La entrevista legendaria
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“Visita al rebelde cubano en su refugio”, así tituló el influyente diario The New York Times en su edición del 24 de febrero de 1957 la primera parte de un reportaje que acaparó la atención mundial al mostrar a la sobreviviente guerrilla dirigida por el Comandante Fidel Castro en la Sierra Maestra. Fidel había encomendado a Faustino Pérez, expedicionario del Granma, que bajara de las montañas al llano y entre las primeras misiones a cumplir tratara de enviar un periodista, pero los directores de las principales publicaciones no lo aceptaron, temerosos a las represalias que ello les pudiera ocasionar. En los primeros días de febrero, sin embargo, se logró que el afamado reportero Hebert Matthews, llegara a Cuba...
El camino se abrió a los ojos de Felipe Guerra Matos como una soga enfangada y renegrida por el tinte rural de la noche manzanillera. Se lo conocía cual la palma de su mano y se anticipaba a los recovecos del terraplén en un reflejo condicionado por las múltiples subidas y bajadas. Su pisicorre Willy semejaba un mulo serrano de casco firme, domesticado para sortear en la penumbra, cada uno de los obstáculos que los aguaceros de los últimos días habían esculpido sobre el sendero rústico y angosto.
A su lado, en el asiento delantero, se acomodaba, como podía, el periodista norteamericano Herbert Matthews, quien, al parecer, trataba de escrutar, a través del parabrisas, el laberinto zigzagueante que lo conduciría hacia un lugar desconocido para él en la Sierra Maestra.
"Creo que no va a llover esta noche", dijo el chofer en voz alta ladeando un poco la cabeza hacia la derecha. Luego se dio cuenta de que el norteamericano sabía poco o nada de español. Tampoco recibió respuesta de René Rodríguez, Javier Pazos, Quique Escalona y Nardi Iglesias, apretujados en los asientos traseros.
Entonces, desde su escaso inglés trató de hilvanar en la mente alguna frase para granjearse la amistad con el reportero del The New York Times, quien venía precedido de una fama ganada como cazanoticias en distintos parajes del mundo en los que le había tocado participar como testigo de alguno de los acontecimientos más trascendentales del siglo.
El hombre, que ya frisaba los 60 años, había sido corresponsal de guerra en Abisinia en la década de los treinta y en España durante la cruenta Guerra Civil, que dio al traste con la República. Había publicado varios libros y había obtenido diversos premios, entre ellos, poco tiempo atrás, el "John Moors Cabot", que confiere la Escuela de Periodismo de la Universidad de Columbia.
Matthews era jefe de la plana editorial del The New York Times, y se distinguía en la elaboración de editoriales y reportajes especiales sobre América Latina. Con más de seis pies de estatura, delgado, casi enjuto, ligeramente encorvado de hombros, ojos claros y mirada penetrante, Herbert Matthews, desde su posición liberal, era considerado uno de los periodistas más prestigiosos e influyentes en los Estados Unidos.
Mister, how do you feel here?, iba a indagar Guerrita, pero el ¿cómo se siente aquí? le pareció muy cursi para formulársela a un personaje demasiado ducho en el arte de las preguntas y las respuestas.
A la salida de Yara, una patrulla apostada a un lado de la carretera los había detenido. Un guardia con cara de pocos amigos se acercó, y Guerrita sin bajarse del vehículo, le respondió antes de que el hombre de amarillo le preguntara:
—El señor, es un americano rico interesado en comprar la arrocera de Gómez, le dijo regodeándose en la palabra rico y en el apellido del burgués, altamente conocido en toda la zona.
La frase constituía más bien una redundancia para el patrullero, pues de acuerdo con lo reflejado en las películas y los periódicos de la época, todos los norteamericanos disponían de una buena fortuna. En cambio el soldado, quien bendecía las facilidades que le proporcionaba su traje amarillo para tomarse una cerveza sin pagar en cualquier bar de Manzanillo y sus alrededores, sabía que perturbar a un pudiente era funesto en sus aspiraciones de llegar aunque sea al grado de sargento, y entonces, como diría el poeta Amado Nervo, hizo un ademán de cortesía y cerrando los ojos los dejó pasar.
Para Guerra Matos, después del efectivo ardid, lo más importante ahora era conducirse lo mejor posible por el ondulado terraplén, donde el agua encharcada se retrataba de cuerpo entero en los reflectores del pisicorre, con fuerza y maña para trepar el lomerío.
—Are you cold?, le preguntó al americano cuando lo vio hacer un gesto del que siente en un instante escalofrío. Pero el hombre siguió absorto en la oscuridad y en el pensamiento. A cada rato absorbía la picadura desde el tubito de la pipa que no separaba de la boca; luego expiraba el humo en bolitas casi perfectas que se escapaban livianas por ambos lados de los hombros.
Para llegar hasta Matthews sus compañeros del Movimiento 26 de Julio tuvieron que transitar inteligentemente un arriesgado camino. La idea surgió del Comandante en Jefe Fidel Castro, quien con 82 hombres había desembarcado un par de meses antes (2 de diciembre de 1956) por Playa Las Coloradas en la costa norte de la provincia de Oriente.
Tras ser sorprendidos por el Ejército batistiano en el lugar conocido por Alegría de Pío, los jóvenes rebeldes se desperdigaron por distintos lugares de la zona. Unos fueron capturados o asesinados por las huestes sangrientas del esbirro presidente Fulgencio Batista; otros, pudieron burlar el cerco y solamente siete lograron reencontrarse en el lugar conocido como Cinco Palmas, donde Fidel, con unos pocos fusiles, removió el año 1956 con la frase más optimista del siglo XX: "¡Ahora sí ganamos la guerra!".
Sin embargo, en la prensa cubana apareció la noticia de que Fidel estaba muerto y la guerrilla aniquilada. Y después, una censura total en todo lo que oliera a rebeldía.
Mientras trepaba hacia la montaña, Guerrita evocó aquel suceso:
"Entre el 9 y el 11 de febrero de 1957, perdimos el contacto con la Sierra hasta la mañana en que llegó a la tienda de Rafael Sierra el compañero Radamés Reyes, telegrafista del cuartel y aliado al movimiento 26 de Julio. Traía la amarga noticia de que Fidel y todo el grupo habían sido eliminados en una emboscada en Los Altos de Espinosa.
"Rafael Sierra me lo informó e inmediatamente le transmití a Celia aquella desgarrante información. Ella con mucho optimismo dijo: ‘No lo creo, pues ya lo hubieran publicado en la prensa. Hay que confirmarlo, pero estoy segura de que está vivo’."
¡fidel está vivo!
"Al día siguiente llegó Miguelito, un hijo de Epifanio, al molino arrocero y me contó lo que había sucedido. Ellos se habían escapado por un farallón junto a Luis Crespo. Y estaba seguro de que Fidel y otra parte del grupo también habían evadido el cerco enemigo. Me dijo que Crespo, expedicionario del Granma, quería hacer contacto con nosotros.
"Celia me ordenó que fuera a su encuentro. Crespo mostró seguridad de que Fidel estaba vivo, pues había visto cómo el Comandante y su escuadra se habían escapado también por un farallón.
"Le propuse a Crespo que lo más conveniente era que él abandonara la Sierra, y me contestó tajantemente: ‘Mientras quede un fusil aquí la lucha no ha terminado’. Sentí una gran admiración por la actitud de aquel guajiro semianalfabeto, quien en medio de la desesperación, mostraba los valores y la calidad humana de los expedicionarios del Granma.
"Al otro día Miguelito regresó de nuevo a Manzanillo con la confirmación de que Fidel estaba vivo y había mandado un mensajero, el cual esperaba en la finca de Epifanio a que fuéramos a recogerlo, pues traía la orden de entrevistarse con Celia. Fui a buscarlo y al regreso me encontré a la entrada de Manzanillo con un guardia rural que me pidió botella. Paré y lo monté junto al mensajero. Entré a la ciudad protegido por un guardia enemigo y festejando la vida de Fidel."
Mas, la dictadura de Batista se aferraba a la noticia de que Fidel y sus hombres habían sido exterminados. Fue por ello que el Comandante en Jefe pidió un reportero para que la noticia se publicara, pero los directivos de la prensa nacional tenían miedo a las represalias y por eso era necesario buscar un periodista de un medio influyente.
