Con tus botas... desandar el tiempo
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Bastaría con encontrar las palabras precisas, las exactas; aquellas que logren describir, sin recortes subjetivos o excesos, todo el amor y el dolor de un pueblo. Porque los cubanos fuimos a la Plaza por amor a Fidel. Y también por dolor.
La Plaza, este lunes, era una fila larga, interminable, sinuosa. Y lo eran tres salas del Memorial José Martí. Era un Fidel vestido de guerrilla, con mochila de campaña y botas para desandar el tiempo. Y era algo más: una mirada posada en el horizonte, que bien podría ser posada en el futuro.
Bastarían las palabras correctas. Pero lo correcto, después de todo, resulta cuanto digan quienes le conocen y aman. Mejor dejarlos hablar.
Pesan sus ojos. Mirarla. Porque el alma se trasluce como espejo en ese «Soy Fidel» que colorea la mejilla izquierda y el momento, su adiós, se torna tan íntimo, tan suyo, como si nadie más estuviera. En los labios un te quiero. Y el beso al aire. Hasta él, que está de pie, con su traje verde olivo en lo alto de una montaña. Perenne.
«Desde que uno va subiendo por la fila, el pecho se te ahoga y la tristeza es tan grande que duele y sabemos que hay que ser fuertes, que la mejor forma que nosotros, los jóvenes, tenemos para homenajearlo es siendo mejores estudiantes, pero cómo me van a pedir que no llore si es como si hubiera muerto mi padre».
Por un segundo, María Carla Ávila, de la Universidad de Ciencias Informáticas, calla. Necesita robarle unas bocanadas al aire, porque si no las palabras no salen.
Con su pequeño Álvaro, de meses, Geidy Padrón Blanco llega a la Plaza. Y nos cuenta que Alejandro, su otro hijo, de cuatro años, fue este lunes al círculo infantil vestido de negro, con las charreteras del Comandante que su abuela le pintó.
«Cualquier cubano que se sienta como tal debería estar aquí». Así lo piensa y lo hace saber esta muchacha, quien trabaja en un centro de investigación y desarrollo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. «Tuve la oportunidad de conversar con Fidel, de tocarlo. Fue en el Coliseo de la Ciudad Deportiva, durante el recibimiento de los peloteros del Primer Clásico Mundial. Habíamos hecho un cordón y él salió justo por donde yo estaba. Aún recuerdo aquella mano suavecita».
Para ella, Fidel ha sido el mejor exponente de cada sector de la sociedad cubana. «Nos enseñó a pensar. Y a la juventud le toca seguir su legado, hacer del día a día su concepto de Revolución. Y si me preguntaran como quisiera que fueran mis hijos, diría que como Fidel».
«Hablar del Comandante siempre va a ser un recordatorio de la vida». Esa es la certeza de Andrés Gómez, maestro de profesión y periodista.
«Incluso este día cuando el dolor marcha también por la Plaza, hay que estar alegre porque tuvimos un Fidel; por la oportunidad de coincidir en la historia, porque nos sabemos hijos de su sabiduría.
«Y cuando sus cenizas partan hacia Santiago, como si recorriera de nuevo la Caravana de la Libertad, su gente estará ahí, como lo estuvo el 1ro. de enero del 59. No hay que decir mucho, solo que es el cubano más grande de nuestra historia. Y no me digan que hay que compararlo con Martí; no es uno contra otro, sino las dos partes de una grandeza».
Gaspar Loré, con todas sus medallas y su dolor a cuestas, también fue a darle el último tributo a quien considera su mayor ejemplo. «Hemos perdido lo más grande de Cuba, pero nos quedan sus enseñanzas y la obligación de ser dignos defensores de cuanto hizo por Cuba. Formé parte de su columna, estuve en Girón y no olvido su entrega y su coraje».
Gloria La Riva, política estadounidense vinculada al Partido Socialismo y Liberación y coordinadora del Comité de Solidaridad con Cuba y Venezuela en los Estados Unidos, nos regala un pedacito de su Fidel, de ese que vive en ella.
