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La humildad de dialogar

Fidel en reunión de trabajo con los candidatos a diputados. Foto: Archivo
Fidel en reunión de trabajo con los candidatos a diputados. Foto: Archivo

Date: 

05/12/2016

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Periódico Granma

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Porque esa naturalidad, sencillez de quien se iguala a otros, recurre cuando hablan sobre ti. Va en cada recuerdo íntimo, personal de la gente que te vio, de cerca o de lejos. Y recuerdos así no se despiden. En todo caso, emergen. Ahora tu gente aprovecha cada espacio para dedicarte una frase, un poema, narrar una anécdota de tu paso por sus vidas. Tienes un pueblo, Fidel, que te hará vivir por siempre.
 
Para compartir ese mundo de historias diluidas en la cotidianidad y en la oralidad del pueblo, Granma dispuso el correo electrónico tuhistoria@granma.cu, y la plataforma de comentarios en su página web.
 
A continuación les dejamos al­gunas de ellas.
 
Aleida María Fernández Pérez, 67 años, licenciada en Control Económico
 
Desde el año 1986 fui electa delegada de circunscripción en el reparto Casino Deportivo, hoy Antonio Maceo, del Poder Popular del municipio del Cerro. Aún ejerciendo esa responsabilidad en mi segundo mandato en octubre de 1990 —fecha en que se constituyen en La Habana los Consejos Populares— y siendo elegida como presidenta del Consejo Popular Armada del propio mu­nicipio, se nos cita a una reunión para explicarnos lo que significaría este nuevo nivel de gobierno. Al llegar a la Plaza de la Revolución y entrar en el edificio del Consejo de Estado supimos con certeza que el propio Fidel nos lo explicaría, alegría mayor que ni sé describir con palabras.
 
Comenzó el encuentro con el Comandante en Jefe, y nos presentaron de uno en uno. Todos proveníamos de las circunscripciones de base, representantes directos de la población, hombres y mujeres simples, de a pie como se dice actualmente, con diversos orígenes y profesiones. Después de esto, se estableció prácticamente un diálogo directo con todo el que pidió la palabra y expresó su preocupación y pensamiento. Fidel fue contestando, esclareciendo, enseñándonos… Nos fue instruyendo para llevar a acciones concretas esta idea revolucionaria, novedosa y decisiva para el futuro de la Revolución y la Patria.
 
Entonces, con mucho nerviosismo de mi parte por tener frente a mí a ese grande de nosotros y el mundo, pido la palabra y le digo (según mi memoria atesora): «¿Comandante cómo debemos ejercer nuestra responsabilidad, de qué modo funcionaremos, cuál es el alcance de autoridad en el Consejo Popular?».
 
De inmediato, él me responde. Hace reflexiones. Señala que es un nivel de gobierno, y que había que gobernar con toda la autoridad. «No deberán esperar para ejercerla, velar que se cumpla lo instituido, establecer la disciplina, los controles imprescindibles, luchar contra la burocracia, las ilegalidades», entre otras que mencionó y que ahora se me agolpan en la mente.
 
En algún momento de su explicación, recuerdo que se pone de pie y continúa, «deberán escuchar a todos, esclarecer a todos, aunar las fuerzas en cada territorio, presidentes, delegados, entidades y la población, siendo protagonistas de cada persona de la comunidad en busca de soluciones, y cuando no se obtenga todo se sepa por qué. Esto no será fácil, sino complejo y difícil, no solo porque es una nueva forma del poder del pueblo sino por los tiempos que vendrán, pero lo enfrentaremos unidos y conseguiremos seguir, avanzar ante las dificultades y lograr los objetivos».
 
Y nos dijo «ustedes soy yo allí». Palabras que nunca olvidé, ante los retos que enfrenté en esos años en el Consejo Popular y en otras responsabilidades posteriores. El encuentro siguió con otros compañeros y duró más de cinco horas.
 

