Tras las huellas de Fidel (IV): La colina 241, escenario de un encuentro histórico
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Tras el histórico viaje de Fidel a Vietnam en 1973, la periodista Magali García Moré, fue reconstruyendo el recorrido del Comandante en Jefe y publicó en el periódico Granma una serie de trabajos que, del 12 al 15 de septiembre, reproducimos en Cubadebate.
Un espectáculo impresionante se ofrece ante nosotros: cráteres de bombas, cientos de proyectiles sin estallar y casquillos de armas de los más diversos calibres, restos de tanques y camiones se mezclan en terrible confusión. La colina 241 –Base “Carroll” para los norteamericanos—es la demostración más fehaciente de que los yanquis no son invencibles.
Aquí estalló en pedazos la potente maquinaria de guerra creada por los imperialistas norteamericanos y utilizada esta vez para aplastar las fuerzas patrióticas en el Sudeste asiático. Aquí se respiran aires de liberación. Aquí se lucha y se vence. Este es un ejemplo válido para todos los pueblos que en el mundo se enfrentan al imperialismo.
Y aquí tuvo lugar uno de los actos más emotivos que se produjeron durante la visita oficial del Partido y el Gobierno de Cuba al territorio liberado de Viet Nam del Sur –por primera vez–, encabezada por el Comandante en Jefe Fidel Castro. El paisaje físico en buena medida contribuyó a hacer imperecedero el histórico encuentro entre el Jefe de la Revolución y los combatientes del Sur. La cordillera Truong Son es un escenario que recuerda de inmediato las estribaciones de nuestra Sierra Maestra.
En una pequeña casita recién construida nos recibe Cong Thuc, subjefe de la compañía que aquí guarda la libertad conquistada a tal alto precio. Sus primeras palabras son para expresar “la gran emoción que nos produjo esa visita del Primer Ministro, Comandante Fidel Castro, pues es la primera vez que un jefe de Estado viene a Viet Nam del Sur, y nuestros combatientes pudieron verlo y oírlo aquí, en el lugar donde ellos luchan”.
“Para nosotros esta será una visita inolvidable” añade el joven, quien seguidamente nos invita a hacer un recorrido por el campamento con las correspondientes precauciones, “pues aun quedan muchas minas sin estallar”.
Mientras avanzamos nos muestra lo que queda del puesto de mando de los asesores yanquis. Un poco más allá, oculto por la tierra que impide el acceso, el puesto del regimiento 56 del ejército saigonés que radicaba aquí en la primavera de 1972. Un refugio soterrado, con gruesas paredes y techo de hormigón, estaba destinado al subjefe de ese regimiento. Llegamos al punto más alto del enclave, desde donde se domina una enorme extensión de varios kilómetros cuadrados que quedaba bajo el fuego de los cañones de 105, 155 y 175 milímetros, emplazados en la base. Este último fue denominado por los títeres como “el rey de los campos de batalla” por su tremendo potencial destructivo. Hasta donde se pierde la vista pueden verse los restos de las nueve líneas de alambradas que rodeaban el campamento, que junto con las estacas de casi dos pies de alto, unidas entre sí por alambres de púas, hacían de este un bastión supuestamente inexpugnable. Este terreno, además, está minado. En las elevaciones próximas, otras bases conformaban junto a ésta, un sistema demoníaco.
Nuestro interlocutor relata cómo se desarrolló el combate en la Colina 241. “El 30 de marzo del pasado año, refiere, comenzó el cañoneo de nuestras fuerzas contra las bases enemigas. Unos días después, el 2 de abril este centro quedó aislado, pues las posiciones de acceso estaban ya en poder nuestro”.
“Los jefes títeres pidieron refuerzos a sus superiores, quienes respondieron que resistieran. Ellos entonces se negaron a cumplir la orden y entraron en contacto con nuestra división, pidiendo una tregua de madia hora. Sus pendimos el cañoneo contra la base y se le concedieron 15 minutos. Ese tiempo bastó para que los soldados y los oficiales levantaran la bandera blanca y se entregaran. Desde aquí tuvimos que conducir a los jefes en un tanque y a los soldados en camiones, para protegerlos del pueblo”, concluye.
Este es un relato elocuente de la desmoralización de la tropa creada y sostenida por los imperialistas, en contraste con la actitud de los combatientes del ejército del Gobierno Revolucionario Provisional.
Agrega Thuc que poco tiempo después de la rendición pasaron los aviones yanquis bombardeando la base. Pero ya era tarde, todos los cálculos exactos de sus equipos electrónicos se habían estrellado contra las armas empuñadas por las fuerzas patrióticas.
Este fue el recurso final empleado por los agresores contra cada una de las bases que ellos o sus títeres tuvieron que abandonar en aquella histórica primavera. En la base de Doc Mieu, a la que llegara también la delegación cubana, tuvo lugar una acción similar.
Días después de haber visitado la Colina 241, de regreso nuevamente en la RDV, fuimos a Doc Mieu. Esta base se encuentra muy próxima a la zona del río Ben Hai, en una colina de suave declive que indica el inicio del altiplano sureño. También desde aquí se domina un vasto territorio en el que los agresores se propusieron detectar el menor ruido o señal que indicara la actividad revolucionaria. Por eso los franceses ya la habían empleado como base; los norteamericanos la ampliaron y la fortalecieron convirtiéndola en uno de los puntales de la “línea electrónica” MacNamara.
Desde 1954 y hasta 1968 estuvo ocupada principalmente por los títeres, pero a partir de esa fecha se encargaron de ella los agresores yanquis. Desde esa base, el enemigo no sólo cañoneaba el territorio de esta provincia, sino que con su potente armamento hacía fuego contra la zona de Vinh Kinh, al Norte del paralelo 17, en la otra orilla del río Ben Hai.
El responsable de la unidad que hoy defiende la base, Nguyen Thanh Nuoi, nos da esta información a la vez que recorremos el enclave, tomado en la madrugada del primero de abril del año anterior, apenas 24 horas después de iniciado el ataque definitivo a la base de oc Mieu.
Aun puede verse por doquier las huellas de la más depurada tecnología puesta al servicio de la peor causa. En un pequeño refugio nos muestran cinco minas que los combatientes desactivaron el día anterior a nuestra visita. Otras muchas permanecen en este suelo liberado del sur de Viet Nam, cuyo pueblo valeroso y admirable paga aún las consecuencias de esta guerra injusta y criminal a la que ha estado sometido por más de un decenio.
Poder ver estos hombres cuidando la libertad tan duramente conquistada; poder compartir con ellos el té tradicional; oírlos hablar del heroísmo como un hecho cotidiano; verlos sonreír confiados y seguros en el porvenir es constatar que ellos forman parte de “lo mejor de lo humano”, como expresara en ocasión memorable el Comandante Fidel Castro, al referirse al pueblo vietnamita.
Tan brillante como el sol que ilumina estos parajes ha de ser el futuro de esta nación. Lo hemos sentido en los hombres y mujeres que hemos visto doblegarse sólo para trabajar el campo que es ahora suyo; a las jóvenes que hemos visto reparando las carreteras y caminos. Y lo sentimos en la clara sonrisa que mostraban en los rostros los niños con quienes cruzamos por la mañana, en el camino, rumbo a la escuela.