Abel fue el más leal de los amigos de Fidel
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Cuando uno lee lo expresado por Fidel Castro en el juicio del Moncada acerca de Abel Santamaría, donde dijo que era el más valiente, el más recto, que era honesto y no podía pensarse en nada deshonroso de su persona; o al conocer la manera en que el líder de la Revolución Cubana trató de protegerlo el 26 de Julio de 1953, enviándolo a una posición de menor peligro, para, en caso de que él cayera, fuera el segundo jefe del Movimiento quien continuara la obra, entonces se tiene la percepción del gran aprecio y la confianza infinita de Fidel en el hermano de Haydée, Abel, quien este 20 de octubre cumpliría 90 años de edad.
El escaso tiempo que tuvieron para compartir, de poco más de un año, fue suficiente también para demostrar cuánto caló en Abel la recia personalidad del joven que encabezaba la Generación del Centenario, de quien dijo, tras conocerlo el 1ro. de mayo de 1952: «¡Yeyé, he conocido al hombre que cambiará los destinos de Cuba! ¡Se llama Fidel y es Martí en persona!».
De aquel encuentro en el cementerio de Colón, en La Habana, fue Yeyé quien dejó, quizá, el mejor de los testimonios: «[…] hasta ese momento Abel era la persona que yo había conocido con más condiciones para dirigir una acción; y aquella gran fe de Abel en Fidel, aquella gran pasión […] no cabe la menor duda de que influyó mucho también […] No hay días en que no pensemos en el amigo que perdió Fidel al perder a Abel. Abel no solamente fue compañero y segundo de Fidel. Abel fue el más leal de los amigos. Tal vez Abel fue la primera persona en esta tierra que vio los valores extraordinarios de Fidel».
Quienes los conocieron, han testimoniado que el cariño y el aprecio entre ambos líderes eran mutuos, nacidos de la comunión de ideales y principios, y una profunda conciencia de la necesidad de cambiar los destinos de la Cuba neocolonial que les tocó vivir, para lo cual, José Martí sería el faro conductor que los guiaría.
Fue el golpe de Estado de Fulgencio Batista el hecho que marcó un antes y un después en la vida de ambos jóvenes. Ya el 14 de marzo de 1952 el abogado Fidel Castro Ruz denunciaba el cuartelazo ocurrido en la madrugada del día 10, y lo califica de zarpazo a la democracia.
Abel Santamaría también mostró su indignación ante aquel hecho abominable: «Si Chibás hubiera estado vivo, Batista no hubiera hecho eso». Seis días después, el 16 de marzo, le escribe una carta a José Pardo Llada, entonces dirigente del Partido Ortodoxo, en la que enjuicia la realidad del país y exhorta a la lucha revolucionaria.
«Basta ya de pronunciamientos estériles, sin objetivo determinado. Una revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo. Hora es ya: todo está de nuestra parte, ¿por qué vamos a desperdiciarlo?», expresó en la misiva.
A partir de entonces, el apartamento de 25 y O en el Vedado sería un hervidero de ideas; bajo el liderazgo de los preclaros jóvenes, cobraría vida la Generación del Centenario.
Desde el inicio, ambos líderes convinieron en que el «grito» se diera en Oriente, porque las páginas más heroicas de la historia de Cuba se habían escrito allí, por lo cual era necesario tener hombres en aquel punto y que la discreción resultara absoluta. Solo un santiaguero, Renato Guitart, colaboró en el plan de Fidel y Abel, aunque no fue hasta la víspera del día del ataque que supo realmente cuál era el objetivo.
TÚ ERES EL ALMA DEL MOVIMIENTO
Un mes antes de los sucesos del domingo 26 de julio de 1953, Abel partió a Santiago de Cuba para acondicionar la Granjita Siboney, un lugar alejado de la ciudad que sirvió de punto de concentración de los futuros asaltantes, y desde donde partieron la madrugada gloriosa de la Santa Ana.
Con su acostumbrada eficiencia, cumplió la encomienda dada por Fidel y la mantuvo en total secreto, al extremo que ni su hermana Haydée sabía de los pormenores de los preparativos.
En el momento de la partida al combate, el joven encrucijadense reclamó para sí el lugar de mayor peligro, convencido de que era Fidel quien tenía que vivir; pero le fue negado por el jefe del
Movimiento, pues si él caía, era Abel quien debía seguir adelante con la Revolución.
Es por eso que el jefe de la acción le ordena la misión de ocupar el hospital civil Saturnino Lora, enclavado frente a la entrada principal del Regimiento, decisión que no le agrada, por lo cual protesta, diciéndole que él no iría al hospital, que allí debían estar las mujeres y el médico, ante cuya demanda Fidel expresa con energía:
«Tú tienes que ir al hospital civil, Abel, porque yo te lo ordeno; vas tú porque yo soy el jefe y tengo que ir al frente de los hombres, tú eres el segundo, yo posiblemente no voy a regresar con vida».
Ante la orden, Abel contrariado le dice a su amigo: «No vamos a hacer como hizo Martí, ir tú al lugar más peligroso e inmolarte cuando más falta le haces a todos», ante lo cual Fidel, comprendiendo la preocupación del segundo jefe de la acción, le pone las manos sobre los hombros y persuasivo le explica: «Yo voy al cuartel y tú vas al hospital, porque tú eres el alma de este Movimiento y si yo muero tú me reemplazarás».
Ya puestos de acuerdo, antes de partir arengan a los combatientes reunidos en la Granjita Siboney. Fidel lo hace de manera electrizante y termina afirmando: «¡Jóvenes del centenario del Apóstol, como en el 68 y en el 95 aquí en Oriente damos el primer grito de “Libertad o Muerte”!».
Abel, como si avizorara el futuro, expresó: «Es necesario que todos vayamos con fe en el triunfo, pero si el destino nos es adverso, estamos obligados a ser valientes en la derrota porque lo que pase en el Moncada se sabrá algún día […] nuestro ejemplo merece el sacrificio y mitiga el dolor que podemos causarles a nuestros padres y demás seres queridos. ¡Morir por la Patria es vivir! Libertad o Muerte».
Una vez en el Moncada, y ante el fracaso del factor sorpresa, Fidel ordena la retirada y envía a Fernando Chenard para avisarle a Abel, quien desde el hospital civil Saturnino Lora respalda la acción principal. El emisario nunca llegó, pues antes fue capturado y luego asesinado por la soldadesca batistiana.
Abel, al escuchar los disparos provenientes del cuartel, intuye el desenlace, pero decide seguir disparando, porque, como le dijera a Yeyé: «Mientras más tiempo estemos combatiendo aquí, más podremos salvar a otros».
Su hermana Haydée luego relataría: «En aquellos momentos tan difíciles, en que la vida puede muchas veces vencer a la muerte, para Abel su vida era que Fidel viviera, […] Abel lo único que pensaba, lo único que deseaba era que Fidel viviera. Abel nunca se planteó vivir él. Y Abel era la vida misma».
El segundo jefe del Movimiento fue hecho prisionero y conducido a las mazmorras del Moncada. Con dignidad y estoicismo soportó todo tipo de vejámenes y torturas. Le dieron golpes, le traspasaron un muslo de un bayonetazo, le sacaron los ojos; pero no habló.
Con solo 25 años, la tiranía apagó la vida de quien fue calificado por Fidel durante el juicio del Moncada como «el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba».
En memorable carta enviada por Haydée Santamaría a sus padres desde la prisión en que estaba recluida trata de consolarlos ante la irreparable pérdida de su hermano, para lo cual no encuentra mejor argumento que recomendarle que pensaran en Fidel:
«(...) Mamá, ahí tienes [a] Abel, [¿] No te das cuenta Mamá [?]. Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho. No permitas a ninguna madre te hable mal de Fidel, piensa que eso sí Abel no te lo perdonaría».
Fuentes consultadas:
-Castro Fidel: La historia me absolverá, Editora Política.
-Cien Horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet, editado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado de la República de Cuba, tercera edición, La Habana, 2006.
-Mencía Mario: El Grito del Moncada, Editora Política, 1986.
-Mencía, Mario: La Prisión Fecunda, Editora Política, La Habana, Cuba, 1980.
-Rojas, Marta: El juicio del Moncada, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1988.
-Rojas, Marta: El que debe vivir, Premio Casa de las Américas 1978, primera edición.