Matthews había recibido la comunicación de labios de la señora Ruby Hart Phillips, corresponsal del The New York Times en La Habana, de que embarcara lo más urgente para Cuba ya que tenía un notición para él. El lunes 4 de febrero, la señora Phillips había sido convocada para la oficina de Felipe Pazos, en el edificio Bacardí, en la calle Monserrate. Allí se encontraban además su hijo Javier, Faustino Pérez y René Rodríguez, quienes le explicaron a la reportera el interés de Fidel de recibir un periodista en pleno corazón de la Sierra Maestra.
Como era de esperar Phillips se brindó de inmediato, mas la persuadieron de que no debía ser ella, ya que las condiciones del viaje y el ascenso a la montaña eran muy difíciles para una mujer, que era, además, la corresponsal permanente en el país e iba a recibir posteriormente una fuerte represalia del régimen de Batista.
En la conversación telefónica entre Phillips y Matthews no se hilvanaron muchos detalles, pero un sabueso como él, solo necesitaba que el viento le trajera un ligero olor para saber que le habían puesto entre los ojos, las orejas y el olfato una importante pieza.
Cinco días después Matthews, acompañado de su esposa Nancie, tocaba tierra cubana. Y a las diez de la noche del 15 de febrero, fue recogido en el hotel Sevilla junto a su cónyuge, y emprendió rumbo al oriente del país, llevado por Faustino Pérez quien desde el primer momento trabajó afanosamente por cumplir la misión que le encomendó Fidel.
Faustino acompañó al destacado periodista hasta Manzanillo. Guerrita vio por primera vez al periodista en esa ciudad, en casa de Pedro Eduardo Saumell, y le pareció un hombre con demasiados años para sortear los vericuetos de la Sierra. A juzgar por la cachimba y la gorrita, le semejó más un detective privado al estilo de Sherlock Holmes que un reportero con vigor y juventud para escalar, por ejemplo, la loma de la Derecha de Caracas, majestuoso farallón, vestido con el verde follaje serrano.
Matthews y Nancie exhibían en sus rostros la fatiga de un largo viaje sin apenas dormir, por toda la Carretera Central. Solamente se habían detenido en Camagüey para desayunar. Luego continuaron rumbo hacia Bayamo y entraron en el tramo más difícil, custodiado por varias patrullas del ejército. Sus visibles rasgos de turistas extranjeros les permitieron arribar a Manzanillo sin muchos contratiempos acompañados por Faustino Pérez, Javier Pazos y Lilia Mesa.
Mientras el yipi roncaba más gordo en la medida en que el ascenso y el agua estancada reclamaban al chofer conectar la doble fuerza, Guerrita miraba de soslayo al norteamericano, que había dejado a su esposa en casa del anfitrión Saumell, en Manzanillo. Él ponía toda su concentración en el timón, los cambios y los frenos. A pesar de los saltanejos del camino, evitaba por todos los medios los brincos y los frenazos desordenados. No obstante, de vez en cuanto el yipi daba un salto desorbitado como un caballo herido por la espuela de un jinete afanoso. Cada vez que esto sucedía miraba hacia el rostro del americano buscando algún gesto de contrariedad, mas el hombre aceptaba sin alardes las piruetas que el trillo enlodado le exigían al vehículo.
Este era su tercer viaje en el mismo día a la finca de Epifanio Díaz, guajiro de amistad franca y uno de los primeros colaboradores de Fidel y su guerrilla después del desembarco.
FAUSTINO LO LLEVÓ A MANZANILLO Y ALMEIDA FUE EL PRIMERO EN RECIBIRLO EN LA SIERRA
La casa del viejo Epifanio se erguía solidaria en el lugar conocido por Los Chorros, al sur del Purial de Jibacoa, en la vertiente norte de la Sierra Maestra. Cubierta de potreros de hierba de Guinea y cañadas boscosas, la finca carecía de grandes elevaciones que posibilitaran el mejor resguardo de la guerrilla, aunque por el lugar en que se encontraba, casi en el llano, facilitaba el mejor acceso de cualquier vehículo automotor o el desplazamiento de una persona no ducha a caminar por los abruptos pasajes montaraces.
