«Nos habían pedido eliminar a Fidel Castro. Una autorización explícita era innecesaria»
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Ningún jefe de estado en la historia contemporánea, como el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, fue sometido a un programa tan intenso y brutal de conspiraciones para tratar de asesinarlo.
El Inspector general de la CIA Jack Earman, quien investigó por indicación del presidente norteamericano en 1967 las acusaciones contra la CIA por su participación en planes de asesinato contra jefes de estado extranjeros, evidenció en su investigación que los complots contra Fidel diseñados a finales de 1960 y principios de 1961 fueron llevados a cabo agresivamente y eran vistos por algunos de sus participantes como uno de los esfuerzos globales que culminaron en Bahía de Cochinos, para intentar derrocar al régimen cubano. Según Earman, la vitalidad de los distintos esquemas de asesinato aplicados posteriormente aumentó en la medida en que el Gobierno norteamericano intensificaba sus esfuerzos para derrocar la Revolución. Sin embargo, la CIA solo reconoció ante el Comité Selecto del Senado de Estados Unidos en 1975 unos pocos proyectos magnicidas. La magnitud real de esta bestial persecución no ha sido nunca desclasificada y continúa oculta ante el mundo en sus archivos secretos.
¿Qué significaba Fidel para los gobernantes yanquis y sus servicios secretos? La propia CIA reconoce en sus documentos desclasificados, que las actividades de Fidel Castro comenzaron a preocuparlos considerablemente desde los inicios de 1948. Se refería, entre otros antecedentes, al destacado papel desempeñado por aquel joven de solo 22 años en la organización de un congreso antimperialista de estudiantes en Bogotá, Colombia, previsto para abril de 1948 y frustrado a partir del asesinato del líder liberal colombiano Jorge Eliecer Gaitán y la bestial represión desatada en esa ciudad, que dio nombre a aquellos sucesos como el «Bogotazo». Resulta sorprendente en el plano histórico, que uno de los más tempranos reportes operativos de la CIA de fecha 17 de noviembre de 1948, a solo un año de su fundación, identificaba desdeñosamente a Fidel como «uno de los jóvenes líderes estudiantiles en Cuba que consigue involucrarse a sí mismo en muchas cosas que no le conciernen».
Otros documentos desclasificados nos muestran que desde el momento que arreció con fuerza la hostilidad contra la Revolución en 1959, tomó fuerza en los altos niveles de mando de la CIA y en funcionarios de extrema derecha del gobierno la creencia de que la desaparición de Fidel por medio del asesinato contribuiría a una rápida solución del «problema cubano», en la medida en que crecía la frustración del imperio e intensificaban sus esfuerzos para derrocar violentamente la Revolución cubana. La CIA no escatimó recursos ni esfuerzos para llevar a cabo sus propósitos. De acuerdo con declaraciones de sus propios funcionarios ante el Comité Selecto en 1975 la agencia creó en absoluto secreto en enero de 1961 la denominada Unidad de Acciones Ejecutivas, que fue denominada «una capacidad en stand-by para cometer asesinatos cuando se requiera», «un proyecto para investigar los medios para derrocar a los líderes políticos extranjeros e incluía la capacidad para llevar a cabo asesinatos». Esto dio lugar al programa de la CIA denominado ZR/Rifle, que comprendía la eliminación física de dirigentes políticos extranjeros considerados «hostiles» al gobierno estadounidense.
La obsesión de los enemigos de la Revolución no se detuvo un instante después de la victoria revolucionaria en las arenas de Playa Girón. Richard Helms –director de la CIA entre 1966 y 1973–, declararía más tarde en repetidas ocasiones, ante el «Comité Selecto para estudiar operaciones gubernamentales relacionadas con las actividades de inteligencia», que él creía «que una autorización explícita era innecesaria para el asesinato de Castro a principios de los años 60». El mencionado Comité investigó las acusaciones contra la CIA por organizar los complots de asesinato contra dirigentes extranjeros, pero solo reconoció su participación en ocho proyectos magnicidas contra Fidel Castro. Sin embargo, numerosos testimonios y pruebas judiciales de tribunales cubanos demuestran la existencia de cientos de planes e intentos magnicidas elaborados en distintas fases de ejecución o de un carácter incipiente.
En la década de los años 60 y 70 fueron frustradas más de 200 conspiraciones de extrema peligrosidad. En algunos de estos proyectos participaron directamente efectivos de la CIA y sus mercenarios. En muchos casos no era la simple iniciativa de un grupo contrarrevolucionario dentro de Cuba, incitado o imbuido por la propaganda radial subversiva procedente de la Florida, sino verdaderos proyectos articulados. Generalmente, en la neutralización de estos planes se ocuparon armas y explosivos de alto poder, bazukas o morteros, introducidos clandestinamente al país. En otros proyectos, actuaban grupos terroristas internos por propia iniciativa.
De una u otra forma, los servicios norteamericanos tenían una responsabilidad ante estos hechos. La CIA conocía muchos de aquellos planes o los manipulaba indirectamente. Mediante sus espías había estudiado con detenimiento los lugares más asequibles para idear los proyectos más descabellados para efectuar los atentados.
Entre aquellos lugares se encontraban las más grandes avenidas y lugares públicos en La Habana, las calles cercanas al antiguo Palacio Presidencial, la céntrica calle Paseo, la Plaza de la Revolución o los accesos al aeropuerto de la cercana localidad de Baracoa, utilizada para viajes ejecutivos a otras provincias del país.
Numerosas conspiraciones criminales contra Fidel organizadas por la mafia de Miami sobrevendrían con fuerza en los años 90 durante los compromisos internacionales a los que asistiría el Comandante en Jefe. El pueblo y sus organizaciones de masas, en especial los Comités de Defensa de la Revolución, nunca dieron tregua a esos propósitos criminales.
Los años posteriores demostraron que aquella monstruosa política no se detuvo y continuó con saña. La literatura universal no recoge ningún otro proyecto magnicida de tal amplitud contra un líder político al frente de un estado, ni la capacidad y espíritu de toda una nación para proteger a sus dirigentes.
Estos sorprendentes datos expresan la cobardía y mezquina política de los gobernantes norteamericanos desde aquellos primeros años. Ningún procedimiento fue excluido para intentar eliminar la presencia física del inolvidable líder histórico, que triunfó ante la adversidad y mostró ante nuestros enemigos y el mundo su valentía y grandeza.
* Director del Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado