Fidel en sus infinitas dimensiones
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Hoy cumple 92 años. Cumple, sí, en presente, porque de otro modo obviaríamos su probada inmortalidad y negaríamos su constante presencia, desde esa dimensión maravillosa llamada corazón del pueblo, donde volvió a nacer, de manera espontánea.
Una existencia como la suya debe ser celebrada, aun más allá de las barreras corpóreas. Fidel dejó, en cada lugar a donde lo condujeron sus certeros pasos, las más profundas huellas de esperanza y humanismo, no porque aspirara con sus actos a reconocimiento alguno, sino porque todo su ser devino unidad incorruptible entre pensamiento, discurso y hechos.
Su existencia pudiera ser escrita a través de las palabras de quienes lo conocieron y admiraron dentro y fuera de Cuba. Cada uno de los que tuvieron el privilegio de tenerlo cerca, de compartir al menos un instante con él, fueron iluminados para siempre por la inmensidad de su pensamiento, por su espíritu incansable, por su profunda fe en la posibilidad de un mundo mejor.
Penetrando en el sentir de sus compañeros de lucha, de sus amigos más entrañables, de los continuadores de su ejemplo o de aquellos a quienes inspiró su auténtica figura, solo hay un resultado final, orgullo incalculable de saberlo cubano pero, al mismo tiempo, vemos un Fidel en las más diversas dimensiones, en esas que lo hicieron universal.
LA IMAGEN DEL FUTURO
Logró condensar en su persona cualidades que lo llevaron a ocupar, en un momento histórico diferente, el mismo lugar del Apóstol, como líder natural de la Revolución, y no por propio nombramiento, sino porque quienes lo secundaron en sus anhelos de independencia vieron en él la imagen del futuro. Una de las más hermosas pruebas de ello la dio Abel Santamaría, cuando después de conocerlo escribió a su hermana:
«Yeyé, conocí al hombre que va a cambiar los destinos de Cuba. Es Martí en persona».
Y qué razón tenía el joven revolucionario, su temprana percepción cobró cuerpo después con el curso de la historia, y la nobleza, capacidad de dirección, mentalidad estratégica y respeto infinito a sus correligionarios, fueron cualidades cada vez más notorias en el hombre proa del Movimiento 26 de Julio.
Así lo sintieron quienes lo acompañaron de corazón en la Sierra y en los tiempos sin precedentes que vinieron después, como su hermano argentino, el Che, quien aseveró con toda convicción:
«(…) si nosotros estamos hoy aquí y la Revolución Cubana está aquí, es sencillamente porque Fidel entró primero en el Moncada, porque bajó primero del Granma, porque estuvo primero en la Sierra, porque fue a Playa Girón en un tanque, porque cuando había una inundación fue allá y hubo hasta pelea porque no lo dejaban entrar (…), porque tiene como nadie en Cuba, la cualidad de tener todas las autoridades morales posibles para pedir cualquier sacrificio en nombre de la Revolución».
Ese mismo hermano que al partir de Cuba, dejó plasmado en su carta de despedida el más profundo de los afectos hacia Fidel:
«(…) si me llega la hora definitiva bajo otros cielos, mi último pensamiento será para este pueblo y especialmente para ti. Que te doy las gracias por tus enseñanzas y tu ejemplo, al que trataré de ser fiel hasta las últimas consecuencias de mis actos (…)».
No hay un solo testimonio de esos otros grandes hombres que también integraron la Generación del Centenario, que estuvieron codo a codo junto al más avezado de los discípulos martianos, que no tenga para él las más sentidas palabras de respeto y admiración. El entrañable autor de La Lupe, el Comandante Juan
Almeida, vivió orgulloso de haberlo seguido, porque:
«Cuando Fidel nos trataba no miraba color, y eso emocionaba a uno (…) Para mí Fidel es el hombre más grande de este siglo. Yo no he conocido de una persona ni he leído de una persona, las cosas que he sentido y que he visto de Fidel, por lo que ha hecho por la humanidad». (Conversando con el Comandante Juan Almeida Bosque, de Estela Bravo).
Otro de los buenos, de los jóvenes que decidieron cambiar para siempre el futuro de la Patria, el Comandante Ramiro Valdés, ha dicho que:
«Fidel, en pocas palabras, es la verdad de nuestra época. Sin chovinismo, es el más grande estadista mundial del siglo pasado y de este; es el más extraordinario y universal de los patriotas cubanos de todos los tiempos». (Opinión escrita especialmente para el libro Absuelto por la historia, de Luis Báez).
