período. Hay vacío en el tráfico entre el 18 de febrero y el 12 de marzo de 1960. No se han desclasificado documentos, aunque se ha solicitado, en ninguna de las agencias de los Estados Unidos, por simples que pudieran ser los comentarios.
Por estos y otros sólidos argumentos se sostiene que las autoridades norteamericanas por más de cuatro décadas han ocultado el conocimiento que tienen de este hecho, lo cual reafirma la hipótesis de su participación. ¿Cómo explicar a las autoridades de Francia y Bélgica que los Estados Unidos, en medio de su política hostil contra la Revolución, llegaron a concebir volar un barco cargado de explosivos donde murieron ciudadanos franceses y fueron dañados intereses belgas? ¿Cómo explicar a la opinión pública internacional, que un ciudadano norteamericano fue expuesto al peligro al enrolarlo en un barco cargado de explosivos, a su destino y que por azares de la vida escapó de la muerte minutos antes de estallar?
La demanda del pueblo cubano por conocer la realidad de este horrendo crimen se renueva cada día con la consigna de Patria o Muerte, que nació en el sepelio de las víctimas, para quedar para siempre en la voluntad de una nación amante y defensora de la paz, que rechaza la guerra, como rechaza el terrorismo y que aspira a construir un mundo mejor con todos y para el bien de todos.
Notas:
1 Informe del Inspector de la CIA, Lyman Kirkpatrick, CIHSE, MININT, La Habana, Cuba, p. 2 tomado de El Nuevo Herald de 2.3.98
2 Idem Ob. Cit. p. 165
3 Revolución, miércoles 2.3.60, No. 381, Año III, p. 1, La Habana, Cuba
4 Revolución, jueves 3.3.60, No. 382, Año III. p. 1, La Habana, Cuba