Al igual que en la fábrica de cerámica de la isla de la Juventud,
Fidel acostumbraba intercambiar personalmente con los trabajadores
de los lugares que recorría. Foto: Jorge Oller

Por eso cuando digo «Yo soy Fidel», y todo revolucionario digno, hombre, mujer, joven o niño lo dice, estoy segura de que sus enseñanzas son imperecederas, que están firmes y con raíces profundas, porque hay la reciprocidad de vida presente, de ejemplo con su sencillez y abnegación, confiando en nosotros y en que lograríamos vencer. La orden está dada ¡seguir adelante y vencer!
 
Dagoberto García Moreno, San­tiago de Cuba
 
Siempre vi en Fidel el guía y conductor que me llevaría por los senderos del desarrollo y los éxitos, por eso a los 13 años me fui a alfabetizar con la Brigada Conrado Benítez, y después estuve becado en la secundaria básica Héroes de Yaguajay en Siboney.
 
Luego ingresé a la Ciudad Escolar Ciro Redondo en Tarará, y he aquí una anécdota: la delimitación perimetral de la Ciudad Escolar estaba hecha por una cerca de perles, con tres pelos de alambres de púas en la parte superior sujetos por un angular, pero dichos angulares daban al interior del área del centro.
 
Un día Fidel, al pasar por el reparto se percató de esto y mandó a buscar a los responsables. Ellos le dieron la justificación que eso se había pues­to así para que los becados no se escaparan, a lo que Fidel recalcó que esa cerca y esos alambres se habían puesto para proteger a los becados y evitar que alguien entrase de afuera.
 
Al otro día todos los alambres de púas con sus angulares estaban hacia el exterior.
 
En 1963, en Tarará había alrededor de 5 000 estudiantes que habían terminado la secundaria básica becados, por lo que Fidel ideó un plan, hacerle una prueba, y los que aprobasen podían hacer el pre en dos años. Este plan se llamó Plan Fidel. Eso permitía que un grupo de estudiantes ingresase a la universidad un año antes y se ganaría un año en su incorporación a trabajar en la sociedad, que tanta falta le hacía al país. Nuevamente la idea de Fidel es exitosa, pues nos graduamos 992 que ingresamos a las universidades de La Habana o de Oriente.
 
Teresa
 
Desde el primer día quise decir algo pero no podía, ahora es que me atrevo. Mi abuela y una vecina contaban que Fidel vino una vez a una actividad en la Quinta de los Molinos y todos los vecinos corrieron a verlo, a mí me llevaban en brazos, pues era muy pequeña. Decían que al acercarse él las llamó, las saludó y me cargó!!! Y hasta dijo que mis botas ortopédicas eran iguales a las suyas. Nunca pude perdonarme que no recordara nada de ese mágico instante, solo sé que durante to­da la primaria, cada vez que me vestía para la escuela, le pedía a mi mamá que me pusiera las botas de Fidel.
 
Por eso, quise escribirle estos versos:
 
FIDEL
 
Dime quién puede cantarte
 
quién abarcar tu espacio,
 
si eres tan infinito e inmenso
 
como el universo que quieres
 
salvar.
 
Dime qué fuerzas te mueven,
 
qué gigante lúcido te habita,
 
que cuando los impíos festejan
 
tu caída,
 
eres un rayo luminoso que se enerva.
 
Dime qué palabras pueden vestirte
 
y definir lo colosal de tu figura
 
si incluso, aquellos que te odian,
 
enmudecen perplejos ante tu haz de luz.
 
Dime tú, faro y guía de tantos ojos,
 
brioso corazón ardiente del planeta,
 
qué puedo decirte que no te hayan dicho
 
qué puedo susurrarte en tus breves descansos.
 
Dime qué hacer para acallar
 
estas pretensiones de cantar
 
a tu estatura,
 
si otros inmensos lo han hecho
 
y no se atreven a volver a hacerlo
 
por temor a no poder alcanzar
 
totalmente tu grandeza.
 
Dime cómo definir en
 
una sola palabra
 
tu esencia volcánica, férrea,
 
íntegra, viril,
 
esa que nos hace amarte y seguirte incondicionalmente,
 
perdona si no supe encontrarla,
 
esa palabra eres tú: FIDEL.
 