Fidel, conocedor de la lealtad colaboradora de Epifanio y la de sus dos hijos, Enrique y Miguel, decidió esperar en ese sitio al periodista norteamericano y efectuar simultáneamente su primera gran reunión con los principales dirigentes del llano oriental.
Hijo de campesinos, y campesino él también, Guerrita podía identificar las horas con solo mirar los astros. Por eso tan pronto vio la luna encaramada en el centro del firmamento, supo que el domingo 17 de febrero de 1957 estaba a punto de fenecer.
Fue entonces, cuando detuvo la marcha y dictaminó que había que continuar a pie. Matthews se bajó gustoso y emprendió junto al grupo el ascenso por entre los trillos, la oscuridad y el chirrido del grillo insomne. Guerra Matos, mayor conocedor de los vericuetos, marchaba delante mientras el periodista se orientaba por sus pasos sin soltar la cachimba ni la añoranza por llegar.
De pronto apareció ante ellos el arroyo Tío Lucas, que serpenteaba escurridizo por entre los árboles de la Maestra. Para llegar hasta el campamento había que cruzar inevitablemente el riachuelo de aguas frías y correntonas. René se lo hizo saber al reportero de The New York Times y este respondió con un gesto animoso.
Matthews entró brioso, pero en medio del espejo tembloroso del río, perdió el equilibrio y cayó aparatosamente entre las aguas de bajo fondo. "¡Se jodió el americano!", gritó Guerrita. Mas, pese al sorpresivo resbalón, el periodista levantó con ligereza el pequeño bolso que traía en las manos sin soltar la cachimba de la boca. Guerrita le tendió la diestra de auxilio y el norteamericano se incorporó con ciertos bríos juveniles.
El arroyo de la sierra, que a Martí complacía más que el mar, se comporta como un perro hambriento que lame y lame las piedras del fondo hasta dejarlas pulidas y resbaladizas. Los zapatos de Matthews, al parecer, no tuvieron en cuenta este postulado fluvial de la serranía, y el periodista se deslizó sobre el manto frío y resbaloso, como un clásico pelotero en pos de una almohadilla.
Sin embargo, no perdió ni el porte ni la entereza, y con un gesto gallardo instó a continuar el sendero hacia el campamento, que sin él saberlo, quedaba ya a escasos minutos.
El primero en recibirlo fue el expedicionario Juan Almeida Bosque, quien le explicó que el Comandante en Jefe se encontraba en ese momento en su Estado Mayor y que vendría al amanecer. Matthews simpatizó de primera ojeada con este hombre que apoyaba sus palabras en la traducción de Pazos, y le hizo saber, además, al recién llegado que la tropa disponía de varios campamentos.
La conversación se prolongó por varios minutos, a la que se incorporaron el combatiente Ciro Frías y otros guerrilleros. Almeida le pidió a Matthews que descansara un poco bajo una cobija de yagua. El norteamericano accedió a la amabilidad, mientras sacó del bolsillo unos fósforos, salvados del chapuzón madrugador, y le prendió fuego a la picadura, guarecida en el redondel de la pipa inmutable.
Celia Sánchez, recordaba:
Aquella noche salimos a caminar para ver si encontrábamos una casita que se veía por el día. Íbamos Fidel, Armando, Frank, Vilma y yo; y Luis Crespo que siempre andaba perdido, y quiso ir de guía. Nunca hallamos la casita; caminamos tanto de noche que no supimos volver al campamento; nos acostamos en el campo raso. Esa madrugada llegó Matthews. Cuando Universo llegó con la noticia, se le comunicó que dijera que Fidel estaba en otro campamento, que lo esperara allí. Almeida, el Che y Raúl quedaron con el visitante.
Con los primeros rayos del sol llegó al campamento el grupo encabezado por Fidel. Vilma Espín, prestigiosa combatiente de la clandestinidad en Santiago de Cuba y quien había sido llevada horas antes por Guerrita hasta el campamento, y Javier Pazos servirían de traductores, aunque Fidel tenía buen dominio del idioma inglés.
