Fidel defiende a los carpinteros deudores
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El doctor Fidel Castro Ruz, con bufete abierto en la calle Tejadillo 57, resolvió antes del Moncada un problema a favor de deudores pobres cuando representaba, como abogado, a una rica empresa acreedora.
Fidel acababa de graduarse de doctor en Derecho, y en septiembre de 1950 les propuso a dos de sus compañeros de carrera universitaria, Jorge Azpiazo y Rafael Resende, abrir juntos un bufete. La mayoría de las oficinas de abogados, así como comerciales, se encontraban ubicadas en La Habana Vieja. Ese era el centro de la actividad económica del país, y los jóvenes abogados montaron su bufete en el edificio Rosario, sito en Tejadillo 57. El precio del alquiler de aquel espacio era de 60 pesos mensuales y debían entregar, además, una mensualidad por adelantado. Entre los tres reunieron 80 pesos que entregaron a José Álvarez, propietario del inmueble, comprometiéndose con él a pagar el resto en corto tiempo. Pudieron alquilar el local, sin muebles. El bufete se abriría de todos modos por voluntad de Fidel. Con el mismo propietario consiguió prestados una silla y un buró, luego compraron a plazos, una máquina de escribir.
Hace unos años Celia Sánchez Manduley me invitó a visitar el apartamento 206 de Tejadillo 57; me acompañó el doctor Azpiazo, y esa mañana apunté unas notas sobre los objetos que había en aquella oficina.
Azpiazo describe:
El bufete tiene los muebles de la época en que fue montado. Aquí está el mismo buró de Fidel, un armario para libros, una máquina de escribir, un librero pequeño, un sofá con asientos de pajilla, dos butacas, otra butaca de madera para la mesa de la máquina de escribir, una lámpara de luz fría, un busto de José Martí, algunos libros y una caja repleta de sobres para cartas con un texto impreso que dice: Bufete Azpiazo-Castro-Resende. Asuntos Civiles, Criminales y Sociales. Tejadillo 57-59, apartamento 303. La Habana.
Tomé un sobre para reproducirlo y guardarlo como recuerdo. Pregunté al doctor Azpiazo qué otras cosas había antes en este lugar. Me contestó:
–Los cuadros, uno de Martí; como todo el mundo sabe Fidel fue siempre un martiano. También un cuadro de Maceo y otro de Ignacio Agramonte. (…)
Entonces me relató lo sucedido con uno de sus clientes, Gancedo s.a., quien tenía numerosas cuentas atrasadas que sus abogados tendríamos que cobrarles a esas personas morosas. Cuando las cobráramos saldaríamos el crédito por las tablas para los muebles de Tejadillo y cobraríamos también nuestros honorarios.
El mismo Fidel dirigió la estrategia del cobro:
«Envió una comunicación de apremio a cada deudor (carpintero) para que se personara en el bufete. Los deudores de Gancedo s.a. fueron presentándose. En la entrevista con el doctor Fidel Castro los carpinteros le exponían que no habían podido saldar la cuenta porque a ellos también les debían dinero los clientes para quienes habían realizado trabajos de carpintería con la madera comprada a crédito».
El abogado Fidel Castro, sabiendo que se trataba de hombres muy pobres, les decía a los carpinteros que no se preocuparan, que su cliente Maderera Gancedo s.a. no tenía apuros económicos y que el bufete se comprometía a cobrarles a las personas que les adeudaban a ellos, para lo cual pidió a los carpinteros las direcciones de esas personas que les debían.
Inmediatamente el bufete se puso en función de representante de los carpinteros e instó a los deudores de estos a que saldaran las cuentas pendientes en el bufete de Tejadillo y no en la maderera, pues el bufete representaba a Gancedo. Cada vez que pagaban un adeudo, Fidel llamaba al carpintero que le correspondía para informárselo, este se presentaba en el bufete de Tejadillo y lógicamente le decía al abogado Fidel Castro que entregara ese dinero cobrado a su cliente Gancedo s.a. para ir liquidando la cuenta con la maderera, pero Fidel lo orientaba que no lo hiciera, ya que Gancedo no necesitaba esos 20 o 30 pesos, y le entregaba en sus manos al carpintero aquel dinero cobrado.