Con todo mi amor,
 
Teresa.
 
Iraldo González

 
Conocí a Fidel en junio de 1970, con apenas 21 años, cuando fui convocado como radiotelegrafista, para integrar la tripulación del pesquero Camarón. Nos disponíamos a trasladar suministros y vituallas al hermano pueblo de Perú, donde un devastador terremoto había dejado miles de víctimas.
 
Uno de los días previos a la partida, mientras se cargaban las provisiones en el puerto pesquero de La Habana sentí un murmullo inusual en cubierta. Yo estaba en la estación de radio de la embarcación comprobando los equipos, y antes de poder subir a averiguar, la causa de aquel alboroto llegó a mí.
 
A mis espaldas una voz gruesa y una mano familiar en mi hombro me tomaron por sorpresa: ¡Era Fi­del! No podía creerlo. Solo quería sa­er si todo marchaba bien. Con nervios, pero muy firme le contesté «Sí, Comandante», y luego lo vi partir.
 
Desde el Callao, Lima, nuestra prensa plana reportó ese viaje solidario. Uno de los tantos que Cuba ha realizado gracias a Fidel.
 
Adelaida Macías Saínz
 
Después que concluyó la Cam­paña de Alfabetización, y ante el llamado que nos hiciera Fidel a todos los brigadistas diciendo que nuestra próxima misión sería la de estudiar, me incorporé en 1962 al Plan de Be­cas creado por él, y comencé mis estudios de bachillerato en el in­s­ti­tuto preuniversitario Arbelio Ra­mí­rez en Ciudad Escolar Libertad. Pues bien, resultó que una tarde de 1964, cuando ya estábamos a punto de graduarnos y todos creíamos tener decidido lo que íbamos a estudiar, se nos apareció Fidel a la zona de los albergues y allí, recostado in­formalmente al carro, comenzó a con­versar con nosotros.
 
Téngase en cuenta la masividad de los bachilleres, que la universidad daría ese año la libertad de escoger la carrera que quisiéramos. Así fueron surgiendo en las respuestas las profesiones más conocidas, sin que ello significara que supiéramos mu­cho de ellas. Y ahí comenzó su contraataque. Empezó con los que se inclinaban por las letras, a los que invitó a que estudiaran Perio­dismo, para divulgar con objetividad la obra de la Revolución.
 
Después quiso saber quiénes iban a estudiar ingenierías y ciencias, y empezó su convocatoria pa­ra que estudiáramos Ingeniería Agro­nó­mica, ante la necesidad que había en el país de estos profesionales pa­ra emprender los planes de desarrollo agropecuario que la Re­vo­lución se proponía. Argu­men­tó que en Cu­ba los agrónomos eran los hijos de los terratenientes, que en su ma­yoría se habían ido del país, y que los hijos de los campesinos recién se habían alfabetizado.
 
Aquello nos conmocionó. Con ese poder de persuasión que lo ca­racterizaba, dándonos argumentos y acudiendo a nuestra conciencia muchos accedimos al reto, más por cumplir con un deber con la Re­vo­lución, que por habernos convencido de que esa era la mejor opción para nuestro futuro. Pero ahí no pa­raron las cosas, pocos días después de haber matriculado en la univer­sidad, recibimos en nuestras casas un telegrama con una citación para que nos presentáramos en el Co­mi­té Central del Partido.
 
Llenos de expectativas asistimos a dicha reunión, y allí descubrimos que nos esperaba una nueva sorpresa. Por encargo de Fidel nos estaban convocando para que nos incorporáramos como profesores de los nuevos centros politécnicos de Suelos, Fertilizantes y Gana­de­ría, que co­menzaban a incrementarse y para los cuales no había docentes suficientes, y con la variante —bien no­vedosa para entonces— de hacer la carrera por un plan especial, que resultó ser el primero de carácter di­rigido que emprendería la Univer­sidad de La Habana.
 