Inspiración para América
Nadie duda que existió siempre en el Comandante en Jefe una especial sensibilidad por la realidad de los pueblos de América y del mundo. Ello implicó que se convirtiera también en fuente inspiradora de nuevos procesos progresistas, esencialmente en nuestra región, y que palabras como «amigo», «maestro», «profeta», fueran utilizadas muchas veces para referirse a su figura. Algunos de los más grandes líderes latinoamericanos han dado fe de ello:
«Él sobrecumplió su misión en esta tierra, la sobrecumplió más allá de las expectativas más grandes que pudiera haber. Pocas vidas han sido tan completas, tan luminosas. Se va invicto, eso es mejor, como dicen ustedes, no se va, se queda invicto entre nosotros, absuelto, ¡absolutamente absuelto por la historia grande de la Patria!». (Nicolás Maduro Moros, presidente de la República Bolivariana de Venezuela).
«Fidel ha sido un verdadero padre de los excluidos, de los marginados, de los discriminados, de los más pobres del mundo. Fidel nos enseña que el único camino de nuestros pueblos es la unidad y la integración. Fidel es un verdadero constructor de la paz con justicia social». (Evo Morales, presidente de Bolivia).
Y cómo olvidar el sentir de quienes, a pesar de su ausencia física, hoy lo acompañan en la inmortalidad, como Hugo Chávez Frías, quien descubrió en el líder cubano a un ser excepcional, cuyo ejemplo se propuso seguir.
«Fidel es un gran detector de problemas, como un matemático, un Pitágoras. Un Pitágoras social, él es un gran matemático social, para solucionar los problemas de los pueblos. De tantas, tantas cosas que admiro de Fidel, de esos 80 años de inmensidad esa es una de las que más admiro, y trato de imitar. Fidel puede ser como un padre, un padre más allá de las dimensiones humanas, más allá de los formatos, y yo pudiera pensar que él me ve a mí como a un hijo».
Muchas veces denunció el eterno joven rebelde los ataques contra la democracia de los pueblos, la injerencia del imperio en los asuntos de otras naciones pero, sobre todo, el financiamiento a golpes de estado que hicieron profundas heridas en el corazón de Latinoamérica.
Tristemente, un preclaro presidente fue víctima de uno de esos terribles actos, un amigo entrañable de Fidel, Salvador Allende, quien, durante la visita del líder de la Revolución a Chile en 1971, dejó para la historia sus sentimientos hacia esta Isla y el inmenso hombre que se convirtió para el mundo en símbolo de resistencia y patriotismo.
«Cuba es una nación vinculada a la historia de América Latina, Fidel Castro representa a una auténtica revolución y queremos intensificar los tradicionales lazos amistosos que siempre han existido entre nuestros países».
Tesoro de la patria
Es innegable el papel que jugó el Comandante en Jefe para la dignificación de derechos como el acceso a la cultura y la educación. En la construcción de esas premisas revolucionarias, estuvo muy cerca de los artistas e intelectuales, quienes han defendido también su propia definición de tan excelsa personalidad.
«Fidel es el tesoro de nuestra patria, es el punto coagulante del proceso revolucionario. Sin Fidel, la Revolución habría existido pero no sabemos cuándo, ni cómo sería esa Revolución.
La Revolución aceleró sus pasos, llegó a nuestro país tempranamente, más pronto que en ningún otro país de la América Latina, más cercana que en ningún país africano, con más rapidez que en muchos países de la Europa, porque estaba Fidel, la conciencia vigilante de nuestro pueblo, el vigía que miraba lejos, que vio en la menor de las posibilidades con Lenin, la perspectiva revolucionaria a realizar y la realizó con energía, con decisión, con entera dedicación». (Carlos Rafael Rodríguez, 90 Razones).
«Fidel es ante todo un revolucionario, un hombre que rechaza todo dogma, un hombre que reinterpreta continuamente la realidad y cree en las capacidades del hombre, el internacionalismo, en la vocación redentora de todo revolucionario, eso es lo que lo aproxima y acerca a los mejores valores». (Eusebio Leal, tomado de Cubadebate).
«Fidel es un hombre que merece respeto por la transformación que ha sido capaz de concebir y llevar a cabo. Es una persona que le ha entregado a nuestro país cada segundo de su existencia. Es un extraño presidente que no tiene ni un solo dólar en banco extranjero alguno». (Silvio Rodríguez, tomado del libro Absuelto por la Historia).
«Él no es local. Él es parte de la historia. No solo de nuestra historia, sino de la historia de la humanidad. Pienso que es tan grande que se convierte en una partecita, en una cosa sencilla. Si sintiera lo grande que es, lo mataría el peso». (Alicia Alonso, tomado del libro Absuelto por la historia).
En la historia y la leyenda
Qué decir de aquellos que tuvieron la oportunidad de entrevistarlo, de escuchar de su propia boca las anécdotas inconmensurables de su formación como revolucionario. Los que, como Ignacio Ramonet, pudieron compartir cien horas con Fidel y descubrirlo:
«(…) íntimo, casi tímido, bien educado y muy caballeroso, que presta interés a cada interlocutor y habla con sencillez, sin afectación. (…) Nunca le oí una orden. Pero ejerce una autoridad absoluta en su entorno. Por su aplastante personalidad.