Raúl se adelantó al grupo y le dio la mano al periodista al tiempo que anunciaba la llegada del máximo líder. En su diario de campaña, el entonces capitán Raúl Castro narró el hecho de la siguiente manera:
Llegamos allí y abracé al "Flaco" (René Rodríguez) que en realidad había cumplido lo que ofreciera. Le di la mano al periodista y recordando mi rudimentario inglés escolar le dije: How are you? No entendí lo que me contestó y seguidamente llegó F (Fidel) quien después de saludarlo se sentó con él en la chabola y empezó la entrevista periodística, que seguramente se constituirá en un "palo"(...) Mientras ellos seguían en la entrevista, el oficial de guardia Almeida triplicó la vigilancia, tomando todas las medidas de seguridad que estuvieran a nuestro alcance dentro de aquel cayito de manigua, que más bien era una ratonera. Desgraciadamente esta es una zona completamente desmontada y fue un atrevimiento nuestro separarnos tanto de nuestros queridos bosques. Si aquí nos sorprendieran por efecto de un chivatazo, el 26 de Julio sufriría un colapso, pues por muy bien que saliéramos corríamos el riesgo de perder algunas de nuestras valiosas cabezas.
MATTHEWS SE IMPRESIONÓ CON FIDEL
Guerra Matos, por su parte, lo describió así:
"Vi llegar a Fidel y saludar al periodista y sentí una satisfacción muy grande, mas no la exterioricé. Había aportado un granito de arena en este encuentro muy esperado por nuestro jefe máximo y el cual revestía una gran importancia para dar a conocer al mundo la noticia de que Fidel estaba vivo y la guerrilla en pie de lucha. En todo el trayecto me esmeré en que el norteamericano se sintiera lo más cómodo y seguro, pues un arrepentimiento de este a última hora, marcaría mi vida para siempre.
"Cuando resbaló en medio del arroyo se me pusieron los pelos de punta, aunque me fue imposible evitarlo. Pero el periodista venía tan decidido como nosotros a llegar hasta el campamento y ni un bombardeo nos iba a detener. Observé entusiasmo en Fidel mientras caminaba hacia donde estaba Matthews, y ese regocijo lo trasladé también para mi corazón."
Fidel saludó a Matthews cortés y sencillo. Con suma naturalidad se sentó frente al reportero de The New York Times y comenzó el diálogo de preguntas y respuestas. Matthews, como periodista experimentado, ya había indagado en su estancia en La Habana sobre la situación existente en Cuba, la represión a que estaba sometido el pueblo, y conocía, además, muchos rasgos personales de Fidel y algunos datos de su historia revolucionaria estudiantil y su participación como líder del asalto al cuartel Moncada, de Santiago de Cuba.
No obstante le impresionó la juventud de Fidel, pero en la medida en que lo iba oyendo, sacó la sabia conclusión de que el jefe guerrillero era un hombre invencible.
Fidel le habló de toda la odisea del desembarco, en el que fueron capturados y asesinados muchos expedicionarios, mas la tropa pudo reagruparse, consolidarse e infligirle en los dos meses que llevaban alzados varias derrotas al Ejército de Batista.
Ya llevamos setenta y nueve días de lucha —expresó Fidel —y somos más fuertes que nunca. Los soldados están peleando mal. Su moral es baja y la nuestra no puede estar más alta. Les hemos causado muchas bajas, pero cuando les hacemos prisioneros nunca los fusilamos. Los interrogamos, los tratamos bien, nos quedamos con sus armas y equipos, y los dejamos en libertad.
Y más adelante agregó:
El pueblo cubano escucha por la radio todo lo relacionado con Argelia, pero no oye ni lee una sola palabra acerca de nosotros, gracias a la censura. Usted será el primero en hablarle de nosotros. Tenemos seguidores en toda la isla. Los mejores elementos, especialmente los jóvenes, están con nosotros. El pueblo cubano es capaz de soportar cualquier cosa menos la opresión.
Fidel señaló al periodista que la dictadura estaba utilizando contra el pueblo armas suministradas por los Estados Unidos y añadió:
Batista tiene tres mil hombres sobre las armas contra nosotros. Yo no te diré cuántos somos, por razones obvias. El ejército opera en columnas de 200 hombres. Nosotros en grupo de diez a cuarenta. Es una batalla contra el tiempo, y el tiempo está a nuestro favor.
Mientras se suscitaba la plática, René Rodríguez con una camarita de cajón que había traído de Manzanillo se graduaba de corresponsal de guerra. Con sumo afán encuadraba en el lente al entrevistado y el entrevistador y apretaba el obturador, mientras Matthews, con trazos ágiles y poco legibles, iba tomando notas en una libreta de color negro.
Frank País, el gran líder clandestino, algo alejado, aprovechaba el tiempo en darle mantenimiento a las armas de los rebeldes, acción que se marcaría para siempre en la pupila escrutadora del Che Guevara, quien escribió posteriormente en su diario:
No presencié la entrevista, pero según los cuentos de Fidel el hombre se mostró amigable y no hizo preguntas capciosas. Hizo a Fidel la pregunta de que si era antimperialista, contestando él que si lo era, en el sentido de ambicionar despojar a su patria de las cadenas económicas, pero no en el odio a los EE.UU., y su pueblo. Fidel se quejó de la ayuda militar prestada a Batista, haciéndole ver lo ridículo (que era) pretender que esas armas eran para la defensa del continente cuando no podían acabar con un grupo de Rebeldes en la Sierra Maestra.
El diálogo Fidel-Matthews estuvo matizado también por el ingenio del cubano, donde el humor y la originalidad aparecían en los momentos más trascendentales y de mayor tensión. La tropa rebelde trataba por todos los medios de impresionar al periodista, sin caer en alardes ni mentiras que pudieran poner en tela de juicio la veracidad y la real existencia y fuerza de la guerrilla.
Por eso Fidel orientó desde un inicio mantener un aire marcial ante el reportero norteamericano y provocar una imagen de grupo que aparentara más hombres de los que realmente eran. Mientras se efectuaba la conversación los rebeldes entraban y salían constantemente del campamento, lo que hacía denotar una acumulación mayor de personas. Con ello se correspondía la insinuación de Almeida sobre la existencia de varios campamentos en el entorno.
Algunos guerrilleros, como Manuel Fajardo, pasaban frente a Matthews sin darle la espalda, evitando así que el reportero observara su camisa totalmente raída en ese lugar. Otro instante ingenioso lo provocó el entonces capitán Raúl Castro Ruz, cuando tras la llegada del combatiente Luis Crespo, le informó a Fidel:
—¡Comandante, ha llegado el enlace de la columna 2!
Ante la ocurrencia de Raúl, Fidel respondió:
—Dígale que espere a que yo termine con el periodista.
Casi tres horas duró la famosa entrevista. Matthews visiblemente satisfecho le solicitó a Fidel que le firmara la libreta de notas para darle una mayor autenticidad a los datos obtenidos. Fidel accedió a la petición y agregó además la fecha del histórico día.
Desde cierta distancia Guerra Matos observó feliz la despedida del jefe guerrillero y el periodista. Le tocaba ahora una misión aún más compleja: debía regresar con Matthews hasta Manzanillo a pleno día. Javier Pazos lo volverá a acompañar en el retorno, a lo que se sumará el joven campesino Reynerio Márquez, quien los conducirá hasta la casa de una hija de Epifanio, junto al camino del Jíbaro.
DE NUEVO LOS INTERCEPTA UNA PATRULLA DEL EJÉRCITO
Evoca Guerrita:
"Después que se realizó la entrevista nos mandaron a pasar para saludar a Fidel. El Comandante en Jefe se interesó en cómo había sido el viaje del periodista, por qué camino lo había llevado, qué medidas de precaución había tomado y me insistió en que tenía que aumentar la cautela en el regreso con vistas a que no le fuera a pasar nada al reportero.
"Le recordé a Fidel que lo había conocido 10 años atrás, cuando los sucesos de la campana de La Demajagua."
Revela Guerrita que el Fidel de la Sierra Maestra era el mismo hombre convencido y convincente, pero más inspirado aún. Gesticulaba y ponía un optimismo en cada una de sus palabras que eran capaces de animar a la persona más desalentada.
"Salí para Cayo Espino a la finca de mi papá para buscar el carro donde lo tenía guardado. Volví y recogí al americano en la casa de Epifanio Díaz y a la una de la tarde ya estábamos en Cayo Espino.
