Abrazos de despedida
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Nadie podía imaginar ese fatídico día. Nunca esperamos que llegara. A Fidel siempre lo creímos inmortal. Cuando se pierde a un familiar la tristeza hace de las suyas. Para los cubanos él era parte de todos y un guía eterno. Así el silencio, el dolor y las lágrimas acogieron a la Mayor de las Antillas, esos días donde solo se escuchaban las fuertes exclamaciones ¡Yo soy Fidel! y ¡Viva Fidel!
Tras la declaración de la Comisión Organizadora del Comité Central del Partido, el Estado y el Gobierno para las honras fúnebres del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, los días 28 y 29 de noviembre, el Memorial José Martí fue testigo de un mar de pueblo. No importó la espera, ni el astro rey, solo el deseo de verlo y perpetuar su pensamiento revolucionario para el porvenir.
A su vez, en cada localidad, todos los cubanos tuvimos la posibilidad de rendir tributo y firmar el solemne juramento de cumplir el Concepto de Revolución, proclamado por nuestro líder histórico el primero de mayo de 2000, como expresión de su voluntad de dar continuidad a sus ideas y a nuestro socialismo.
En la capitalina fortaleza de San Carlos de la Cabaña el 28 de noviembre resonaron veintiuna salvas en homenaje póstumo al Comandante en Jefe y, de manera simultánea, en Santiago de Cuba se realizó similar ceremonia.
Los protagonistas de tal honor fueron cadetes y oficiales de la Escuela Interarmas General Antonio Maceo, Orden Antonio Maceo, y combatientes de la
Región Militar de la Ciudad Héroe.
A partir de ese momento se disparó una salva a cada hora. En los días de duelo oficial se detonaron espaciosamente doscientos treinta y dos cañonazos, desde el alba hasta el atardecer.
Una ceremonia en que se les rinden máximos honores a personalidades excepcionales por su jerarquía, protagonistas de grandes hazañas y méritos ante la Patria, características reflejadas en Fidel a lo largo de su vida.
Según el Historiador de la Ciudad de La Habana, Dr. Eusebio Leal Spengler,
“[...] esto solo ocurrió una vez en la Historia de Cuba, cuando murió Máximo
Gómez y se ordenó tal duelo para que se supiera que caía uno de los últimos grandes libertadores, si no el último libertador del continente americano”.
El destino así lo quiso y la salva número noventa detonó cuando la caravana que trasladaba las cenizas de Fidel llegó al Parque Céspedes, en la provincia del Titán de Bronce, lugar donde el héroe de todos los tiempos, desde el balcón del antiguo Ayuntamiento, anunció al mundo que Cuba era libre.
El 4 de diciembre fue el último adiós al Comandante en Jefe, pero su pensamiento e ideal pasan a la posteridad y será recordado como uno de los hombres más valiosos que ha existido en la Humanidad.