«Son muchas las historias, verlo era sorprenderte. Una vez estuvo hablando más de cinco horas seguidas sin parar; ni siquiera para tomar agua y yo decía: ¿Pero cómo lo hace? ¿Acaso es un ser sobrenatural? Realmente lo era.
«Recuerdo que en el 93, en los años más difíciles del periodo especial, dio un discurso memorable, fue el 26 de julio, allá en Santiago de Cuba. Me sorprendió cómo este hombre, en un momento tan crítico, estaba ahí, de pie, explicándole a su pueblo los cambios que el país experimentaría. Pero que a pesar de todo, la Revolución no moriría. Solo Fidel podía hacer eso... Era muy ocurrente, muy ingenioso, un hombre que levanta multitudes. Y ese es el Fidel que me llevo, el que quiero recordar».
Quizá el mismo que Yilian Contis quiso despedir junto a sus hijos; Damián, de siete años y Camilo, de tres. Amilkar, su esposo, traía una bandera, «porque el Comandante es también nuestra bandera, nuestro símbolo».
Ellos creen que «venir con los niños ha sido la mejor idea, porque aunque no sepan aún el significado de este momento difícil, más adelante lo entenderán y se sentirán orgullosos por haberlo vivido».
Y Damián, un poco tímido, nos regala el poema que recién le hizo al Guerrillero de la Sierra:
Fidel soy yo, que soy pionero y estudio para ser el futuro.
Fidel es el médico que nos atiende cuando nos sentimos mal.
Fidel es el maestro que nos enseña día a día.
Fidel es la libertad que gozamos en nuestro país.
A Fidel, nuestro Comandante, siempre lo llevo en mi corazón.
Hasta la Victoria siempre, Comandante.
A ratos sujeta su mano. A ratos, la carga en brazos. Así lleva Katina Leyva a su pequeña Aitana de dos años. Han sido horas. De sol, de cansancio, de emoción. «Uno nunca espera la muerte y mucho menos cuando le llega a un hombre como Fidel, que para nosotros era como inmortal. Y todavía lo es. Está en la mirada de todas las personas que han pasado por aquí, que han venido para darle el amor y el respeto que merece un padre».
Por eso traje a mi niña, confiesa, porque cuando sea grande le hablaré de este día y le diré que ella estuvo en el entierro de su abuelo, que fue un hombre que siempre amó mucho a los niños.
«Estar aquí es una gran responsabilidad como revolucionario, como comunista y como ser humano. Hoy sentimos un dolor infinito y si algo pudiese consolarnos es la certeza de que cada cubano lleva en sí un Comandante en Jefe, al que debe darle vida. Mientras exista un ser humano digno existirá Fidel», afirma Carlos Alberto Martínez Blanco, director del Hospital Universitario General Calixto García.
«De él aprendimos la lealtad al pueblo, la fe en la victoria, aun en los peores momentos. Es la persona más extraordinaria que ha existido sobre la tierra. Fidel nos hizo dignos, nos enseñó su espíritu de lucha. Y su legado debemos defenderlo».
Y si alguien ha encontrado en Fidel motivo suficiente de inspiración, ese es Alexis Leiva (Kcho). «Mi día a día está lleno de su energía y su luz: cuando dibujo, hago una escultura, construyo una casa… El mensaje más poderoso que mi Patria posee es su obra y sus enseñanzas. Ha sido el cubano más grande».
«Desde que escuchamos la noticia ha sido la continuidad de un día triste. Al menos así lo siento». Para Alexander Abreu, director de la orquesta Habana D’ Primera, Fidel era tan grande que no solo su pueblo llora, de cualquier parte del mundo llegan muestras de respeto.
«Ahora mismo recuerdo a mi padre, que me decía que la Cuba antes del 59 era de ricos y blancos y que Fidel cambió eso. Contaré esa historia, que nos hicimos hombres de bien por el Comandante».