"‘Sírvale el almuerzo al periodista y que se tenga que chupar los dedos. El americano tiene que salir de aquí con la barriga llena y el corazón contento’, le dijo Guerrita en tono jocoso a su mamá y a su papá, guajiros admiradores y colaboradores de las fuerzas del 26 de Julio."
Mientras la familia de Guerra Matos se extremaba en servir una comida a la criolla que satisficiera a su antojo al visitante, el reportero sólo masticó un pedacito de pollo y para sorpresa de todos, con la mayor cortesía del mundo, en cinco palabras varió por completo el itinerario:
—Please, take me to Manzanillo. (Por favor, condúzcame a Manzanillo).
Guerrita no comprendió en ese instante que el cerebro del periodista estaba muy distante de su estómago, y su mayor hambre estaba concentrada en la noticia que archivaba en su cabeza y en los papeles que guardaba celosamente en los bolsillos de la camisa.
Una patrulla del ejército los volvió a interceptar en la carretera, mas Guerrita se las agenció de nuevo para desinformarlos. Alrededor de las 5:00 de la tarde llegaron a la casa de Saumell, donde su esposa Nancie lo esperaba sentada en la sala.
Desde el umbral, con palabras escuetas, Matthews le propuso a Nancie partir de inmediato para Santiago de Cuba. Se montaron presurosos en un auto que los conduciría a la capital del oriente cubano. De Santiago volaron, esa noche, en un avión hacia La Habana y al día siguiente la pareja de norteamericanos partió por vía aérea hacia New York.
Al montar en el avión, Nancie parecía más gruesa que a su llegada. ¿Habría abandonado su dieta rigurosa, inspirada por la atrayente comida cubana? Nada más lejos de esta visión culinaria. La astuta mujer se había colocado bajo su faja los papeles con todas las notas que Matthews había recogido en su histórica entrevista con Fidel. Burlaban, así con mesurada artimaña, a los inspectores de aduana y a la red de los feroces miembros del Sistema de Inteligencia Militar de Batista.
Guerrita, por su parte, continuó con sus funciones, ora como mensajero ora en el traslado de combatientes hacia la Sierra. El propio día en que Matthews abandonó Manzanillo, él se encargó de llevar hacia la finca de Epifanio Díaz a tres expedicionarios del Granma, dispersos durante el desembarco.
Los días posteriores a la partida del periodista hacia los Estados Unidos, Guerrita examinaba diariamente los periódicos en espera de que apareciera una nota escrita por Matthews. Y el domingo 24 de febrero de 1957 observó en la primera plana de El Diario de la Marina, el impactante título:
El impacto de aquella entrevista fue impresionante
¡Fidel está vivo!
Y más abajo, el siguiente sumario:
Lo entrevistó Matthews, de The New York Times, en la Sierra.
"Rebelde cubano es visitado en su escondite", leyó después en el cintillo central. Luego observó la foto del jefe guerrillero con un fusil de mirilla telescópica y la copia fotostática del autógrafo que Fidel había firmado en la agenda del periodista.
Guerrita se sentó al timón de su yipi y comenzó a leer con minuciosidad, el reporte escrito por Matthews en el The New York Times, el cual El Diario de la Marina lo había reinsertado en sus páginas.
Matthews comenzaba su reportaje con esta aseveración:
"Fidel Castro, el jefe de la juventud cubana, está vivo y peleando duro y exitosamente en los inhóspitos y casi impenetrables montes de la Sierra Maestra, al extremo sur de la isla.
"El presidente Fulgencio Batista mantiene a la flor y nata de su ejército en esa región, pero los militares están llevando a cabo una batalla hasta el momento perdida para destruir al enemigo más peligroso, al que el general Batista ha tenido que hacer frente en su larga y azarosa carrera como líder y dictador cubano.
"Esta es la primera noticia segura de que Fidel Castro está todavía vivo y todavía en Cuba. Nadie relacionado con el mundo exterior, y mucho menos con la prensa, ha visto al señor Castro, excepto este periodista. Nadie en La Habana, incluso en la Embajada de Estados Unidos, con todos sus recursos para la recopilación de información, sabrá hasta que se publique este informe que Fidel Castro está realmente en la Sierra Maestra."