Nos contó Azpiazo que en una ocasión él acompañó a Fidel a la casa de uno de los carpinteros deudores; era por la calle Porvenir, en Lawton.
«Cuando llegamos –refiere Azpiazo– el hombre no se encontraba, nos recibió su mujer. Había una miseria terrible en aquella casa. La señora del carpintero estaba embarazada y tenía una niña pequeña. La mujer nos invitó a que esperáramos a su esposo, nos brindó amablemente una taza de café a cada uno en medio de esa pobreza enorme. Se dirigió a la cocinita para colar aquel café y en ese momento Fidel me pidió cinco pesos prestados, se los di y él los puso debajo de un plato que había sobre la mesa. Nos tomamos el café y Fidel decidió no esperar al carpintero. Le dijo a la mujer que informara a su esposo que no tenía que preocuparse por lo que debía pagarle a la Maderera Gancedo, y que cuando él tuviera tiempo fuera a verlo al bufete de Tejadillo. Que si no tenía madera para trabajar no podría pagar la deuda». (…)
En 1950 Rubén López tenía una pequeña carpintería en los bajos del edificio de 18 y 23, en el barrio del Vedado, y con él trabajaba de ayudante César Fonseca, pintor. Una de las hermanas de Fidel, Lidia Castro Argote, vivía cerca de allí, y no muy lejos, vivía Fidel, aunque no lo conocía, y un día los tres abogados del bufete de Tejadillo llegaron a su tallercito de carpintería.
«Fui presentado a Fidel, quien vestía de traje y corbata, muy correctamente. Me dijo que quería que yo le hiciera los muebles del bufete que acaban de abrir en La Habana Vieja. Le contesté que sí. (…). Ese día comencé a percatarme del poder de convencimiento que tenía Fidel, de su gran poder de persuasión, porque yo no aceptaba que los clientes me dieran la madera (…)».
–Bueno, yo le doy la madera, usted vaya allí a la Maderera Gancedo y escoja las tablas que necesite para hacer los muebles del bufete.
«Al día siguiente por la mañana –sigue relatando Rubén– Fidel volvió al tallercito. Me trajo una revista especializada en muebles. –Mira, este es el que escogí, es el buró que yo quiero, con la butaca y el librero –me dijo–. –Ah, está bien, –le contesté.
«Fui con César Fonseca a Gancedo y escogí toda la madera que necesitábamos. (…) –Esto es a cuenta del doctor Fidel Castro –le dije. El dependiente no lo conocía: –¿Quién es el doctor Fidel Castro? Que yo sepa él no tiene cuenta aquí en la maderera, así que no te puedo entregar las tablas.
–Bueno, chico, pues no me las llevo, voy a ponerlas donde estaban.
–No, déjalas ahí –me contestó, y me fui de Gancedo.
«Después del mediodía –siguió relatando Rubén–, Fidel volvió a la carpintería para preguntarme si había traído la madera, le informé que la habíamos escogido, pero que no nos la habían despachado. Él me puso una mano sobre el hombro y me dijo que fuera con él a la Maderera Gancedo. Monté en su automóvil, (…); llegamos allá; él entró en la oficina, yo me quedé en el almacén y un ratico después salió y me dijo que cuando quisiéramos podíamos ir a buscar un camioncito para llevarnos las tablas (…)».
–¿Cobró los muebles de Tejadillo?
–le pregunté a Rubén.
–Fidel nos lo pagó con creces. ¡El caso es que yo no tengo con qué pagarle lo que él hizo por nosotros! Eso no se pagaba con nada en aquella época. (…)
–¿Usted ha hablado con Fidel recientemente? –preguntamos el día de la entrevista a los carpinteros:
–Nuestro encuentro más reciente fue en 1982. (…). Quería saludarlo y lo vi en el Palacio de la Revolución, después de una actividad que hubo allí. Ese día estaba vestido de gala. Me dijo: «Pero tú estás muy bien, te ves muy bien». (…)
«Este hombre con su ángel magnético ha vuelto el universo al revés». Esta es una frase hermosa que cojo al vuelo durante la conversación con César Fonseca cuando, mirando una fotografía de Fidel, tomada hace años por un hijo de mi interlocutor, él se admira de sus propios recuerdos de la década de los 50.
*(Fragmentos de «Fidel defiende a los carpinteros deudores», publicado en Granma en la década de los 80)