Comenzaríamos dando clases de las asignaturas básicas (Ma­temática, Física, Química) y en la medida en que avanzáramos en la carrera pasaríamos a las asignaturas técnicas. Alrededor de 30 de aquellos jóvenes nos incorporamos a este Plan de Fi­del, en el que no pocos tropiezos tu­vimos que enfrentar desde el día en que nos paramos por primera vez frente a un aula.
 
Tiempo ha transcurrido desde en­tonces y varias anécdotas nos acompañarán mientras vivamos, pero lo más trascendente ha sido comprobar cómo muchos de no­sotros acogimos la profesión de do­centes para toda la vida. Por eso, he comprendido tan bien cuando Fidel ha hecho otras convocatorias pa­ra la incorporación a ser maestros, como ocurrió con el destacamento pedagógico o con la formación de profesores emergentes, plan­­teando que la vocación hay que encontrarla hurgando en el al­ma de los jó­venes.
 
Yordanka Ledesma Bermúdez, profesora de la ESBU José Martí del municipio de Florida, provincia de Camagüey
 
En estos días de inmenso dolor solo pasa por mi cabeza la imagen inolvidable de Fidel en el año 2005, cuando se reunió con un grupo de universitarios en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Con­versó muchísimo con nosotros. A pesar de los años, nunca olvidaré que me pidió que me pusiera de pie. Me preguntó sobre el refrigerador de mi casa, y le dije que estaba roto. Gracias a él me dieron uno nuevo. En estos días de inmenso dolor, es­tudiantes, trabajadores y amigos me piden que les cuente sobre ese gran encuentro.
 

Fidel Castro en el círculo infantil Amiguitos de Pyongyang.
Foto: Liborio Noval

Siempre lo recordaré como el gran hombre de las manos limpias, y transparentes, luchador por su pueblo y por la igualdad del hombre. Para mí Fidel fue y será más que un Presidente. Será un hombre adelantado a su momento, que sin mie­do, dijo en su juicio que la his­toria lo absolverá. Hoy su pueblo le ha respondido a la altura de lo que fue. Lo despedimos con un nudo en la garganta, convencidos de que siempre estará en nuestros cora­zones.
 
Teresita Capote Camacho, ex-Embajadora de Cuba en Bulgaria
 
Junto al dolor que implica la muerte de nuestro Fidel y, viendo las numerosas anécdotas y experiencias de múltiples compañeros que tuvieron el privilegio de conocerlo de cerca, decidí hacerles llegar estas anécdotas.
 
En realidad, Fidel para mí fue y siguió siendo siempre esa luz que alumbró el oscuro camino de mi niñez, marcada por la pobreza de mi familia, por el hambre y la tuberculosis, enfermedad terrible, que se llevó a mis abuelos, a mis tíos y a mi ma­dre a los 33 años, quedándome huérfana desde los siete años de edad.
 
El triunfo de la Revolución significó para mí la sensación de que, a los 15 años, yo había vuelto a nacer; que Fidel había hecho la Revo­lu­ción para salvarme y elevar mi au­toestima.
 
La campaña de alfabetización me hizo sentir libre por primera vez y la posibilidad de cursar estudios en la entonces República Popular de Bulgaria, me permitió en 1970 ser la traductora de nuestro Co­man­dante en Jefe, durante la visita del primer secretario del Partido Co­mu­nista Búlgaro, Todor Yivkov; en 1972 durante la visita oficial de Fidel a Bulgaria; en 1975, durante el Pri­mer Congreso del PCC, entre otras ocasiones.
 
Una anécdota interesante fue el día, durante la visita a Bulgaria en 1972, que Fidel, impresionado por los bajos precios de los productos, le comentó a Todor Yivkov: «En todo el mundo se dice que el Estado le roba al comprador. Yo creo que este es el único país en que el comprador le roba al Estado».
 