« Pocos hombres han conocido la gloria de entrar vivos en la historia y en la leyenda. Fidel es uno de ellos».
Otra arista muy especial de su vida fue su respeto hacia las mujeres, a quienes tuvo siempre en un lugar privilegiado de los ideales de equidad y justicia social que promulgó. Reconoció que sin el concurso femenino la consolidación del proceso revolucionario sería imposible. Vilma Espín, compañera de lucha no solo antes, sino después del triunfo, y presidenta inolvidable de la Federación de Mujeres Cubanas, supo definir lo que para las nacidas en esta Isla significaba el Comandante.
«Queremos mucho a Fidel y él quiere y estima en todo su valor a las mujeres, confía en nosotras, nos impulsa a ascender a lugares cimeros en la vida de nuestro país, a conquistar la gran reivindicación histórica de la igualdad entre los hombres y mujeres; nos alienta a buscar vías y formas para lograr la identidad entre la teoría y la práctica social, entre la igualdad que proclaman nuestras leyes y principios revolucionarios y la realidad cotidiana, y contribuye con las convicciones de sus ideas, a que toda nuestra sociedad vaya comprendiendo gradualmente la necesidad de librar la batalla por el pleno ejercicio de la igualdad de la mujer». (Tomado del libro Absuelto por la historia).
Un hombre de ilusiones insaciables
Cualquiera podría pensar que solo el constante batallar iniciado en el Moncada dotó a Fidel de la imperecedera e incorruptible amistad de grandes seres humanos. Sin embargo, su propio peregrinar por este mundo le propició el encuentro con personas elevadas que desde los más diversos ámbitos sociales, le admiraron y compartieron con él entrañables sentimientos de afecto. Uno de esos grandes amigos fue, sin duda, Gabriel García Márquez, cuya definición del líder cubano es tan excepcional, como la prosa que lo ha convertido en uno de los escritores más reconocidos de todos los tiempos.
«(…) un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal».
Ese genio de la arquitectura que fue Oscar Niemeyer, en diálogo con Luis Báez afirmó:
«Tengo una gran admiración por Fidel. Me solidarizo con él en esta lucha, que él supo comenzar y, seguramente, terminará victoriosa. Por las tardes recibo a los amigos para conversar y a veces hablamos de filosofía. Pero cuando ellos se refieren a Platón, yo estoy pensando en Fidel Castro».
O el humilde tricampeón olímpico, Teófilo Stevenson, para quien Fidel reservó siempre un cariño especial que fue recíproco en el estelar boxeador:
«Me ofrecieron millones de dólares para que saltara al profesionalismo, pero no cambiaría mi trocito de Cuba ni a Fidel por todo el oro del mundo».
Durante los últimos días el mundo ha rendido homenaje a otro infaltable en la historia de las luchas emancipadoras de la humanidad, el símbolo del enfrentamiento al apartheid en el continente africano, Nelson Mandela. Otro hermano de la Revolución Cubana, otro compañero de Fidel en esa lucha que rompe las fronteras de un país para concentrarse en el bien mayor, el de toda la humanidad. Mandela también habló del eterno asaltante de la historia:
«Estuvimos en prisión casi 30 años, y ese tiempo nos pareció extraordinariamente corto porque sabíamos que contábamos con buenos amigos en casi todas las partes del mundo, y uno de esos amigos que ha sido muy convincente y cuya voz ha sido muy clara, ha sido el compañero Fidel Castro. Nunca hemos dudado de que en él y en Cuba tenemos un amigo en el que podemos confiar».
Infinitas son las interpretaciones que desde el amor, el respeto y la admiración versan acerca de una vida única, e indispensable para entender la historia de Cuba y del mundo como lo fue la de Fidel. Desde las más grandes personalidades hasta el más humilde de los seres humanos que crea «en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud», de seguro también cree en él.
A 92 años de su natalicio, es un orgullo revisitar cada momento en que nos demostró, con el ejemplo personal primero, que no hay nada imposible cuando un pueblo unido e incansable se lo propone. Antes con su presencia física, ahora con la presencia intangible pero más real que nunca de sus ideas, nos toca seguir interpretando los retos del hoy y el mañana.
Su legado está a salvo con nosotros. En este y en cada uno de sus cumpleaños por venir, primará el pensamiento de continuidad, que fue siempre el único premio al que aspiró.
«(…) pensemos en Fidel, en sus ideas, en su imponente, fecundo e imprescindible legado, como una manera de alimentar ese genuino sentimiento de perpetuar por siempre su presencia entre nosotros.
«Que cada fibra de nuestra estirpe revolucionaria vibre cuando proclamamos: ¡Yo soy Fidel!». (Miguel Díaz-Canel Bermúdez, Presidente de la República de Cuba).