Matthews no ocultó en este escrito su repugnancia por el régimen de Fulgencio Batista, y categóricamente expresó: "Fidel Castro y su movimiento 26 de Julio constituyen el símbolo inflamado de la oposición al régimen." Más adelante argumentó: "Para facilitar mi acceso a la Sierra Maestra y mi reunión con Fidel Castro, decenas de hombres y mujeres en La Habana y la provincia de Oriente corrieron un riesgo verdaderamente terrible."
Guerrita se sintió aludido por aquel hombre de la gorrita y la pipa, quien en ningún momento aparentó saber el gran peligro que ellos corrían con trasladarlo hacia el encuentro con Fidel. Fue por ello que cuando releyó la línea: "un riesgo verdaderamente terrible", aumentó su admiración por el veterano periodista.
Continuó la lectura y se encontró con que Matthews ofrecía a continuación un bosquejo biográfico de Fidel desde el asalto al cuartel Moncada hasta la expedición del Granma. Luego se refirió a las versiones que existían en torno a la presunta muerte de Fidel, lo cual desmentía categóricamente. Acto seguido informó sobre su conversación con Fidel, y concluyó con una rápida referencia a su salida hacia New York.
Los días posteriores Guerrita se volvió a deleitar con otros dos artículos salidos de la pluma de Matthews en los que evaluaba la situación actual de Cuba.
Al Gobierno de Batista no le había quedado más remedio que levantar la censura de prensa. Al parecer lo había reconsiderado a raíz de la aparición de los artículos de Matthews, pues estos podrían ser aprovechados por la prensa internacional para formar un escándalo de proporciones incalculables y poner en ridículo a su régimen.
Fue por ello que los principales órganos de prensa de Cuba reprodujeron los artículos de Matthews, al tiempo que el ministro de Defensa, Santiago Verdeja, emitía unas declaraciones en las cuales definía las noticias de Matthews como los capítulos de una novela fantástica. "El señor Matthews, recalcaba, no se ha entrevistado con el referido insurgente." El vocero gubernamental impugnaba la autenticidad de la foto de Fidel, y fundamentaba la duda con estas palabras. "Parece ingenuo que habiendo tenido la oportunidad de penetrar en aquellas montañas y haber sostenido la entrevista, no se hubiera retratado con él para confirmar sus dichos."
Guerrita sabía que René le había tomado varias fotos a Matthews y a Fidel mientras conversaban en plena Sierra Maestra. A lo mejor, pensó, los negativos se le echaron a perder, o no tenían la suficiente calidad para hacerse visibles desde las páginas de un periódico. Se acordó de que Frank había subido también con una cámara fotográfica, pero no recordó haberlo visto tirando fotografías.
El régimen batistiano trataba por todos los medios de negar la veracidad de la entrevista de Matthews con Fidel, la cual se regaba como pólvora por toda la Isla. A las declaraciones de Verdeja se sumó la del jefe militar de Oriente, Martín Díaz Tamayo, quien declaró a la prensa cubana: "Es totalmente imposible cruzar las líneas donde haya tropas. La entrevista es un cuento."
El 28 de febrero, como un cuchillo en la garganta de los sicarios de Batista, El Diario de la Marina, tomado de The New York Times, abría en su primera página la esperada foto en la que aparecían Matthews y Fidel mientras realizaban el histórico diálogo. La instantánea, que con la velocidad de la luz recorrió el mundo, mostraba en su extremo izquierdo al reportero mientras tomaba notas. A la derecha, de perfil, el Comandante en Jefe Fidel Castro, con su gorra verdeolivo y su barba guerrillera, prendía un tabaco cubano cuya llama llenaba de claridad las pupilas esperanzadas de las capas más humildes del pueblo.
Guerrita Matos se quitó sus espejuelos y los frotó con una esquina de la camisa. Luego se los volvió a poner para apreciar con mayor nitidez la foto tomada por su compañero René Rodríguez. Entonces esbozó una ligera sonrisa, arrancó el pisicorre y partió presuroso hacia la Sierra Maestra.