Una noche, durante esa misma visita, nos reunimos un grupo de los miembros de la delegación y, como se suponía que nuestro Jefe máximo estaba ya descansando, me convencieron para que les cantara algo. En un momento determinado, sentimos unos pasos firmes, dejé de cantar y al llegar Fidel, se mostró sorprendido afirmando: «Yo creía que se trataba de un radio en­cendido y miren ustedes quién era». Entonces, los compañeros me invitaron a cantarle una canción y yo, apenada, me negué, entonces dijo: «Déjenla, si no quiere cantar», en­tonces le dije: ¡Sí Comandante! Y con una pena enorme, interpreté aquella famosa canción de la Nue­va Trova que dice: «Un hombre se le­vanta temprano en la mañana, se pone la camisa y sale a la ventana…». Con toda atención me escuchó y al final me regalaron todos, un lindo aplauso. No fue fácil, porque me pareció la canción más lar­ga de este mundo, pero fue un honor!!!!
 
Cuando presentamos las cartas credenciales como Embajadora en Tadyikistán, me conmovió el interés del presidente tadyiko por ha­cerme llegar, en detalles, la emoción y el honor que había significado para él haber podido estrechar la mano de Fidel cuando este los visitó siendo él estudiante en Moscú.
 
A la salida del encuentro, el di­rector de Protocolo nos señaló que habíamos violado el tiempo previsto para la entrevista y, a modo de broma, le respondí: Dígaselo a su Presidente quien habló mucho más que yo.
 
Motivada por el respeto y el amor que nos inspira, le escribí el poema Agosto 13 que les comparto.
 
Agosto 13
 
Cuando llega Agosto 13
 
Se detiene el calendario
 
Y cual palomas en vuelo
 
Repican llenos de euforia
 
Del mundo los campanarios.
 
 
 
Si hasta tu oído pudieran
 
Llegar los ecos sonoros
 
De las banderas que agitan
 
En cada agosto de gloria
 
Millones de campesinos
 
Los mil millones de obreros
 
Para saludarte invicto
 
Comandante de la historia.
 
 
 
Y no pienses que exagero,
 
Porque si Martí pudiera
 
Yuxtaponerse en el tiempo
 
La estrella de mil esfuerzos
 
Colocaría en tu frente
 
Para compartir contigo
 
Querido Titán de siempre
 
La gloria del universo.
 
 
 
Solo no habría consenso
 
Entre los que tienen miedo
 
No les gusta que desnudes
 
Con tu lenguaje de acero
 
Y tiemblan cuando tu verbo
 
Que desconoce el disfraz
 
Descorre todos los velos
 
Para decir la verdad.
 
 
 
Pero la suerte está echada
 
Habrá mil agostos nuevos
 
Y con solo recordarte
 
Habrán de temblar de miedo
 
La alternativa está clara
 
No hay variantes para el duelo
 
Siendo peor para ellos
 
Mejor serás para el pueblo.
 
 
 
Y como el amor de muchos
 
Inmortaliza en el tiempo
 
No habrá muerte que te alcance
 
Serás mil veces eterno
 
Y aun cuando estés dormido
 
Serás el mejor guerrero
 
Renacerás victorioso
 
CADA PRIMERO DE ENERO!!!
 
13 de agosto de 1987
 
Pedro J. González Villar, estudiante de Medicina
 
Quizá cada cual lleve guardado en su corazón y memoria a su Fidel. El mío llegó el día que tomé en mis manos el reloj de pulsera de mi pa­dre, uno que cuidaba con mucho esmero. Apenas tenía cuatro o cin­co años de edad. Mi padre rápido lo tomó de mis manos, pues no quería que se rompiera.
 
Luego, al verme apenado me ex­plicó que ese reloj llevaba grabada en la pulsera una dedicatoria de Fidel: al soldado Juan G. González, vanguardia FAR, 1975-76 del Comandante en Jefe. Se lo había ganado por su ejemplar conducta durante su servicio militar. Aún funciona, a pesar del tiempo. Mi padre, de 64 años, lo cuida como un tesoro preciado. A medida que fui creciendo, he ido comprendiendo a mi padre. Junto al reloj, él guarda una carta enviada por Chávez, en respuesta a un dibujo que le hice cuando era un pionero de siete años; así como el agradecimiento del Consejo de Estado y de Fidel por ese singular gesto infantil. Así pasarán a mis hijos estas reliquias familiares. ¡Hasta siempre, Comandante!